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LA ÚLTIMA CURDA DE JUAN CARLOS ONETTI (6) / investigaciones criminales en Santa María - Hugo Giovanetti Viola


21 EL DEGÜELLO Y EL ROBO / LA PELOTA

Isabelino Pena gritó:
-Te dije que te fueras, carajo.
Estoy soñando con In my life, una canción de los Beatles que mi hijo adoraba: y cuando reconozco como mi mejor recuerdo el rostro de la muchacha que me ofreció la primera visión perfecta de mi alma se superpone la belleza de mi madre muy joven y pego un salto horrible.
-Voy -se sentó en la cama el viejito después que le aporrearon varias veces la puerta y corrió a abrir vestido con una bermuda negriazul y la camisa chorreada por el jugo del pulpón.
-Perdone la hora, don Pena -entra sin pedir permiso Jorge Malabia.
-Qué pasó.
-Degollaron al Hugo y robaron al chivo.
El detective metió la cabeza abajo de la canilla de la mesada y prendió maquinalmente el primus:
-Qué horas son.
-Están por las dar las ocho -le distingo nada más que la nariz cadavérica y los pinchos broncíneos de la barba mientras abre la persiana y apelotona una caja de Lucky Strike y busca otra en el vaquero: -Lo encontró el Tito después que terminamos de timbear en el yate, muy de madrugada. No estábamos tan borrachos. Pero al gordo le dio un ataque místico y empezó a acordarse de cuando tomamos la comunión y dijo que precisaba ver a Lux y me pidió que lo acompañara al Cristo obrero y yo no le di bola.
Isabelino Pena preparó el mate y espantó el humo tosiendo:
-Abrí un poco la ventana. ¿Dónde está Ana María?
-Ya las traje de Enduro. Tito vino a despertarme después que hizo la denuncia y yo no quise ni ver, pero parece que al Hugo lo habían degollado un rato antes porque la cuchilla todavía goteaba. Y en el camino a la Colonia hay pintadas frescas que dicen PAZ Y UNIDAD y TODOS AL ASTILLERO.
-¿Y Marcos?
-No tengo idea. Últimamente duerme la mona tirado donde caiga y el Impala no está en el club. Merecería escracharse contra un caballo o que se lo llevara puesto un tren, pero no tiene suerte. Ah, me olvidaba: a Díaz Grey lo llamaron a meter el hocico en la autopsia porque el notabilísimo no puede quedar afuera de nada digno de ser noticia. Y a Ana María le robaron el vestido de comunión. La plata la tenía doña Glyde arriba, por supuesto.
-Le robaron el vestido.
Y durante las ocho campanadas que se eternizan en la plaza me encorvo para besar la bombilla porque siento que en lugar de brazos tengo caños de hielo.
-Lo quiero contratar para que investigue la maldición de los chivos, don Pena -casi sonrió Blue Eyes: -¿Cuánto cobra?
-Carísimo. Preciso que tengas fe. Las milicias de la evolución hacen lo que hay que hacer para que el dueño de la perfección conquiste otra morada.
No me doy cuenta si Jorge se agacha aplastándose el oro sucio de las entradas para no cagarse de risa o para no llorar, pero advierto:
-Si pensás que la fe se te acabó cuando le diste la orden al Señor de que desemputeciera a Rita vas muerto. Los milagros los ofrece el Señor pero los hacemos nosotros. Sin que nadie dé órdenes.
-Lástima que no conoció al padre Bergner -se despatarró en la cama muy revuelta de la pensión el tío de Ana María Malabia: -Hablaba como usted: en marciano. Y siempre se las arreglaba para hacerme sentir que el que tenía razón era él.
-Eso es porque la razón la tenemos nosotros: las milicias. Y me tuteás o te vas.
-¿Pero qué precisás además de fe?
-Transporte. Un chofer fijo. ¿Dónde van a velar al Hugo?
-En el establo.
-¿Sabés jugar al fútbol?
-No tanto como al tenis, pero nací con calidad.
-Y modestia. Bueno, la fe es igual a una pelota de esas que aguantan los pibes sin dejar caer al suelo: con las dos piernas y las dos rodillas y la cabeza y hasta la nuca.
-Gané varios concursos. Y una vez llegué al 777.
-Gran número. Lástima que los dueños de la culturita nunca les enseñen que si te perfeccionás en serio un día la globa queda flotando y entendés la verdad.

22 EL DIBUJO / EL ENTIERRO

Isabelino Pena se tanteó el jopo muy engominado después que bordearon el templo valdense para internarse en la sombra esmeralda de la plaza y murmuró:
-Acá hay más candidatos a la gayola que en un crucigrama de doña Agatha.
-¿Y qué puede tener que ver el robo de Jerónimo con el de Lux? -estaciona atrás del furgón policial que vigila la obra del Cristo obrero Jorge: -Antes de pasar a buscarte fui a casa y encontré a Mingo durmiendo al lado del pozo. Por lo menos lo tapó, el desgraciado.
-Bueno, los crímenes casi nunca se sincronizan tanto como en las películas. ¿Aquel no es el Impala de Marcos?
-No. El de Tito. Se compraron los dos únicos que trajo el concesionario. Frivolidad obliga.
El gordo supervisaba el velorio entrajetado y alhajado con un reloj de cadena, y le informó a Blue Eyes que Anita lo estaba esperando en el establo y que todavía no habían traído el cuerpo del Hugo.
-Lo degollaron en la gruta -me lleva hasta el rocón y empieza a pellizcarse las manos frente al dibujo del cuerpo delineado con cal sobre la tierra ya negra de sangre: -Es increíble que haya muerto defendiendo el vestido de comunión.
-¿Estás seguro de eso?
-Sí. Se ve que no vinieron a matarlo pero él salió con la cuchilla de doña Glyde y kaput. Y le juro que lo entiendo, porque para mí ese vestido era más lindo que las nenas que se ponen en edad de usar sutien.
Isabelino Pena intercambió un rebrillo de repulsión con el milico que custodiaba la hornacina azulada por el ágata y señaló la ropa colgante:
-Fue un sacrificio hermoso.
-¿No me da un mate, jefe? Aunque le aseguro que no va a ser un velorio de pobre porque doña Glyde está cocinando desde que llegó de Enduro.
-Y Ana María cómo está.
-Empacada en que velen al Hugo en el establo. La hija de Petrus le mandó un gatito de regalo con Jose y no le dio ni corte.
Y cuando nos sentamos en la vereda distingo una obsesión estrábica taladrándonos desde una reja del viejo casco de estancia y me erizo:
-Me imagino que al chivo se lo llevaron con el moisés y todo.
-Por supuesto. ¿Sabe que ese bicho me hacía sentir bueno? A Jerónimo lo hubiera tirado en la parrilla, pero este Lux me gustaba más que las nenas con tetas. Y anoche sentí unas ganas tan desesperadas de verlo que me largué hasta acá como un loco y descubrí este asquete.
-Me contó Jorge.
-El histérico de mierda. El candidato a santo que se caga en cualquier buena intención. Me insultó y se fue a dormir. Díaz Grey lo sacó bien en el libro: vive en pose.
Y de golpe escucharon las zancadas de Blue Eyes atravesando la obra con una crispación que asustó al detective:
-Qué pasa.
-Pasa que el Hugo sabía que lo iban a matar para comerse al chivo y le pidió a mi sobrina que lo enterraran como a la Rita. Y en Santa María no se usan carrozas con caballos desde que cerró Miramonte. Grimm debe haber usado la última cuando murió mi hermano.
-Perdón -se mete el alfiler de corbata en un colmillo el gordo: -Tu sobrina es mi ahijada y va a ser más linda que mi hermana y tiene más cabeza que la señora del gobernador. ¿Pero esta procesión no la estará inventando ella? Además ya no hay chivo. Y a la Rita la acompañaron vos y el chivo.
-Quiere ir ella con la yegua.
-¿Con María José? Bueno, en el club siempre escuché decir que la yegua y el Hugo parecían más que amigos -se tapó una risa-eructo el hombre de chaleco hinchadísimo. -Me parece que Barrientos todavía vive en Enduro: le tirás cincuenta pesos y te embetuna dos ponys. Y si no encuentran carroza lo pueden llevar en la jardinera, nomás. Total a quién le importa.
-Mirá: si los bolches te hubieran matado a vos me afiliaba enseguida -grita Jorge desde su auto y el perfil se le humedece con una fe solar: -¿No la acompaña un rato a Ana María, don Pena?
-Si no me tuteás, no.
Jorge cabeceó sonriendo y Tito se acomodó provocativamente la entrepierna.

23 FÉLIX / LA GORGUERA

Isabelino Pena encontró a Ana María dejándose lamer un pechito por el hijo de la gata de Angélica Inés Petrus y le ofreció una mansedumbre lastimada y fluvial:
-¿Ya le pusiste nombre?
-Se va a llamar Félix -se sube el bretel del traje de baño y señala a la yegua: -Ella es María José.
El detective se taponeó varios estornudos y se sentó a tomar mate en un pedazo de ñandubay.
-Lo importante es el trago triste -me sondea reverberantemente el animal mientras espanta con la cola el mosquerío bostero.
-El Hugo me contó que el entierro de la Rita fue más lindo que un arco iris -aceptó un mate la chiquilina que levantaba demasiado los ojos al hablar: -Y Jorge me contó que cuando la pusieron en el cajón Jerónimo empezó a chuparla hasta que le vieron la cara que tenía cuando era chica. Y las velas bailaban.
-Cómo está Higinia.
-Esperando que le venga la cara de la Virgen. Pero dice que la tos le dice porquerías horribles. ¿Vos conocés a un uruguayo alto y de lentes que llegó la semana pasada y me compró un Señor de la Paciencia?
-Es mi maestro.
-Yo le regalé un jazmín como el tuyo y él me puso una mano en la cabeza y me dio cien pesos. ¿Podés llevarme a verlo?
-Cuando quieras.
-Me llevás esta tarde y después me siento acá a esperar a Lux. Hoy me dormí un ratito y soñé que Lux tenía puesto mi traje de comunión.
Y de golpe se le riza el labio y la belleza castaña rebrilla refrescando el jedor sin fondo del establo.
-Rufianeli encontró a Marcos tirado en el Puente de los Condones -escucharon comentar a Jorge Malabia en la puerta.
-¿El Hugo ya jiede mucho? -no le da la menor pelota doña Glyde: -Yo preparé empanadas de carne y pasteles de membrillo. Y caña hay cantidá. Se lastra en casa y listo.
-Rufianeli anda arreando bolches que da placer -carcajeó Tito.
Entonces no tengo más remedio que salir y llevar aparte a Jorge para preguntarle dónde queda el Puente de los Condones.
-Aquí cerca -explicó el tío de Ana María, ya afeitado y uniformado con el saco sport jolivudense: -Es el primer puente de fierro que hubo en Santa María y está por derrumbarse desde que yo soy chico. Pero abajo se formó una especie de revolcadero oficial.
-¿Y Marcos amaneció en el auto?
-Sí. Y ya está declarando. Rufianeli peinó hasta el fondo de casa y arreó a Mingo, por las dudas. Ahí traen el cajón.
Y cuando vuelvo al establo encuentro a Félix succionando el pezón floral de Ana María y atrás aparece Tito con ojos fascistas y la obliga a embutirse una solera y le tira un patadón al cachorro:
-Somos todos lo mismo. Lo único que nos importa es sacarles la ropa. Después te traigo una mamadera para que lo tranquilices y hoy mismo te comprás un vestido de comunión como la gente y chau chivos en las estaciones. La plata del Cristo obrero la juntamos organizando kermesses.
-No te preocupes porque Lux va a aparecer con el moisés y el vestido -acomodó un jergón destripado la chiquilina: -Hugo quería que lo velaran aquí arriba.
Entonces el gordo sale a fumar a la puerta del cuchitril-horno con los rulos muy gomosos y lo sigo dándome cuenta que lo que le chorrea hasta el cogote colorado es más hondo que el sudor.
-Viva la humanidad, don Pena. Lo mejor es enterrar la mariconería y seguir cagando gente -se secó las facciones idénticas a las de la Brigitte Bardot de Villa Petrus Tito Perotti y ayudó a cargar el humíldisimo cajón con una cruz excavada.
-Yo quiero ver al Hugo -pide la chiquilina y Blue Eyes se resigna a destapar la sonrisa del peón-muñeco orejudo que ahora parece usar una gorguera de coágulos barrosos.
El gordo salió corriendo a vomitar pero Jorge Malabia le acarició la nuca a su sobrina.
-Después del trago triste empieza la fiesta -me encandila la yegua mientras plumerea un malón de tábanos con la cola calmosa.

24 EL ARCOIRIS / LA DESPEDIDA


Isabelino Pena le explicó al guardián del cementerio:
-Fue hace como diez años, cuando este camino era de tierra. Jorge Malabia y un chivo rengo acompañaron caminando a una mujer desde Enduro. Todavía había entierros con caballos.
El gigantesco hombre curtido y conservado en caña mide la aparición de la carroza entre una llovizna que no alcanza a tapar el sol y ladra:
-¿Pero por qué hacen estas cosas?
-Por piedad -sonrió el viejo hacia el Renault Fregate y el Impala Mariposa que esperaban tachonados por las acacias amarillas.
Jorge se moja apoyado contra su jeep y cuando las siluetas de Ana María y la yegua se recortan nacaradamente en la curva del caserío arracimado sobre el gran campo chato me grita:
-¿Sabés que conseguí al mismo cochero que trajo a la Rita?
-¿Barrientos? -se acercó a Blue Eyes el detective con cabeza de pájaro y aprovechó para ponerle una manito en el hombro: -Debe estar echando espuma.
-No: está encantado. Le tiré mucha guita. Me imagino que tendrá una jubilación miserable y además se acordaba de mí y del chivo como si hubiera visto un milagro. Mirá que la gente es rara, carajo.
-Muchas veces es santa.
-Pa -suspira el guardián con los enormes ojos vidriosos enjoyados por un arcoiris que acaba de irrumpir sobre el río: -Esto sí que nunca vi. Parece un puente que llegara hasta Salto.
El cochero era viejísimo y masticaba tabaco babeando una indoblegable placidez: la chiquilina llevaba un ramo de jazmines adiamantados y la yegua la escoltaba sin necesidad de que la ataran.
Jorge ayuda a los peones a bajar el cajón y lo cargamos con Díaz Grey y Tito mientras Angélica Inés obliga a Josefina a sostenerle el paraguas como sombrilla.
-Terrible sol -murmuró el guardián cuando llegaron a la fosa empenachada por una vaporosidad celeste y se inclinó a agregar en la oreja del detective: -Después sale un truco gallo y un Santa María Libre en el osario. La caña paraguaya con Coca-Cola helada es para los dioses.
Ni siquiera le contesto porque le estoy espiralando un tándem de Avemarías y Padrenuestros al arcoiris difuso mientras pienso que doña Glyde y los sindicalistas se llevan demasiado mal en público.
-Un momento -sonrió el viejo apenas Ana María dejó caer los jazmines sobre el cajón ya apoyado en la arcilla: -Lo quiero despedir.
Y justo entonces cruza una mariposa dorada y Angélica Inés hipa:
-No me robes el alma, sinvergüenza.
Díaz Grey hizo retroceder de un brazo a la walkiria mientras Isabelino Pena se tapaba la bragueta con el gacho para rezar:
-Que se enteren los gusanos de que ya está servida la envoltura del ángel. Que se enteren la barbarie ilustrada y todas las utopías de que ya descuartizamos la Purificación. ¿Quién arruga la fe? No es verdad lo que dice. Aquí no canta nadie ni vomita cicuta ni festeja con odio ni abraza las culebras: aquí no quiero más que un pedazo de pez para lamer la vulva sin fondo del planeta.
Y cuando veo de reojo que el gordo abraza a Ana María me relampaguea un clic en las vértebras y grito:
-Yo quiero ver aquí al marica filosófico. Al hombre que se peina el esqueleto y miente con corbata de hiena y palio de mesías. Aquí lo quiero ver. Adelante del pozo. Dormí, Huguito: no escuches el tablado del mundo. La guerra sigue andando con su hambre de oro negro y el miserere de los cocodrilos anuncia la llegada del reino del vitral.
Y antes de que el cortejo llegara a la salida se escuchó un gran frenazo y apareció Marcos corriendo y terminó pegándole una patada a una acacia que lo bañó de pétalos vangoghianos.
-Todo pronto. Me imagino que tu párroco no le hubiera prestado los servicios sacramentales al hereje de la estación -escupió en el asfalto ya seco Jorge Malabia y cabeceó hacia el jeep: -¿Adónde vamos, Bogart?
-Tengo que llevar a tu sobrina a lo de Linacero -me calzo el gacho con la erección completamente aplacada.
-María José sabe volver sola a casa -se escurrió la melena color miel la infanta.

25 LA YEGUA / LA MANO

Isabelino Pena y Ana María subieron al jeep mientras Marcos berreaba hacia la paz azul ahora apenas perforada por el inmovilismo de los cuervos:
-Me cago en los milicos fascistas y en los bolches carroñeros y en los curas calzonudos y en los chivos de mierda.
-Soñé que el uruguayo alto vivía en un rascacielos -sonríe la chiquilina cuando doblamos hacia el centro y Jorge Malabia me hace una guiñada donde titila una pizca de fe.
-Tiens -señaló el detective a María José, que ya trotaba por la curva de Gramajo: -Este animal es un avión, mijita.
Y la yegua me enfoca con una gravedad de topacio y sentencia:
-Tu corazón no está pronto para la fiesta.
Al pasar por el Mercado Viejo vieron la carroza casi deshecha y las mulas de Barrientos, que tomaba una cerveza en la vereda y parecía masticar el oro-carmesí desovado por el poniente en la isla de Latorre.
-El uruguayo vive en el último piso del rascacielos -le muestro el Montserrat a Ana María sintiéndome un rey mago y ella se peina con mirada de altar.
Isabelino Pena hizo sentar a la chiquilina y a Jorge frente al cuadro de Sabat y se metió en el útero humoso y encontró a Onetti dibujando cruces con vino en la mesa de luz y trajo una toalla tibia para despabilarlo igual que en los aviones.
-Qué podrido que me tenés, ego fálico -prende un cigarrillo al revés y el crujido jediondo del filtro lo pone lúcido del todo.
-Ella te necesita. ¿La hago pasar o la llevo de vuelta a la Colonia? Esta madrugada asesinaron al rengo y robaron el chivo y el vestido de comunión.
-Pero avisen, carajo -se tanteó la mandíbula pinchuda y secó los goterones de tinto y los libros manchados el hombre alto: -Y yo sin el revólver porque querés imitar a Marlogüe pero parecés el Pato Donald.
-Tené fe, Juan.
-No tengo fe un carajo. Pero hacela pasar, querido. Y mirá que yo sé quién soy, aunque a veces me olvide hasta de cómo me llamo.
-Ahora el que te está llamando es el Tata.
-¿No te podrás callar un poquito, elfo del Vaticano?
Entonces voy a buscar a Ana María y Blue Eyes nos acompaña y se queda soldadescamente recostado en la puerta del dormitorio.
-Hola -se paró frente a la cama la chiquilina de pezones precoces y mal defendidos por la solera con dibujos de Disney: -No perdiste el jazmín.
-No, hija. Porque te estoy queriendo y esperando desde antes que vos nacieras.
-Pero no soy tu hija. Y preciso que me pongas la mano en la cabeza igual que en la estación.
Ahora Onetti no demora en cambiar de mano el cigarrillo y en abrigar los rulos que coronan el perfil de hornacina:
-Y qué más precisás, querida.
-Que a una amiga de mi madre le venga la cara de la Virgen y no escuche las porquerías que le dice la tos.
-Bueno -le mostró los dientes todavía no muy dañados el hombre caballuno al cielorraso: -Para eso hay que sacudirle una ramita mojada en la frente y ver las gotas hechas cristal. Con luz de vela, claro.
-¿Podrías ir?
-Pero tenemos que esperar a que se le pase la tos para siempre. Comprendés.
La infanta dice que sí cabeceando, y Juan le saca la garra de cordero de arriba y promete:
-Entonces vos me avisás y vamos a hacerle aparecer la cara de la Inmaculada.
-¿Sabés que todos los hombres me miran como si no tuviera puesto ningún vestido y yo siento que me comerían igual que a un chivo? Todos menos vos.
-¿Y el Hugo? -se rascó el jopo lleno de gomina seca el detective: -¿Él también te miraba así?
-Pero el Hugo tenía alas. Y al final lo único que quería era volar hasta las estrellas y que hubiera una fiesta. Decía que ser tan rengo y tan loco fue precioso. Y al final le salió un arcoiris como a la Rita. Bueno, me tengo que ir o me matan.
-El problema es si te matan igual -se aplasta un viboreo plateado Juan cuando Jorge llama al ascensor y ella ya no lo oye.



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