31 EL CHAMAMÉ / LA GLORIETA
Isabelino Pena y Jorge Malabia llegaron a Puerto Astillero después del mediodía y encontraron los dos Impala Mariposa frente al Chamamé, un bar-pulpería desbordado por los militantes de la CST. Tito Perotti y Marcos Bergner timbean en el fondo fumando habanos con revólveres en la cintura, aunque los dos únicos que les dan pelota son el patrón y un indio lambeculos.
-El acto es a la cinco, frente al Belgrano -informó el padrino de Ana María Malabia: -Y parece que de noche hay festejo en la casilla del fantasma.
-Ojo: un asado exclusivo para el Comité Central -pone cara de tira el grandote que cree más en los chivos que en los hombres: -Los dos fotógrafos hembras de El socialista y Nikita. Porque el alemán ya no sale de la cama.
-Perdón. ¿Cómo se llama el alemán? -se remangó la camisa chorreada el detective.
-Kunz. Vive en las ruinas del astillero desde las épocas de Larsen.
-Quisiera conocer la casa de los catorce pilares -le hago una seña a Jorge dándole a entender que aquí la gresca puede reventar en cuestión de segundos.
-Le aviso que el sub-comisario está almorzando en la glorieta con la yegua madrina -escupió en el piso de tierra el gordo con facciones idénticas a la Miss Calienta Hombres de Villa Petrus.
-Con la yegua madrina y la cobra de compañía que ahora ya no le lustra más las botas con la lengua a nuestro pioneer -vacía una petaca Marcos y me acuerdo del arsénico que mi madre espolvoreaba con cierta gracia a espaldas del prójimo.
La única calle alquitranada de Puerto Astillero medía muy pocas cuadras, y al pasar frente al hotelucho donde se hospedaba Larsen vieron a Lázaro dirigiendo la construcción de una tarima hecha con cajones de naranjas salteñas.
-Voilà la trinchera para tomar el Palacio del Infierno. Y atrás de aquellas casuarinas donde está estacionado el auto del Rufián ya podés ver las famosas estatuas -señala Blue Eyes el caserón casi tan alto como el cubo del astillero que transparenta el hervor pantanoso del río succionado por la seca.
-Y pensar que Larsen confundió a Jeremías Petrus con Dios -se tanteó el jopo todavía rielante el detective.
-No entiendo.
-Los que no encuentran a Dios en el verdadero templo sienten que está escondido en una altura triste.
-Eso querría decir que las iglesias son alegres.
-El verdadero templo es la barriga del infinito, pibe. Aunque al principio te pueda hacer cagar de horror.
-¿Le parece que en el asado de la casilla se van a comer al chivo?
-Puede ser. Pero el traje de comunión no le cabe ni a Juancho Castillo ni a la Tota Barthé. Y el que robó una cosa robó la otra. Aparte de que si degollaron al Huguito tienen un odio tan grande que son capaces de enterrar todo junto.
-¿Dónde estudiaste esto?
-¿Lo qué? ¿Cómo se hace para entender las verdades verdaderas? En la cama. Hay que tirarse en la oscuridad y juntar bien las manos para agarrarte el ánima y pedir. Y esperar. Eso nunca te falla.
-Eso es una opinión.
-No. Una ley. Si le pedís bien al universo la verdad verdadera Dios no te falla, pibe. Palabra de hombre blindadamente feliz.
-Y qué es pedirle bien.
-Reclamar el amor. Nada más que el amor.
Jorge Malabia hizo girar el jeep frente al jardín-yuyal espectralizado por la glorieta y las estatuas color cadáver en el momento que Rufianeli abría el portón donde se enlazaban la J y la P del pioneer y un alarido de pajarraco le recordaba:
-Hoy está invitado a la parrillada que más le gustaba a papito, herr Giorgio. Pero tiene que adivinar dónde hacemos el fuego.
Y cuando el sub-comisario se abanica la calva y le devuelve a la walkiria un resplandor libidinoso la Jose grita horrorizada y un perrazo se le prende del culo al homúnculo y los milicos del patrullero tienen que descuajarlo a palazos mientras nosotros rajamos en el jeep riéndonos como en el cine-baby.
-Al mejor cura que conocí en mi vida le pasó lo mismo predicando en un rancherío -se secó la diversión más infantil que rencorosa Isabelino Pena: -Pero el pobre carmelita no se lo merecía.
32 SANTIAGO / MAGDA
Isabelino Pena le pidió a Jorge Malabia para bajarse en el cañaveral que separaba al Belgrano de un cobertizo lleno de chatarra despedazada y apenas desembocó en el baldío costero vio a un niño que hablaba solo:
-Mi padre quiere irse con vos. Yo sé que no está enfermo, Gott.
Habla como un monje pero no puede tener más de ocho o nueve años: los ojos densos y planos se comunican esmeriladamente con alguien fantasmal y no avanzo ni me escapo hasta que me ve la sombra y se pone en guardia.
-Hola -hizo equilibrio el detective sobre los piedrones de un arroyito-basural: -¿Vivís aquí?
Y de golpe le resplandece una floralidad profundísima y me doy cuenta que me perdona la interrupción y el descubrimiento del amigo al que él llama casi Kott.
-Vivo en una casa igual a la de un perro.
-¿Sos el hijo de Kunz?
El chiquilín se paró acomodándose el gorro de cow-boy que le refrescaba el sudor hasta las tetillas y se puso soberbio:
-Hijo no. Mi padre se tiró al río antes que yo naciera.
-Sos el primer pibe que conozco que vive en una casa de perro -le toco el alma apuntándolo con un índice-revólver y enseguida le ofrezco una mano adecuada a su adultez: -Mucho gusto: Isabelino Pena, detective privado.
-Mucho kusto, Santiako -caricaturizó un acento alemán el no-hijo de Kunz alargando una mano del mismo tamaño que la del viejo: -Y si sos detective me imagino que también sabgás cómo se llama mi madge.
-No.
-Mi madge se llama Makda.
-¿Podgías llevagme a conocer a Makda, Santiago?
-Ella es tgiste -me traspasa con una soledad muy sedosa: -Cgee que Kott no la ayuda.
-Tené fe. Las mujeges demogan más en cgeeg pego son más valientes. Eso no te lo enseñan en la escuela pego es la puga vegdad, Santiago.
-Me podés decig Tato. Y la escuela es una mieggggda del culo. Kunz no quiege veg a nadie, señog. Y Makda está gregando la huegta y llogando. Es hogible vivig cuando ella no se quiege.
-Tené fe, Tato.
-Sí.
El cobertizo lleno de hierros podridos ya no tenía ni techo, y el detective-elfo y el chiquilín altísimo desembocaron en una huerta donde resplandecía la cal de una casilla enguirnaldada exuberantemente por un parral con glicinas.
-Ahoga espegá -empieza a correr cacheteándose una pierna como si latigueara a un caballo Tato, y la mujer todavía cuarentona se empapa la cabeza antes de tirar la manguera y me sondea con odio.
-Buenas tardes -firuleteó entre los tomates y las zinnias Isabelino Pena mientras ella prendía una targanina: -Mucho gusto, señora.
-El asado es de noche -bufa el humo jediondo por la nariz más preciosa que los pechos y ahora parece llorarle toda la solera blanca y la ropa interior rosada: -Y si es médico váyase, porque él ya se rindió.
Entonces el viejito enfocó la curva costera desfigurada por las moles del astillero y el caserón de los catorce pilares y sonrió:
-Usted puede quererlo a Dios o maldecirlo, un ejemplo. Pero la voluntad de Dios se cumple y usted mira de qué manera: se va a enterar por lo que le pase de cuál era la voluntad de Dios.
-Él me oyó hablar con Gott, mamá.
-Qué quiere -se le derrama un esplendor de orgasmo más poderoso que todo el horror del mundo a la mujer loba.
-Ver a Kunz.
-¿Lo conoce?
-¿No se dio cuenta que también la conozco a usted, señora?
-Pero no entiendo.
-No importa. Lo que le pido es que cuando lleguen las bestias del asado no les comente que estoy aquí. Yo me quedo tomando mate adentro.
-¿Quiere factura?
-Bueno, estoy muerto de hambre.
33 KUNZ / EL ASADO
Isabelino Pena devoró seis medialunas antes que la mujer lo hiciera pasar al cuarto donde agonizaba el ingeniero alemán que trabajó quince años para Jeremías Petrus sin cobrar un solo peso. Y en lugar de encontrar al viejo-tarántula que imaginé al leer El astillero tengo la sensación de estar contemplando una superadultez montañosa.
-Tardes -saludó el hombre de melena y barba blancas que escuchaba un concierto para clarinete en una Philco con forma de parroquia.
-¿Stamitz? -me arriesgo.
-¿Jan, Karel o Antonin?
-A los dos últimos no los conozco.
-Karel y Antonin son los hijos de Jan Stamic, checo congénito. Este es Karel, el mayor. Y acá no hay ningún crescendo desequilibrante made in Mannheim. Es como tener cáncer a la vejiga y sentirse curado en vez de enfermo. ¿Qué más quiere saber?
-Nada -sigo buceando en las pupilas más doradas que negras que clava en la ventana.
-Pero Magda me explicó que es un detective con ternura de picaflor.
-Favor que ella me hace.
-Mire: si el marido de Magda no se hubiera suicidado yo no tendría esta mujer ni este hijo ni esta casilla ni esta huerta-paraíso ni le diseñaría perforadoras a los criollos y a los gringos de las dos costas. Tato puede seguir en el negocio, porque ya aprendió todo: es un Wolfgang Amadeus de la ingeniería. Y si los criminales de la Convención Sanmariana de Trabajadores no se hubieran emperrado en joderme y amenazarme y chantajearme para que representara a los fantasmas estafados por Petrus no tendría este tumor. Era la única manera de vivir en paz, y además cuando esté muerto ya no van a poder manosearme. Y gracias al tumor ahora estoy enamorado de todo por primera vez en la vida. Pero de todo: puede poner a Hitler, a Stalin y a las bombas de Mister Truman. ¿No es hermoso?
-Hermosísimo.
-Bueno, ya me está haciendo efecto la morfina. ¿Necesita quedarse en el cuarto?
-Preferiría. Tengo que vigilar el asado de los hombrecitos nuevos.
-¿Podría apagar la radio si aparecen Paganini o Berlioz? Me traen sueños espantosos.
-¿Quiere apagar ahora?
-No. Así puedo empezar a dormir con Stamic. Falta el último Allegro.
El detective vació el termo escuchando roncar al hombre rocoso que no debería pesar más de cincuenta quilos y ya casi no tenía el acento teutón que le caricaturizaba el hijo de Gálvez. Y después que los alaridos del circo revolucionario dejan de irritar al pajarerío entra Magda a cambiar el urinal y mientras le acomoda las almohadas a Kunz murmura:
-Quiere algo más.
-Hablar con Tato. Por favor. Y agua caliente.
El chiquilín entró con el sombrero colgando en la espalda y entregó el termo poniendo cara de cow-boy de historieta:
-A las ógdenes, Togo.
-Una pgegunta, Kemo Sabay: ¿en Puegto Astillego comen chivos asados?
-No. Los chivitos son hijos de Gott.
-¿Te animás a localizag a un caga pálida de ojos azules que anda en un jeep? Se llama Jorge Malabia. Pedile que venga a vegme a escondidas.
-¿Te gusta Schubert?
-Me gusta más la Trout que este quinteto. Pog lo menos paga dogmig.
-A mí también. Kunz no sabe ni gezag.
-No impogta. Tené fe.
-Sí. Este domingo tomo la comunión en La Tablada.
Y como sale rajando puedo dejar chorrear tranquilo las lágrimas por la bombilla y sentir que son los pezones de mi felicidad.
-Me parece que no hay asado -entró de golpe Magda con la solera y la rabia enrojecidas por el último sol: -Llegaron dos matones pitucos en colachatas y se pusieron a limpiar los revólveres frente al parrillero. ¿Dónde se metió la policía?
Y atrás entra Santiago con dientes de haber hecho un golazo y me informa:
-Cgeo que en el astillego también hay asado, Togo. Se pgendió un fuego bágbago. Jogje Malabia te espega en el talleg.
-No hables así, tarado -preparó un cachetazo chaplinesco la mujer-loba.
-Tagada tu madgina -se escapa el chiquilín rebenqueándose el culo.
Isabelino Pena y Jorge Malabia llegaron a Puerto Astillero después del mediodía y encontraron los dos Impala Mariposa frente al Chamamé, un bar-pulpería desbordado por los militantes de la CST. Tito Perotti y Marcos Bergner timbean en el fondo fumando habanos con revólveres en la cintura, aunque los dos únicos que les dan pelota son el patrón y un indio lambeculos.
-El acto es a la cinco, frente al Belgrano -informó el padrino de Ana María Malabia: -Y parece que de noche hay festejo en la casilla del fantasma.
-Ojo: un asado exclusivo para el Comité Central -pone cara de tira el grandote que cree más en los chivos que en los hombres: -Los dos fotógrafos hembras de El socialista y Nikita. Porque el alemán ya no sale de la cama.
-Perdón. ¿Cómo se llama el alemán? -se remangó la camisa chorreada el detective.
-Kunz. Vive en las ruinas del astillero desde las épocas de Larsen.
-Quisiera conocer la casa de los catorce pilares -le hago una seña a Jorge dándole a entender que aquí la gresca puede reventar en cuestión de segundos.
-Le aviso que el sub-comisario está almorzando en la glorieta con la yegua madrina -escupió en el piso de tierra el gordo con facciones idénticas a la Miss Calienta Hombres de Villa Petrus.
-Con la yegua madrina y la cobra de compañía que ahora ya no le lustra más las botas con la lengua a nuestro pioneer -vacía una petaca Marcos y me acuerdo del arsénico que mi madre espolvoreaba con cierta gracia a espaldas del prójimo.
La única calle alquitranada de Puerto Astillero medía muy pocas cuadras, y al pasar frente al hotelucho donde se hospedaba Larsen vieron a Lázaro dirigiendo la construcción de una tarima hecha con cajones de naranjas salteñas.
-Voilà la trinchera para tomar el Palacio del Infierno. Y atrás de aquellas casuarinas donde está estacionado el auto del Rufián ya podés ver las famosas estatuas -señala Blue Eyes el caserón casi tan alto como el cubo del astillero que transparenta el hervor pantanoso del río succionado por la seca.
-Y pensar que Larsen confundió a Jeremías Petrus con Dios -se tanteó el jopo todavía rielante el detective.
-No entiendo.
-Los que no encuentran a Dios en el verdadero templo sienten que está escondido en una altura triste.
-Eso querría decir que las iglesias son alegres.
-El verdadero templo es la barriga del infinito, pibe. Aunque al principio te pueda hacer cagar de horror.
-¿Le parece que en el asado de la casilla se van a comer al chivo?
-Puede ser. Pero el traje de comunión no le cabe ni a Juancho Castillo ni a la Tota Barthé. Y el que robó una cosa robó la otra. Aparte de que si degollaron al Huguito tienen un odio tan grande que son capaces de enterrar todo junto.
-¿Dónde estudiaste esto?
-¿Lo qué? ¿Cómo se hace para entender las verdades verdaderas? En la cama. Hay que tirarse en la oscuridad y juntar bien las manos para agarrarte el ánima y pedir. Y esperar. Eso nunca te falla.
-Eso es una opinión.
-No. Una ley. Si le pedís bien al universo la verdad verdadera Dios no te falla, pibe. Palabra de hombre blindadamente feliz.
-Y qué es pedirle bien.
-Reclamar el amor. Nada más que el amor.
Jorge Malabia hizo girar el jeep frente al jardín-yuyal espectralizado por la glorieta y las estatuas color cadáver en el momento que Rufianeli abría el portón donde se enlazaban la J y la P del pioneer y un alarido de pajarraco le recordaba:
-Hoy está invitado a la parrillada que más le gustaba a papito, herr Giorgio. Pero tiene que adivinar dónde hacemos el fuego.
Y cuando el sub-comisario se abanica la calva y le devuelve a la walkiria un resplandor libidinoso la Jose grita horrorizada y un perrazo se le prende del culo al homúnculo y los milicos del patrullero tienen que descuajarlo a palazos mientras nosotros rajamos en el jeep riéndonos como en el cine-baby.
-Al mejor cura que conocí en mi vida le pasó lo mismo predicando en un rancherío -se secó la diversión más infantil que rencorosa Isabelino Pena: -Pero el pobre carmelita no se lo merecía.
32 SANTIAGO / MAGDA
Isabelino Pena le pidió a Jorge Malabia para bajarse en el cañaveral que separaba al Belgrano de un cobertizo lleno de chatarra despedazada y apenas desembocó en el baldío costero vio a un niño que hablaba solo:
-Mi padre quiere irse con vos. Yo sé que no está enfermo, Gott.
Habla como un monje pero no puede tener más de ocho o nueve años: los ojos densos y planos se comunican esmeriladamente con alguien fantasmal y no avanzo ni me escapo hasta que me ve la sombra y se pone en guardia.
-Hola -hizo equilibrio el detective sobre los piedrones de un arroyito-basural: -¿Vivís aquí?
Y de golpe le resplandece una floralidad profundísima y me doy cuenta que me perdona la interrupción y el descubrimiento del amigo al que él llama casi Kott.
-Vivo en una casa igual a la de un perro.
-¿Sos el hijo de Kunz?
El chiquilín se paró acomodándose el gorro de cow-boy que le refrescaba el sudor hasta las tetillas y se puso soberbio:
-Hijo no. Mi padre se tiró al río antes que yo naciera.
-Sos el primer pibe que conozco que vive en una casa de perro -le toco el alma apuntándolo con un índice-revólver y enseguida le ofrezco una mano adecuada a su adultez: -Mucho gusto: Isabelino Pena, detective privado.
-Mucho kusto, Santiako -caricaturizó un acento alemán el no-hijo de Kunz alargando una mano del mismo tamaño que la del viejo: -Y si sos detective me imagino que también sabgás cómo se llama mi madge.
-No.
-Mi madge se llama Makda.
-¿Podgías llevagme a conocer a Makda, Santiago?
-Ella es tgiste -me traspasa con una soledad muy sedosa: -Cgee que Kott no la ayuda.
-Tené fe. Las mujeges demogan más en cgeeg pego son más valientes. Eso no te lo enseñan en la escuela pego es la puga vegdad, Santiago.
-Me podés decig Tato. Y la escuela es una mieggggda del culo. Kunz no quiege veg a nadie, señog. Y Makda está gregando la huegta y llogando. Es hogible vivig cuando ella no se quiege.
-Tené fe, Tato.
-Sí.
El cobertizo lleno de hierros podridos ya no tenía ni techo, y el detective-elfo y el chiquilín altísimo desembocaron en una huerta donde resplandecía la cal de una casilla enguirnaldada exuberantemente por un parral con glicinas.
-Ahoga espegá -empieza a correr cacheteándose una pierna como si latigueara a un caballo Tato, y la mujer todavía cuarentona se empapa la cabeza antes de tirar la manguera y me sondea con odio.
-Buenas tardes -firuleteó entre los tomates y las zinnias Isabelino Pena mientras ella prendía una targanina: -Mucho gusto, señora.
-El asado es de noche -bufa el humo jediondo por la nariz más preciosa que los pechos y ahora parece llorarle toda la solera blanca y la ropa interior rosada: -Y si es médico váyase, porque él ya se rindió.
Entonces el viejito enfocó la curva costera desfigurada por las moles del astillero y el caserón de los catorce pilares y sonrió:
-Usted puede quererlo a Dios o maldecirlo, un ejemplo. Pero la voluntad de Dios se cumple y usted mira de qué manera: se va a enterar por lo que le pase de cuál era la voluntad de Dios.
-Él me oyó hablar con Gott, mamá.
-Qué quiere -se le derrama un esplendor de orgasmo más poderoso que todo el horror del mundo a la mujer loba.
-Ver a Kunz.
-¿Lo conoce?
-¿No se dio cuenta que también la conozco a usted, señora?
-Pero no entiendo.
-No importa. Lo que le pido es que cuando lleguen las bestias del asado no les comente que estoy aquí. Yo me quedo tomando mate adentro.
-¿Quiere factura?
-Bueno, estoy muerto de hambre.
33 KUNZ / EL ASADO
Isabelino Pena devoró seis medialunas antes que la mujer lo hiciera pasar al cuarto donde agonizaba el ingeniero alemán que trabajó quince años para Jeremías Petrus sin cobrar un solo peso. Y en lugar de encontrar al viejo-tarántula que imaginé al leer El astillero tengo la sensación de estar contemplando una superadultez montañosa.
-Tardes -saludó el hombre de melena y barba blancas que escuchaba un concierto para clarinete en una Philco con forma de parroquia.
-¿Stamitz? -me arriesgo.
-¿Jan, Karel o Antonin?
-A los dos últimos no los conozco.
-Karel y Antonin son los hijos de Jan Stamic, checo congénito. Este es Karel, el mayor. Y acá no hay ningún crescendo desequilibrante made in Mannheim. Es como tener cáncer a la vejiga y sentirse curado en vez de enfermo. ¿Qué más quiere saber?
-Nada -sigo buceando en las pupilas más doradas que negras que clava en la ventana.
-Pero Magda me explicó que es un detective con ternura de picaflor.
-Favor que ella me hace.
-Mire: si el marido de Magda no se hubiera suicidado yo no tendría esta mujer ni este hijo ni esta casilla ni esta huerta-paraíso ni le diseñaría perforadoras a los criollos y a los gringos de las dos costas. Tato puede seguir en el negocio, porque ya aprendió todo: es un Wolfgang Amadeus de la ingeniería. Y si los criminales de la Convención Sanmariana de Trabajadores no se hubieran emperrado en joderme y amenazarme y chantajearme para que representara a los fantasmas estafados por Petrus no tendría este tumor. Era la única manera de vivir en paz, y además cuando esté muerto ya no van a poder manosearme. Y gracias al tumor ahora estoy enamorado de todo por primera vez en la vida. Pero de todo: puede poner a Hitler, a Stalin y a las bombas de Mister Truman. ¿No es hermoso?
-Hermosísimo.
-Bueno, ya me está haciendo efecto la morfina. ¿Necesita quedarse en el cuarto?
-Preferiría. Tengo que vigilar el asado de los hombrecitos nuevos.
-¿Podría apagar la radio si aparecen Paganini o Berlioz? Me traen sueños espantosos.
-¿Quiere apagar ahora?
-No. Así puedo empezar a dormir con Stamic. Falta el último Allegro.
El detective vació el termo escuchando roncar al hombre rocoso que no debería pesar más de cincuenta quilos y ya casi no tenía el acento teutón que le caricaturizaba el hijo de Gálvez. Y después que los alaridos del circo revolucionario dejan de irritar al pajarerío entra Magda a cambiar el urinal y mientras le acomoda las almohadas a Kunz murmura:
-Quiere algo más.
-Hablar con Tato. Por favor. Y agua caliente.
El chiquilín entró con el sombrero colgando en la espalda y entregó el termo poniendo cara de cow-boy de historieta:
-A las ógdenes, Togo.
-Una pgegunta, Kemo Sabay: ¿en Puegto Astillego comen chivos asados?
-No. Los chivitos son hijos de Gott.
-¿Te animás a localizag a un caga pálida de ojos azules que anda en un jeep? Se llama Jorge Malabia. Pedile que venga a vegme a escondidas.
-¿Te gusta Schubert?
-Me gusta más la Trout que este quinteto. Pog lo menos paga dogmig.
-A mí también. Kunz no sabe ni gezag.
-No impogta. Tené fe.
-Sí. Este domingo tomo la comunión en La Tablada.
Y como sale rajando puedo dejar chorrear tranquilo las lágrimas por la bombilla y sentir que son los pezones de mi felicidad.
-Me parece que no hay asado -entró de golpe Magda con la solera y la rabia enrojecidas por el último sol: -Llegaron dos matones pitucos en colachatas y se pusieron a limpiar los revólveres frente al parrillero. ¿Dónde se metió la policía?
Y atrás entra Santiago con dientes de haber hecho un golazo y me informa:
-Cgeo que en el astillego también hay asado, Togo. Se pgendió un fuego bágbago. Jogje Malabia te espega en el talleg.
-No hables así, tarado -preparó un cachetazo chaplinesco la mujer-loba.
-Tagada tu madgina -se escapa el chiquilín rebenqueándose el culo.
34 EL ASTILLERO / EL PIÑAZO
Isabelino Pena corrió agachado por atrás de un maizal siguiendo al chiquilín y encontró a Jorge Malabia esperándolo en el sucucho del cobertizo que usaba Kunz para diseñar las perforadoras. Y en ese momento empiezan a oírse tiros y cuando nos asomamos a la huerta vemos a Superman Bergner y al gordo Perotti espantando a los sindicalistas como si fueran gallinas.
-Están dispagando al aige -se ajustó el barbijo eufóricamente Tato.
-La estupidez sanmariana no tiene perdón. Chau asado -se sacude un rulo rubio igual que si cabeceara una pelota en el área Blue Eyes.
-El asado es allá -le señaló la humareda que derramaba desde el primer piso del astillero hacia el río purpúreo el detective: -Vos nos guiás, Kemo Sabay.
El chiquilín nos hace ganar tiempo eludiendo la casilla por un trillo lleno de cangrejos y al llegar a la gigantesca ruina ya transparente distinguimos la luz de un patrullero guiñando en la entrada y carajeo:
-El Rufián ya sabía todo.
-Es en la oficina de Petgus -los hizo zigzaguear Tato por una escalera de incendios tan musgosa que parecía alfombrada.
Entonces nos escondemos tapándonos las toses en lo que debe haber sido el cubículo de las telefonistas mientras la walkiria menea un traje escotadísimo y avanza como un Titanic de nácar frente a la fogata.
-Pero dejame de joder, che: Kafka es un poroto al lado de esto -se le aporteñó despectivamente el acento a Jorge Malabia.
-Llegó el invitado, Jose -estornuda aplaudiendo Angélica Inés y se pone a empujar brasas hacia la parrilla de obra vacía y rodeada de candelabros.
-Esta mujeg es más tgiste que Makda -se le incendió de golpe la piedad a la criatura que Larsen no llegó a ver nacer.
-El enano debe andar con muletas -acierta Blue Eyes justo cuando el héroe que no entiende los símbolos entra flanqueado por los guardaespaldas que le arrancaron al perrazo del rabo.
-Lástima que no puede frotarse las manos para festejar -se acarició el jazmín de la solapa Isabelino Pena.
-¿Sabe que yo recé para que adivinara dónde iba a ser la parrillada? -parece seguir buscando la mariposa amarilla la novia de Díaz Grey: -Y papito me oyó. Espero que le gusten los niños envueltos.
-De usted me gusta todo, mein fraülein. Y de eso quería hablarle. Yo sabía que en el asado de la casilla no iba a haber ningún chivo.
-Jose -aulló la mujer: -Vino a hablarme de la sucia. Yo preparo delicias y me hablan de la sucia.
-Tranquila, mein fraülein.
-Y no me siga llamando así porque lo único que usted quiere es cojerme, animal. Todos quieren cojerme.
-Kesús también se fue tgiste -siento que no es el humo lo que le empaña la sobrehumanidad al no-hijo de Kunz: -Hay que gesucitag.
-No se enoje, señora. Todavía no le dije que tengo el cuadro que le pintó Medina para regalarle. Enmarcado. Y dígale a Josefina que no precisa traer a Lux para asarlo porque a mí no me gustan los chivos. Me gustan las walkirias.
-¿Y por qué viene a hablarme del bicho de la putita?
-Porque usted lo mandó matar. Y la chinonga tuvo que degollar al rengo y robar el vestido de comunión para que les echáramos la culpa a los bolches. Me di cuenta enseguida. Pero yo soy de la misma escuela que Medina: primero la belleza y después el deber.
Entonces Josefina entró con la canasta y sacó un gatito despanzurrado y cosido igual que una pamplona para refregárselo en la nariz al sub-comisario:
-Estos eran los niños envueltos, inspector de zócalos. Y chinonga será la perra que te trajo a este infierno.
-Carajo -se ríe Jorge: -Y allá viene subiendo Díaz Grey. ¿Usted cree que Dios castiga sin piedra y sin palo? Bueno, capaz que si nuestro Faulkner escribe esta historieta termina de candidato al Nobel y todo.
-Dios hace hacer, botija -machacó el viejo después que Angélica Inés Petrus derrumbó a Rufianeli con un directo a la mandíbula digno de Archie Moore.
-Mejog que en las películas -se pone a aplaudir Tato.
35 EL TERCER OJO / LA RAMITA
Isabelino Pena esperó que los guardaespaldas se llevaran al sub-comisario despatarrado y cuando se acercó a ofrecerle una mano a Díaz Grey se enteró que Linacero lo precisaba con urgencia.
-Pensé que ya había vuelto al centro, Monsieur Chandler. Lo busqué por todos lados y al final hasta tuve la suerte de ver boxear a mi prometida -fuma con resignación el doctor y le hace señas al quintero de los Petrus para que apague bien la fogata mientras las mujeres bajan festejando el knock-out como hienas: -Hoy pasé por el Montserrat y encontré a Anita Malabia, que había venido caminando desde Enduro. Higinia murió esta mañana.
Entonces el detective le regaló el jazmín de la Virgen a Tato y lo llevó aparte para besarle el tercer ojo:
-Esta flog no se pudge. Gegalásela a tu madge y decile que alcanza con cgeer y que con no cgreeg no alcanza. Kesús es todo o nada.
-Gjacias, Togo -se inunda de PAX-LUX el niño envejecido y le pido a Jorge Malabia que lo acompañe y me pase a buscar a la pensión mañana a mediodía.
Cuando llegaron al Montserrat Díaz Grey prefirió quedarse en el auto y el detective entró sin golpear y encontró a Juan y a Anita sentados en el living: el hombre-caballo se había puesto traje y corbata y fumaba estirando una mano sobre el cráneo decaído de la criatura.
-Levantemos el corazón -murmuro comprendiendo que ella ni siquiera se da cuenta que no llevo el jazmín.
-Cuidado la leche -avisó Ana María torciendo el perfil de camafeo hacia el sonido de un primus.
Entonces Juan suelta el cigarrillo y va casi corriendo a la cocina para volver con una mamadera y ojos de novio dócil.
-Tiens -sonrió Isabelino Pena cuando ella sacó a un gatito dormido de un costurero con moña roja: -El amigo Félix.
-Vamos a tener que llevarlo al velorio -se enronquece autoritariamente la infanta de pezones adultos mientras se moja la mano para probar la temperatura de la leche: -Pero preferiría no tener que darle otra hasta mañana. Ese bar da asco. ¿No podrías aplastar el pucho, uruguayo? Prendé otro si querés, pero el del suelo nos va a hacer atorar a todos. Félix está resfriado.
El hombre-caballo obedeció con una velocidad jadeante y mientras se colgaba otro Benson le explicó al detective:
-A Higinia la están velando en el boliche de Barreiro. Me imagino que te acordás de Barreiro.
-Cómo no.
-El problema es que a la madre del Hugo y a doña Glyde se les ocurrió velarla con el boliche abierto para financiar los gastos del entierro.
-Como a Van Gogh.
-Aguantate. El hermano de Van Gogh le hizo una capilla ardiente con cuadros. Y en esta ciudad maldita ya se corrió el boca a boca y la gente va a caer a timbear como si fuera una kermesse.
-Pero Díaz Grey me dijo que vos me habías mandado llamar con urgencia. Para qué me precisás a mí.
-La que lo precisa es ella, padre Isabelino.
Entonces Ana María le termina de dar la mamadera a Félix y cuando la expectativa ya es insoportable se lo apoya en el hombro y puntualiza:
-Vos te acordás que Eladio le va a sacudir una rama en la frente para que las gotas le formen cristales.
-Sí, mija.
-¿Qué le pasa a este gato que no eructa?
-Golpeale más la espalda -empezó a jugar con la tapa del encendedor sin animarse a prenderlo el hombre alto.
Pero a mí me clava un desconcierto oscuro que parece recordarme:
-Se vuelven personas a los tres años. Hace cinco que ella sabe calcular las maniobras que se necesitan para enamorar y esclavizar a cualquier mono sapiens.
-Ya eructó. A dormir, Félix -cerró el costurero y enfocó su floralidad castaña en el jopo del viejo Ana María Malabia, sin llegar a sonreír: -Lo que quiero es que vos despidas a Higinia igual que al Hugo. Porque en el cementerio hablaste divino.
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