Creo en Dios Padre del susurro lento. Fértil y secreta yema golpeando serena y larga en mis tres oscuridades dialécticas, donde las terribles explosiones calladas van tejiendo desde el escombro aparente, un pentagrama a la sombra del planeta. Creo semilla imprevista, clavada en alguna parte de aquella noche brillosa entre las manos de El Santo. Fue en la llegada del aire que cortó la doble plaza de balasto viejo, bendiciendo una generosidad inmadura. En lo negro de los sauces desapareció el chivo, uno de tantos, y en esa tierra lejana se estira algo sin forma: yo sospecho de mis ojos. Creo que llamás y llamaste. Denso y porfiado en tu ojo manso, siempre esperando en el frío de las puertas sin banquete, cargando en tus bolsillos las tinajas de Caná. Sé que en el hervor de las generaciones que corren sin descanso al punto de la espiga, infinitos hombres de barro se dejaron en tu mano: vos creás y creaste la alquímica-dinámica de la carne, las montañas y los gases que empujan encendidos desde el fondo del espacio. En la rendija de mi olfato florece un manto verde. Gracias Padre por la fertilidad de la sangre.
Creo en vos mi posterior encuentro. Proyecto latente en todas las regiones del aire, forma inapresable en la escala del universo, único contacto fértil de todas las llagas del hombre y todas las imágenes del Reino. Porque digan lo que digan los patriotas de la castración perenne, bajás sin asco a cualquier abismo que grite humildemente tu nombre más allá de los clavos. Porque ví las huellas de tus orlas en la grieta de una mujer blanca, que goteando silvestre la ciencia de los mansos, te seguía porque el polvo de tu manto vertical, regala una caricia trascendente. Creo en vos, necesidad ya insinuada en las primitivas exigencias de mis células. Potencia capaz de remediarme en el latido de una hoja, pacientísimo respeto de mi terquedad inentendible.Creo Esposo firme de mi Madre, que sacándome del charco de mis manos, acurrucaste en su sonrisa interminable. Creo amigo recto intocable en la soberbia. Luz escurridiza en las dimensiones del seso, exigencia irrenunciable en la construcción del hombre, sal irresistible.Gracias por el destrozo de tu mano y tu carne alquimizada.
Por tu imponente capacidad de impulso y creación, muchos te hicieron una cosa. Y te llaman con el frío de la técnica o palabras sin sustancia, dignas de la doma de las bestias. Yo, diminuta pluma a la espera de tu aliento, sé de tus párpados Espíritu divino. Creo, fecundador sin sombra. Buscando tu pisada y tu energía indefinible, me paseaba en los átomos oscuros hasta el filo de la roca. Allí fue el momento sordo, sólo tu piel desbordando sobre el semen de la gloria y la humanidad sencilla pisoteaba toda ciencia.Creo galopador de la sangre. Cuando la predecible fuerza de mi frente amenaza arremeter todo en estampas de arena frágil, el flujo continuo y secreto de tus alas carcome apacible o furioso los noventa grados de mis conceptos. Creo en el olor de las migajas que ciertamente sigo y que me llaman cuando tuerzo la mirada. Gracias por el hervor sereno de los hombres.
Finalmente Madre, creo en tu múltiple sonrisa y en la profundidad del oro derramando lentamente de tus pechos. Creo dimensión santa, que en la vértebra de la lluvia descalzaste mis latidos: en la plenitud del nácar que los señores no miran, me abriste. Tuve que esperarte amontonar los yuyos del balcón, frágil y terrible, amenazando fertilizar todo lo que existe. Y rascando hasta el temblor de las celdas temidas, desvelaste sin orillas un crecimiento inapagable. Creo en la celeste integración de todo el barro, humildemente amotinado en las uñas de altivos cascarudos impotentes. Creo en esa vuelta que transformará tus huesos muy arriba del calor de mis palabras. Creo Madre potenciado por tus aguas. Gracias por tu abrigo de fermento.
Con temblor en esta sangre, en estos sesos y estas manos, creo y confío calladamente, Padre.
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