martes

LA ÚLTIMA CURDA DE JUAN CARLOS ONETTI (7) / investigaciones criminales en Santa María



26 DOÑA GLYDE / LA CANASTA


Isabelino Pena, Jorge Malabia y Ana María cruzaron la obra del Cristo obrero y encontraron a Lázaro gritándole a doña Glyde en la puerta del cuchitril que olía a grasa quemada:
-La CST va a denunciar la escalada oligárquica en el acto de Puerto Astillero, chicharrón de fondín. Vos sabés muy bien que los fascistas son capaces hasta de desenterrar chivos para enchastrarnos, porque nos tienen más miedo que al judío errante. El pobre Mingo ya ni sabe cuántos pozos tapó.
-Ustedes conformensén con el jugo que le chupan al pastor mentiroso porque aquí ya no hay más Evita pa gloriar, carancho -retruca cloacalmente la madre de Ana María: -Y si quieren comerse al bicho asado metan mojo nomás, porque esta guacha nació pa muñeca brava pero el entierro de hoy fue el último cirquete. Que termine yirando como la Rita y listo.
-El Rufián nos quiso hacer cantar hasta el arroz con leche -le informó el sindicalista a Isabelino Pena mientras la chiquilina corría a abrazarse con la yegua: -Pero para prohibir el acto del astillero precisarían otra dictadura con collar justicialista o yanqui, tanto da.
-¿Y usted vino a darle el pésame proletario a doña Glyde o tenía alguna changa para cobrar? -pongo cara de escarbador a sueldo.
-Vine a advertirle a la madama que antes de escupir al Partido es mejor hacerse gárgaras con creolina, mamón de la yuta -empezó a recular el gordo hacia la calle: -¿O el Rufián te devolvió la pistola y se te agrandaron los huevitos?
-Gracias por tutearme, tavarich -relojeo el asco azul de Jorge Malabia y la crispación del milico que custodia la gruta: -Pero te aclaro que las milicias de la evolución usamos nada más que balas enamoradas.
-Hagan aire, basuras -se asomaron los ojos-rajas color estiércol de la madre de Ana María: -A los uruguayos habría que chacinarlos antes que empiecen a pedir pichí y a chamuyar de Artigas y de Maracaná. Es lo único que saben.
-¿No precisabas hablar con Díaz Grey? -señala la plaza dulcemente ritmada por las luciérnagas Blue Eyes: -Ahí llegó.
Lázaro gargajeó a lo malevo y atravesó el esqueleto del templo acomodándose las dos barrigas mientras el médico se olvidaba de exagerar la renguera para esquivar al detective, pero el viejito lo alcanzó con los mocasines y el pantalón harinados por los escombros:
-Un p´tit moment, Monsieur Destouches.
El seudochiste sirve por lo menos para hacerlo desenvainar y prender un Chesterfield entre los canteros de zinnias y corales, aunque apenas me ofrece un medio perfil y el rebrillo del farol callejero en los lentes tristísimos:
-Estoy muy ocupado, Monsieur Chandler.
-Linacero lo necesita con urgencia.
-Mi prometida también. La tengo que mudar a la mansión de los catorce pilares porque al volver del cementerio entró en pánico.
-¿Y usted también piensa quedarse en Puerto Astillero?
-No. El universo de Brausen es casi tan infernal como el del doctor Destouches, por más que nos inunden los jazmines y nos refresquen las regatas y las colegialas le canten himnos a la Inmaculada. Se vive en guardia eterna. Fíjese que hace un mes que el viejo Lanza me consiguió los cuartetos 59 y 127 del Sordo y todavía no pude escuchar ninguno entero.
-Ouais. Los que le encargaron el conde que se manducó hasta a la reina de Nápoles y el príncipe Galitzin. Lástima que el Adagio del 127 se desparrame tanto.
-Perdón -soltó el cigarrillo el doctor y rengueó hasta el porche para atajar el avance descrenchado de Angélica Inés Petrus.
Atrás sale Josefina con una canasta donde los gatitos berrinchan insufriblemente y resopla:
-La patrona dice que el Hugo le robó el alma en el cementerio y quiere volver a tomar la comunión.
-Ahí viene el policía de Blancanieves otra vez a babearse -bizqueó la walkiria hacia un patrullero que pegaba un frenazo truculento.
-¿Pensó que iba a escapársenos? -me hace señas de que suba el Rufián, abanicándose la pelada con el quepis apto para cargar boniatos.

27 RAMAS / MIEDO

Isabelino Pena trató de entender el informe que un sargento cordobés tartamudo le leía al sub-comisario Rufianeli sobre los interrogatorios que acababan de hacerle a los sindicalistas, pero terminó durmiéndose en el asiento de atrás del patrullero. Mi reino por un pulpón bien jugoso.
-¿Un café? -pareció empezar a sacarse chispas de las manos el hombre-aperiá que tenía hasta un ventilador de techo en la oficina: -O puede seguir tomando algunos mates, si quiere.
-Lo que preciso es eso que ustedes llaman factura y nosotros bizcochos. No comí en todo el día, jefe.
-Agradezca que no estamos charlando en el celdario de máxima seguridad -me para el carro con una placidez burocrática de irradiación budista y saca Una tumba sin nombre del cajón. -Lamentablemente no tengo tiempo de analizar con rigor científico este entrevero de medias verdades y medias mentiras que ni siquiera entienden bien los personajes. Y me interesa mucho su opinión.
-Mi primera opinión es que usted merecería ser discípulo del señor Ángel Rama, uno de los principales sabios que no saben nada y dirigen el tránsito literario en el Uruguay. Porque las historias simbólicas que están llenas de vida y de arte son la pura verdad. No pueden reducirse a análisis sociológicos. O en este caso criminológicos.
-Se ve que usted entiende muchísimo, detectivito.
-Nací así. No es mi culpa. Lo que me da un trabajo brutal es tratar de ser un hombre completo, por lo menos. Porque lo santo me queda muy grande.
-No se vaya por las ramas.
-Es muy gracioso, porque Rama también le llamaría ramas a los arquetipos-troncos que verticalizan la novela. Sobre eso puedo hablar y capaz que le sirve.
Rufianeli pidió tiempo clavándose un índice en la palma de la otra mano igual que en el básquetbol y entreabrió la puerta esmerilada sonriendo hacia los armarios grises como quien no sabe gritar:
-¿Todavía no trajeron el cuadro?
Y entonces se filtra un escalofriante chillido de perro roto desde el celdario y el dientudo explica:
-Debe ser una pesadilla de Mingo. No pudimos despertarlo del todo. Bueno, hábleme de la novela y después se va a comer factura tranquilo.
-Usted quiere que yo hable del chivo.
-Exactamente. Para qué tanto escándalo por un cabrón y ahora por un cabrito.
El detective bosteó el mate en la papelera y después de ensillarlo y pedir agua caliente se olió el jazmín impoluto de la solapa:
-¿Qué significa para usted la palabra sagrado?
El Rufián va hasta la puerta para ordenar que le llenen el termo y bosteza sin soltar el pestillo:
-Pan y circo. Lo que se usa para tener dominada a la gente. Ya me di cuenta que la ex-sirvienta de los Malabia mendigaba con el bicho en Buenos Aires y recaudaba como si les mostrara un banderín de River y Boca juntos. Acá tiene su termo.
-Merci bien -verticalizó la gran nariz biliosa Isabelino Pena y murmuró enseguida de hacer sonar la bombilla: -¿Pero por qué la gente y la misma Rita veían algo sagrado en los ojos del bicho?
-Eso es lo que se me escapa.
-Porque lo soñó un artista, jefe. Un pobre fiolo misteriosamente capacitado para darle de comer belleza a la tribu. Ese es la función de los artistas y de los profetas.
Y cuando se lubrica las manos igual que los chiquilines en las carreras escolares de masturbaciones me doy cuenta que entendió lo esencial aunque nunca sea capaz de reconocerlo:
-Entonces el otro artista profético vendría a ser el rengo.
-Sí. Pero con más vuelo. No se olvide que agregó a la criatura vestida de comunión y puso lo recaudado para el Cristo obrero.
-Y desenterró al chivo para jugar a la resurrección.
-Los pobres de espíritu son incapaces de jugar con Jesús. Hasta los sabios que no saben nada se dan cuenta y los odian por eso. Porque los humildes son los únicos que no le tienen miedo.
-A quién.
-¿Cómo a quién? A Jesús. ¿O usted no le tiene miedo?

28 ENFERMOS / MINGO

Isabelino Pena agarró el termo con la mano derecha para volver a cebar y de golpe el otro brazo fue catapultado por un sacudón-tic tan fuerte que el mate hizo llover yerba todavía seca sobre el escritorio del sub-comisario.
-Es una reacción alérgica -explico: -No puedo aguantar que los ateos o los agnósticos o los indiferentes no entiendan que no tener una fe vertical es una elección neurótica. Aunque por lo menos a los personajes de Una tumba sin nombre los desespera haber enterrado la fe. Están muy cerca de la esperanza.
Rufianeli rebañó la yerba con un secante hasta hacerla caer en la papelera y chistó divertido:
-Entonces los que elegimos creer en la nada estamos enfermos.
-Sí, y además el evangelio dice que los que no están con nosotros están contra nosotros. El liberalismo ideológico es un invento del diablo. Y la nada es un absurdo nivelador soñado por los esclavos o por los cobardes.
-¿Sabe que Tito Perotti declaró que el rengo era la mejor persona que conoció en Santa María y que Lux y el vestido de comunión lo hacían sentirse bueno?
-Hay degenerados muy sentimentales. ¿Y los bolches qué inventaron?
-Juancho Castillo y el novio del boticario me pidieron autorización para publicar un artículo sobre el vestido de Ana María en El socialista. Parecen modistos.
-Pero son maricas de García Lorca. Trepadores capaces de comerse chiquilines asados mientras hablan del Hombre Nuevo.
-¿Usted no discrimina demasiado?
-Mi problema no son las discriminaciones sino las erecciones locas, jefe. Hacerle el amor al mundo es ejercer un erotismo cósmico sano, pero querérselo cojer a cada rato como si uno fuera un cachorro tratándose de montar a todo lo que se le pone adelante es lamentable.
Ahora se escandaliza en serio y murmura apagando el ventilador:
-Mire que este divague no me sirve para el caso.
-Entonces escuche bien: la religiosidad de Una tumba sin nombre no hay que buscarla en la adoración al chivo. Lo que importa es que la novela investiga el casamiento interior de un hombre consigo mismo como pasaje al reino de la paz. Y esa es una ceremonia universal parecida a la eucaristía. Lamento que no me entienda.
-Yo también.
En ese momento el sargento cordobés golpeó la puerta anunciando que acababan de traer el cuadro y Rufianeli ordenó que pasaran a colgarlo con una mezcla verdosa de humillación y orgullo.
-Mandé enmarcar un retrato que dejó arrumbado Medina en la morgue. A ver si la reconoce.
Y enseguida me doy cuenta que lo que desenvuelve el tartamudo es una Angélica Inés Petrus posando como la bañista rolliza de Manet, aunque la mirada destripadora pertenece a la Jose.
-Voilà le ménage à trois -compadreó el detective: -La blancura del desnudo parece una pared de Utrillo. Espátula y pernod. ¿Y ahora tampoco entiende lo que le dije sobre la taquicardia de las braguetas? Le aseguro que el amor con la muerte se hace cantando Only you y no Esta noche me emborracho.
Pero el sargento le hace señas nerviosas desde la puerta y el enano tiene que salir a calmarle la bronca a Jorge Malabia y yo aprovecho para meterme en el celdario donde Mingo chilla peor que un perro.
-Lo único que se le entiende es que perdió una linterna adentro de una mariposa -le explicó el cabo de guardia a Isabelino Pena: -Ya no se aguanta más.
Pero por qué la desgracia tendrá que ser tan poética -pienso agachándome frente al quintero que ya vomitó toda la celda y sigue eructando gelatina, hasta que de golpe escarbo:
-¿Cuál mariposa, Mingo?
-E-che-o-tro-San-ta-Ma-ría-li-bre-pa-trón-Mar-cos -se le entreabrió un milímetro de lucidez al indio arrodillado: -Y le destapo el pozo.
Después entra Jorge a sacarme del brazo y a esta altura el Rufián se deja empujar igual que un juez de fútbol en un borbollón.
-Yo precisaría un préstamo para morfar debute -señaló una parrillada el viejo de gacho muy aporreado antes de subir al jeep: -Dos chorizos al pan y un hermoso heladito.
Y me doy cuenta que Blue Eyes empezó a quererme en serio.

29 EL HELADO / LARSEN

Isabelino Pena y Jorge Malabia encontraron a Onetti y a Díaz Grey escuchando el segundo concierto para violín de Bach. Nadie tiene ganas de hablar, y yo pongo la barrita de crema y chocolate en la cubetera y me siento en el balcón a devorar los chorizos regados con Coca Cola.
-Y el caballo -preguntó el hombre alto cuando se acabó el disco.
-Tranquilo -toma vino Blue Eyes tirado en el parqué: -A esta altura del campeonato debe ser el único que está tranquilo.
-¿Usted sabe que cuando Dante conoció a Beatrice ella tenía un año más que su sobrina?
-Casi seguro que lo di en el liceo.
-¿Y a alguien le pareció repugnante?
-No creo. Aunque yo siempre pensé que Dante era idiota.
Isabelino Pena entró a buscar el helado a la cocina y después que se le cayeron dos cubetas Onetti cabeceó:
-Idiota.
Entonces vuelvo lamiendo la belleza achocolatada y le pregunto al doctor qué se comenta en Puerto Astillero sobre el acto de la convención pero no me da bola y Juan se pone increíblemente hiperlábico:
-Algunos corren atrás de una pelota y otros atrás de los desenterramientos de los chivos. Yo lo que quería decirle es que usted fue muy valiente, señor Malabia. Aunque da pena que no haya terminado de entender la relación que tuvo con su ánima en esta historia recopilada tan doradamente por mi amigo. Y dicho sea de paso: cuando mandé llamar esta tarde a Díaz Grey estaba a punto de sufrir una explosión de ojos de mosca facetados con tristísimos rostros de Ana María y ese concierto transformó al Montserrat en una catedral inundada por un rosetón que derrama la fe de la infanta en donde veo el bordecito de plata del amore que nos mueve en esta maldita comedia.
-Y usted piensa que yo enterré mi pureza cuando enterré a la Rita.
-No. Pienso que cuando la veló se casó para siempre con ella, Jorge. Y ella se llamaba Rita pero era la forma femenina de su alma. Y usted fue capaz de hacer bailar el cajón más acá o más allá de la muerte. Su pureza no está enterrada, por más que odie al chivo-Dios.
El doctor y Blue Eyes se miraron hipnotizados y Onetti agregó:
-Merde. Lo que me identificó hasta la locura con mi gran amigo Larsen fue que los dos vivimos explotando y sufriendo mujeres. Claro que lo que yo necesitaba no era dinero sucio: pero nunca pude vivir sin comérmelas igual que a esa crema mágica que se compró el elfo. Es triste.
-¿Más Bach? -se le activa una dulzura profesional a Díaz Grey, que ahora ya está asustado.
-Preferiría a Gardel.
-Lo que no le conviene es mezclar el JB con el tinto.
-Vas a ver que un día de estos / te voy a poner de almohada / y tirado en la catrera / me voy a dejar morir.Isabelino Pena volvió a escaparse al balcón y ronqueó el manifiesto-epitafio de Dino con cavernosidad nasal:
-Morir sobre un escenario / estando rodeado de amigos / lograr que lleves en los labios / el último de mis suspiros / mi vida / mi alma.
Pero la desesperante verdad es que me atacó la peor erección de mi vida y siento que si no resuelvo el caso no soy digno de despedirme con la costilla inmaculada que nos hace sonreír por puro amor al Gólgota.
-¿Te llevo a la pensión o te vas con el doctor? -se acercó al balcón bostezando con ostensible alivio Jorge Malabia.
-No. Mejor lo lleva usted porque yo esta noche tengo guardia en Puerto Astillero -ensobra el disco Díaz Grey y se anima a insistirle a Juan: -Trate de no mezclar, Linacero. Por favor. Rimbaud perdió la apuesta.
-Pero no creo que haya terminado rezando.
-Prefiero que me pases a buscar a la pensión mañana a mediodía y nos vamos a infiltrar el acto de los bolches -se tapó la entrepierna con el gacho Isabelino Pena y aprovechó para gritar: -Rimbaud terminó rezando y corran perros, viejo. ¿O te creés que la hermana era idiota?
-Idiota -retruca Juan. -Y viejos son los trapos.




1 comentario:

zen dijo...

SILVANA, gracias por su visita y su precioso comentario.
Pasaremos por su casita y la esperamos siempre.

Un abrazo.

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