(entrevista exclusiva a la ganadora del Premio Bartolomé Hidalgo 2009)
A partir de la publicación del poemario El alfabeto verde (Ediciones de la Balanza, 1979) TATIANA OROÑO se constituyó relampagueantemente en una de las voces claves de la generación del 70. Su trabajo poético fue sumando Poemas / Poesía 82 (Premios del Concurso de Poesía “12 de octubre” organizado por El Día, Arca y la Embajada de España en 1982), Cuenta abierta (Arca, 1986), Tajos (Arca, 1990), Bajamar (Antologías de las menciones otorgadas en la 37ª Feria de Libros y Grabados, 1996), Tout fut ce qui ne fus pas / Todo tuvo la forma que no tuvo (edición bilingüe, Autres Temps / Les Écrits des Forges, con el apoyo del Centre Nacional du Livre, 2002), Morada móvil (Artefato, 2004) y La piedra nada sabe (Hum, Colección Estuario, 2008). No es de extrañar, a esta altura, que en la reciente 32va Feria Internacional del Libro un jurado integrado por Jorge Arbeleche, Roberto Appratto y Gerardo Ciancio le haya otorgado el Premio Bartolomé Hidalgo / Categoría Poesía.
Oroño egresó del IPA en 1973 como Profesora de Literatura, y fue destituida de sus cargos durante 10 años por la dictadura cívico-militar. También se graduó como Profesora de Lengua y Literatura Españolas (AECI, Madrid, 1992), cursó una maestría en Literatura Latinoamericana (FHCE, Univ. de la República, 2001-2003) y ejerció una prolongada labor periodística especializada en las artes plásticas. Es co-autora de diversos ensayos entre los que destaca el imprescindible Dumas Oroño (vida y obra del artista, 192 pp, 220 ilustraciones, As, 2001).
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Oroño egresó del IPA en 1973 como Profesora de Literatura, y fue destituida de sus cargos durante 10 años por la dictadura cívico-militar. También se graduó como Profesora de Lengua y Literatura Españolas (AECI, Madrid, 1992), cursó una maestría en Literatura Latinoamericana (FHCE, Univ. de la República, 2001-2003) y ejerció una prolongada labor periodística especializada en las artes plásticas. Es co-autora de diversos ensayos entre los que destaca el imprescindible Dumas Oroño (vida y obra del artista, 192 pp, 220 ilustraciones, As, 2001).
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Los hijos de los integrantes del Taller Torres García nacimos respirando arte. Se hace obligatorio pedirte una postal proustiana de aquella infancia donde tu padre, Dumas Oroño, te llevaba al sótano del Ateneo o a la casa de Punta Gorda donde Manolita Piña de Torres García parecía sonreír permanentemente con la tercera orilla de la boca.
Una postal proustiana… es un asunto difícil. Las visitas al sótano del Ateneo fueron experiencias de contacto con un mundo paralelo. Había poca luz, pero para los pintores alcanzaba. La intensa impregnación de olores los tenía sin cuidado. Su instrumental no requería ningún procedimiento de higiene fuera del tiempo de limpiar pinceles… Eran espacios de trabajo en los cuales no se exigía poner en orden lo que se había usado. La actividad se concentraba alrededor de objetos, a veces, invisibles. Me refiero a cuando opinaban y discutían sobre proporción, estructura o tono, por dar algún ejemplo. Todos los ojos en la misma pintura no les impedía hablar de cosas diferentes, y hasta porfiar en opiniones discrepantes. Era imposible entender qué discutían ni tomar posición. Salía sintiéndome una espía fracasada. Pero llevaba la evidencia de que era gente que gozaba de la libertad del mundo para dejar las cosas, cuando llegaba la hora de irse, como les daba la gana. Me iba convencida de que era posible desenvolverse, en un orden paralelo al de la vida cotidiana, en un espacio mal ventilado donde muebles y utensilios estaban solo, pero solo, al servicio del arte.
Si pienso en lo de Manolita, no cambiaría mucho la respuesta. Si bien anoto la gran diferencia: se trataba de una casa con mucha luz. Los muebles y utensilios, desde las sillas y bibliotecas hasta el aparato de radio, estaban igualmente al servicio del arte, pero de manera distinta: habían sido concebidos como objetos de arte aplicado. Desde la estructura hasta las superficies esgrafiadas o labradas. Las visitas a Manolita invitaban a participar de un clima de paz austera. Un piano de pared. Un estanque de peces rojos y camalotes. Se ofrecía café en pocillos de cerámica constructiva, en bandejas de diseño y decoración constructivistas.
Era otra estación del mismo mundo paralelo que continuaba expandiéndose según sus reglas. Fueron contactos que dieron su lección de construcción de realidad. Ofrecieron pistas para elección de destino. Nutrieron la infancia.
Tu primer poemario, El alfabeto verde, apareció en 1979. ¿Cómo irías caracterizando las distintas espirales del desarrollo que sobrevino en los últimos treinta años?
Una de las pocas veces que hablé con Mario Arregui, fue en el 83, me advirtió: Tenés que escribir en el lenguaje de la tribu. Me quedé, para siempre, pensando en eso… aunque no le hice caso nunca. Pero fue iluminador el reclamo. La poesía es un mundo paralelo, je! Y las espirales de la escritura de estos 30 años han ido diciendo, en su voz, quién soy o quién me siento que soy. Lo cual implica interpelaciones a la tribu, a los demás. También a los que no la integran…
Te voy a hacer la misma pregunta que le hicimos a Fernando Butazzoni con motivo de la presentación de su última novela. Onetti decía que cuando se ponía a leer algo interesante y de golpe se daba cuenta que atrás no había nadie, mandaba todo al diablo. ¿Estás conforme con la mujer que hay atrás de tu poesía?
Sí y no. Para mi mal… y por suerte!
¿A qué mujeres considerás Capitanas del Vuelo artístico uruguayo?
He aprendido y aprendo de diferentes voces. (En poesía se aprende a veces de un solo poema, basta con un poema.) Hay obras que quiero o conozco más que otras. Pero no creo, en arte, yendo a contrapelo de la pregunta, en capitanías…
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