sábado

SAN JUAN DE LA CRUZ Y CARLOS SAURA EN NUESTRA NOCHE OSCURA / H.G.V.


SEGUNDA ENTREGA

TRES: EL CANTAR

Juan de la Cruz había escrito algunas canciones en “verso heroico” y “estilo pastoril” en el convento de los carmelitas descalzos de Santa Ana, donde se ordenó sacerdote en 1564, con el nombre de Juan de Santo Matía.

Al básico Garcilaso de la Vega lo leyó a los diecisiete años, cuando paralelamente a su trabajo como enfermero en el hospital para los indigentes y sifilíticos de Las Bubas pasó cuatro años en un colegio jesuita estudiando latín, historia y literatura bajo la dirección de Juan Bonifacio. Vale decir: conoció bien a Séneca, Horacio, Virgilio, Cicerón y Tito Livio.

Y entre 1564 y 1567 cursó filosofía y letras en Salamanca (donde coincidió con Miguel de Cervantes Saavedra, que prefería aprender lo excremental del mundo sirviendo en casa de señoritos frívolos en lugar de asistir a las clases) nada menos que bajo la guía de Fray Luis de León, entre otros profesores de los cursos trienales.

Y ahora estudió a Aristóteles y a Santo Tomás -según la estricta línea escolástica- con algo de Platón y San Agustín. Pero también se zambulló en la oración mental (la mística) que no era bien mirada en aquel tiempo, y devoró a Dionisio Areopagita, La consolación de la filosofía de Boecio y un tratado sobre el Cantar de los cantares atribuido a San Gregorio. El programa también le daba una especialísima importancia al desmenuzamiento continuo de la Biblia -que San Juan de la Cruz siempre conservó casi como único libro referencial, junto con la Flos Sanctorum- propuesto por el célebre humanista salmantino Francisco de Vitoria. Y durante su último año en Salamanca llegó a escribir incluso una disertación que no se conservó.

Pero lo que más lo influyó al desembocar en sus liras celdarias, fue un libro de un poeta religioso menor, Sebastián de Córdoba, que en 1575 publicó una adaptación de Garcilaso a lo divino.

Y dos años después, en lo hondo de la ballena, Saura lo hace resucitar recitando extasiado una estrofa cardinal del Cantar de los cantares:

Yo dormía, pero mi corazón velaba. / Es la voz de mi Amado que me llama: / “¡Ábreme, hermana mía; / amiga mía, paloma mía, perfecta mía! / ¡Mi cabeza está llena de rocío! / ¡Y mis cabellos de las gotas de la noche!”.

Y entonces el hombrecito piojoso y agusanado parece relampaguear mientras murmura: ¡Qué hermoso es el Cantar de los cantares! ¡Quién pudiera escribir algo así! Y enseguida se aterra acusándose de vanidad y recordándose que la fantasía es una trampa del demonio, pero al retomar el tema del sosiego del alma para que vaya creciendo el amor hacia Él duda balbucientemente: ¿Él o Ella? Y allí empieza a asumir la complejidad del proyecto poético que ahora es la única vía de salvación. Y pide: Dadme fuerzas para resistir. Lo que significa: Dadme fuerzas para escribir la verdad de mi corazón. Porque el verdadero poeta es como cualquier héroe, que nunca se constela como un lujo sino por necesidad.

Y recién a los treinta cinco años empezará a dejar llegar el Cántico espiritual, uno de los poemas más grandes de todos los tiempos.


CUATRO: ELLA

Los capítulos de la narración cinematográfica llevan el nombre de cada mes durante los que fue transcurriendo el encierro. San Juan de la Cruz había sido raptado a principios de diciembre, y en Enero aparece desembuchando de golpe una de las estrofas claves de lo que sería el Cántico Espiritual:

Descubre tu presencia, / y máteme tu vista y hermosura; / mira que la dolencia / de amor, que no se cura / sino con la presencia y la figura.

Y acá empieza la reinvención sauriana de las bodas interiores que necesitaría consumar el santico para acceder al tesoro más difícil de encontrar: el de su poesía mística.

Lo que significa que a los treinta y cinco años el prominente director de almas en quien confiaba ciegamente Santa Teresa, seguía viviendo en un estado de pubertad psíquica: no había internalizado la posesión simbólica de su ella.

El adolescente necesita ineludiblemente concebir al otro que vale tanto como uno, explica el terapeuta y docente Demian Díaz Torres: Eso está homologado y definido en la psicología junguiana como la aparición del ánima en el varón y el ánimus en la mujer. Vale decir: la contrafigura sexual interna, la femineidad interior que completa al varón y la masculinidad interior que completa a la mujer. Y lo más fascinante y a la vez perturbador es que esa ánima y ese ánimus empiezan a verse proyectados en modelos de carne y hueso. (…) Y no se piense que el rol de nuestro otro es regalarnos una entrada al paraíso. El otro es imprescindible para poder trabajar en nuestra individuación, en nuestra completud. (…) El ánima y el ánimus son parcialmente moldeados por los arquetipos del padre y de la madre, pero deben evolucionar hasta ser figuras autónomas del inconsciente. Si no logramos que adquieran una dinámica propia, quedaremos enganchados a la mujer-madre devoradora y al hombre-padre paralizador.

Entonces el cineasta inserta el primer flashback de La noche oscura, y asistimos a la ceremonia de ordenación de Ana de Jesús, una de las monjas formadas por Juan, irradiadora de una hermosura numínica que hizo que en Medina del Campo se la conociera desde niña como La Reina. En esta escena asistimos, además, al llamado enganche recíproco que existió desde un principio entre la futura priora de Beas de Segura y su formador espiritual.

Casi todos los biográfos califican a este vínculo de noviazgo en un sentido platónico, pero ellos fueron mucho más que una pareja. Y la única calificación que se les podría aplicar sería la de compañeros del reino o hacia el reino.

Quien lo vivió, lo sabe, para hablarlo en Lope de Vega.

El santico y la Reina aprendieron a acompañarse durante toda la vida. Mas si no pudiere ser, le escribe en sus últimos años Juan a propósito de un posible traslado caprichoso con los que lo torturaban, tampoco se habrá librado la madre Ana de Jesús de mis manos, como ella piensa. (…) Pero, ahora yendo, ahora quedando, doquiera y como quiera que sea, no la olvidaré ni quitaré de la cuenta que dice, porque con veras deseo su bien para siempre.

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