domingo

JORGE ALFONSO: UN NARRADOR QUE QUEMA RATAS CON EL PORRO EN LA OREJA


La editorial Hum acaba de publicar Porrovideo, un cuentario de Jorge Alfonso (Uruguay, 1976) que acaba de tsunamizar el charco literario uruguayo y provocado eufóricas reacciones críticas como la de Freeway: “Un libro poderoso, que tira abajo unas cuantas estanterías. Hacía falta una narrativa así de cruda y desafiante. Unos cuentos de puta madre, que se vuelven adictivos, como sucede con la buena literatura”. Y en la reseña de La República se puntualiza algo no menos importante: “Trazo sardónico que corrobora la necesidad de aliviar tensiones y desdramatizar situaciones. Aquí está el Montevideo miserable con toda su extrema dureza, en un tono bastante irónico y hasta jocoso. Es el agudo retrato de una generación en su escenario cotidiano”. Hacía falta, carajo.
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En 1939, desde el naciente semanario “Marcha” y aparaguado con el seudónimo de “Periquito el Aguador”, Juan Carlos Onetti se quejaba de que en la mediocridad del “ambientún intelectual” de aquel momento ya ni siquiera había artistas que vivían como artistas, y citaba como ejemplo fundacional el novecentismo cojonudo de Herrera y Reissig, Roberto de las Carreras y Florencio Sánchez. Yo te conozco y sé que vivís como un artista, pero te corresponde a vos describir ese drama personal. ¿Dale?

Bueno, todo empezó alrededor de 1994. Yo tenía 18 años y era un lector voraz, lo fui siempre, pero –más allá de algunos intentos boludos– nunca me había animado a escribir. Vivía en Paso Carrasco, unos kilómetros antes del aeropuerto, y cada tanto me iba en bicicleta hasta una casa de venta de videojuegos en la Galería Roma, al final de la calle Arocena. Un día quiso la casualidad que allí me topara con una revista de distribución barrial, “Malvín Hoy”. Compré unos juegos para mi computadora y me llevé la revista. En una de las notas se mencionaba al taller literario “Sentires” dirigido por la escritora Sunny Brandi. Se hablaba de un concurso de cuentos que se estaba organizando, y a través de ese concurso (en el que logré un 2º premio) me contacté con el taller y me convertí en miembro asiduo del mismo durante varios años.
Allí empecé a pulir mis textos. Sunny –una señora muy amable con la que aún mantengo una gran amistad– me ayudó mucho con sus sugerencias, correcciones (duros palazos la mayoría de las veces), y mostrándome libros. Conocí la literatura de Cortázar (especialmente el libro “Un tal Lucas”, que me fascinó), y también a Onetti, a Quiroga, a Bukowski, a Girondo, a Michael Ende, a Felisberto Hernández y tantos otros. El taller fue algo único para mí. Me hizo ver que no estaba solo en este vicio de las letras. Conocí muchos escritores que iban y venían, desaparecían y volvían a aparecer. Durante todo ese tiempo escribí cuarenta o cincuenta poemas y más de cien cuentos cortos. La mayoría los quemé años después. Algunos sobrevivieron en libros colectivo-cooperativos, otros vieron por fin la luz en “Cuentos llenos de abrojos”, con el que gané los Fondos Concursables 2008 del MEC.
Sunny me recibió y me ayudó como una madre. Sería inútil agradecerle con palabras. Yo estaba sin trabajo y concurrí unos cuantos años “becado”, sin pagar un peso y pedaleando a escondidas de mis padres muchos kilómetros para encontrarme con otros locos como yo, que también escribían. El taller de esta señora me lo dio todo. Inclusive a mi novia (ahora mi esposa) la conocí allí.
Un día me enteré que el INJU estaba organizando un concurso literario para jóvenes, y a pesar de que todos en el taller me hablaban pestes de los concursos, decidí probar. Total, pensaba, ¿qué pierdo con participar? Para mi enorme sorpresa, gané el primer premio, que consistía en una edición colectiva y quinientos dólares, guita que mayormente desperdicié, a excepción de un tatuaje del demonio de Tazmania que me quedó de recuerdo en un brazo.
Luego seguí mi camino. Me uní a diversos grupos literarios que pagaban sus propias ediciones y aparecí en varias antologías de tiraje muy corto. Seguí participando en todo tipo de concursos, como los de AEDI o de la B’nai B’rith, en los que también saqué varias mencioncitas de honor y así seguí sumando inútiles libros colectivos, diplomitas y medallitas que empecé a tirar abajo del televisor.
Luego me uní a un grupo de escritores llamado “Opus 5”, liderado por Rúben Santucho, que se reunía en el Ateneo de Montevideo a leerse sus cosas y que luego comenzó a participar en “Poesía viva”, un concurso-espectáculo colectivo organizado por la Comisión de Juventud de la IMM. Estas fueron mis primeras experiencias de lectura en público.
También frecuenté el Taller Literario del Cabildo, dirigido por el semiólogo francés Michel Boulet, que se reunía semanalmente en una de las salas del Cabildo de Montevideo. Y envié cuentos y poemas a toda revista, diario o periódico barrial que se dignara aceptarlos.
En el año 2002 –poco antes de la crisis económica– decidí dejar un laburo de administrativo en el que llevaba estancado desde 1997, y mientras buscaba sin ningún resultado otro trabajo, me dediqué a hacer poco o nada, a salir con mis amigos y a disfrutar un poco de la vida que había perdido en esos años encerrado en mi cuarto de Paso Carrasco jugando con la computadora.
Así estuve hasta el 2005, cuando alguien me contó que había un taller en Punta Gorda dirigido por un veterano que en ese momento cobraba un litro de vino por reunión... Así aterricé en el “Taller Literario Universo”, dirigido por el escritor Hugo Giovanetti Viola.
Durante un año pedaleé o caminé hasta allí, hasta ese cuarto atiborrado de libros (“La trinchera estrellada”), donde entre anécdotas de Onetti y Torres García, arquetipos jungianos y teología católica aprendí un poco de todo, bajo la generosidad de este temperamental y gran maestro.
Por supuesto, también sería inútil intentar agradecer con palabras lo que este hombre hizo por mí. Más de una vez me encontraba sin un peso y no podía siquiera llevar el vino de rigor, pero a Hugo no le importaba y repartía su conocimiento a manos llenas conmigo y con sus “discípulos”.
El tema era que a Hugo no le gustaban mis textos anteriores. Le parecían mediocres o muy retóricos, y empezó a darme duras lecciones que hasta el día de hoy atesoro. Cada jueves se convertía en una prueba de fuego para mí. Tenía que llevar algún cuento nuevo y exponerlo al maestro... Fue entonces cuando se me ocurrió empezar a pasar a papel algunas de las anécdotas que había vivido con amigos durante el período en que estuve haciendo poco y nada, fumando cigarros verdes y quemando ratas en el barrio La Comercial. Giovanetti me dio nuevamente una gran mano con las correcciones, hasta que nuestros egos chocaron y me fui del taller.
Llegó el año 2006 y yo seguía con los concursos y cargando con el caparazón del sueño del libro propio. Entonces conocí un grupo de muchachos que se presentaban bajo el nombre de “Seiscincuenta” en boliches, pubs, centros culturales o cualquier lugar donde los dejaran leer poesía. Me invitaron y los seguí. Los “Seiscincuenta” desarrollaban en Montevideo ediciones artesanales de libros propios emulando una movida que se daba en Buenos Aires con “Eloísa Cartonera”, donde esta gente le compra a los hurgadores porteños –y a un mejor precio que el normal– el cartón que consiguen. El grupo uruguayo, en cambio, hacía únicamente ediciones propias y de tiraje muy corto, así que les bastaba con el cartón que pedían en supermercados.
Durante un tiempo leí con ellos en todo tipo de bar, barsucho o tugurio que nos diera el espacio. Pero cuando terminaban las lecturas y se acercaba gente interesada en los libros y otras publicaciones artesanales del grupo, yo no tenía nada que ofrecer. Ni siquiera tenía impresora… Giovanetti había comprado una Canon que a la postre resultó ser la que imprimía a menor costo, aunque ya no se conseguía nueva. Me puse a buscar y encontré un tipo que vendía la suya usada. La compré y me largué a hacer primero un tríptico de poesía (una simple hoja de papel a4 impresa en ambos lados, doblada en varias partes y diseñada toscamente en word, que era la única herramienta que yo sabía usar). Bauticé mi tríptico “La poesía es una máquina de hacer chorizos” y me largué a imprimirlo. Con el tiempo llegué a editar aproximadamente tres mil de estos trípticos, que vendía a dos pesos o regalaba al final de las lecturas. A todo esto mi mujer también se largó a editar un libro de poesía, “Epidermis”, que imprimí en la Canon. Sólo me quedaba hacer el mío.
Ya no estaba con los “Seiscincuenta”. Había tenido algunas diferencias con ellos y me fui por mi lado. Se acercaba el verano y con Claudia decidimos editar una buena cantidad de libros y largarnos a Valizas a intentar venderlos y ver si con lo que ganábamos podíamos extender un poco nuestras vacaciones.
El tema era que todavía no había armado el libro. Me aboqué desesperadamente a la tarea y finalmente logré terminar de diseñar lo que a la postre se llamaría “Cacareos poéticos y poemas de amor misógino”, mi primer libro solista. Hacerlo –con un tiraje inicial de 100 ejemplares– fue una locura. Hubo que imprimir, cortar las hojas, engrampar, encolar, cortar el cartón para las tapas… En fin, un quemadero de cabeza. Y además ya teníamos los pasajes para Valizas y quedaba muy poco tiempo.
Para el diseño de tapa, Claudia hizo dos stencils con la forma de un gallo que luego imprimimos en cada uno de los 100 libros. Terminamos a los tropezones. Faltaba menos de un día para irnos y nos encontramos con que la pintura (pintura común comprada en una ferretería) se corría de los moldes. Decidimos hacer sólo un stencil y dejar el libro sin el otro, que tenía el título y el nombre del autor. El tiempo apremiaba y salimos disparando para Valizas con dos bolsos llenos de libros que chorreaban pegamento.
Por suerte todo salió bien. Nos largamos a Rocha a hacernos los hippies y las cosas funcionaron. Tirábamos un paño con nuestros libros y trípticos en una plaza de Valizas cercana al mar, y cuando quisimos darnos cuenta estábamos vendiendo muchos libros en la calle, leyéndolos ahí mismo, recibiendo mucha buena onda de la gente y logrando en este bendito país sustentarnos durante quince días con lo que nos daba la literatura... ¿Qué tal? Sobre esa experiencia yo después escribí un artículo por encargo de una página de internet española. Adjunto el archivo para más datos.
Volvimos a Montevideo muy felices y ya sin libros. En Valizas incluso conocimos un argentino que nos invitó a participar meses después en la FLIA (Feria del libro independiente y alternativo) que se desarrollaba en Buenos Aires como una especie de “ContraFeria” del libro. Y allá nos largamos también, con nuevos trípticos (“Los árboles son seres sagrados” era el de Claudia y “Poesía importada de Uruguay” el mío) y una segunda edición de los libros cuya tapa de cartulina logramos imprimirla en la Canon, ahorrándonos varios pasos complejos en el armado de los ejemplares.
En Buenos Aires no vendimos mucho, pero sí regalamos e intercambiamos decenas de libros por otras decenas de libros de gente de allá. Realmente valió la pena. Me sirvió como antes me sirviera el taller de Sunny, para darme cuenta que no era el único loco metido en estas quijotadas.
Al regreso de Argentina, seguí con los trípticos y empecé a mandar obsesivamente material a concursos rioplatenses, sudamericanos y de España. Estuve un par de años en eso y obtuve algunas menciones de honor y fui finalista en alguno, además de sumar nuevos libros colectivos y más diplomitas y medallitas que invariablemente iban a parar debajo del televisor.
Me di cuenta que por ese camino no iba a llegar a ningún lado. Entonces me aboqué a terminar el proyecto en el que venía trabajando hacía tiempo: Porrovideo.

La aparición de Porrovideo te agarra con la edad del Jesús de Nazaret crucificado. Y crucifixión, a nivel de mito, implica necesariamente una derrota y una resurrección dialéctica. ¿Encarás el desafío de transfigurar las derrotas?

En realidad ahora tengo 32 años. Recién en diciembre –si Dios quiere– cumpliré la edad de Jesús crucificado.
Sobre Porrovideo diré para empezar que fue olímpicamente rechazado en diversos concursos estatales y varias editoriales. Algunas de estas últimas, cuando les preguntaba si sería posible imprimirlo si yo pagaba los costos, me respondían “NO” y me despedían con versos tipo “sí, lo tuyo es interesante, pero…”
¡Si será difícil eso que vos llamás “transfigurar las derrotas”!
Yo me limité a no agachar la cabeza y seguir golpeando puertas hasta que una se abrió: Estuario/Casa Editorial HUM. Me dijeron que el dueño era un tipo joven y que estaba haciendo una gran campaña editando cosas “arriesgadas” que otros rechazaban. Así que me largué con el manuscrito y se lo llevé a la casa. Simplemente le dije “leélo, yo creo que está bueno”. Y el tipo lo leyó y decidió llevarlo a imprenta.
Capitulo aparte en esta historia fue la presentación del libro. Había un acto pro-legalización de la marihuana en el Molino de Pérez, y al editor se le ocurrió que era el lugar ideal para presentar el libro. Yo había ido el año anterior, había regalado trípticos, y sabía que se reunía mucha gente.
Se suponía que iba a haber un stand con libros a la venta, se suponía que se iba a regalar un planito a los asistentes para que ubicaran el stand, se suponían muchas cosas que al final no se dieron.
Lo que sí era seguro: en algún momento de la noche subiría al escenario acompañado de un amigo del editor (un loco con experiencia en carnaval que me iba a dar una mano) e íbamos a leer fragmentos de Porrovideo. Yo estaba aterrorizado. Algunos dicen que había 6.000 personas en el molino… Y justo antes había tocado una banda brasilera que fue abucheada por el público… Cada vez tenía más miedo y el amigo del editor también. Los de la organización presionaban para que subiéramos de una vez. Yo pensaba si abuchearon a una banda en vivo, a mí me violan… Me empezaron a venir náuseas nerviosas que me revolvían el estómago y me hacían pensar que vomitaría de un momento a otro. Y los de la organización que seguían insistiendo en que subiéramos de una vez… Finalmente entramos al escenario, y cuando estábamos a punto de empezar, otro organizador nos dijo que no, que todavía no… Más estrés, más desconcierto, más miedo, más ansias de vomitar…
Por fin nos dijeron que sí y nos acercamos al micrófono. Se suponía que íbamos a leer fragmentos del Porrovideo, pero en ese momento se me prendió la lamparita y se me ocurrió que si yo estuviera ahí, entre la gente, aguantándome una banda brasilera horrible y fumando marihuana y encima dos tipos subían a leerme narrativa… Entonces decidí leer un poema de los que leía en los boliches. Y me olvidé de la gente y lo leí con todo, y me bajé del escenario como en medio de un sueño rarísimo, y el estómago volvió por fin a su sitio.
Al otro día me llama Martín –mi editor– y me dice que ponga Océano FM. Estaban pasando una grabación de mi lectura… Por primera vez (porque en el molino estaba en otro mundo por los nervios) pude oír el aplauso de la gente. Y esa misma tarde fui a la primera entrevista en televisión, con las mismas náuseas, en canal 5. Era un programa de variedades en la tarde. Antes de mí apareció una vedette. Es increíble, pensaba yo, en el molino me toca después de una banda que fue abucheada, y acá después de una modelo despampanante…
Lo peor fue que el entrevistador, que no había leído mi libro, arrancó con preguntas en torno a la marihuana… Una de ellas fue “¿qué sentís cuando te fumás un porro?”. Por suerte se me volvió a prender la lamparita, y le retruqué “¿por qué? ¿vos no fumás?” y el tipo titubeó un poco y dijo “no, yo tengo un temperamento muy adictivo, yo no podría…” y yo le pregunté si no sabía que la marihuana no provoca adicción. Y quedó duro, no supo qué decirme. Y ahí seguí hablando yo. Después anduve por otros programas televisivos, radiales, por revistas y diarios que venían a entrevistarme a mi casa, en fin… El otro día recibí a un periodista argentino que viajó hasta acá expresamente a hacerme una nota. Cosas que nunca pensé que pasarían y están pasando. Crucifixión y resurrección, quizá.

¿Tenés prontos otros libros? ¿Qué estás escribiendo?

El libro de poesía es uno que me queda en el debe. Me gustaría algún día editarlo formalmente, pero por ahora no ha sido posible. También tengo otro de microcuentos y después un montón de ideas para novelas y narrativa que esperan que me den las bolas para liquidarlas.

En el Encuentro Nacional de Escritores donde nos reencontramos se habló con entusiasmo de construir nuevas redes de difusión masiva que desbloqueen al agotadísimo circuito de las librerías. De hecho, este blog de elMontevideano / Laboratorio de Artes milita atrincherado estrelladamente en esa postura foquista. ¿Pensás que la lectura en pantalla puede enterrar al libro o más bien revitalizar la búsqueda del libro?

Me parece que el libro como tal nunca va a desaparecer. Es un formato práctico, no requiere electricidad ni baterías, es fácilmente transportable y en muchos casos se trata de un objeto estéticamente muy bello, digno de coleccionar. Por otro lado, sé de gente que no tiene un solo libro en su casa y sin embargo se cuelgan a leer novelas de vampiros de 400 páginas a través de la web. No creo que al libro lo entierre nadie. Simplemente surgen nuevos espacios (como internet) y depende de quienes los administran y suben contenidos el lograr que valgan la pena. Igual, mientras la gente lea, ¿qué importa el soporte?

2 comentarios:

Jorge Alfonso dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Jorge Alfonso dijo...

Aquí tienen mi libro "Cacareos poéticos y poemas de amor misógino" completo: http://cacareolandia.blogspot.com/

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