martes

LA ÚLTIMA CURDA DE JUAN CARLOS ONETTI / investigaciones criminales en Santa María


CUARTA ENTREGA

6 / ENCUENTRO CON ONETTI Y RIMBAUD

Isabelino Pena se lavó los dientes y preparó otro mate antes de bajar a la rambla ya constelada por un telón turquesa. El último rascacielos es tan idéntico al de Gonzalo Ramírez y Vázquez donde Onetti alquilaba su belvedere que me sentimentalizo y ronqueo en el ascensor:
-Y otra vez allá en Barracas / esa deuda les pagué. / Esa amistad nos tenía / unidos siempre a los tres.
El detective apenas se fastidió cuando encontró el clásico cartel con los osos hibernantes clausurando la puerta. Entonces me decido a hacer tiempo en la azotea en lugar de adobarme en un boliche como hacía en Montevideo y después de vaciar el termo frente al contraluz portuario bajo espinolianamente eufórico y me importa un pito que siga colgada la advertencia polar.
-Juaaaan -aulló el detective machacando la puerta con ráfagas de piñazos estilo pájaro carpintero: -Juaaaan. Soy el petiso, el Marlogüe junguiano. Juaaaan. Abrime o reviento, carajo.
Y de golpe lo veo aparecer en piyama: sesentón, entrompado hasta la náusea y con el nácar de un jazmín que conozco muy bien en la solapa:
-¿Y vos qué mierda hacés aquí, egomaníaco? ¿Con qué permiso invadís el purgatorio privado que sudamos con el Tata?
-Me manda el Tata, viejo.
Onetti le llevaba dos cabezas a Isabelino Pena, y cuando descubrió la corola de Anita titilando en el traje color musgo ladró a lo Marlon Brando:
-Viejo estás vos, homúnculo. Entrá y sentate a reventar tranquilo porque yo me pienso encamar en soledad de amor herido.
Y después de arrancar a los malditos osos vuelve al dormitorio y me deja frente al retrato de Sabat y me animo a provocarlo berreando el Cele que lo humilla como una extrema unción:
-Viejo porque tengo miedo que me sobrés en malicia / viejo porque desconfío que me querés amurar / porque me estoy dando cuenta que fue mi vida ficticia / y porque tengo otro modo de ver y filosofar.
-Por lo menos traete un vaso y más hielo, animal -pareció imitar las bocinas de las lanchas en el río el hombre alto.
Entonces me doy cuenta que esta novela es el último round contra el dragón y dejo la matera en el comedor y me sirvo un farol de soda on the rocks que le hace exagerar la torcedura del tic trompudo hasta el deleite:
-Parecés un monaguillo. Y yo que compré tres JB por si los tábanos.
El detective apoyó su vaso entre la humareda de la gran mesa de luz donde Buda sonreía rodeado por las botellas con resplandor oceánico y se persignó:
-Todo para ti y nada para mí.
-Mejor. Y hay otro dicho de amor y luz que inventó Baudelaire, si no me equivoco: La gaseosa es la paja de los místicos. ¿Cigarrillos tampoco?
-Tampoco.
-Y hembras ni hablar, aunque me parece que en la estación te enamoraste de la Virgen del chivo y te vendió un jazmín inmortal. Somos dos.
-¿Y Dolly?
-Está en Madrid. Y te aclaro que yo aquí me llamo Linacero. Pero no hagas más preguntas porque me da pereza hasta llorar.
Y mientras prende un Benson & Hedges descubro los libracos que hay atrás del Buda y me encajo los lentes y salto igual que un nene frente a la figurita sellada:
-Opa. Tenés la última biografía de Rimbaud.
-Por desgracia.
-¿Enid Starkie es mujer o hombre?
-No sabo. El editor no nos permite ver esa entrepierna, Bruto.
El detective miró el tomo de abajo y apenas lo acarició:
-Fiesta y Adiós. ¿Cuál traducción?
-La peor. ¿Sabés que cuando te vino la pataleta acababa de desnudarme para emborracharme llorando por ella?
-¿Por la Malabia?
-Ana María revisited.
Y enseguida retiembla otra vez la puerta y reconozco el berrido de zoológico:
-Linacero. Soy Lázaro. Conseguí el tinto chinche que cura los gualichos.


7 ENCUENTRO CON LÁZARO / EL POZO

Isabelino Pena le abrió al director del semanario El socialista y miró los cinco litros de tinto Los abuelos con más miedo que asco. El Nikita uruguayo ya jiede mucho a caña pero apenas nos presentamos se le activa la lucidez partidaria:
-Me dijeron que usted trajo ejemplares de la novela que publicó Díaz Grey en Montevideo. ¿Qué le pareció el acto de La Paz?
-La Colonia Piamontesa es una maravilla -le señaló la niebla tabacal del dormitorio el detective al sindicalista: -Pase, por favor.
-Fue el primer acto grande de la futura Convención -saluda haciendo la venia y destapa la damajuana el gorila obscenamente disneico y de barriga enrulada.
-Bingo. Entonces la revolución es cuestión de semanas -cabeceó Onetti, sin necesidad de imitar a un caballo.
-A Linacero no hay que llevarle el apunte, señor Pena. ¿Sabe lo que es reencontrarlo después de veinticinco años en la estación de Santa María y sentir que para él no hubo historia? Ni la gloria de Stalingrado ni el amanecer latinoamericano de Sierra Maestra. Un fracasado nato.
-Sos un poeta, gordo. Pero acá el único fracasado es tu culo.
-Dejá ese jarabe yanqui de una vez -trae tres vasos de la cocina Nikita y sirve el vino negro que no huele nada mal: -Vas a ver cómo después del primer litro empezás a sudar el gualicho.
-Te aclaro que con el señor Pena perdés el tiempo porque acaba de pasarse a la gaseosa. Es un desclasado místico.
-Un místico es un borracho que va al cielo y un borracho es un místico que va al infierno -acarició la cara de Rimbaud el viejito.
-Touché -le hace una guiñada el verdadero autor de Para una tumba sin nombre al Faulkner que preside el lambriz de la cama: -Si juntamos a los genios viciosos que hubieran suscrito esa consigna el acto de La Paz sería un poroto.
-Pero déjense de joder con las blabletas burguesas, compañeros. Yo vine a confesarte una vieja cagada y a pedirte que colabores con un milagro para la causa del Hombre Nuevo, Eladio.
-Las confesiones con el padre Pena. Y los pedidos al Tata Brausen. A mí me dieron licencia por angustia gardelera. ¿Además qué carajo de milagro puede hacer un soñador de mierda como yo?
-Escribir sobre Ana María.
Onetti alzó el perfil igual que un boxeador alcanzado en el hígado y después de aplastar el cigarrillo hizo fondo blanco y jadeó heladamente:
-No te metas con eso.
-Y vos no te agarrés todo a la piamontesa, tampoco. Lo único que te pido es una paginita para el semanario: algo lindo sobre la nena y el chivo y el Cristo obrero -se barre un sudor aceitoso el hombre con dos barrigas.
-Y vos cómo sabés que yo escribo.
-Es que esa vendría a ser la cagada. Y según cómo se la mire. Porque cuando alquilábamos juntos en el conventillo nunca me animé a decirte que una mañana te encontré roncando con un montón de panfletos que me robaste escritos del otro lado y los leí. Capaz que ni te acordás, pero tenían hasta título: El pozo. Era una especie de carta de suicida y lo único que te importaba era reírte de mí y putear a todo el mundo y adorarle la concha a una muerta que se llamaba Ana María. Claro que ni siquiera te salió el tiro del final.
-Fuera, bestia -sacó un revólver de abajo de la almohada el supuesto Linacero: -O el tiro te lo vas a llevar en tu concha.
Ahora empiezo a divertirme y ayudo a pararse a Nikita y lo empujo hasta el comedor, donde recupera el desprecio bronquítico:
-Pero qué porquería que sos, cagatinta. ¿Sabés lo único que te falta? Engancharte con el infantilismo guerrillero, que ahora está tan de moda. Y quedate con la damajuana, nomás: te la regala el proletariado que vanguardiza a las capas medias y los pequeños productores y los intelectuales orgánicos, chancho violador. Lo único que te faltaba era encajetarte con una nena más pura que la Virgen.
Isabelino Pena hizo salir a Lázaro y botoneó el ascensor murmurando:
-Mejor no vuelva más o lo van a limpiar antes de la toma de la Casa Rosada.
Y en el dormitorio encuentro a Juan enmascarado por un pañuelo muy blanco y tocándose el jazmín inmortal del piyama.
-Yo te avisé que esto era el purgatorio, Marlogüe. Pero vos sos masoca.




(continúa próximo viernes)

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