SEGUNDA ENTREGA
3 EL TERROR Y EL CANTO DE LAS COROLAS
Arquímedes tiene motivos para encerrarse en el desván.
El mundo le da noticias desagradables a cada paso.
Quisiera tener el poder de evitar las maldades y como no lo tiene, permanece en lo alto, cerca del cielo.
Allí se siente seguro; protegido.
-El mundo es de terror -piensa con frecuencia.
Los vecinos dicen que está chiflado.
No le importa.
La mañana del domingo lo sorprende con un trino.
Baja en pijama la crujiente escalera en penumbras.
Es tan distraído que olvidó ponerse pantuflas.
Los sillones de la sala tienen fundas blancas que preservan el tapizado; él sonríe con la idea de que parecen fantasmas petisos y gordos.
Sabe que en ciertas noches del mes, bailan, porque los ha visto.
Los duendes decidieron trabajar en el jardín después de barrer el polvo malva de las habitaciones.
Sócrates está en la cocina relamiendo su desayuno que se escurre por su barbilla y sus bigotes.
Arrastra el cuenco pidiendo más.
La glotonería de ese perro es asunto de nunca acabar.
Al mirar por la ventana del fondo, el violinista queda atónito y el vaso de leche se detiene en la mitad del camino a su boca.
La enredadera de campanillas violeta lo deslumbra.
Lo encandila.
Puede asegurar que los sacudones de la brisa hacen tintinear las corolas.
¡Y lo llaman!
De un empujón abre la puerta y sale.
Los duendes se asombran y piensan si no tendrá fiebre como el duraznero.
Lo siguen escondidos en la hierba alta que conserva retazos del chaparrón de anoche.
Ven que sus pies descalzos se humedecen, suavizan y sonrojan como los de un niño.
Arquímedes se hinca, pone su oreja derecha en las campanillas y escucha.
Al mismo tiempo, los jardineros llevan el dedo índice a la sien y lo giran en leve movimiento de destornillador.
El músico mueve la cabeza de arriba abajo porque entiende lo que cantan:
-¡Á-ducu-ducu-dú! ¡Á-tringu-lingu-lin!
-¿Ustedes no oyen esta belleza? -les pregunta.
Unos responden que sí y otros que no.
-¡Tengo que subir! ¡Mi violín puede enseñarme esta melodía!
Y los hombrecitos murmuran:
-¡Y allí vamos de nuevo!
4 EL PERFUME ACAPULLADO Y LOS DUENDES ARTESANOS
La primavera apareció hace unos días trayendo en su equipaje el viento alocado, nubarrones amontonados en majadas y aromas de tomillo y laurel.
En el ambiente del altillo hay una bruma aterciopelada y oscura en la que baila un rayo de sol.
Las partituras se cayeron del atril y las hojas se ablusan sobre los colores desteñidos de la alfombra.
Arquímedes se ve desprolijo y barbudo; la camisa mal abrochada le cuelga mitad afuera de la cintura.
Con cariño infinito, como si fuera un bebé, acuna el violín debajo del mentón.
El arco roza veloz las cuerdas, pero a pesar de su esfuerzo no logra captar la esencia de lo que canturreaban las campanillas y en ese divino segundo en que creyó conseguirlo, una de las cuerdas le dice adiós.
Se despide con un:
-¡¡¡PLINGGG!!!
Acerado, canalla, irreverente, burlón.
-¿Justo ahora? ¿Por qué?
Recuerda la tibieza del jardín.
Un abejorro que entra zumbando y vuelve a salir lo seduce con la idea de regresar al paraíso dorado.
La misma naturaleza quiere que participe del eterno concierto que le ofrece, universal y perfecto.
Un perfume acapullado lo enamora con ondas cálidas.
Y ahí lo tenemos, garabateando bemoles y sostenidos junto a las flores.
Los duendes sonríen; uno de ellos, disimulado por la distracción, corre al desván y cambia la cuerda rota con apresurado manejo de sabio artesano.
Sócrates vagabundea entre manzanos, ladrando incansable a los pájaros que, asustados, vuelan a sus nidos recién construidos.
Tiene en las orejas muchos abrojos que lo pinchan; sus travesuras le acarrean molestias pero no deja de menear el rabo porque todo es juego para él.
-¡Callate, perro! ¡Tu escandalosa conducta no me permite entender lo que entonan las campánulas!
Arquímedes continúa prestando atención a los sonidos del mágico seto.
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