TRES: LA CULTURITA Y LOS ILUSTRES
En junio del 88 le preguntábamos a Álvaro en una entrevista realizada para un semanario uruguayo:
Tu trabajo como “guitarrista clásico”, ¿sigue desarrollándose en el marco de las mismas esclerosadas convenciones de siempre? Hablo del público “selecto” y más bien “sordo a otras cosas” (“guitarrómano par excellence”), las reverencias, el aplauso formal, etc.?
Mirá, lamentablemente, en general sí. En este momento, el guitarrista es un músico que tiene, por un lado, problemas de repertorio. Porque el repertorio de la guitarra es muy limitado, y las composiciones de calidad que tenemos al alcance (más allá de las que, afortunadamente, siempre están en trance de composición) no son muy viejas. Por otro lado, si analizamos al público melómano de la guitarra, observamos una gran dicotomía. Porque ese público ama el instrumento por sus cualidades intrínsecas -que a lo mejor han sido percibidas y vividas, en primera instancia, escuchando folclore, tango, rock, etc. (me estoy refiriendo a las cualidades histórico-locales del instrumento). Entonces, sucede que lo que un músico-guitarrista va digiriendo y procesando en el panorama de la creación más contemporánea no encuentra, en general, un ámbito apto de recepción.
Hace dos años, durante otra breve vuelta al Uruguay, me decías que estabas obsesionado en ensanchar la proyección guitarrística a través del trabajo multidisciplinario. Contá la experiencia de la “Vieille ville en fête” de Bourges.
Lo que hicimos en Bourges fue la escenificación, en 1983, de dos cuadros del Bosco: Los siete pecados capitales y El jardín de delicias terrestres. Yo compuse la música y ahí me solté del todo: terminé de sacarme ciertos miedos o ciertas “prudencias”, digamos. Creo que salió muy bien. Fue realmente un espectáculo “multimedia”, donde participaron bailarines clásicos y de danza contemporánea, actores, jinetes, plásticos, coreógrafos, etc. Y la propia gente del pueblo, movilizándose en plena calle: el espectáculo era en la calle misma. Pienso que allí experimenté la amplitud a la que puede acceder el lenguaje musical (que también incluía el de mi guitarra, por supuesto.)
¿No creés que muchas veces se habla de “música contemporánea” petrificándola un poco en la etapa experimental de los 60? Es decir, que se toma como “contemporáneo culto y actual” lo que ya está en el mismo museo donde quedaron Los Beatles, por ejemplo?
Cada uno elige lo que quiere, ¿no? Y si se quiere encasillar, se encasilla, nomás: no deja de ser válido. En los años 60 hubo una explosión experimental particularmente rica e interesante. Pero en este momento, a mi entender, el quehacer más contemporáneo implica una liberación -que se ha venido produciendo en los últimos años- acerca de cierta “conciencia experimentalista” que debía permanecer siempre buscando los extremos de lo “raro” o de lo “diferente”. Ahora hay gente que hace música como se le antoja, en el sentido de que no se siente obligada a ser estrictamente atonal, o tonal, o serialista, etc. En la misma composición podés encontrarte todo.
Dieciséis años después de realizada esta entrevista, publiqué un Manifiesto minimalista en el volumen colectivo Aunque se llene de sillas la verdad (Grupo Editor Caracol al Galope / Taller Literario Universo, 2004), del que ahora entresaco reflexiones y conclusiones aplicables a cualquier lenguaje artístico y, por sobre todo, al basamento imprescindible para la concreción de un gran arte popular, más acá o más allá de los ismos y las modas.
Cito partes de los numerales 7, 8 y 9: Los vanguardismos o experimentalismos de los siglos 19 y 20 pelearon más o menos heroicamente contra el mega-ego materialista-positivista pero pocos cuajaron con filo de andadura (…) Y ningún poder infraestructural marketinero puede inyectarnos vuelo ni fe ni garra para despedazar la piñata salvadora y hacer relampaguear una imagen inédita del tesoro más hondo (…) La cosa sigue siendo encorvarse fanáticamente para tallar la transfiguración de la bestia cotidiana en la gruta sagrada. Y para eso se necesita sed de milagros.
Y ya en la primera versión que grabó del Estudio 12 de Villa-Lobos en la década de los 80 Álvaro Pierri había logrado devorar y digerir a la bestia con la que vivimos en guerra, para ayudar a que lo humano reine al servicio del estrellerío.
Por eso sostenemos que es el principal agregador de LUX soberanamente uruguaya a la completud azul. El problema es que los milagros tienen que difundirse, carajo. O reina la culturita.
CUATRO: NO FIM TUDO DÁ CERTO
Lamentablemente, desde que Álvaro Pierri registró en 1975 su primer fonograma para Polydor después de ganar el Primer Premio del 18 Concurso Internacional de Paris (France Musique, Radio France) con Medalla de Oro, sus trabajos siguen sin ser distribuidos en el Uruguay.
El único video que se conoció en la televisión nos llegó de Alemania cuando murió Astor Piazzolla, con quien había grabado siete años antes el concierto para bandoneón y guitarra.
Y el registro del Estudio 12 de Villa-Lobos que emite de vez en cuando el Sodre está incluido en un volumen dedicado completamente al compositor brasilero que el sello canadiense Analekta produjo en 1994, y fue recién por esa fecha que Álvaro empezó a tocarlo en los teatros uruguayos.
Pero yo tenía la primera versión en uno de los poquísimos vinilos que circularon entre la familia y los amigos, sin embargo, y me pasé años haciéndole escuchar a quien fuera el tour de force de aquella mutación montañosa y no hubo nadie de ninguna edad que no se erizara y terminara murmurando:
¿Y esta maravilla qué es?
Hay muy poca gente, además -iniciada o no- que conozca bien los doce estudios de Villa-Lobos y puedo asegurar que el asunto de que aquello fuera culto o popular no le importó a nadie.
Vale decir: que en el terreno donde abonan las raíces masivas ni siquiera se captaba la indecencia antiacadémica y escandalosa y desalmidonada que era capaz de usar el restallado con un sentido casi ametrallante y la uña del índice como eventual rascadero percusivo y lograba imbricar la agonía y el éxtasis en una sola fase de textura energética capaz de condensar y tensar la polaridad de la dinámica y el ritmo hasta generar una especie de paradoja de Moeubius donde se arcoirisaba el salto a una nueva trascendencia.
Y cuando le pregunté a Álvaro por qué había demorado más de diez años en tocar aquel estudio en Montevideo recibí una respuesta de ping-pong:
¿Vos te creés que yo soy un payaso? Y además te aclaro que mientras fue apareciendo esta manera de encarar la obra tuve unos vértigos terribles hasta que un día me concentré y pude imaginarme a Villa-Lobos escuchándome y sentí que al final él se hubiera levantado para darme un abrazo. Pero en Montevideo no hubo más remedio que ser muy prudente y esperar que el ambiente lo asimilara. Y no te hablo del público en general, por supuesto, al que le llegás o no le llegás. Te hablo de los prejuicios intelectualoides. Vos me entendés.
Seguro que te entiendo.
Y ahora cito los numerales 12 y 13 del Manifiesto minimalista:
La grandísima mayoría de nuestro orientadores culturales -que creen que el lugar más alto del cosmos es el cielorraso- parece ignorar que nuestra gente es capaz de escaparse por las ventanas y trepar a pura uña hasta la intemperie purificadora, donde trabajó siempre José Gervasio Artigas. Nuestro primer juglar revolucionario. (…) La búsqueda de una completud estética (…) despojada de facilismos (…) es un viaje hacia el escándalo de la Purificación, la meseta discriminatoria que se autodesinfecta (a puro escalofrío) de la barbarie escatológica.
Al final todo es verdad -No fim tudo dá certo- es el comentario que hizo San Juan el Zebedeo cuando vio abierta la tumba de Jesús de Nazaret.
Y el Estudio 12 de Villa-Lobos en versión de Álvaro Pierri es un apuntalamiento icónico de la banda sonora de la película Jesús de Punta del Este.
Numerales 14, 15 y 16 del Manifiesto minimalista:
El vértice estético que no amenace al gusto oficial como una espada crística, será puntualmente envainado por el olvido.
La indiferente, ciega o cobarde incomprensión (o su reverso: la alabanza boba) será, casi en la totalidad de los casos, la paga del establishment para el mago-profeta que minimalizó y conjuró la amenaza del bisonte interior. Importa el oro, pero no el minero.
Pero lo que verdaderamente importa -en toda perseverancia enamorada- es comer mierda, humillarse y seguir trabajando con felicidad al servicio de la Fonte que genera PAX-LUX.
En 2007 Álvaro Pierri fue declarado ciudadano ilustre de Montevideo.
¿Te molesta la garra celeste, Satanás?
En junio del 88 le preguntábamos a Álvaro en una entrevista realizada para un semanario uruguayo:
Tu trabajo como “guitarrista clásico”, ¿sigue desarrollándose en el marco de las mismas esclerosadas convenciones de siempre? Hablo del público “selecto” y más bien “sordo a otras cosas” (“guitarrómano par excellence”), las reverencias, el aplauso formal, etc.?
Mirá, lamentablemente, en general sí. En este momento, el guitarrista es un músico que tiene, por un lado, problemas de repertorio. Porque el repertorio de la guitarra es muy limitado, y las composiciones de calidad que tenemos al alcance (más allá de las que, afortunadamente, siempre están en trance de composición) no son muy viejas. Por otro lado, si analizamos al público melómano de la guitarra, observamos una gran dicotomía. Porque ese público ama el instrumento por sus cualidades intrínsecas -que a lo mejor han sido percibidas y vividas, en primera instancia, escuchando folclore, tango, rock, etc. (me estoy refiriendo a las cualidades histórico-locales del instrumento). Entonces, sucede que lo que un músico-guitarrista va digiriendo y procesando en el panorama de la creación más contemporánea no encuentra, en general, un ámbito apto de recepción.
Hace dos años, durante otra breve vuelta al Uruguay, me decías que estabas obsesionado en ensanchar la proyección guitarrística a través del trabajo multidisciplinario. Contá la experiencia de la “Vieille ville en fête” de Bourges.
Lo que hicimos en Bourges fue la escenificación, en 1983, de dos cuadros del Bosco: Los siete pecados capitales y El jardín de delicias terrestres. Yo compuse la música y ahí me solté del todo: terminé de sacarme ciertos miedos o ciertas “prudencias”, digamos. Creo que salió muy bien. Fue realmente un espectáculo “multimedia”, donde participaron bailarines clásicos y de danza contemporánea, actores, jinetes, plásticos, coreógrafos, etc. Y la propia gente del pueblo, movilizándose en plena calle: el espectáculo era en la calle misma. Pienso que allí experimenté la amplitud a la que puede acceder el lenguaje musical (que también incluía el de mi guitarra, por supuesto.)
¿No creés que muchas veces se habla de “música contemporánea” petrificándola un poco en la etapa experimental de los 60? Es decir, que se toma como “contemporáneo culto y actual” lo que ya está en el mismo museo donde quedaron Los Beatles, por ejemplo?
Cada uno elige lo que quiere, ¿no? Y si se quiere encasillar, se encasilla, nomás: no deja de ser válido. En los años 60 hubo una explosión experimental particularmente rica e interesante. Pero en este momento, a mi entender, el quehacer más contemporáneo implica una liberación -que se ha venido produciendo en los últimos años- acerca de cierta “conciencia experimentalista” que debía permanecer siempre buscando los extremos de lo “raro” o de lo “diferente”. Ahora hay gente que hace música como se le antoja, en el sentido de que no se siente obligada a ser estrictamente atonal, o tonal, o serialista, etc. En la misma composición podés encontrarte todo.
Dieciséis años después de realizada esta entrevista, publiqué un Manifiesto minimalista en el volumen colectivo Aunque se llene de sillas la verdad (Grupo Editor Caracol al Galope / Taller Literario Universo, 2004), del que ahora entresaco reflexiones y conclusiones aplicables a cualquier lenguaje artístico y, por sobre todo, al basamento imprescindible para la concreción de un gran arte popular, más acá o más allá de los ismos y las modas.
Cito partes de los numerales 7, 8 y 9: Los vanguardismos o experimentalismos de los siglos 19 y 20 pelearon más o menos heroicamente contra el mega-ego materialista-positivista pero pocos cuajaron con filo de andadura (…) Y ningún poder infraestructural marketinero puede inyectarnos vuelo ni fe ni garra para despedazar la piñata salvadora y hacer relampaguear una imagen inédita del tesoro más hondo (…) La cosa sigue siendo encorvarse fanáticamente para tallar la transfiguración de la bestia cotidiana en la gruta sagrada. Y para eso se necesita sed de milagros.
Y ya en la primera versión que grabó del Estudio 12 de Villa-Lobos en la década de los 80 Álvaro Pierri había logrado devorar y digerir a la bestia con la que vivimos en guerra, para ayudar a que lo humano reine al servicio del estrellerío.
Por eso sostenemos que es el principal agregador de LUX soberanamente uruguaya a la completud azul. El problema es que los milagros tienen que difundirse, carajo. O reina la culturita.
CUATRO: NO FIM TUDO DÁ CERTO
Lamentablemente, desde que Álvaro Pierri registró en 1975 su primer fonograma para Polydor después de ganar el Primer Premio del 18 Concurso Internacional de Paris (France Musique, Radio France) con Medalla de Oro, sus trabajos siguen sin ser distribuidos en el Uruguay.
El único video que se conoció en la televisión nos llegó de Alemania cuando murió Astor Piazzolla, con quien había grabado siete años antes el concierto para bandoneón y guitarra.
Y el registro del Estudio 12 de Villa-Lobos que emite de vez en cuando el Sodre está incluido en un volumen dedicado completamente al compositor brasilero que el sello canadiense Analekta produjo en 1994, y fue recién por esa fecha que Álvaro empezó a tocarlo en los teatros uruguayos.
Pero yo tenía la primera versión en uno de los poquísimos vinilos que circularon entre la familia y los amigos, sin embargo, y me pasé años haciéndole escuchar a quien fuera el tour de force de aquella mutación montañosa y no hubo nadie de ninguna edad que no se erizara y terminara murmurando:
¿Y esta maravilla qué es?
Hay muy poca gente, además -iniciada o no- que conozca bien los doce estudios de Villa-Lobos y puedo asegurar que el asunto de que aquello fuera culto o popular no le importó a nadie.
Vale decir: que en el terreno donde abonan las raíces masivas ni siquiera se captaba la indecencia antiacadémica y escandalosa y desalmidonada que era capaz de usar el restallado con un sentido casi ametrallante y la uña del índice como eventual rascadero percusivo y lograba imbricar la agonía y el éxtasis en una sola fase de textura energética capaz de condensar y tensar la polaridad de la dinámica y el ritmo hasta generar una especie de paradoja de Moeubius donde se arcoirisaba el salto a una nueva trascendencia.
Y cuando le pregunté a Álvaro por qué había demorado más de diez años en tocar aquel estudio en Montevideo recibí una respuesta de ping-pong:
¿Vos te creés que yo soy un payaso? Y además te aclaro que mientras fue apareciendo esta manera de encarar la obra tuve unos vértigos terribles hasta que un día me concentré y pude imaginarme a Villa-Lobos escuchándome y sentí que al final él se hubiera levantado para darme un abrazo. Pero en Montevideo no hubo más remedio que ser muy prudente y esperar que el ambiente lo asimilara. Y no te hablo del público en general, por supuesto, al que le llegás o no le llegás. Te hablo de los prejuicios intelectualoides. Vos me entendés.
Seguro que te entiendo.
Y ahora cito los numerales 12 y 13 del Manifiesto minimalista:
La grandísima mayoría de nuestro orientadores culturales -que creen que el lugar más alto del cosmos es el cielorraso- parece ignorar que nuestra gente es capaz de escaparse por las ventanas y trepar a pura uña hasta la intemperie purificadora, donde trabajó siempre José Gervasio Artigas. Nuestro primer juglar revolucionario. (…) La búsqueda de una completud estética (…) despojada de facilismos (…) es un viaje hacia el escándalo de la Purificación, la meseta discriminatoria que se autodesinfecta (a puro escalofrío) de la barbarie escatológica.
Al final todo es verdad -No fim tudo dá certo- es el comentario que hizo San Juan el Zebedeo cuando vio abierta la tumba de Jesús de Nazaret.
Y el Estudio 12 de Villa-Lobos en versión de Álvaro Pierri es un apuntalamiento icónico de la banda sonora de la película Jesús de Punta del Este.
Numerales 14, 15 y 16 del Manifiesto minimalista:
El vértice estético que no amenace al gusto oficial como una espada crística, será puntualmente envainado por el olvido.
La indiferente, ciega o cobarde incomprensión (o su reverso: la alabanza boba) será, casi en la totalidad de los casos, la paga del establishment para el mago-profeta que minimalizó y conjuró la amenaza del bisonte interior. Importa el oro, pero no el minero.
Pero lo que verdaderamente importa -en toda perseverancia enamorada- es comer mierda, humillarse y seguir trabajando con felicidad al servicio de la Fonte que genera PAX-LUX.
En 2007 Álvaro Pierri fue declarado ciudadano ilustre de Montevideo.
¿Te molesta la garra celeste, Satanás?
(click en la imagen para volver)
No hay comentarios:
Publicar un comentario