PRIMERA ENTREGA
UNO: LA CEGUERA
En 1988 Carlos Saura produjo una de sus máximas realizaciones, La noche oscura, que hoy en día es casi imposible encontrar en los videoclubes. Yo la vi por primera vez en un ciclo de Cinemateca y anduve años buscándola, hasta que Pablo Cossio -que actualmente participa en nuestro blog con su nombre religioso, Fray Pablo del Reino- tardó un año en lograr que le mandaran una copia desde España. Fue dificilísimo encontrarla hasta en los conventos de los carmelitas descalzos. Es una obra subversiva. Y en elMontevideano / Laboratorio de Artes la repartimos militantemente.
Lo lamentable es que San Juan de la Cruz sea un ícono global sobre los que más se babletea en todos los andariveles del establishment culturoso, generalmente digitados -Joaquín Sabina dixit- por sabios que no saben nada. Y estos burócratas del conocimiento prefieren que los mitos permanezcan lo más vacíos posibles de su irradiación energética sacudidora.
En 1581, al ser nombrado tercer definidor y prior de Los Mártires en Granada contra su expresa solicitud (porque nunca soportó los cargos directrices ni el ambiente andaluz, y considerando de justicia darle este contento como ya ha sufrido lo suficiente) y sin que ni la Madre Teresa pudiese interceder, el santico le escribe a una monja de Palencia:
Jesús sea en su alma, mi hija Catalina. Aunque no sé dónde está, la quiero escribir estos renglones, confiando se lo enviará nuestra Madre, y, si es así, que no anda, consuélese conmigo, que más desterrado estoy yo y solo por acá, que después que me tragó aquella ballena y me vomitó en este extraño puerto nunca más merecí verla, ni a los santos de por allá. Dios lo hizo bien, pues, en fin, es lima el desamparo, y para gran luz el padecer tinieblas. (…) ¡Oh, qué de cosas la quisiera decir! Mas escribo muy a oscuras, no pensando lo ha de recibir, por eso ceso sin acabar. Encomiéndeme a Dios. Y no la quiero decir de por acá más, porque no tengo gana.
San Juan de la Cruz le llamaba la ballena a los célebres nueve meses de prisión que padeció en Toledo cuatro años atrás, después que lo raptaran los Carmelitas Calzados. Y Saura encuadra su historia exclusivamente en ese período, intercalando apenas tres episodios en flashback.
La primera escena de la película lo muestra cuando llega cabalgando con sus captores a Toledo, vendado y descalzo entre la nieve. Y ya queda todo preparado para que el genial hombrecito -medía menos de un metro cincuenta- de treinta y cinco años que fue el factótum reclutado por Santa Teresa para la refundación del Carmelo según la regla primitiva establecida en 1247 por Inocencio IV, terminara versificando: ¿Adónde te escondiste, / Amado, y me dejaste con gemido?
Porque el director de almas egresado de Salamanca todavía no se había completado interiormente: no se sentía poeta. Y sin los poemas que empezó a parir durante aquel encerramiento ciego su llamarada mística no hubiese trascendido jamás. Saura recrea ese milagro con la proliferante imaginería barroca contrarreformista del Theatrum Sacrum que se necesitará restaurar en nuestra noche oscura si pretendemos que lo popular sea digno de lo cósmico.
En 1988 Carlos Saura produjo una de sus máximas realizaciones, La noche oscura, que hoy en día es casi imposible encontrar en los videoclubes. Yo la vi por primera vez en un ciclo de Cinemateca y anduve años buscándola, hasta que Pablo Cossio -que actualmente participa en nuestro blog con su nombre religioso, Fray Pablo del Reino- tardó un año en lograr que le mandaran una copia desde España. Fue dificilísimo encontrarla hasta en los conventos de los carmelitas descalzos. Es una obra subversiva. Y en elMontevideano / Laboratorio de Artes la repartimos militantemente.
Lo lamentable es que San Juan de la Cruz sea un ícono global sobre los que más se babletea en todos los andariveles del establishment culturoso, generalmente digitados -Joaquín Sabina dixit- por sabios que no saben nada. Y estos burócratas del conocimiento prefieren que los mitos permanezcan lo más vacíos posibles de su irradiación energética sacudidora.
En 1581, al ser nombrado tercer definidor y prior de Los Mártires en Granada contra su expresa solicitud (porque nunca soportó los cargos directrices ni el ambiente andaluz, y considerando de justicia darle este contento como ya ha sufrido lo suficiente) y sin que ni la Madre Teresa pudiese interceder, el santico le escribe a una monja de Palencia:
Jesús sea en su alma, mi hija Catalina. Aunque no sé dónde está, la quiero escribir estos renglones, confiando se lo enviará nuestra Madre, y, si es así, que no anda, consuélese conmigo, que más desterrado estoy yo y solo por acá, que después que me tragó aquella ballena y me vomitó en este extraño puerto nunca más merecí verla, ni a los santos de por allá. Dios lo hizo bien, pues, en fin, es lima el desamparo, y para gran luz el padecer tinieblas. (…) ¡Oh, qué de cosas la quisiera decir! Mas escribo muy a oscuras, no pensando lo ha de recibir, por eso ceso sin acabar. Encomiéndeme a Dios. Y no la quiero decir de por acá más, porque no tengo gana.
San Juan de la Cruz le llamaba la ballena a los célebres nueve meses de prisión que padeció en Toledo cuatro años atrás, después que lo raptaran los Carmelitas Calzados. Y Saura encuadra su historia exclusivamente en ese período, intercalando apenas tres episodios en flashback.
La primera escena de la película lo muestra cuando llega cabalgando con sus captores a Toledo, vendado y descalzo entre la nieve. Y ya queda todo preparado para que el genial hombrecito -medía menos de un metro cincuenta- de treinta y cinco años que fue el factótum reclutado por Santa Teresa para la refundación del Carmelo según la regla primitiva establecida en 1247 por Inocencio IV, terminara versificando: ¿Adónde te escondiste, / Amado, y me dejaste con gemido?
Porque el director de almas egresado de Salamanca todavía no se había completado interiormente: no se sentía poeta. Y sin los poemas que empezó a parir durante aquel encerramiento ciego su llamarada mística no hubiese trascendido jamás. Saura recrea ese milagro con la proliferante imaginería barroca contrarreformista del Theatrum Sacrum que se necesitará restaurar en nuestra noche oscura si pretendemos que lo popular sea digno de lo cósmico.
DOS: LA SOLEDAD
La película de Saura reproduce una amonestación pública que recibió el santico después de rechazar una cómoda reinserción en el Carmelo tibio o relajado que odiaba a muerte a la Reforma propuesta por los descalzos. El documento está tomado de la biografía que publicó Jerónimo de San José en 1641:
Así que vos tuvisteis que ser el primero en deshonrar la Orden de la Virgen con vuestra locura de desprenderos de vuestro calzado e idear un hábito nuevo, sembrando la discordia entre los frailes y escandalizando a los laicos. Ése era el modo de que hablasen de vos y parecierais más reformado que los demás. Si queríais ser bueno, ¿qué os impedía permanecer en una orden que ha dado tantos frailes buenos y santos? ¿Quién os prohibía la mortificación? ¿O elevaros a las alturas de la contemplación o ser un modelo de virtud? Pero vos, hipócrita, no aspirabais a ser santo, sino únicamente a que os tuviesen por tal: no a la edificación de la gente, sino a la satisfacción de vuestro amor propio. ¡Mirad, hermanos, a este miserable y desgraciado frailecico, que apenas sirve para portero de un convento! Pretende reformar a los demás cuando lo que necesita es reformarse a sí mismo. Ahora descubríos la espalda: ahí escribiremos las reglas de la nueva reforma.
Y le empezaron a aplicar la disciplina circular prevista por la regla para los contumaces: latiguearle la espalda desnuda con una vara mientras recitaban el Miserere. Todos los viernes y a la hora de comer. Y algún hermano le pedía perdón en secreto mientras le rayaba el cuero para toda la vida.
La segunda celda que le dieron medía diez pies por seis, funcionaba como retrete para la habitación de huéspedes adjunta y estaba iluminada por una espillera de tres dedos de ancho que apenas le permitía leer los oficios a mediodía y parado en un banco. Vivió con un solo hábito durante casi todo el cautiverio, y al llegar el verano la tela se le pudrió pegada a la espalda recubierta por una especie de puré de piojos y gusanos. A veces ayunaba tres veces a la semana, y lo único que comía era pan y sardinas que terminaron por provocarle una diarrea perpetua.
Desde su celda Juan podía oír conversar a los frailes en la habitación contigua, señala Gerald Brenan, quienes sin duda hablaban con esa intención. Comentaban la supresión de las comunidades descalzas por orden del nuncio y la inminente desaparición de toda la reforma. (…) Pero su peor tormento -declaró más tarde- era el temor de que después de todo pudiera haber pecado por desobediencia a sus superiores. ¿No podría el prior estar en lo cierto? ¿Con qué autoridad desafiaba al general de su orden? Las recriminaciones constantes que tenía que escuchar, empezaron (…) a minar su creencia de que había hecho lo correcto, e incluso comenzó a preguntarse si la adopción de la regla primitiva no había sido un acto de presunción y locura. Esta duda aumentó su temor a la muerte, pues en ese caso estaría en pecado mortal y moriría para la eternidad, rechazado por Dios.
En la película, además, hay una escena que lo presenta retractándose en público aunque en pocos segundos da marcha atrás y reaparece cosido a su fe. Eso se llama vértigo.
La película de Saura reproduce una amonestación pública que recibió el santico después de rechazar una cómoda reinserción en el Carmelo tibio o relajado que odiaba a muerte a la Reforma propuesta por los descalzos. El documento está tomado de la biografía que publicó Jerónimo de San José en 1641:
Así que vos tuvisteis que ser el primero en deshonrar la Orden de la Virgen con vuestra locura de desprenderos de vuestro calzado e idear un hábito nuevo, sembrando la discordia entre los frailes y escandalizando a los laicos. Ése era el modo de que hablasen de vos y parecierais más reformado que los demás. Si queríais ser bueno, ¿qué os impedía permanecer en una orden que ha dado tantos frailes buenos y santos? ¿Quién os prohibía la mortificación? ¿O elevaros a las alturas de la contemplación o ser un modelo de virtud? Pero vos, hipócrita, no aspirabais a ser santo, sino únicamente a que os tuviesen por tal: no a la edificación de la gente, sino a la satisfacción de vuestro amor propio. ¡Mirad, hermanos, a este miserable y desgraciado frailecico, que apenas sirve para portero de un convento! Pretende reformar a los demás cuando lo que necesita es reformarse a sí mismo. Ahora descubríos la espalda: ahí escribiremos las reglas de la nueva reforma.
Y le empezaron a aplicar la disciplina circular prevista por la regla para los contumaces: latiguearle la espalda desnuda con una vara mientras recitaban el Miserere. Todos los viernes y a la hora de comer. Y algún hermano le pedía perdón en secreto mientras le rayaba el cuero para toda la vida.
La segunda celda que le dieron medía diez pies por seis, funcionaba como retrete para la habitación de huéspedes adjunta y estaba iluminada por una espillera de tres dedos de ancho que apenas le permitía leer los oficios a mediodía y parado en un banco. Vivió con un solo hábito durante casi todo el cautiverio, y al llegar el verano la tela se le pudrió pegada a la espalda recubierta por una especie de puré de piojos y gusanos. A veces ayunaba tres veces a la semana, y lo único que comía era pan y sardinas que terminaron por provocarle una diarrea perpetua.
Desde su celda Juan podía oír conversar a los frailes en la habitación contigua, señala Gerald Brenan, quienes sin duda hablaban con esa intención. Comentaban la supresión de las comunidades descalzas por orden del nuncio y la inminente desaparición de toda la reforma. (…) Pero su peor tormento -declaró más tarde- era el temor de que después de todo pudiera haber pecado por desobediencia a sus superiores. ¿No podría el prior estar en lo cierto? ¿Con qué autoridad desafiaba al general de su orden? Las recriminaciones constantes que tenía que escuchar, empezaron (…) a minar su creencia de que había hecho lo correcto, e incluso comenzó a preguntarse si la adopción de la regla primitiva no había sido un acto de presunción y locura. Esta duda aumentó su temor a la muerte, pues en ese caso estaría en pecado mortal y moriría para la eternidad, rechazado por Dios.
En la película, además, hay una escena que lo presenta retractándose en público aunque en pocos segundos da marcha atrás y reaparece cosido a su fe. Eso se llama vértigo.
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