DECIMOSEXTA ENTREGA
CAPÍTULO 4: EL MOSAICO SE COMPONE (II)
¿Usted cree que estas tres hipótesis pueden colocarse en la misma línea de partida de este nuevo siglo?
Están alineadas. Cada una puede aventajar a la otra y tomar la delantera. Yo deseo que se consolide cada vez un centro autónomo sudamericano, formado por los países de lengua española y Brasil, de lengua portuguesa. Los nueve países sudamericanos hispanohablantes en conjunto tienen una población, recursos y extensión equivalentes a los del Brasil, por lo que las condiciones de integración son igualitarias.
En cuanto a Surinam y Guyana son cuestión ante todo del ensamble Brasil-Venezuela. Surinam y Guyana son dos pequeños países de reciente independencia de Holanda e Inglaterra. Ellos se han unido a la fundación de la Comunidad Sudamericana de Naciones (Cusco, diciembre 2004).
¿Ve etapas en el proceso de integración?
En lo que se refiere a un pasado reciente, hubo dos corrientes integracionistas principales. La primera comienza en los años 60 y continúa hasta los comienzos de 1970. La segunda adquiere fuerza partir de 1985 y sigue hasta nuestros días, con la irrupción del MERCOSUR y el surgimiento de la Comunidad Sudamericana de Naciones.
Puede considerarse como fruto maduro de la primera corriente la fundación del ALALC en 1960 (5) (que se extendió a la mayor parte de América Latina) a la que acompañó, en el mismo año, la formación de un Mercado Común entre los pequeños países de América Central.
Se comenzó, de este modo, a remontar con lentitud la pendiente de una fragmentación económica secular, a abrir el comercio más allá de las fronteras nacionales impenetrables hasta el momento, excepto al contrabando. La cresta de la ola integracionista tocó Punta del Este, la célebre ciudad uruguaya, donde se decidió la puesta en marcha de un mercado común latinoamericano (6) que quedó en nada. Las ondas continuaron su avance, hasta que se detuvieron en 1969 con el inicio del Pacto Andino. También fue el primer Acuerdo Amazónico. A pesar de ilusiones primerizas desproporcionadas, se había comenzado a caminar el camino.
Se entra en una fase de reflujo.
No, no de reflujo. Más bien de suspensión. El decenio está marcado por un acontecimiento central: la dictadura militar brasileña, que interrumpió la experiencia tercermundista de Jango Goulart e impuso una alineación rigurosa con los Estados Unidos (7). Brasil se industrializó poniéndose bajo el manto de EE.UU, mientras que Argentina no pudo hacerlo, ni con Perón (8) ni con Frondizi (9), y menos todavía con los gobiernos militares (10), que llevaron al extremo la política de desindustrialización de Martínez de Hoz (11).
¿Y la segunda corriente?
Comienza en 1985 con la iniciativa argentino-brasileña de dar vida al Mercado Común del Sur. Después, vale la pena destacarlo, el otro polo de América -Estados Unidos, México y Canadá- instituye el NAFTA (12).
Efectivamente, hemos asistido hace poco al nacimiento oficial de la Comunidad Sudamericana de las Naciones (13). Empieza a tomar forma un bloque de doce países, el tercero en el mundo, después del NAFTA y la Comunidad Europea. ¿Qué reflexiones le provoca este acontecimiento?
Es el paso lógico que une al MERCOSUR con la Comunidad de los países de los Andes. Ya mencionamos la novedad de Surinam y Guyana.
Se ha insistido sobre los límites de este momento fundacional: no hubo ratificaciones solemnes, no se sentaron las bases de instituciones comunes, no se habló de constituciones políticas formales, no se redactó ninguna carta de principios. Al final, sólo se aprobaron un centenar de proyectos de viabilidad y no hay más que eso.
Justamente por eso se lo puede considerar un buen comienzo: los países contrayentes han comenzado desde la realidad. Más aun, conjugaron el horizonte económico-social de la integración con un cronograma de las etapas puntuales.
En el 900, la integración tenía una connotación predominantemente histórico-cultural; en los años 50 el acento de vuelve más específico y se privilegia el terreno económico. Ahora, las dos dimensiones -la histórico-cultural y la económica- están alcanzando un equilibrio más maduro, aun reconociendo que todavía no se pone el debido acento sobre una política de la cultura común que, en este estado de cosas, es condición para el progreso del propio conjunto económico.
Si la visión económica no es reforzada por una política cultural coherente, ¡pobre economía!
Aquí conviene marcar una novedad de Cusco-Ayacucho, que fue la Tercera Cumbre de Presidentes de América del Sur. La primera Cumbre Sudamericana fue por iniciativa del presidente Cardoso en Brasilia, en el año 2000, en ocasión de los festejos del 500 aniversario del descubrimiento del Brasil por Portugal. Sólo se invitó a presidentes de América del Sur, no de América Latina. Era la primera vez que esto acaecía. Bien vale esto una breve explicación.
La Constitución histórica de América Latina en el siglo XVI señaló ya su estructura básica. Por un lado, el Virreinato de México que se adentraba en América del Norte y extendía su radio por América Central y las Antillas. Por el otro lado, en América del Sur se extendía el inmenso Virreinato del Perú rodeando la gobernación de Brasil en el lado opuesto. Hoy, todos los países hispanos de América del Sur han sido parte del Virreinato del Perú.
En cuanto a las Guyanas, de zona ecuatorial, han sido refugio de fracasados esfuerzos franceses, holandeses e ingleses de apoderarse del Brasil portugués.
Uno de los elementos esenciales de la dispersión de los países sudamericanos entre sí, es que nacieron desde la primacía oceánica de Europa, en su primera fase de Castilla y Portugal, y en su segunda fase inglesa y francesa. Todavía hoy, América del Sur está totalmente invertebrada por dentro, en sus comunicaciones internas. La gigante Amazonia en el Centro de América del Sur, un desierto “verde” ecuatorial, un Sahara selvático, nos descoyunta. De ahí la primera gran preocupación de la Primera Cumbre Sudamericana de Brasilia.
Allí se decidió poner el énfasis en estimular una infraestructura de comunicaciones -carreteras, ferrocarriles, ríos, etc.- que nos hiciera a todos accesibles mutuamente por “dentro”. Le siguió la II Cumbre de Presidentes en Guayaquil (2002) que propulsó el IIRSA (Integración de la Infraestructura Regional de América del Sur), los planes ya están formulados, y la III Cumbre de Cusco ya enfoca en su fundación de la Comunidad Sudamericana de Naciones, la prioridad esencial de poner en marcha el IIRSA. Esto sí es comenzar por el principio: que Sudamérica se intercomunique por dentro. Y pone los pies en los caminos de la Tierra.
El preámbulo de la Comunidad Sudamericana de las Naciones se firmó en la Pampa de Quina, en el mismo día y lugar donde 180 años antes tuvo lugar la batalla de Ayacucho, el último gran enfrentamiento con los ejércitos realistas de España (14).
Justo donde terminaba la dominación española en América del Sur. En aquel momento, Brasil ya era independiente y fue invitado al Congreso de Panamá de 1826 que, por otra parte, fracasó. El significado simbólico es claro: en la Pampa de Quina se retoma y se completa lo que comenzó justamente allí.
¿Quiénes son y dónde están los adversarios de la integración latinoamericana?
Son los que sacan ventaja de una relación inarmónica en el intercambio económico-comercial entre zonas industriales y otras que no lo son o que lo son en escasa medida.
La relación comercial con Estados Unidos es asimétrica; a pesar de los esfuerzos realizados los países latinoamericanos siguen siendo exportadores de commodities, productos agropecuarios, petróleo en algunos -pocos- casos, materias primas, contra manufacturas de alta complejidad tecnológica. Los países industrializados fijan los precios de sus mercaderías de alta tecnología incorporada, subsidian sus producciones agropecuarias y así hacen dumping a los productos similares de América Latina. Hacen caer los precios o no nos compran y provocan así en consecuencia nuestro fuerte endeudamiento, porque de otra manera no se les puede pagar. Así se mantiene el remolino de la deuda externa que nos ahoga.
Un círculo infernal que el profesor Carriquiry, un querido compatriota inserto desde hace tiempo en el Vaticano, ha descrito en forma excelente (15). Además su obra Una apuesta por América Latina ha abierto el proceso de gestación de la próxima Conferencia Episcopal Latinoamericana convocada para 2007, con una visión totalizante y coherente de la posición de América Latina en la historia mundial contemporánea.
También Carriquiry, participando en la celebración del 50 aniversario del CELAM, hizo una amplia conferencia sobre el proceso eclesial latinoamericano. Es referencia indispensable.
¿Existen corrientes de pensamiento en América Latina que no sean favorables a la integración?
Cierto. Reflejan aquella inercia intelectual que hunde sus raíces en la vieja fragmentación y que se expresa en los escritos que impregnan ampliamente el sistema escolar actual. Una visión localista que exalta “lo nacional” y que hasta lo opone a lo “sudamericano” y a lo “latinoamericano” penetra todavía la enseñanza primaria y secundaria en nuestras escuelas. La revisión de los libros de texto es apenas el comienzo.
Este hecho no hace más que reforzar la idea de que la educación es un nivel fundamental en un camino integrador.
Intente una comparación entre el modelo de unidad latinoamericana y aquellos realizados por la Comunidad Europea y los Estados Unidos.
Los Estados Unidos nacen como mercado común de las colonias establecidas entre el Atlántico y la cadena de los Apalaches, donde se asentaba la población blanca. Forman los trece estados iniciales, con un centro federal que asume la representación internacional y la conducción de una economía estrechamente integrada, con impuestos externos comunes y tarifas comerciales comunes. Este núcleo originario se va expandiendo por los aportes migratorios que provienen de la otra orilla del Atlántico y llegan hasta el Pacífico.
Europa, en cambio, es un mundo interconectado por varios siglos.
América del Sur es una extensión enorme colonizada mediante un movimiento que funda algunas verdaderas islas urbanas en enormes vacíos, más ligadas a España y Portugal que entre ellas mismas. Por lo demás, esta es todavía la situación de hoy, como hemos visto en ocasión al IIRSA.
¿En el plano cultural?
La integración de América Latina tiene una base cultural fuerte y un tejido conectivo económico muy débil. El panamericanismo de Estados Unidos tiene una base económica fuerte pero carece de una realidad cultural unitaria. Es una observación que hizo Nicolás Spykman muchos años atrás, con palabras muy distintas (16), pero puede servir como premisa para entender analogías y diferencias en los dos procesos.
El camino de la Comunidad Sudamericana de las Naciones trata de unificar cultura y economía; el camino del NAFTA tiende a confirmar la separación. El MERCOSUR apunta a realizar cada vez más una confluencia, una compenetración de cultura y economía, mientras el NAFTA precisa cada vez más su naturaleza de área libre comercio apuntando a una mayor y más ágil circulación de los productos.
En apretada síntesis: el MERCOSUR nace de la convergencia cultural, el NAFTA de la divergencia cultural. Son dos puntos de partida distintos; por esto, uno se autodenominó mercado común y el otro, área de libre comercio. La Comunidad Sudamericana de Naciones quiere vertebrar por dentro América del Sur; el ALCA mantiene la primacía oceánica contra el desarrollo interno.
El proceso de integración latinoamericana debe vencer un aislamiento secular al revés de Europa…
…A tal punto que hoy, el camino de unificación trazado en la cumbre peruana de Pampa de Quina, como ya señalamos, comienza con un aluvión de proyectos que se orientan a facilitar las comunicaciones infraestructurales entre país y país y entre grupos de países…
…Pero tiene la ventaja de una mayor homogeneidad cultural…
El proceso europeo se las tiene que ver con veinte lenguas; el latinoamericano con dos, que nacen de una misma raíz: del latín vulgar del Imperio Romano en su fusión con la fonética indígena, surgen el galaico-portugués, el castellano y el catalán.
España y Portugal formaron una unidad que constituyó el apogeo del primer imperio mundial entre 1580 y 1640. Después vinieron la separación y la decadencia que comentamos anteriormente.
¿Por qué debe interesarle a la Iglesia un proceso de unificación de América Latina?
Porque potencia su misión. Carriquiry, en su estudio sobre la América Latina contemporánea, establece un nexo entre cultura católica e integración, de un modo convincente y no extrínseco (17). La sola observación estadística muestra que la mayor parte del pueblo católico diseminado sobre la Tierra se concentra en América Latina (18).
Las fuerzas reales que operan en el mundo se reagrupan y delimitan en los Estados y, en sentido analógico, en las Iglesias. Las religiones están dentro del Estado, salvo en el caso del Islam, donde se tiende a la unidad religión-Estado. Poder significa la capacidad de determinarse a sí mismo y a otro. La relación recíproca entre la Iglesia y el poder detentado por el Estado pasa a través de una influencia capilar que tiene innumerables formas de expresión.
Este razonamiento se aplica también a la perspectiva integracionista: potencia el poder y entonces potencia la misión de la Iglesia de influir sobre el poder del mundo. No me refiero al poder abstracto sino a aquella facultad que hace que los pueblos tengan, de hecho, horizontes vastos, que no caigan en ensimismamientos meramente provincianos.
La historia está allí para documentar que los pequeños estados carecen de visión. Salvo excepciones. Y los pueblos sin visión, mueren.
Si un Estado considera que el desarrollo y el progreso de la justicia están mejor asegurados por un proceso de integración, la Iglesia -que es parte del Estado- está llamada a participar de ello en la forma y modos que le son propios. ¿Es esto lo que usted quiere decir?
La Iglesia, por su misma misión, tiene la capacidad de valorar el bien y el progreso de los ciudadanos en una nación. El Estado, a su vez, calculas las ventajas y determina las formas de la propia inserción en el concierto mundial de las potencias.
(continúa próximo jueves)
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