SEGUNDA ENTREGA
Pues bien: a esta altura se impone incorporar un concepto fundamental de nuestro encuadre: el concepto de “expectativas”.
Porque esa significación prioritaria y fundamental que cierta persona adquiere para nosotros se expresa y se concreta en las “expectativas” que abrimos en relación con ella.
Dicho de otro modo: el amor nace y crece o muere en función de que se cumplan o se frustren las expectativas que abrimos en relación con una cierta persona en base al significado que le atribuimos en nuestra vida.
También el cumplimiento o la frustración de nuestras expectativas es función de nuestra ideología mucho más que de lo que haga o no haga la otra persona o de cómo actualice su relación con nosotros.
Los dos componentes de toda ideología (el sistema de valores y el sistema de ideas) no tienen igual importancia. Es mucho más decisivo el componente axiológico que el cognoscitivo. Incluso históricamente, en la vida de cada persona y quizá en la vida de las comunidades, el componente valorativo precede al cognoscitivo y lo condiciona.
Es más: las mismas investigaciones también están condicionadas por opciones axiológicas previas. Lo cierto es que siempre que se investiga (y contra lo que pretenden los científicos que se consideran “objetivos” y “neutrales”), siempre se termina encontrando en la realidad investigada lo que se quería encontrar. Y lo que se quería encontrar siempre es lo que previamente se definió como valioso y como importante. Es decir, siempre se encuentra lo que se busca y se busca lo que se quiere encontrar.
Por eso todos los cultivadores de las llamadas “ciencias humanas” siempre se conforman a pesar de que nos dan de una misma realidad descripciones y explicaciones no sólo contradictorias sino flagrantemente excluyentes.
O sea: el “querer”, el “preferir”, el “valorar” es anterior y es primario. “Dime qué quieres y te diré quién eres”. O, como lo dice Sartre: “Elijo, luego existo”.
Y toda “elección”, toda “opción” no es una elección, una opción entre “hechos”, entre “cosas” o entre “personas”, sino entre los significados valorativos de los hechos, las cosas o las personas.
Ahora bien: a pesar de ser los valores y las valoraciones las categorías más importantes en la relación de las personas con el mundo, con los otros o consigo mismo y a pesar de ser los que condicionan nuestras respuestas existenciales más decisivas, han sido y siguen siendo cada vez más ignorados, negados o subestimados por la casi totalidad de los enfoques educativos y terapéuticos.
Este olvido y esta negación no es, como se pretende, un componente natural y necesario de la “neutralidad científica”. En realidad ha sido y es la obra de arte (la obra “artera”) del cientificismo tecnológico, movido por todopoderosos intereses económicos, políticos y religiosos y que procura, por encima de todo, el mayor poder, la mayor productividad y el mayor lucro posibles.
Pues bien: a esta altura se impone incorporar un concepto fundamental de nuestro encuadre: el concepto de “expectativas”.
Porque esa significación prioritaria y fundamental que cierta persona adquiere para nosotros se expresa y se concreta en las “expectativas” que abrimos en relación con ella.
Dicho de otro modo: el amor nace y crece o muere en función de que se cumplan o se frustren las expectativas que abrimos en relación con una cierta persona en base al significado que le atribuimos en nuestra vida.
También el cumplimiento o la frustración de nuestras expectativas es función de nuestra ideología mucho más que de lo que haga o no haga la otra persona o de cómo actualice su relación con nosotros.
Los dos componentes de toda ideología (el sistema de valores y el sistema de ideas) no tienen igual importancia. Es mucho más decisivo el componente axiológico que el cognoscitivo. Incluso históricamente, en la vida de cada persona y quizá en la vida de las comunidades, el componente valorativo precede al cognoscitivo y lo condiciona.
Es más: las mismas investigaciones también están condicionadas por opciones axiológicas previas. Lo cierto es que siempre que se investiga (y contra lo que pretenden los científicos que se consideran “objetivos” y “neutrales”), siempre se termina encontrando en la realidad investigada lo que se quería encontrar. Y lo que se quería encontrar siempre es lo que previamente se definió como valioso y como importante. Es decir, siempre se encuentra lo que se busca y se busca lo que se quiere encontrar.
Por eso todos los cultivadores de las llamadas “ciencias humanas” siempre se conforman a pesar de que nos dan de una misma realidad descripciones y explicaciones no sólo contradictorias sino flagrantemente excluyentes.
O sea: el “querer”, el “preferir”, el “valorar” es anterior y es primario. “Dime qué quieres y te diré quién eres”. O, como lo dice Sartre: “Elijo, luego existo”.
Y toda “elección”, toda “opción” no es una elección, una opción entre “hechos”, entre “cosas” o entre “personas”, sino entre los significados valorativos de los hechos, las cosas o las personas.
Ahora bien: a pesar de ser los valores y las valoraciones las categorías más importantes en la relación de las personas con el mundo, con los otros o consigo mismo y a pesar de ser los que condicionan nuestras respuestas existenciales más decisivas, han sido y siguen siendo cada vez más ignorados, negados o subestimados por la casi totalidad de los enfoques educativos y terapéuticos.
Este olvido y esta negación no es, como se pretende, un componente natural y necesario de la “neutralidad científica”. En realidad ha sido y es la obra de arte (la obra “artera”) del cientificismo tecnológico, movido por todopoderosos intereses económicos, políticos y religiosos y que procura, por encima de todo, el mayor poder, la mayor productividad y el mayor lucro posibles.
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