lunes

EL VIOLINISTA DEL DESVÁN / ANNA RHOGIO

CUARTA ENTREGA

7 LOS EXTRANJEROS Y LA LLOVIZNA

Pasan tres días.
Arquímedes compuso sonatas y valses.
Sócrates ya no se tapa las orejas con las patas y los duendes escuchan con placer la cascada que desborda en sonidos armoniosos.
La tejedora del techo se columpia en su red y el perro ya no le ladra; su mirada rosada la sigue con parsimonia.
Las ventanas de la buhardilla permanecen abiertas; las notas se enredan en el aire y viajan lejos, más allá del jardín.
Un conjuro de miel las transporta certeramente y saben a quien buscar.
Por la noche, tocan a la puerta.
Al abrirla, el violinista encuentra a tres personajes extraños: un japonés, un hindú y un alto, alto, hombre peruano.
Traen respectivamente una flauta de bambú, un sitar y una siringa de cañas cuyo tubo más largo mide un metro.
En los Andes este instrumento es llamado Mamá Toyo.
-Hemos venido a reunirnos contigo -dice el japonés.
-Tu música nos ha convocado -continúa el hindú.
-Ejecutaremos juntos las armonías del universo -termina el peruano.
Los duendes encienden la imponente araña de cristal y quitan las fundas de los sillones.
-Mi casa, es la de ustedes... -y corre por las escaleras buscando su violín.
Como si se conocieran desde siempre, improvisan una vieja cadencia.
La llovizna tibia repica mansamente sobre las tejas de pizarra gris.

8 EL PERFUME DEL PAN Y LA NENA VESTIDA DE ROJO

Ahora son cuatro los músicos que tocan en la plaza.
Los recién llegados ven los duendes y las hadas que bailan en los colores tornasolados del follaje entre la luz y la sombra.
Los vecinos los rodean escuchándolos en silencio.
Disfrutan de la música que los lleva de la mano por senderos de paz y se sienten más buenos.
El aroma delicioso del pan crocante recién horneado, emana de la panadería; ese perfume que siempre es más rico que el propio sabor.
Las gaviotas que iban al río, regresan y forman una amplia ronda arriba del pinar para oír.
Un potro bayo e inquieto, tasca el freno de las riendas esperando a su jinete que, deslumbrado, se quedó allí.
Y su relincho de llamada es como una risa espontánea y nueva que corre calle abajo.
En la puerta de la posada, don Julepe sabe que pronto se casará su hija y quiere que en la boda haya alegría y canciones.
De repente, la melodía cambia: se aviva invitando a la danza.
-¡Eso! –exclama: -¡Eso es lo que deseo! ¡Tengo que hablar con ellos en cuanto terminen!
Un inesperado vendaval arrastra nubes negras y el aguacero violento cae sobre el paisaje.
Lo borra.
Desaparecen las flores, los bancos y las bicicletas que quedan tiradas.
Todos se apresuran a guarecerse debajo de los toldos de los negocios entre carcajadas y chapoteos.
-¿Qué broma nos hizo el tiempo!
-¡Este tiempo primaveral y loco!
-¡Tan loco como Arquímedes!
Y esa nena...
La de vestido rojo...
Mojado...
Que ama al violinista y de cuyas trenzas caen gotas brillantes, da un empujón a la señora gorda porque sabe que él no está loco.
La señora queda debajo del chorro de una canaleta y se empapa de pies a cabeza.
Cuando sus labios pintados de carmín se abren para rezongarla, la pequeña dispara por la acera.
Se aleja jugando con los festones zigzagueantes de la lluvia.

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