sábado

SAN JUAN DE LA CRUZ Y CARLOS SAURA EN NUESTRA NOCHE OSCURA / H.G.V.

QUINTA ENTREGA

NUEVE: PAX-LUX

Y en las escenas finales de Mayo -que parecen inventadas o interpoladas por Saura- el novísimo poeta místico es llevado hasta el dormitorio del prior agonizante Fray María de Jesús, que conoce al santico por los cuentos de Teresa de Ávila y le ruega que lo alivie.

Entonces San Juan de la Cruz se agazapa al lado del moribundo y murmura: ¿Adónde te escondiste, / Amado, y me dejaste con gemido? ¿Qué veis, hermano? ¿Qué veis, hermano?

Y el superior Calzado confiesa: Nada veo. No. Nada. Nada hay más allá, hermano. Sólo hay tinieblas.

Más allá hay una luz. ¿No veis qué claridad emana? Mirad, ordena Juan (captando al verdadero enemigo, que es el miedo y no el dolor físico) y señala una espillera con forma de cruz por donde fluye el cielo: Más allá de la vida está la luz eterna. Ahora comenzáis el viaje hacia la luz, hacia el Amado. Apártalos, Amado, que voy de vuelo.

No, porfía el prior: Yo no miro. Nada hay más allá.

Más allá hay una luz intensa que todo lo puede, hermano, termina por cerrarle dulcemente los ojos el poeta que ya vive en unión, después de las iluminadísimas purgaciones que acaba de sufrir en lo hondo de la ballena. Y es por eso que en los próximos días el Cántico Espiritual iría avanzando así:

¡Ay, quién podrá sanarme! / Acaba de entregarte ya de vero; / no quieras enviarme / de hoy más ya mensajero / que no saben decirme lo que quiero. / Y todos cuantos vagan / de ti me van mil gracias refiriendo, / y todos más me llagan, / y déjame muriendo / un no sé qué que quedan balbuciendo. / Mas, ¿cómo perseveras, / oh vida, no viviendo donde vives, / y haciendo porque mueras / las flechas que recibes / de lo que del Amado en ti concibes? / ¿Por qué, pues has llagado / aqueste corazón, no le sanaste? / y pues me le has robado / ¿por qué así le dejaste, / y no tomas el robo que robaste? / Apaga mis enojos, / pues que ninguno basta a deshacellos, / y véante mis ojos, / pues eres lumbre dellos, / y sólo para ti quiero tenellos. / Descubre tu presencia, / y máteme tu vista y hermosura, / mira que la dolencia / de amor, que no se cura / sino con la presencia y la figura. / ¡Oh cristalina fuente, / si en esos tus semblantes plateados / formases de repente / los ojos deseados / que tengo en mis entrañas dibujados! / Apártalos, Amado, / que voy de vuelo.

Me acuerdo que cuando vi por primera vez La noche oscura en Cinemateca Uruguaya me llamó la atención que en el escueto programa se hiciera especial hincapié en el agnosticismo de Saura, como si su etiquetamiento conceptual fuera más importante que la alabanza de la completud religiosa o religada que fervora en esta película hecha para nuestra ceguera contemporánea.

Aquí se está llamando a las criaturas, / y de esta agua se hartan, aunque a oscuras / porque es de noche -parece que nos mostrara una abertura radiante y con forma de cruz el realizador, mientras los sabios que no saben nada fingen repartir espiritualidad laica y se mueren de miedo pensando en la huesuda.

DIEZ: LO FLAMÍGERO

El relato de Saura termina cuando San Juan de la Cruz se descuelga desnudo por un paredón abismal del convento con los versos atados al cuello. Había fabricado la soga con su primer sayal y llevaba uno de recambio que le acababa de regalar el carcelero-ángel.

Hasta aquí la película. Después sabemos que logró saltar casi milagrosamente una tapia del patio de las monjas franciscanas de la Concepción en donde había caído, durmió un rato asilado en un zaguán y mientras sonaba el ángelus de las ocho pidió refugio en el convento de las carmelitas descalzas de Toledo.

Las monjas lo recogieron con la excusa de que una hermana enferma necesitaba asistencia espiritual y después agregaron infracciones más graves a la regla: le prepararon un cocido de peras con canela, lo mantuvieron escondido y le mintieron a los carmelitas del paño que llegaron a buscarlo con alguaciles.

Tan pronto como se hubieron ido, detalla Gerald Brenan, fray Juan fue introducido en la capilla. Allí las monjas con sus largos velos negros se sentaron en el coro y él, apoyado en la reja de hierro que lo separaba de la nave, les dictó unos versos que había compuesto en su cautiverio. Estos versos comprendían tres romances sobre la Trinidad, que empezaban diciendo En el principio moraba y que no están entre sus mejores producciones. Pero según Magdalena del Espíritu Santo, una monja que después llegó a conocerlo bien y trabajó como copista de sus versos, Juan había traído de prisión un cuaderno en el que había escrito estas y otras poesías más importantes. Se trataba de algunas estrofas del Cántico espiritual hasta el verso “Oh, ninfas de Judea”, el poema que empieza “Qué bien sé yo la fonte que mana y corre” y una versión rimada del salmo Super flumina Babylonis. Hay otros testigos de que estos versos fueron escritos en prisión y parece ser que también los recitó a las monjas en el coro aunque estas no lo copiaron. Esta impaciencia por leérselos a las hermanas cuando estaba tan exhausto que apenas podía hablar o sostenerse en pie es una prueba de la gran importancia que les concedía.

Y no era para menos. Porque el santico había instaurado lo que podríamos denominar el barroco flamígero post-tridentino del Siglo de Oro.

Dámaso Alonso afirma que lo principalmente característico del habla poética de San Juan de la Cruz, en los poemas mayores, es la inestablidad del sistema, el desequilibrio de las funciones gramaticales entre diversas partes de un mismo poema, la ondulación entre un trayecto a, caracterizado por la escasez de verbos o de adjetivos, y otro, b, en donde esos mismos elementos se amontonan con súbita afluencia borboteante. Estos movimientos ondulares, de enrarecimiento y de agrupación, se producen con maravillosa exactitud de correspondencia con fases del proceso místico.

Y en relación a la eficacia conjunta de la literatura contrarreformista elaborada por San Juan y Santa Teresa, puntualiza que la espiritualidad de estas dos extraordinarias criaturas estaba basada en el modo de ser español, y cómo no hacían sino verter hacia lo divino la expresión popular del común de su pueblo.


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