(TERCERA ENTREGA)
TERCER TEXTO: “LA SARDINA” CUMPLE 55 AÑOS / CARTA ABIERTA A BRIGITTE BARDOT
(publicado en 1989 en La Hora Popular)
Brigitte Bardot: usted no me recuerda. Podría mostrarle una foto de 15 años atrás, con mi mano posada en su cintura y la suya en mi hombro, y me recordará menos todavía. Porque su corazón ya estaba, en aquel tiempo, triste de fiestas y espantado de rostros, como el del buen Rubén. Muy pocos días después de aquella noche usted cumplió 40 años, y la prensa transnacional hizo emerger sus aletas color muerte entre el rielar de lo que fue su reino: Saint-Tropez.
Según las teletipos, usted renunció al cetro de esas playas tan célebres (gracias al resplandor que B.B. le agregó al sol durante la edad de oro de su soledad) porque las autoridades le han negado a los perros el derecho a practicar el nudismo playero junto con los hombres.
Pero los novelistas no nos fiamos jamás de los gestos espesos: esconden la verdad. Y la verdad es que el próximo 28 de setiembre usted cumple 55 años, y las dentelladas de las grandes agencias noticiosas le despedazarán más minuciosamente que nunca la intensa historia de su carne ajada. Y usted está cansada de que la descuarticen sobre la alfombra púrpura de Saint-Tropez. Eso es todo.
O casi todo, claro. En 1974 Paris-Match publicó un extenso artículo titulado El otoño de B.B., donde sus 40 años eran considerados un “acontecimiento nacional”. La crónica de su infancia y adolescencia y gloriosa adultez (ya en vías de descuajarse de la rama dorada) estaba escrita con respetuosa superficialidad. El correlato fotográfico era triste y profuso: hasta se dieron el lujo de hacerla posar desnuda una vez más, para que el mundo viera humear el corazón partido de sus ojos antes que se incendiara la última belleza.
Pero hubo una secuencia que me apuñaló. La todavía niña B.B. aparece retratada durante el descanso de una clase de ballet, aburrida y ausente del arte acartonado que la trampeó tan joven. Sus compañeros de colegio la llamaban “la sardina”, por esa delgadez desmañada y felina que un pollerín rosado no alcanza a suavizar. Degas y Onetti suspirarían frente a la maravilla de ese esqueleto, sin embargo: allí ya está candente la muchacha indomable y vulnerable capaz de revolucionar la soledad del mundo en un solo pantallazo.
Sucede que la noche en que nos fotografiamos abrazados también bailamos juntos, Brigitte, durante un largo remanso de irresponsabilidad. A vos te importó un corno que yo fuera un guitarrista pasaplatos, y te hubiera importado mucho menos saber que estabas dando saltos frente a un tipo condenado a escribir la verdad sobre tu vida. Porque puedo atestiguar que la ría virginal de sombra y gozo que te rodea los huesos como un anillo de Saturno, jamás se borrará. No pudieron borrártela los “tratantes de actrices” (generalmente blancas) ni los traficantes de topless, cola-less y otras yerbas.
Pero tú no buscabas los ojos arañados, / ni el pantano oscurísimo donde sumergen a los niños, / ni la saliva helada, / ni las curvas heridas como panza de sapo, le cantó Federico a Walt Whitman: Tú buscabas un desnudo que fuera como un río, / toro y sueño que junte la rueda con el alga, / padre de tu agonía, camelia de tu muerte, / y gimiera en las llagas de tu ecuador oculto. Se lo cantó a Walt Whitman y te lo cantó a vos. Y a tantas como vos, muchacha manoseada.
De modo que, huyas donde huyas, te rogaría que recordaras al gran viejo de Hemingway cuando los tiburones te hagan sangrar el manso y colgante tesoro. Que tus ojos reflejen su rebrillo salvaje en el Ponto y escupas esta frase, fresca y dulzonamente:
(publicado en 1989 en La Hora Popular)
Brigitte Bardot: usted no me recuerda. Podría mostrarle una foto de 15 años atrás, con mi mano posada en su cintura y la suya en mi hombro, y me recordará menos todavía. Porque su corazón ya estaba, en aquel tiempo, triste de fiestas y espantado de rostros, como el del buen Rubén. Muy pocos días después de aquella noche usted cumplió 40 años, y la prensa transnacional hizo emerger sus aletas color muerte entre el rielar de lo que fue su reino: Saint-Tropez.
Según las teletipos, usted renunció al cetro de esas playas tan célebres (gracias al resplandor que B.B. le agregó al sol durante la edad de oro de su soledad) porque las autoridades le han negado a los perros el derecho a practicar el nudismo playero junto con los hombres.
Pero los novelistas no nos fiamos jamás de los gestos espesos: esconden la verdad. Y la verdad es que el próximo 28 de setiembre usted cumple 55 años, y las dentelladas de las grandes agencias noticiosas le despedazarán más minuciosamente que nunca la intensa historia de su carne ajada. Y usted está cansada de que la descuarticen sobre la alfombra púrpura de Saint-Tropez. Eso es todo.
O casi todo, claro. En 1974 Paris-Match publicó un extenso artículo titulado El otoño de B.B., donde sus 40 años eran considerados un “acontecimiento nacional”. La crónica de su infancia y adolescencia y gloriosa adultez (ya en vías de descuajarse de la rama dorada) estaba escrita con respetuosa superficialidad. El correlato fotográfico era triste y profuso: hasta se dieron el lujo de hacerla posar desnuda una vez más, para que el mundo viera humear el corazón partido de sus ojos antes que se incendiara la última belleza.
Pero hubo una secuencia que me apuñaló. La todavía niña B.B. aparece retratada durante el descanso de una clase de ballet, aburrida y ausente del arte acartonado que la trampeó tan joven. Sus compañeros de colegio la llamaban “la sardina”, por esa delgadez desmañada y felina que un pollerín rosado no alcanza a suavizar. Degas y Onetti suspirarían frente a la maravilla de ese esqueleto, sin embargo: allí ya está candente la muchacha indomable y vulnerable capaz de revolucionar la soledad del mundo en un solo pantallazo.
Sucede que la noche en que nos fotografiamos abrazados también bailamos juntos, Brigitte, durante un largo remanso de irresponsabilidad. A vos te importó un corno que yo fuera un guitarrista pasaplatos, y te hubiera importado mucho menos saber que estabas dando saltos frente a un tipo condenado a escribir la verdad sobre tu vida. Porque puedo atestiguar que la ría virginal de sombra y gozo que te rodea los huesos como un anillo de Saturno, jamás se borrará. No pudieron borrártela los “tratantes de actrices” (generalmente blancas) ni los traficantes de topless, cola-less y otras yerbas.
Pero tú no buscabas los ojos arañados, / ni el pantano oscurísimo donde sumergen a los niños, / ni la saliva helada, / ni las curvas heridas como panza de sapo, le cantó Federico a Walt Whitman: Tú buscabas un desnudo que fuera como un río, / toro y sueño que junte la rueda con el alga, / padre de tu agonía, camelia de tu muerte, / y gimiera en las llagas de tu ecuador oculto. Se lo cantó a Walt Whitman y te lo cantó a vos. Y a tantas como vos, muchacha manoseada.
De modo que, huyas donde huyas, te rogaría que recordaras al gran viejo de Hemingway cuando los tiburones te hagan sangrar el manso y colgante tesoro. Que tus ojos reflejen su rebrillo salvaje en el Ponto y escupas esta frase, fresca y dulzonamente:
-Muérdanme en el espejo, mercenarios. Y sueñen que se comieron a la sardina.
2 comentarios:
Simplemente maravilloso, hermano: si el mundo pudiera ver la tención que busca vida desesperadamente detrás de ciertas bellezas, el horizonte sería casi verde.
Gracis, Fray Pablo. El otro vi a Alfonso en un encuentro nacional de escritores y me preguntó por vos con mucho cariño y admiración. La encargada ministerial de la parte organizativa era Virginia Lucas, que también me preguntó por tus vocaciones. Saludos del viejo loco, entusiasmadísimo con la fe de Forlán.
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