(CUARTA ENTREGA)
NOTA SOBRE LOS MODOS DE ACCIÓN DE DIOS EN EL UNIVERSO (4)
2) Si las leyes generales del devenir (que rigen la aparición del ser -creado- a partir de una multiplicidad inorganizada) deben considerarse como modalidades que se imponen estrictamente a la acción divina, se entrevé también que la existencia del mal podría muy bien ser, por su parte, un acompañamiento rigurosamente inevitable de la creación. “Necesse est ut adveniant scandala”*.
Nos representamos a veces a Dios como capaz de sacar de la nada un Mundo sin dolores, sin faltas, sin riesgos, sin “quiebra”. Eso es una fantasía conceptual, que además vuelve insoluble el problema del mal.
No, hay que sostener que Dios, a pesar de su poder, no puede obtener una criatura unida a él sin entrar necesariamente en lucha con el mal; porque el mal aparece inevitablemente con el primer átomo de ser que la creación “desencadena” en la existencia. Creatura e impecabilidad (absoluta y general) son dos términos cuya asociación repugna lo mismo (física o metafísicamente, poco importa aquí) al poder y a la sabiduría divinos que el acoplamiento de “creatura” y “unicidad”.
En consecuencia, si el mal reina en torno nuestro, sobre la Tierra, no nos escandalicemos, sino levantemos la cabeza más bien. Estas lágrimas, esta sangre y estos vicios que nos espantan, miden en realidad el valor de lo que somos. Nuestro ser tiene que ser algo muy precioso para que Dios lo prosiga a través de tantos obstáculos. Y es un inmenso honor que nos otorgue la facultad de luchar con él “para que su palabra se cumpla”, o sea, para que “la creatura exista”.
Como puede verse, no todo era por tanto absolutamente falso en la vieja idea de un destino que imperaba incluso sobre los dioses. Nunca ha causado asombro que Dios no pudiera hacer un círculo cuadrado ni llevar a cabo un acto malo. ¿Por qué restringir a estos únicos casos el dominio de la contradicción imposible? Existen ciertamente equivalente físicos de las leyes inflexibles de la moral y de la geometría.
Pero, entonces, ¿bajo qué forma vamos a poder concebir finalmente la necesaria y muy deseable omnipotencia de Dios? Si Dios se ve forzado verdaderamente (por necesidad inmanente a él mismo) a pasar, si quiere crear, por ciertas leyes de desarrollo, ¿cómo la última palabra va a seguir siendo propiedad de su acción creadora? ¿Mediante qué milagro va a gobernar las cosas el Creador, sin ser más bien gobernado por ellas?
A esta última cuestión hay que responder: Por el milagro supremo de la acción divina que consiste en poder, gracias a una influencia de profundidad y de conjunto, integrar incesantemente, en un plano superior, todo el bien y todo el mal que hay en la realidad que Dios construye por medio de las causas segundas. Volvamos una vez más a la comparación de la esfera llena de resortes vivientes. A cada instante, el juego espontáneo de los resortes tiende a modificar y alterar el equilibrio buscado por el ser dominador que habíamos imaginado, presidiendo su conjunto. Supongamos a este ser capaz de utilizar y de refundir a cada instante el nuevo estado del sistema, en suma, de hacer servir tan bien a sus fines la disposición continuamente renovada de los elementos de la esfera, que a través de todas las fluctuaciones y resistencias que encuentra (o más exactamente por medio de ellas), su designio sigue realizándose sin interrupción. Habremos encontrado una imagen bastante buena para representarnos la acción a la vez insensible e irresistible de Dios sobre la marcha de los acontecimientos.
Todos nosotros, en este Mundo, nos encontramos atrapados en un embrollo de males o de determinismos, sobre los cuales Dios mismo (en virtud de su acto creador libremente puesto) no puede obrar más que bajo ciertas condiciones muy precisas (ya que hay “inconvenientes” que forman esencialmente parte de las cosas). Ahora bien, si los hilos son irrompibles o moderadamente elásticos, el tejido, por su parte, se vuelve infinitamente maleable entre las manos del Creador, con tal de que, por nuestra parte, nos mostremos como creaturas fieles. Si el hombre vive lejos de Dios, el Universo permanece ante él neutral u hostil. Pero que el hombre crea en Dios, e inmediatamente, a su alrededor, los elementos de lo inevitable, incluso de lo fastidioso, se organizan en un todo benévolo, orientado al buen resultado final de la vida. Para el creyente, cada cosa sigue siendo, exterior e individualmente, lo que es para todo el mundo: y sin embargo, el poder divino adapta el Todo para su uso con solicitud. De alguna manera vuelve a crear, a cada instante, el Universo, expresamente para quien le invoca: “Credenti omnia converturtur in bonum”** (5).
Una infalible síntesis del conjunto, conducida por una influencia interior y otra exterior combinadas, tal parece por tanto ser, en definitiva (al margen de las dilataciones excepcionales del milagro), la forma más general y más perfecta de la acción divina sobre el Mundo: respetándolo todo, “obligada” a muchos rodeos y tolerancias que nos escandalizan a primera vista, pero finalmente integrándolo y transformándolo todo.
Enero de 1920.
* “Es necesario que haya escándalos”, con referencia a Mt 18, 7.
** Para el creyente todo se convierte en bien.
(5) Lo que equivale a decir que ejerce en el Universo una acción de conjunto (providencia) irreductible, bien que coextensiva, a la suma de las acciones elementales en que nuestra experiencia se analiza (la descompone).
Enero de 1920.
* “Es necesario que haya escándalos”, con referencia a Mt 18, 7.
** Para el creyente todo se convierte en bien.
(5) Lo que equivale a decir que ejerce en el Universo una acción de conjunto (providencia) irreductible, bien que coextensiva, a la suma de las acciones elementales en que nuestra experiencia se analiza (la descompone).
(continúa próximo sabado)
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