para Clarissa Pinkola Estés y Diego Mongrell
Apri glo ochhi e reguarda qual son io,
Tu hai vedute cose, che possente
Se ‘fatto a sostener lo riso mio.
Paradiso / XXIII
PRIMERA ENTREGA
UNO
Qué verano me robó
las glicinas de la infancia
con qué viento se voló
el trasluz de su fragancia.
1
Senel Rabí acababa de terminar su segundo año como seminarista en San José de la Montaña y tenía enero libre, pero el domingo de Reyes se puso los hábitos para acompañar a una niña que debutaba en la misa con la guitarra. La parroquia está llena de familias carrasquenses que siguen al padre Gus.
-Che -secreteó la niña de ocho años exageradamente flaca y alta, apenas se acomodaron frente a los atriles. -¿Sabés que invité al cuidacoches del shopping?
-No creo que venga. Bueno: pronta, hermana. Y si te perdés seguís cantando tranquila y te reenganchás cuando puedas.
Maite hace el primer tema sin un solo error y su perfil parece apoderarse de muchísimo más oro del que flota en la tarde. Pero la chiquilina recién sonrió después del Aleluya y volvió a secretear:
-Está allá atrás. El gordo.
Y de golpe me doy cuenta de que puedo creerlo y de que el padre Gus ni siquiera miró a Maite, todavía.
-El problema son los elegidos de nadie -le fosforecieron los ojos al cura sobre el final del sermón. -Los que no tienen juguetes ni pastores. ¿Podemos humillarnos frente a los despreciados representando a Jesús?
Entonces la chiquilina le tiró de la sotana a Senel para señalar al hombre casi monstruoso que avanzaba por el pasillo central y el cura palideció. El cuidacoches se hinca un momento frente a Maite y se vuelve a llevar su olor a establo entre un silencio cósmico. El padre Gus pasó directamente al Credo y al terminar la misa llamó aparte al muchacho.
-¿Así que es amigo tuyo? No sabía que catequizabas bestias -le chorrea la calva todavía juvenil. -Esto vamos a tener que hablarlo con tu guía.
-No es una bestia. Y además lo invitó Maite.
-Yo conozco muy bien a la familia de este esquizofrénico -se puso verde Gus. -Son gente con alcurnia.
-Y qué.
-Con un papelón alcanza, Senel. ¿No te ibas a Valizas? Dejalo en paz a Mario. Haceme caso.
-Ni siquiera sabía que se llamaba Mario. Un día me vio salir con un libro de Salinger y me llamó y me recomendó otro. Es inteligentísimo. Y lo único que le interesa es citarles versos de Silvio Rodríguez a las mujeres que estacionan.
-Lo qué.
-Pedacitos de canciones de Silvio Rodríguez -me saco la sotana y guardo la guitarra. -Y las elige al pelo. Es genial. En el shopping le dicen el Cordero.
El cura sonrió de colmillo y acomodó su percha perfumada:
-El martes lo charlamos mejor. Con Javier, por supuesto.
2
El muchacho con complexión de garza bajó al depósito del shopping y se enfrentó a un cortinado grasoso. Y apenas explotan los estornudos que se provoca el gordo me meto sin permiso.
-¿Te diste cuenta que es imposible quererme? -se sonó con un trapo y se frotó la pierna el hombre tetudo. -Bienvenido al nicho, Queequeg.
Trato de no mirar la bermuda gigantesca ya tapizada de moco pero cuando manotea el Cerrito para volver a llenarse la nariz igual que el personaje de Casa muerta pongo un cassette entre la vela y el walkman:
-Qué tabaco jediondo, Cordero. Si volvés a estornudar me voy. Conseguí la grabación de Silvio en Chile. Tiene varios temas inéditos.
-¿Y cuándo te las tomás para Valizas?
-No sé. En casa hay bruta pálida, y a esta altura prefiero que se vayan solos. Punta Gorda es precioso.
El gordo se arrancó un pelo-espina de la doble papada color masilla:
-Hoy a mediodía supe que no tenía que ir a la iglesia. Y mirá que empecé sumando un 777, un 957 y un 696 al hilo. Pero después salieron trece chapas seguidas de 13, aunque parezca joda. Nunca vi nada igual.
Entonces prendo un Nevada con la vela y confieso:
-Lo que pasa es que la cara de Maite es casi Dios.
-Sí, pero la cagué. Cuando leas Los asesinos te vas a dar cuenta que me metí en el ring del diablo. Ahora tengo que esperar que caiga la pesada, nomás. Tomá: llevate Moby Dick. Con que leas los diez primeros capítulos me alcanza.
El gordo se acodó en el colchón para sacar el libro de adentro de una caja de electrodomésticos y el muchacho sonrió:
-Todos esos inéditos de Silvio son un pire. Pero hay uno que se llama El hombre extraño que no puede más.
-Esa letra la conozco. ¿No es la del tipo que se pasa besando todo lo que encuentra? Está en una antología de Austral.
-Qué disco duro que tenés, morocho.
-Lástima que los cuerdos con minúscula no soporten al Dios vivo -vuelve a sonarse boca arriba. -Qué dijo Gus.
Senel abrió Moby Dick con los ojos humosos:
-No sabía que se conocían.
-Desde chicos. Qué dijo.
-Es un cuerdo con minúscula, Cordero.
-No. Es el diablo. ¿Cómo podía saber que había terminado jediendo en San José de la Montaña? Pero las trece chapas de 13 eran la cruz con mayúscula. Y salute. Lo que te pido es que leas esos capítulos y te aparezcas lo menos posible por aquí. Puede costarte todo.
-Calma. Mañana hablamos. ¿Por qué no te ponés la otra bermuda?
Entonces él apaga la vela para que me vaya y queda hecho una cordillera gelatinosa y tengo que correr a vomitar en el cagadero del garage
Tu hai vedute cose, che possente
Se ‘fatto a sostener lo riso mio.
Paradiso / XXIII
PRIMERA ENTREGA
UNO
Qué verano me robó
las glicinas de la infancia
con qué viento se voló
el trasluz de su fragancia.
1
Senel Rabí acababa de terminar su segundo año como seminarista en San José de la Montaña y tenía enero libre, pero el domingo de Reyes se puso los hábitos para acompañar a una niña que debutaba en la misa con la guitarra. La parroquia está llena de familias carrasquenses que siguen al padre Gus.
-Che -secreteó la niña de ocho años exageradamente flaca y alta, apenas se acomodaron frente a los atriles. -¿Sabés que invité al cuidacoches del shopping?
-No creo que venga. Bueno: pronta, hermana. Y si te perdés seguís cantando tranquila y te reenganchás cuando puedas.
Maite hace el primer tema sin un solo error y su perfil parece apoderarse de muchísimo más oro del que flota en la tarde. Pero la chiquilina recién sonrió después del Aleluya y volvió a secretear:
-Está allá atrás. El gordo.
Y de golpe me doy cuenta de que puedo creerlo y de que el padre Gus ni siquiera miró a Maite, todavía.
-El problema son los elegidos de nadie -le fosforecieron los ojos al cura sobre el final del sermón. -Los que no tienen juguetes ni pastores. ¿Podemos humillarnos frente a los despreciados representando a Jesús?
Entonces la chiquilina le tiró de la sotana a Senel para señalar al hombre casi monstruoso que avanzaba por el pasillo central y el cura palideció. El cuidacoches se hinca un momento frente a Maite y se vuelve a llevar su olor a establo entre un silencio cósmico. El padre Gus pasó directamente al Credo y al terminar la misa llamó aparte al muchacho.
-¿Así que es amigo tuyo? No sabía que catequizabas bestias -le chorrea la calva todavía juvenil. -Esto vamos a tener que hablarlo con tu guía.
-No es una bestia. Y además lo invitó Maite.
-Yo conozco muy bien a la familia de este esquizofrénico -se puso verde Gus. -Son gente con alcurnia.
-Y qué.
-Con un papelón alcanza, Senel. ¿No te ibas a Valizas? Dejalo en paz a Mario. Haceme caso.
-Ni siquiera sabía que se llamaba Mario. Un día me vio salir con un libro de Salinger y me llamó y me recomendó otro. Es inteligentísimo. Y lo único que le interesa es citarles versos de Silvio Rodríguez a las mujeres que estacionan.
-Lo qué.
-Pedacitos de canciones de Silvio Rodríguez -me saco la sotana y guardo la guitarra. -Y las elige al pelo. Es genial. En el shopping le dicen el Cordero.
El cura sonrió de colmillo y acomodó su percha perfumada:
-El martes lo charlamos mejor. Con Javier, por supuesto.
2
El muchacho con complexión de garza bajó al depósito del shopping y se enfrentó a un cortinado grasoso. Y apenas explotan los estornudos que se provoca el gordo me meto sin permiso.
-¿Te diste cuenta que es imposible quererme? -se sonó con un trapo y se frotó la pierna el hombre tetudo. -Bienvenido al nicho, Queequeg.
Trato de no mirar la bermuda gigantesca ya tapizada de moco pero cuando manotea el Cerrito para volver a llenarse la nariz igual que el personaje de Casa muerta pongo un cassette entre la vela y el walkman:
-Qué tabaco jediondo, Cordero. Si volvés a estornudar me voy. Conseguí la grabación de Silvio en Chile. Tiene varios temas inéditos.
-¿Y cuándo te las tomás para Valizas?
-No sé. En casa hay bruta pálida, y a esta altura prefiero que se vayan solos. Punta Gorda es precioso.
El gordo se arrancó un pelo-espina de la doble papada color masilla:
-Hoy a mediodía supe que no tenía que ir a la iglesia. Y mirá que empecé sumando un 777, un 957 y un 696 al hilo. Pero después salieron trece chapas seguidas de 13, aunque parezca joda. Nunca vi nada igual.
Entonces prendo un Nevada con la vela y confieso:
-Lo que pasa es que la cara de Maite es casi Dios.
-Sí, pero la cagué. Cuando leas Los asesinos te vas a dar cuenta que me metí en el ring del diablo. Ahora tengo que esperar que caiga la pesada, nomás. Tomá: llevate Moby Dick. Con que leas los diez primeros capítulos me alcanza.
El gordo se acodó en el colchón para sacar el libro de adentro de una caja de electrodomésticos y el muchacho sonrió:
-Todos esos inéditos de Silvio son un pire. Pero hay uno que se llama El hombre extraño que no puede más.
-Esa letra la conozco. ¿No es la del tipo que se pasa besando todo lo que encuentra? Está en una antología de Austral.
-Qué disco duro que tenés, morocho.
-Lástima que los cuerdos con minúscula no soporten al Dios vivo -vuelve a sonarse boca arriba. -Qué dijo Gus.
Senel abrió Moby Dick con los ojos humosos:
-No sabía que se conocían.
-Desde chicos. Qué dijo.
-Es un cuerdo con minúscula, Cordero.
-No. Es el diablo. ¿Cómo podía saber que había terminado jediendo en San José de la Montaña? Pero las trece chapas de 13 eran la cruz con mayúscula. Y salute. Lo que te pido es que leas esos capítulos y te aparezcas lo menos posible por aquí. Puede costarte todo.
-Calma. Mañana hablamos. ¿Por qué no te ponés la otra bermuda?
Entonces él apaga la vela para que me vaya y queda hecho una cordillera gelatinosa y tengo que correr a vomitar en el cagadero del garage
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