lunes

EL VIOLINISTA DEL DESVÁN / ANNA RHOGIO


LA SEGUNDA WEB NOVELA DE MAGIA Y HECHICERÍA PARA NIÑOS
DE LA AUTORA DE EL CALDERO DE LA BRUJA


1 UN VIOLINISTA ENCERRADO Y UN DURAZNERO ENFERMO

Vive allí, en ese caserón de tres pisos y tejado de pizarra que le regaló su abuela.
Sus compañeros son los duendes de los jardines; los aloja con amor porque ellos dan amor.
A las plantas, a los animales, a la más pequeña flor silvestre.
Los duendes han hecho de la vivienda su cuartel general desde donde salen disparando como los bomberos cuando van a sofocar un incendio si se trata de ayudar y sanar a un ser viviente.
Corren y se atropellan por las habitaciones mientras se visten y toman las herramientas de trabajo al pasar.
Hoy recibieron un pedido de auxilio del duraznero de la posada.
Lo trajo un cardenal de copete azul:
.Oigan, amigos -gorjeó parándose en el alféizar de la ventana: -El duraznero de don Julepe está enfermo y los aguarda para que lo sanen. ¡Imagínense! ¡Pobre hombre! ¡Además de llamarse así, tener un árbol ardiendo de fiebre!
Y se fue volando junto a una mariposa color retama.
Apurados, vuelven a partir ansiosos de salir de la casa.
Es que el dueño ama la música del violín y suele ensayar muchas horas.
Demasiadas.
Ni Sócrates, su leal perro, lo aguanta ya.
Ni que hablar de los gatos.
Los mininos odian el canto de los violines, chelos y demás parientes, tanto como al agua.
Él no está enterado de estos detalles y el único gato que tiene y lo tolera es uno de hierro que adorna la veleta del techo.
Entonces, rasca las cuerdas con el arco desde que amanece hasta la puesta del sol.
Los duendes le susurran en los oídos mientras duerme:
-Hacenos caso: buscate un trabajo que te entretenga y te ayude a salir del desván. Mirá qué pálido estás por no gozar de la luz del día.
Pero no se da por enterado.
Dedica su tiempo a permanecer entre telarañas y ratones, rodeado de notas que lo cercan chirriando desparejas.
Los hombrecitos se van a los jardines para no escuchar al instrumento decir tantas tonterías.
Su fiel perro se echa a sus pies, se tapa las orejas con las patas y allí se queda.
Porque, aunque ya está harto, no se olvida del gran cariño que siente por su amo.
Y si pudiera hablar, le diría:
-¡Ay, Arquímedes! ¡Arquímedes!

2 UNA ARAÑA SORDA Y UN TRAGO DE LLUVIA

Un día lluvioso, hace una pausa.
Los duendes no salen.
Están con el violinista en el ático y se hacen los sordos ignorando aquella algarabía molesta.
Aprovechan el tiempo adentro y ponen en orden sus aperos de trabajo.
Mañana saldrán a podar los rosales y las tijeras deberán tener buen filo.
La carretilla tiene una rueda floja y hay que ajustarla.
Con el apuro, uno perdió un zapato que se deslizó impertinente debajo de la mesa.
La claridad del cielo se cuela por las rendijas de una persiana desvencijada.
Sócrates suspira paciente mirando el techo con sus ojos increíblemente rosados.
Ve una araña balanceándose al compás de la música que la anima y hace de su labor una obra de arte imitadora de estrellas.
La tejedora, a su vez, observa al perro con sus cuatro pares de ojos y le saca la lengua despectiva como diciéndole:
-No me molestan para nada los aullidos estridentes del violín porque soy sorda; los percibo a través de las vibraciones de mi tela y me parecen interesantes.
Él para las orejas y le ladra enojado.
Y ella, vanidosa y burlona, le da la espalda.
Continúa hamacando su cuerpo gordo, peludo y negrísimo en el fino hilo de seda para engancharlo en otro nudo.
Con el ladrido, Arquímedes baja del paraíso de golpe y porrazo e interrumpe sobresaltado sus escalas desatinadas:
-¡Sócrates! ¡Tendrás que pasear solo! ¡Mirá cómo llueve!
-¡Pero mozo! -le dice uno de los jardineros: -¡No digas que no irás! ¡Andá tú también!
-¡Sí! ¡Sí! -aconseja otro: -¡Ponete el impermeable, las botas, agarrá el paraguas y salí a jugar con el chubasco! ¡No te pierdas ese delicioso placer! ¡Concedenos, por un rato, el alivio del silencio!
Arquímedes es bueno como un pan bendito y no se enfada por la indirecta... ¡tan directa!
Van por el parque que rodea la casona a saltar con las gotas que caen sesgadas en el atardecer nublado.
Hay una luz plateada que baila y cuando las manos del hombre se agitan con intención de atraparla, sube y baja hecha cuentas de cristal, chorreando frescura.
Caminan entre naranjos y limoneros constelados de azahares.
Los charcos copian los cálices inmaculados como espejos oscuros y las imágenes tiemblan con el continuo burbujeo del agua.
Un viento sorpresivo estremece las ramas del guindo.
Sócrates se sacude y salpica a su alrededor la mojada broma del árbol.
Arquímedes ríe abrazado al tronco.
Cierra el paraguas y bebe con la boca abierta hacia arriba algunos sorbos de vida.
Los duendes tienen razón: no se debe perder el instante precioso de saborear la lluvia purísima.
Esta dama de los collares de acuarela que se deshacen apenas llegan al suelo, es muy dulce.
-¿Sabés, Sócrates?
-¿Guauuuuu?
-Por ahí dicen que los artistas, somos todos un poco locos..

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