lunes

14 / ÁLVARO PIERRI

UNO: OLGA PIERRI

Aparecí en lo de Olga Pierri a principios de los 70, una década después que ella disolvió su conjunto de guitarras para dedicarse completamente a la docencia. Le pedí que me enseñara a tocar y a enseñar en serio, y entré en el mundo raro de su mirada azul. No era cualquier mirada preciosa. Allí había una Capitana del Vuelo sellada por un hervor de entrega que yo nunca había conocido.

Don José Pierri Sapere, su padre, fue un compositor de humildísimo perfil que ya de niño tocaba en la banda de Pan de Azúcar y cuando formó su familia en Montevideo irradió hipnóticamente la misma gracia grande que emponchó a Eduardo Fabini y a Manuel Espínola Gómez en Solís de Mataojo.

También podría llamársele serranía espiritual.

Anteayer le tomé un examen a un alumno de Olga y al escuchar por segunda vez en mi vida la casi nunca transitada Jota de Pierre Sapere sentí levantarse el polvo dorado de las bodas iberoamericanas que los jesuitas festejaron con mucho más fe que nadie. Y eso le costó sangre.

Pero lo más interesante es que durante mi primer tramo de aprendizaje en aquella casona laberíntica de Joaquín Núñez donde Olga vivía con el esposo, la madre y los dos sobrijos, Naina y Álvaro, nunca sentí que la Capitana creyera conceptualmente en ninguna trascendencia palpable fuera de la musical. Y sin embargo cuando propulsó y organizó en el Millington Drake una actuación en dúo de Álvaro con Regina Carrizo, que tendría trece años a rabiar, se le captaba una fluorescencia de sacerdotisa que te despeinaba.

Lo más probable, entonces, es que la prospección inconsciente nunca haya sido muy distinta, pero recién cuando recomencé los estudios al volver de París y Naina estaba presa por guerrillera y Álvaro se había casado y vivía en Brasil, me enteré que Olga recibía folletos de los rosacruces.

Yo demoré mucho en enterarme, además, de que el noviazgo del sobrijo con una muchacha de Santa María desencadenó primero una guerra y después una especie de duelo familiar, y que Olga ni siquiera fue al casamiento. Y esto provenía del mismo magma místico que descompensaba furibundamente a Torres García. Había que entregarse nada más que al arte. Y Augusto y Horacio Torres no fueron tan valientes como Álvaro, porque se casaron recién después que murió el viejo.

Una vez le preguntaron en una conferencia de prensa a Shirley MacLaine, un referente admirado por Olga, cómo era posible que creyera al mismo tiempo en los vínculos con los extraterrestres, la óptica tibetana de la reencarnación y la cosmogonía de los indios Puebla y ella apenas sonrió al explicar: Yo creo en todo.

Y además nuestra Capitana nació con el mismo oído total que tiene su sobrijo y una sensibilidad tan indefensamente permeable que muchas veces Pierre Sapere se ponía a improvisar en el piano en tono menor y Olga terminaba escondiéndose a llorar abajo de la mesa y si la madre la llamaba y no aparecía levantaba el mantel y gritaba:

Viejo, tocá en tono mayor que la nena no aguanta.

La guitarra clásica uruguaya sigue ocupando un lugar sobresaliente en el mundo, aunque nuestra tristísima desorganización cultural ha logrado que en el último medio siglo tuviera que emigrar el noventa y nueve por ciento de los muchos dotados con necesidad de profesionalizarse incluido mi hijo Nacho, que lleva cinco años trabajando con Álvaro Pierri en la universidad de Viena.

Olga sigue preparando alumnos de todo tipo en un apartamentito que alquila en la misma cuadra de Punta Carretas donde la Programación Divina me llevó a conocerla. La edad no se pregunta. La reverberación montañosa que la rodea cada vez es más diáfana y la capacidad de enseñarle a la gente a pulsar sus perlas íntimas me hace acordar a Elisabeth Kübler-Ross y su amistad con los ángeles que habitan invisiblemente a los moribundos.

Ellas saben que la muerte no existe y reparten el todo en lugar de la nada. Porque hay sabios que saben de verdad.

El otro día le comenté que iba a retratarla en este libro y me mostró el diario del último viaje que hizo a Europa con Álvaro. No te olvides de poner esto, señaló divertida diez renglones en blanco: Aquí está lo que se va a poder leer después, cuando me junte con Dios.

Me acuerdo que una vez Agustín Carlevaro le confesó en plena reunión del Centro Guitarrístico: ¿Sabés que yo iba a escucharte los ojos a los conciertos?


DOS: SATANÁS

Una vez tocamos con mi banda -Los Hammers- en un baile que organizaba un grupo de viaje liceal y a Elías Turubich le dio un ataque de manijerismo y nos presentó como el Dave Clark Five latinoamericano y dos chiquilines se agarraron a piñazos para acompañarnos con una pandereta que sobraba. Y después el que nos acompañó con la pandereta nos pidió la Kawai para tocar con la bandita de la clase y mientras punteaba y cantaba Run for your life con la polenta de Lennon y Harrison juntos nosotros comentábamos: Ese pendejo de lentes es un monstruo, carajo.

Tenía dieciséis años y era Álvaro Pierri, el mejor guitarrista de la historia.

Cuando empecé a ir a lo de Olga nos hicimos amigos enseguida y yo no me perdía ningún concierto y me hacía sudar como loco, porque Álvaro todavía estudiaba poquísimo y pifiaba y una vez que se paró en la mitad de una obra en el Millington Drake se agarró una bronca tan grande y siguió tocando con tanto vuelo que ya allí me di cuenta que era un perseguidor del absoluto, para hablarlo en Cortázar.

Y entre mediados del 72 y abril del 73, cuando tomé el transatlántico Cristoforo Colombo que me llevó al continente donde Notre Dame y el diablo se pelearon por mi alma, yo ya estaba divorciándome y nos veíamos mucho, porque Olga no hacía problemas para que farreara conmigo. La madre de Álvaro siempre tuvo gravísimos altibajos de salud mental que lo desesperaban y las farras eran, aparte de ir a alguna reunión donde él acaparaba todas las chiquilinas, hermanarnos en las depresiones y soñar con el precioso problema del futuro.

Al irme le dejé mis alumnos y hasta que se fugó con la brasilera trabajó en casa y se volvió parte de mi familia, pero en noviembre del 74 viajó un mes a París junto con Abel Carlevaro a dar un concierto televisivo y grabar una cinta para la ORTF, y lo primero que hizo fue borrarse del hotel y venirse al apartamento de Vincennes que nos prestaba el hermano del otro pasaplatos reventado.

No estudió un solo día. El concierto televisivo se suspendió por una huelga y la tarde que grabó en la gran torre vidriada conmigo adentro del estudio se equivocó tanto en el Gran solo de Sor que terminó diciéndole al sonidista que le mandaba la cinta desde Montevideo y dejó que Carlevaro, a esa altura ya pálidamente sonriente, trabajara tranquilo.

Y esa noche terminó pasando el plato con nosotros en Le bateau ivre y después tocó Elogio de la danza y el desconcertadísimo dueño del boliche, un marroquí que conocía a Yupanqui y cantaba y grababa unas milongas espantosas, nos invitó con un vino murmurando: Tiene ritmo, el chiquillo.

En junio de aquel año Satanás había entrado en un argentino de Trelew que compartía mi chambre en el hotel Stella y era mi mejor amigo y de a ratos se le empezó a desorbitar una paranoia de fluorescencia asesina y me acusaba de vivir para joderlo y tuve que mudarme y andar armado meses y hay un solo testigo de aquella mirada que me mataba y me mataba y me mataba y me mataba por tener fe en la vida.

Uno de mis maestros de vida piensa que yo debía vivir en un grado de vulnerabilidad patológica muy especial para que aquello me lastimara tanto, y no le falta razón, porque la culpa oculta de haber abandonado a Yocasta y estar enamorado de Notre Dame le baja las defensas a cualquiera. Pero una vez que llamé por teléfono a Vincennes para pedirle a Alvarito que si caía de visita el argentino de Trelew escondiera mis poemas Satanás ya estaba allí y captó el sentido de la conversación y mi hermano el guitarrista nunca pudo olvidarse de aquella fluorescencia. No te olvidás jamás. Y lo peor es que después podés verla relampaguear adentro de cualquiera, incluidos tus espejos.

Y en aquel mismo apartamento también nos llegamos a trenzar con Álvaro hasta el amanecer polemizando sobre un caso que involucraba a un maestro de vida común y ponía en juego nada menos que la posibilidad de la existencia de una pureza humana perfecta y completa y yo creo que él se dejó ganar, porque es el discutidor más terrible que conozco. Pero ahí me tuvo fe. Será por eso que nos queremos tanto.

Hace tiempo que vengo escandalizando al uruguayismo tibión cuando aseguro que Álvaro es el mayor maestro específico que le aportamos a la humanidad.

Porque artistas geniales hubo y hay en cualquier país, pero la versión del estudio 12 de Villa-Lobos que inventó el sobrijo de la Capitana es un espiralamiento de resurrección absolutamente único en su género. Y una vez se me rieron: Lo decís porque es tu amigo. Claro, me emperré: Igual que Maradona. ¿No sabías que con Maradona jugábamos picados en el molino de Pérez? Por eso es el mejor.


(click en la imagen para volver)


2 comentarios:

luisamedina1 dijo...

Desde muy lejos, pero con mi corazon muy cerca, quiero desearles a TODOS los integrantes de El Montevideano, mucho augurio y mucho exito con el lanzamiento este 5 de Abril con su Grand Opening.
Futuros actores, directores, productores y guionistas egresadps de la escuela, cambiaran sus vidas y la de los demas, a traves un Arte Puro!

Un GRAN abrazo.
Luis Medina
Ps: Con su permiso, expongo mis paginas, para reponder cualquier inquietud, estando al servicio de ustedes.

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Alvaro dijo...

Luis, gracias por tus comentarios y sobre todo, saberte parte de todo esto tan lindo.

Un abrazo grande.

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