jueves

La América Latina del Siglo XXI



NOVENA ENTREGA

CAPÍTULO II: LA AVENTURA DE LA GLOBALIZACIÓN (III)


Hasta aquí ha nombrado a algunos pensadores, a algunos intelectuales de distintas latitudes, mancomunados por este hilo rojo que es el redescubrimiento de un horizonte latinoamericano unitario. ¿Puede decirse que este pensamiento haya tenido consecuencias prácticas?

Esta generación se formó principalmente con pensadores y hombres de letras, pero se dirige al mundo estudiantil de entonces y logra movilizarlo. Rodó, a través de Próspero, un profesor universitario -personaje central de Ariel- dialoga con sus estudiantes. Se percibe una fuerte tensión educativa en su exposición; quiere ayudarlos a identificar la idea nueva, el mensaje original que pueden aportar a la historia. Esta idea surgía de su gran preocupación: recuperar la unidad intelectual y moral de América Latina, perdida desde los tiempos de la independencia.

Rodó-Próspero lanza implícitamente este mensaje a su público de estudiantes: conocen la historia del Uruguay, conocen la de Argentina, sus compañeros paraguayos conocen la historia de Paraguay, los ecuatorianos la de Ecuador… pero así no irían a ningún lado, no se levantarían nunca de las ruinas de la historia. Tienen que repasar todo a partir de la unidad.

Rodó-Próspero señala un horizonte inédito: pensar y actuar a partir de América Latina como globalidad, apoyándose en la conciencia común de la historia íntegra.

Compara esta tarea -una tarea que suele ser ardua- con la lucha por la unidad nacional en Italia, concluida apenas treinta años antes (25). Una nota interesante: en la visión de Rodó, Brasil era parte integrante, como dirá en más de una ocasión.

Le preguntaba acerca de los efectos -también políticos- producidos por esta nueva predicación.

El mensaje de Ariel tuvo una repercusión inigualable entre los intelectuales y la juventud de América Latina. Es por inspiración suya que en 1908 se desarrolla en Montevideo el primer congreso americano de estudiantes. Vinieron a Montevideo de América del Sur: Bolivia, Chile, Perú, Argentina, Paraguay y Brasil (26). Vino el Cono Sur.

Algunos años después, en 1918, los estudiantes argentinos se reunieron en la ciudad de Córdoba, desde donde lanzaron un importante manifiesto para toda América Latina. Esto tuvo una enorme repercusión, que fue recogida por el gran líder Víctor Raúl Haya de la Torre. Este peruano iluminado funda la Alianza Popular Revolucionaria Americana, APRA, y dicta las bases de lo que podríamos llamar la primera teoría general de los movimientos nacionales y populares de América Latina, hasta llegar a un verdadero programa político dirigido a superar las “polis oligárquicas” agroexportadoras latinoamericanas y levantar la sociedad industrial.

Para responder a su pregunta, con Haya de la Torre, la exigencia intelectual de la generación del 900 se convierte en acción política.

Haya de la Torre explica por qué no podemos imitar repetitivamente lo que realizan las sociedades europeas, que era el vicio de las clases dirigentes de la época: trasladar mecánicamente a América Latina las respuestas europeas, sin percibir los diferentes niveles históricos de desarrollo de las respectivas sociedades. Así postulas las tres exigencias de base: democratización, industrialización e integración. La primera no se cumplirá sin la segunda y ésta no se completará sin la tercera.

En el momento de la crisis mundial del capitalismo, en 1930, Haya de la Torre inaugura la lucha consciente por la construcción de una sociedad industrial moderna en América Latina. Esta lucha hoy está lejos de haber terminado; por eso la perspectiva de los movimientos nacionales populares mantiene su necesidad en esta apertura del siglo XXI.

¿No existe el riesgo de idealizar esta generación de intelectuales y políticos?

No estaba exenta de ambigüedad, de un exceso de “idealidad”. Pero luces y sombras, genialidad y caídas, no apagan la extraordinaria, positiva influencia de esta generación, verdaderamente nacional. Será la “generación nacional” latinoamericana, refundadora por antonomasia. Creo que todavía no se la ha estudiado a fondo, como se debería (27). Pero lo nacional-popular todavía no ha cerrado su ciclo.

Me explico mejor. Habrá dos fases de los movimientos políticos nacional-populares latinoamericanos. La primera, fundadora, desde la crisis de 1930, con Haya de Torre, Vargas, Cárdenas y Perón. A mi criterio culmina en la visión estratégica continental de Perón. Ahora estaríamos en la necesaria segunda fase nacional-popular que es la integradora propiamente dicha, y sin la cual no habrá sociedad industrial en América del Sur, base de toda unidad posible de América Latina. Si el nacional-populismo se empantanara en la primera fase, que fue sólo poner la piedra fundamental, quedaríamos en el fracaso de un edificio inconcluso. ¿Qué sucedería después? Sólo Dios lo sabe.

¿Por qué la llama “generación nacional”?

Un aspecto distintivo de las generaciones posteriores al ciclo de las independencias nacionales fueron justamente sus “modelos ideales” inferidos desde fuera del continente: desde Inglaterra, Estados Unidos, Francia. Como área periférica, a América Latina le costaba trabajo pensar en sí misma desde adentro. Adoptaba, más o menos conscientemente, algunos modelos civilizadores que terminaban por derruir las bases históricas de los propios pueblos, tratados como “bárbaros”: las razas indígenas, el mestizaje, la herencia española, la Iglesia Católica, todo entremezclado.

El elemento humano indígena era considerado retrasado por definición; en vez de apoyar sobre él y desde él el desarrollo, se lo tenía que extirpar para poder ir detrás de un progreso que tuviera alguna posibilidad de éxito. Más que del progreso de nuestros pueblos, se trataba de anularlos para poder avanzar. El “mal”, en síntesis, éramos nosotros mismos. ¡Es imposible imaginar una dependencia mayor que ésta! Pero fue justamente ésta la mentalidad de las oligarquías liberales del siglo XIX, bien expresada en el Civilización y barbarie de Faustino Sarmiento.

La corriente nacional de la que hablo echaba por tierra tal imposición: partía de los fundamentos, no de los modelos; los modelos, en todo caso, tenían que ser la expresión potenciadora desde y para las raíces, no el afirmarse en contra de ellas. Lo nacional, aquí, partía desde el pueblo real, no de un sujeto abstracto.

En la generación del 900, la primera latinoamericana desde la época de la independencia, confluían pensadores de varias tradiciones nacionales. ¿Se puede hablar de un latinoamericanismo católico?

Sin duda puede hablarse de un círculo histórico-cultural latinoamericano en cuya base existe el ethos católico, así como en Estados Unidos existe el ethos protestante.

Me refiero a un latinoamericanismo católico explícito, con formas y expresiones propias. Quizás una corriente de pensamiento dentro del más vasto latinoamericanismo del 900.

Rodó no es católico pero valora la herencia del catolicisimo. En un determinado momento, sale en defensa de los crucifijos en los hospitales, en contra de su remoción, pedida por los liberales de la época. Ugarte, en cambio, era católico y socialista al mismo tiempo, una figura importante en Argentina. Vasconcelos también era católico.

Todos tenían que vérselas con las elites intelectuales anticlericales, cuyo modelo más evolucionado era el laicismo de la tercera república francesa. Es sobre la base de este modelo que se da la mayor parte de las separaciones Estado-Iglesia en los Estados de reciente formación.

Efectivamente, en el proceso de formación de una conciencia nacional latinoamericana se observa una estrecha mezcla de catolicismo y anticlericalismo.

Y continúa existiendo. Hoy mismo existen quienes quieren imprimir una impronta anti-católica, marxista, masónica, a la unificación y quienes quieren animarla con valores católicos.

En esta miscelánea de aportes que confluyen, ¿qué lugar y qué peso tiene un pensamiento como el que se aglutina en torno a Latinoamérica (28)? Fue una revista importante en aquellos años.

La primera entre las revistas católicas en tener una dimensión latinoamericana. Latinoamérica, desde 1949, refleja bien la autoconciencia del catolicismo anterior a la Conferencia General del Episcopado en Río de Janeiro (29). Nótese que la publicación es bilingüe: en español y portugués; y en francés cuando se trata de Haití. El nombre mismo de la revista es significativo: “Latinoamérica”. Recién después de la Segunda Guerra Mundial se generaliza la expresión “América Latina”; antes el uso oscilaba entre Hispanoamérica (más común) e Iberoamérica. Los católicos preferían mayormente Iberoamérica, queriendo comprender en esta designación a España y Portugal.

La Iglesia reivindicaba de este modo la herencia católica e hispánica en sentido amplio, contra la leyenda negra de raíz liberal y anglosajona que describía a la Iglesia Católica como una fuerza histórica retrasada y opresiva.

Es así en modo tal que la primera cosa que los lectores piden a la revista es que aclare y justifique la elección del nombre. Y la revista recuerda que ya en 1862 se instituía en Roma un colegio con este nombre, Pío-latinoamericano, y que León XIII, en 1899, había reunido en Roma el primer Concilio Plenario Latinoamericano. La revista invocaba y se refería explícitamente a esta tradición de la Iglesia. Y con justicia: el Colegio Pío-latinoamericano es la primera institución en la historia que usa tal denominación. Luego serán las nacientes Naciones Unidas las que adopten este nombre de latinoamericano en sus divisas y que lo difundan.

¿Cómo ve Latinoamérica la problemática eclesial?

Basta con citar a Pablo Antonio Cuadra y a Cristopher Dawson; un apreciado intelectual católico de Nicaragua, el primero, y un gran pensador inglés, el segundo. Ambos escriben artículos que dan cuenta del estado de postración y disgregación eclesial que se vivió desde la independencia hasta principios del siglo XX y de los crecientes síntomas -a partir de los años 30- de un catolicismo más vigoroso que se consolidará después de la Segunda Guerra Mundial (30).


(continúa próximo jueves)

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