Estoy eyaculando esta paginita la mañana del domingo 11 de octubre, completamente ronco.
La pensaba escribir con tiempo, pero Moure Clouzet me pidió para publicarla antes que conozcamos el resultado del partido del miércoles.
Porque el tributo a la fe que tuvo Diego Forlán anoche en Ecuador importa hoy y hasta siempre, y narrarla desde una óptica épica implica colaborar a que se transforme en una sustancia mítica iluminadora para las nuevas generaciones.
En el recientísimo campeonato mundial juvenil de Egipto dos excelentes jugadores, el Morro García y La Joya Hernández, acababan de errar penales en momentos importantes.
Y además el pueblo uruguayo, que es ganador futbolístico de nacimiento, siempre elige a un culpable para justificar nuestras endémicas pérdidas en las eliminatorias mundialistas: últimamente les tocó cargar con la mochila del desastre nada menos que a Francescoli y a Recoba.
Desde los años cuarenta hasta la fecha, la decadente minusvalidad espiritual del establishment nos fue acostumbrando a sacrificar chivos que expíen nuestra eventual infelicidad, en cualquier terreno de la vida.
Eso deviene de una cultura del odio y no de la fe.
Forlán tiene treinta años y acaba de ganar el Botín de Oro en Europa, lo que sigue significando que la grandeza futbolística uruguaya ya es imposible de barrer abajo de la alfombra, por más tsunamis apocalípticos que sigan profetizando la idiotez y la cobardía posmodernas.
En un reportaje que le habían hecho el día anterior, el muchacho-hombre de bucles homéricos y perpetua mansedumbre facial comentó el entusiasmo que sentía por jugar un partido tan decisivo en un ahogadero del continente donde nos han pintado la cara hasta el cansancio.
Para eso estamos, dijo.
Y tres minutos después de la hora, cuando le hicieron el penal a Cavani (y el chiquilín enseguida pidió conmovedoramente para tirarlo) Diego chapó la guinda y se estaqueó a acomodarse la camiseta (como si se estuviera fajando) frente al punto-pozo de cal.
El excelente golero ecuatoriano se acercó a intimidarlo durante varios segundos, y nos es imposible saber si lo peseteó de palabra o bastó que lo encapuchara con un cacho de sombra para activarle el vértigo: Podés cagarla adelante del mundo entero, Botín de Oro.
Diego ni lo miraba.
Pero un segundo antes de patear levantó una concentración transfigurada hacia el arco y actuó una belicosidad celeste que no le conocíamos. Y fue como si le dijera al atajador: Ahora asustate vos porque los que van a clavarte son Aquiles y Artigas y Obdulio juntos, además de este soldado.
Creer lo que no vemos para merecer ver aquello que creemos, escribió San Agustín hace diecisiete siglos.
Y después que la fruta blanca estrelló la red me llamó mi hijo llorando desde Viena y aunque estábamos los dos muy roncos y casi no se oía, la palabra grandeza sonó como una espesura de relámpago perforando el océano.
La pensaba escribir con tiempo, pero Moure Clouzet me pidió para publicarla antes que conozcamos el resultado del partido del miércoles.
Porque el tributo a la fe que tuvo Diego Forlán anoche en Ecuador importa hoy y hasta siempre, y narrarla desde una óptica épica implica colaborar a que se transforme en una sustancia mítica iluminadora para las nuevas generaciones.
En el recientísimo campeonato mundial juvenil de Egipto dos excelentes jugadores, el Morro García y La Joya Hernández, acababan de errar penales en momentos importantes.
Y además el pueblo uruguayo, que es ganador futbolístico de nacimiento, siempre elige a un culpable para justificar nuestras endémicas pérdidas en las eliminatorias mundialistas: últimamente les tocó cargar con la mochila del desastre nada menos que a Francescoli y a Recoba.
Desde los años cuarenta hasta la fecha, la decadente minusvalidad espiritual del establishment nos fue acostumbrando a sacrificar chivos que expíen nuestra eventual infelicidad, en cualquier terreno de la vida.
Eso deviene de una cultura del odio y no de la fe.
Forlán tiene treinta años y acaba de ganar el Botín de Oro en Europa, lo que sigue significando que la grandeza futbolística uruguaya ya es imposible de barrer abajo de la alfombra, por más tsunamis apocalípticos que sigan profetizando la idiotez y la cobardía posmodernas.
En un reportaje que le habían hecho el día anterior, el muchacho-hombre de bucles homéricos y perpetua mansedumbre facial comentó el entusiasmo que sentía por jugar un partido tan decisivo en un ahogadero del continente donde nos han pintado la cara hasta el cansancio.
Para eso estamos, dijo.
Y tres minutos después de la hora, cuando le hicieron el penal a Cavani (y el chiquilín enseguida pidió conmovedoramente para tirarlo) Diego chapó la guinda y se estaqueó a acomodarse la camiseta (como si se estuviera fajando) frente al punto-pozo de cal.
El excelente golero ecuatoriano se acercó a intimidarlo durante varios segundos, y nos es imposible saber si lo peseteó de palabra o bastó que lo encapuchara con un cacho de sombra para activarle el vértigo: Podés cagarla adelante del mundo entero, Botín de Oro.
Diego ni lo miraba.
Pero un segundo antes de patear levantó una concentración transfigurada hacia el arco y actuó una belicosidad celeste que no le conocíamos. Y fue como si le dijera al atajador: Ahora asustate vos porque los que van a clavarte son Aquiles y Artigas y Obdulio juntos, además de este soldado.
Creer lo que no vemos para merecer ver aquello que creemos, escribió San Agustín hace diecisiete siglos.
Y después que la fruta blanca estrelló la red me llamó mi hijo llorando desde Viena y aunque estábamos los dos muy roncos y casi no se oía, la palabra grandeza sonó como una espesura de relámpago perforando el océano.
8 comentarios:
absolutamente, había algo de iluminación en la mirada de ese tipo. emocionante.
Gracias por el comentario. Esa iluminación es la que él se calzó en el cuore para representarnos a todos. Un abrazo. Hugo Giovanetti Viola.
Impecabilisima tu descripcion del momento...., yo estando de paso por argentina que no es tan lejos como Viena, tambien lagrimee...
Me encanto como lo describiste!!!!
Gracias, Ambar. Los tiempos pueden ser muy tristes pero los Capitanes del Vuelo tienen la misión de recordarnos a las montañas. Un abrazo.
Humildad y sacrificio por el riesgo a asumir fue el mayor aliento para Diego asumir y vencer en un momento tan crucial, que su tranquilidad de espíritu le permitío su decisión y mostrar su temple.
Cuanto de esto hay......
La vida es una aventura arriesgada o no es nada Hellen Kesler
Gracias por la nota
Héctor
No sabés lo bien que nos hacen a los escritores esta clase de comentarios, porque sentimos que empezamos a reescribir la nota con el lector y, fundamentalmente, porque confirmamos que esta difícil vida de todos está muy bien hecha. Un abrazo.
Hugo Giovanetti Viola
Hugo,ánimos para el rubio Forlán y sus compañeros de la selección! Que manden los argentinos al carajo. Viva Uruguay!
matti
Gracas, Matti. Finlandia y Uruguay nos sentimos hermanos en un sentido de minusvalidez geográfica, porque los argentinos y los suecos siempre han prepoteado nuestra pequeña territorialidad. Pero los cojones los tenemos montañosos. Un abrazo de tus compañeros de elMontevideano / Laboratorio de Artes. Hugo.
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