(SÉPTIMA ENTREGA)
12 EL CLUB / ENCUENTRO CON JORGE Y TITO
Isabelino Pena y Marcos Bergner bajaron por un camino de polvo blanco que se ondulaba entre los trigales, los viñedos y la fábrica Los abuelos para desembocar en el Yacht Club Uruguayo de la Colonia Piamontesa. Hay un puente ferroviario y un fondeadero con malecón en la curva del arroyo lleno de ceibos donde la gente pesca y acampa mansamente.
-Jorge Malabia y el Tito Perotti compraron un yate más grande que el mío -sacó una petaca de la guantera el grandote para embucharse un trago que lo hizo sacudir la melena como un perro: -Ahora juegan a la felicidad con visera de capitán. Esperame en el club, que voy a traer más nafta escocesa.
-¿Jorge está casado con la hermana de Tito?
-Se casan en Navidad. El gordo y la hermana son los padrinos de comunión de Anita Malabia.
Y cuando me siento a tomar mate abajo de los eucaliptos veo venir a un homúnculo galoneado que me juna el jazmín con placidez psicótica:
-Usted es el detective.
-Sí, jefe. Isabelino Pena, el detective con fama quevediana. Porque hasta por el culo me conocen.
-Sub-comisario Giorgio Rufianeli -se sacó el quepis policial para descubrir una calva color hueso el enano de bigotes y lentes caricaturescos: -Disculpe que lo moleste, pero en Santa María se sabe todo y me moría de curiosidad por conocerlo: jamás pensé que existieran privés chandlerianos en la vida real. Es igual que encontrar a un Quijote sin Sancho.
-Privé tendrá usted el culo, jefe.
Rufianeli se seca la pelada con impavidez y hasta me ofrece el rebrillo de las paletas de aperiá:
-Y con los mismos malos modales de Marlowe y todo. Es fantástico. Espero que si hay crímenes no tengamos que hacerlo estrenar el celdario de máxima seguridad. ¿Hasta cuándo se queda?
-Hasta que haya crímenes. Y fíjese cómo tiemblo por lo del celdario, Monsieur le Rufián.
-Le aclaro que el chiste con el apellido me lo hacen desde antes de empezar la escuela. Pero quedamos a las órdenes, caballero andante.
-Caballero de la fe, botonazo. Un kierkegaardiano puro -ladró el viejo, aunque el sub-comisario ya no llegó a escucharlo.
El homúnculo sale corriendo hasta un sulky para ayudar a bajar a Angélica Inés Petrus: la novia de Díaz Grey usa rodetes bajo una capelina novecentista y persigue bizqueando a una mariposa que la sobredora como un satélite.
-Vine a ofrecerle mi protección personal después que me enteré del escándalo del acto comunista -le besó la mano el sucesor del fugitivo oficial Medina a la mujerona que le llevaba dos cabezas.
-No se preocupe que yo con este látigo los hago marcar el paso por el Camino de las Tropas -se baja sola Josefina y ata las riendas con un resentimiento ancestral: -¿Ya llegó la putita?
-¿Quién? -le dio el brazo Rufianeli a la walkiria ninfómana que no parecía irradiar la menor inquietud por violarlo.
-Anita Malabia -explica la ex-sirvienta y actual dama de compañía: -Hoy es el cumplemés del chivo y el padrino le regaló una chalana y el Hugo la anda paseando por el arroyo.
En ese momento bajaron del yate más lujoso dos hombres treintones con quepis naval y una muchacha despampanante que usaba un bikini estilo Brigitte Bardot.
-Que la madrina de la nena sea la Miss Calienta Hombres de Villa Petrus es una ofensa a Nuestra Señora -se le encabrita el odio achinado a Josefina.
Jorge Malabia y los hermanos Perotti se sentaron en una mesa reservada del Yacht Club a esperar a Marcos Bergner, que apareció enseguida con un escocés etiqueta negra y llamó por señas al detective.
-Tengo el honor de presentarle a dos de los personajes principales de Una tumba sin nombre -se burla con cierto orgullo.
Isabelino Pena les apretó las manos a los púberes eternos y le aclaró a la futura esposa de Jorge Malabia:
-A vos tengo que besarte el anillo por orden del Tata Brausen.
13 LA APUESTA / LUX
Isabelino Pena trataba de disimular los bostezos frente al póker con apuestas muy fuertes que entretenía a los seudomarineros cuando apareció un viejísimo camión lleno de sindicalistas y Marcos murmuró:
-Mierda. Hoy termina mal.
Enseguida distingo a Lázaro, que dirige la descarga de las damajuanas y los costillares en el único parrillero disponible: dan la impresión de ser un comité central uniformado con camisetas y pañuelos-sombreros anudados sobre rostros pinchudos que solemnizan el picnic como si estuvieran acampando en la Sierra Maestra.
-Bueno -recogió una cantidad de fichas y le aceptó un habano a Tito Perotti el hombre de ojos rojos: -Los que terminaron mal fueron ustedes, tigres de la Malasia. Pero a vos te podría desplumar con otra clase de apuesta, Blue Eyes. Me imagino que ya leyeron Una tumba sin nombre.
Entonces veo por primera vez al Jorge Malabia de la novela, porque la frivolidad hastiada del muchacho-hombre flaco y rubio se transforma en una incandescencia que me hace pensar erizadamente en Rimbaud.
-No dormimos -carcajeó Tito: -Yo salí bien jodido, pero si el medicucho se sacó las ganas de armar misterio en lugar de cuzquearse con solitarios empaquetados me importa un carajo.
-Perdón -se levanta para llamar a otra rubia recién llegada de la playita la Miss Calienta Hombres de Villa Petrus: -Yo los dejo discutir tranquilos.
-Lo que yo pienso es que el notabilísimo Díaz Grey no tendría que haber publicado esa fábula resuelta con agua y jabón -empezó a patinarle de golpe la lengua a Jorge, que se sirvió más whisky puro.
-Pero yo te podría desplumar apostándote que no enterraste al chivo -me contrabandea una guiñada color víscera Marcos: -Esa es la verdadera mentira de la novela. En la tumba del chivo no hay nada.
-Bueno, entonces estás más mamado que yo.
-No. Te conozco, pibe. Y Díaz Grey no descarta que cualquier excavación en tu jardín podría resultar inútil.
-Claro: porque el Hugo tiene razón y Lux es Jerónimo resucitado -terminó atorándose de la risa el gordo casi idéntico a su hermana: -Mirá: ahí viene mi ahijada con el ungido.
Una chalana verde se espeja en el Arroyo de las Palomas y Ana María Malabia y el descaderado nos saludan resplandeciendo y atracan entre un aplauso general que hace salir corriendo a Tito y a la hermana para recoger el moisés.
-Tu futura mujer podrá vivir imitando a la Brigitte Bardot pero tiene más fe que vos, Blue Eyes -babeó el habano apagado el grandote: -Lo que vos enterraste fue la fe y no un cabrón.
-Cómo sabés que no te puedo romper la cara, bestia sucia. Infeliz.
-Bienvenido a la adultez, Jorgito. Y mirá que me podés mandar pegar un tiro en lugar de cascarme. Sería un favor hermoso.
Y de golpe explota la risa-hipo-tos de Angélica Inés Petrus y recién me doy cuenta que el sub-comisario está almorzando con ella: la gigantesca mariposa amarilla sigue sobrevolándola y Josefina parece advertirle militarmente al homúnculo que mirar hacia el malecón significaría perder toda esperanza de ser violado por la walkiria.
-Ecce chivus -se entusiasmó Marcos Bergner cuando el cabrito se escapó del moisés y agarró a topetazos algodonosos el vestido-campana de la infanta. -Te portaste muy bien en el entierro de la Rita, pibe. Sobre todo por llevar a Jerónimo. Lástima que allí mismo te hayas quedado sin nafta.
Los sindicalistas saludan a la Malabia con un cinismo paternal y Nikita levanta el puño y todo, pero yo embuto el termo y el mate al lado del revólver y murmuro frente a la Más Dimensión que reverbera en Lux:
-Padre nuestro que estás.
-Está para cagarse en la gente -ladró el hombre-muchacho.
-Mirá que en cualquier momento te hago sangrar la trompa igual que en el Berna, neura malcriado -gargajea Superman Bergner.
-¿No se callan un poco? -se dio vuelta colgándose la matera el detective.
Y escucho sentenciar a los ojos del ungido:
-Te falta el último orgasmo para perder el miedo. No alcanza con tu fe. Lo que necesitás es saber festejar la entrada en tu cadáver.
Isabelino Pena y Marcos Bergner bajaron por un camino de polvo blanco que se ondulaba entre los trigales, los viñedos y la fábrica Los abuelos para desembocar en el Yacht Club Uruguayo de la Colonia Piamontesa. Hay un puente ferroviario y un fondeadero con malecón en la curva del arroyo lleno de ceibos donde la gente pesca y acampa mansamente.
-Jorge Malabia y el Tito Perotti compraron un yate más grande que el mío -sacó una petaca de la guantera el grandote para embucharse un trago que lo hizo sacudir la melena como un perro: -Ahora juegan a la felicidad con visera de capitán. Esperame en el club, que voy a traer más nafta escocesa.
-¿Jorge está casado con la hermana de Tito?
-Se casan en Navidad. El gordo y la hermana son los padrinos de comunión de Anita Malabia.
Y cuando me siento a tomar mate abajo de los eucaliptos veo venir a un homúnculo galoneado que me juna el jazmín con placidez psicótica:
-Usted es el detective.
-Sí, jefe. Isabelino Pena, el detective con fama quevediana. Porque hasta por el culo me conocen.
-Sub-comisario Giorgio Rufianeli -se sacó el quepis policial para descubrir una calva color hueso el enano de bigotes y lentes caricaturescos: -Disculpe que lo moleste, pero en Santa María se sabe todo y me moría de curiosidad por conocerlo: jamás pensé que existieran privés chandlerianos en la vida real. Es igual que encontrar a un Quijote sin Sancho.
-Privé tendrá usted el culo, jefe.
Rufianeli se seca la pelada con impavidez y hasta me ofrece el rebrillo de las paletas de aperiá:
-Y con los mismos malos modales de Marlowe y todo. Es fantástico. Espero que si hay crímenes no tengamos que hacerlo estrenar el celdario de máxima seguridad. ¿Hasta cuándo se queda?
-Hasta que haya crímenes. Y fíjese cómo tiemblo por lo del celdario, Monsieur le Rufián.
-Le aclaro que el chiste con el apellido me lo hacen desde antes de empezar la escuela. Pero quedamos a las órdenes, caballero andante.
-Caballero de la fe, botonazo. Un kierkegaardiano puro -ladró el viejo, aunque el sub-comisario ya no llegó a escucharlo.
El homúnculo sale corriendo hasta un sulky para ayudar a bajar a Angélica Inés Petrus: la novia de Díaz Grey usa rodetes bajo una capelina novecentista y persigue bizqueando a una mariposa que la sobredora como un satélite.
-Vine a ofrecerle mi protección personal después que me enteré del escándalo del acto comunista -le besó la mano el sucesor del fugitivo oficial Medina a la mujerona que le llevaba dos cabezas.
-No se preocupe que yo con este látigo los hago marcar el paso por el Camino de las Tropas -se baja sola Josefina y ata las riendas con un resentimiento ancestral: -¿Ya llegó la putita?
-¿Quién? -le dio el brazo Rufianeli a la walkiria ninfómana que no parecía irradiar la menor inquietud por violarlo.
-Anita Malabia -explica la ex-sirvienta y actual dama de compañía: -Hoy es el cumplemés del chivo y el padrino le regaló una chalana y el Hugo la anda paseando por el arroyo.
En ese momento bajaron del yate más lujoso dos hombres treintones con quepis naval y una muchacha despampanante que usaba un bikini estilo Brigitte Bardot.
-Que la madrina de la nena sea la Miss Calienta Hombres de Villa Petrus es una ofensa a Nuestra Señora -se le encabrita el odio achinado a Josefina.
Jorge Malabia y los hermanos Perotti se sentaron en una mesa reservada del Yacht Club a esperar a Marcos Bergner, que apareció enseguida con un escocés etiqueta negra y llamó por señas al detective.
-Tengo el honor de presentarle a dos de los personajes principales de Una tumba sin nombre -se burla con cierto orgullo.
Isabelino Pena les apretó las manos a los púberes eternos y le aclaró a la futura esposa de Jorge Malabia:
-A vos tengo que besarte el anillo por orden del Tata Brausen.
13 LA APUESTA / LUX
Isabelino Pena trataba de disimular los bostezos frente al póker con apuestas muy fuertes que entretenía a los seudomarineros cuando apareció un viejísimo camión lleno de sindicalistas y Marcos murmuró:
-Mierda. Hoy termina mal.
Enseguida distingo a Lázaro, que dirige la descarga de las damajuanas y los costillares en el único parrillero disponible: dan la impresión de ser un comité central uniformado con camisetas y pañuelos-sombreros anudados sobre rostros pinchudos que solemnizan el picnic como si estuvieran acampando en la Sierra Maestra.
-Bueno -recogió una cantidad de fichas y le aceptó un habano a Tito Perotti el hombre de ojos rojos: -Los que terminaron mal fueron ustedes, tigres de la Malasia. Pero a vos te podría desplumar con otra clase de apuesta, Blue Eyes. Me imagino que ya leyeron Una tumba sin nombre.
Entonces veo por primera vez al Jorge Malabia de la novela, porque la frivolidad hastiada del muchacho-hombre flaco y rubio se transforma en una incandescencia que me hace pensar erizadamente en Rimbaud.
-No dormimos -carcajeó Tito: -Yo salí bien jodido, pero si el medicucho se sacó las ganas de armar misterio en lugar de cuzquearse con solitarios empaquetados me importa un carajo.
-Perdón -se levanta para llamar a otra rubia recién llegada de la playita la Miss Calienta Hombres de Villa Petrus: -Yo los dejo discutir tranquilos.
-Lo que yo pienso es que el notabilísimo Díaz Grey no tendría que haber publicado esa fábula resuelta con agua y jabón -empezó a patinarle de golpe la lengua a Jorge, que se sirvió más whisky puro.
-Pero yo te podría desplumar apostándote que no enterraste al chivo -me contrabandea una guiñada color víscera Marcos: -Esa es la verdadera mentira de la novela. En la tumba del chivo no hay nada.
-Bueno, entonces estás más mamado que yo.
-No. Te conozco, pibe. Y Díaz Grey no descarta que cualquier excavación en tu jardín podría resultar inútil.
-Claro: porque el Hugo tiene razón y Lux es Jerónimo resucitado -terminó atorándose de la risa el gordo casi idéntico a su hermana: -Mirá: ahí viene mi ahijada con el ungido.
Una chalana verde se espeja en el Arroyo de las Palomas y Ana María Malabia y el descaderado nos saludan resplandeciendo y atracan entre un aplauso general que hace salir corriendo a Tito y a la hermana para recoger el moisés.
-Tu futura mujer podrá vivir imitando a la Brigitte Bardot pero tiene más fe que vos, Blue Eyes -babeó el habano apagado el grandote: -Lo que vos enterraste fue la fe y no un cabrón.
-Cómo sabés que no te puedo romper la cara, bestia sucia. Infeliz.
-Bienvenido a la adultez, Jorgito. Y mirá que me podés mandar pegar un tiro en lugar de cascarme. Sería un favor hermoso.
Y de golpe explota la risa-hipo-tos de Angélica Inés Petrus y recién me doy cuenta que el sub-comisario está almorzando con ella: la gigantesca mariposa amarilla sigue sobrevolándola y Josefina parece advertirle militarmente al homúnculo que mirar hacia el malecón significaría perder toda esperanza de ser violado por la walkiria.
-Ecce chivus -se entusiasmó Marcos Bergner cuando el cabrito se escapó del moisés y agarró a topetazos algodonosos el vestido-campana de la infanta. -Te portaste muy bien en el entierro de la Rita, pibe. Sobre todo por llevar a Jerónimo. Lástima que allí mismo te hayas quedado sin nafta.
Los sindicalistas saludan a la Malabia con un cinismo paternal y Nikita levanta el puño y todo, pero yo embuto el termo y el mate al lado del revólver y murmuro frente a la Más Dimensión que reverbera en Lux:
-Padre nuestro que estás.
-Está para cagarse en la gente -ladró el hombre-muchacho.
-Mirá que en cualquier momento te hago sangrar la trompa igual que en el Berna, neura malcriado -gargajea Superman Bergner.
-¿No se callan un poco? -se dio vuelta colgándose la matera el detective.
Y escucho sentenciar a los ojos del ungido:
-Te falta el último orgasmo para perder el miedo. No alcanza con tu fe. Lo que necesitás es saber festejar la entrada en tu cadáver.
(continúa próximo martes)
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