UNA CONVERSACIÓN ESCLARECEDORA
ENTRE ARNALDO GOMENSORO Y ELVIRA LUTZ
(SEXTA ENTREGA)
ENTRE ARNALDO GOMENSORO Y ELVIRA LUTZ
(SEXTA ENTREGA)
SIN PAGO DE PEAJES, NO HAY RE-ENCUENTRO
Arnaldo: Lo que tú dices respecto de lo difícil que resulta reciclar una pareja desgastada es propiamente así. Por eso es importante que quienes aspiren a intentarlo, no se dejen ganar por fáciles ilusiones. Es cierto, además, que aquí, como en algunas enfermedades graves, la detección y el tratamiento precoces hacen milagros. Pero, en el caso des las parejas, casi todas las crisis son detectadas y reconocidas cuando ya el deterioro está muy avanzado y los daños aparecen como irreversibles.
Es por eso que nosotros les advertimos a todos aquellos que, a pesar de ser conscientes de las dificultades estén decididos a intentarlo, que tendrán que empezar por estar dispuestos a “pagar los peajes correspondientes”.
Elvira: Yo te propongo que, aunque en temas tan intrincadamente complejos como éste, simplificar puede resultar poco aconsejable, hagamos un esfuerzo por enumerar, aunque sea rápidamente, algunos de esos “peajes” que habrá que estar dispuestos a pagar si realmente estamos decididos a intentar evitar el naufragio.
Arnaldo: Sí, coincido contigo y empiezo por el primer peaje: habrá que tomar conciencia crítica y autocrítica de que no es verdad que, como lo repiten la casi totalidad de las parejas en crisis, las discusiones y las peleas que amargan sus vidas lo sean siempre “por tonterías”, por “las pequeñeces” por las que es común que choquen, cotidianamente, “todos los matrimonios” y “todas las parejas”.
Aquí lo que se impone aclarar es que lo que provoca los conflictos y los profundiza no es la discusión “por tonterías”, sino la negativa a aceptar que lo que se ha ido haciendo incompatible hasta volverse insoportable, no es la tontería en sí misma, sino la “interpretación” de la tontería en base al “sistema de ideas y de valores” con el que se identifica cada miembro de la pareja y que, ellos sí, se han ido haciendo cada vez más incompatibles.
A esta altura del proceso, lo único cierto es que sólo la explicitación de estos “sistemas de ideas y de valores” y el compartido esfuerzo por negociar un razonable consenso al respecto, puede sentar las bases para un futuro manejo cooperativo, por parte de los miembros de la pareja, de los problemas que, seguramente, la convivencia les va a seguir planteando.
Elvira: Yo seguiría con lo que pienso sería un segundo peaje a pagar. Me refiero a la decisión de terminar, de verdad y convencidamente, con las culpabilizaciones. Habrá, pues, que contrariar radicalmente lo que hemos estado creyendo hasta ahora: que la culpa de todo la tenía él o ella y que la única manera de abrir nuevas perspectivas era que esas culpas fueran reconocidas y asumidas. Por el contrario, tendremos que decretar una intransigente amnistía: a partir de ahora, nadie es culpable de nada. O sea: de lo único de que somos verdaderamente culpables es de haber estado culpabilizando al otro o a la otra de habernos estado culpabilizando a nosotros mismos.
Pienso que un tercer peaje consistiría en llegar a ser capaces de negarnos rotundamente en seguir empecinados en cambiar al otro o a la otra. Es decir, debemos ser capaces de aceptar, serenamente, que nadie cambia a nadie, sino que lo más que se puede hacer (y lo que resulta imprescindible que hagamos) es cambiarnos a nosotros mismos.
Con el resultado, aparentemente milagroso (y generalmente imprevisto) de que, al cambiar nosotros mismos, provocamos espontáneamente en el otro o en la otra los cambios que, inútilmente, nos habíamos empecinado en imponer. Todo en cumplimiento de aquella observación de Anthony de Mello cuando decía: Nada ha cambiado en la realidad, fuera de mi actitud. Pero, al cambiar mi actitud, todo ha cambiado. Y siguiendo ya ahora con el cuarto peaje, te diría que tendremos que aceptar (aunque nos cueste) que, a partir de ahora, nadie está obligado a nada. Si hemos de seguir juntos, si hemos de iniciar un nuevo tramo de la aventura de vivir en pareja, será porque así lo decidimos libre y responsablemente, no porque así lo impongan las obligaciones con los hijos, con los familiares o los amigos, con los bienes, con las promesas de un pasado que se ha vuelto obsoleto. De aquí en adelante estaremos juntos porque los dos queremos estarlo y sólo mientras queramos seguirlo estando.
Arnaldo: A propósito del quinto peaje, quiero citar dos reflexiones extraordinariamente sabias. La primera es de Nietzsche y dice: El que tiene un para qué soporta cualquier como. La otra es del genial pedagogo Antón Makarenko y dice: Es imposible vivir plenamente sin una perspectiva jubilosa por delante. O sea: si la convivencia en la pareja se nos ha vuelto insoportable es porque nos hemos quedado sin “para qué”, es porque nos hemos quedado “sin perspectivas jubilosas por delante”.
Habrá, pues, que aceptar el desafío de intentar emprender, casi temerariamente, la “invención” de un nuevo futuro. Habrá que negarse a seguir dejándose “empujar” desde atrás por un pasado que se ha agotado, y empezar, con renovados bríos, la aventura de dejarse “atraer” por un futuro hacia el que embarcarse entusiastamente.
Ahora conscientes, como no lo estuvimos antes, de que la felicidad no se nos ha de dar gratuitamente, sino que la tendremos que conquistar en el cultivo libre y solidario, día por día y hora por hora, del auténtico encuentro amoroso.
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LOS “BUENOS” DIVORCIOS
Elvira: Con el tema que vamos a abordar estaríamos cerrando el ciclo de esta conversación en que nos propusimos reflexionar en profundidad sobre las crisis matrimoniales y de pareja y sobre sus posibles soluciones. En algún pasaje anterior de esta conversación, afirmábamos que también la separación y el divorcio, cuando son serenos y respetuosos, podrían constituir una forma creativa de “colonizar el futuro”.
Te invito a desarrollar, a continuación, esta posibilidad que, para la mayoría de las parejas, aparece como tan esquiva.
Arnaldo: Creo que sería bueno empezar, como ya lo habíamos aludido antes, por cuestionar el supuesto tácito, universalmente aceptado, de que todo divorcio y toda separación tienen que ser evaluados como desgracias, como fracasos y como experiencias desastrosas en la vida de las parejas y de las familias. Y esto a pesar del indudable alivio que suelen sentir las parejas mal avenidas y su entorno familiar cuando, finalmente, logran terminar con una convivencia que se ha vuelto insoportable.
Elvira: Yo iniciaría ese cuestionamiento reclamando que se reconozca que resulta irracionalmente torpe el hecho de que la persona de la que en un determinado momento nos enamoramos, con la que nos hemos casado o con quien hemos decidido iniciar un proyecto de vida en común; con quien hemos tenido hijos y con quien los hemos educado; con quien hemos administrado bienes y economía compartida: con quien hemos disfrutado momentos de intensa alegría y también soportado dolorosos sufrimientos, se convierta, a partir de la decisión de separarse o de divorciarse, en el enemigo número uno, con quien es imposible mantener un diálogo sereno y respetuoso y a quien sólo cabe odiar empecinadamente.
Arnaldo: Sí, nosotros hemos llegado, después de mucho ahondar en el problema, a una conclusión terminante: es obvio que este tipo de reacciones, compartidas por la gran mayoría de las muy distintas personas que enfrentan situaciones de divorcio, no se puede explicar, simplistamente, por los posibles defectos de las personas implicadas, sino que tienen que responder, y de ahí su generalización, al modelo de vínculo o de matrimonio con el que la gente se ha identificado.
Elvira: Yo confirmaría decididamente lo que dices y enfatizaría que resulta evidente que lo que provoca las crisis matrimoniales y de pareja y el consiguiente resentimiento no es, como diría Giddens, “el tipo de persona” que son cada uno de los miembros de la pareja, sino “el tipo de relación” que habían entablado. En ese sentido, es una conclusión inevitable reconocer que, mientras “el compromiso matrimonial” y la promesa de “amor para siempre” sigan siendo los fundamentos explícitos o tácitos de la mayor parte de las uniones, acarrearán forzosamente el resentimiento y el rencor cuando, por algún motivo, las promesas resulten incumplidas. Si fuéramos mínimamente “realistas” tendríamos que reconocer que nadie debería prometer lo que no sabe, porque no puede saberlo, si estará en condiciones de cumplir. Y, por otra parte, la experiencia prueba hasta el cansancio que nadie puede obligarse a amar por decreto, sea éste “de facto”, sea legal o sea eclesiástico.
Arnaldo: Por contraposición, pero confirmando y reforzando lo que venimos sosteniendo, tendremos que aceptar que el sentido del divorcio cambia radicalmente cuando cambia radicalmente el sentido del matrimonio. Cuando la gente comprende y asume que sólo cabe permanecer juntos si ambos miembros de la pareja lo deciden libremente y lo siguen decidiendo día por día. Es decir: que el ejercicio de esa libertad debe ser continuo, actualizándose en lo que nosotros llamamos “el referéndum cotidiano”. Lo otro significa estar casados o estar juntos “por obligación”, porque nos sujeta compulsivamente “el yugo” conyugal, la co-dependencia enfermiza de tener que ser, como lo decía Nietzsche, “siempre dos”.
Elvira: Efectivamente. Es de una claridad que rompe los ojos que, cuando cambia el modelo de matrimonio o de pareja, cuando se supera el feudal modelo posesivo y represivo y se opta por el modelo libertario, solidario y democrático, el divorcio se acepta no como un fracaso, sino como “una experiencia” que cierra una etapa en que, lamentablemente, el vínculo se ha vuelto obsoleto.
Lo malo y lo destructivo de la mayor parte de los divorcios es que ambos miembros de la pareja, demasiados preocupados por “el que dirán”, sienten la necesidad de encontrarle al mismo “justificaciones” y que la justificación más simple y elemental sea culpabilizar al otro o a la otra de lo que se vive como un fracaso y no como una alternativa.
Arnaldo: Lo otro que resulta bien claro (naturalmente, para los que son capaces de reflexionar y se animan a hacerlo) es que, si hubiéramos compartido un modelo de matrimonio y de pareja “abierto” y “libertario”, hubiéramos dedicado más tiempo a cultivar la relación en lugar de pretender “asegurarla”, ilusoriamente, con cerraduras, rejas y alarmas. Y hubiéramos evitado olvidar que, con muros y con rejas o sin ellos, jardín que no se cultiva, se marchita.
Elvira: Ni que decir si a esa aberrante necesidad de dar explicaciones y de tener que encontrar justificaciones se incorporan los familiares y los conocidos, solidariamente empecinados en la tarea de descubrir y condenar a los culpables. Si esto se da, y frecuentemente se da, tenemos completado el cuadro de un “mal divorcio”, de un divorcio destructivo. Al que habrá que agregar, como pinceladas finales, los refuerzos del clima bélico cuando las negociaciones y los acuerdos inevitables (tenencias, visitas, pensiones, bienes) aterrizan en el bufete del abogado o en el despacho del juez.
Arnaldo: Creo que sería oportuno venir, ahora, a lo positivo. Hay que insistir en que “un buen divorcio” es posible (aunque parezca tan difícil). Pero que es posible siempre y cuando la reflexión serena sobre la crisis que hemos estado viviendo nos ayude a entender que, como lo decíamos antes, lo que ha fallado no es “el tipo de persona”, sino “el tipo de relación”. Que lo que se impone cuestionar, hacia el pasado pero también hacia el futuro, y lo que el divorcio de hecho está cuestionando, es el modelo de vínculo, es el significado último de la relación de pareja. Y, lo que es más importante, que sólo a partir de ese cuestionamiento, el divorcio puede constituirse en factor de cancelación efectiva de un pasado que no pudo ser y en el paso necesario que nos permita, como nos lo sugería Anthony Giddens, ponernos en condiciones de poder “colonizar, creativamente, un nuevo futuro”.
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Es por eso que nosotros les advertimos a todos aquellos que, a pesar de ser conscientes de las dificultades estén decididos a intentarlo, que tendrán que empezar por estar dispuestos a “pagar los peajes correspondientes”.
Elvira: Yo te propongo que, aunque en temas tan intrincadamente complejos como éste, simplificar puede resultar poco aconsejable, hagamos un esfuerzo por enumerar, aunque sea rápidamente, algunos de esos “peajes” que habrá que estar dispuestos a pagar si realmente estamos decididos a intentar evitar el naufragio.
Arnaldo: Sí, coincido contigo y empiezo por el primer peaje: habrá que tomar conciencia crítica y autocrítica de que no es verdad que, como lo repiten la casi totalidad de las parejas en crisis, las discusiones y las peleas que amargan sus vidas lo sean siempre “por tonterías”, por “las pequeñeces” por las que es común que choquen, cotidianamente, “todos los matrimonios” y “todas las parejas”.
Aquí lo que se impone aclarar es que lo que provoca los conflictos y los profundiza no es la discusión “por tonterías”, sino la negativa a aceptar que lo que se ha ido haciendo incompatible hasta volverse insoportable, no es la tontería en sí misma, sino la “interpretación” de la tontería en base al “sistema de ideas y de valores” con el que se identifica cada miembro de la pareja y que, ellos sí, se han ido haciendo cada vez más incompatibles.
A esta altura del proceso, lo único cierto es que sólo la explicitación de estos “sistemas de ideas y de valores” y el compartido esfuerzo por negociar un razonable consenso al respecto, puede sentar las bases para un futuro manejo cooperativo, por parte de los miembros de la pareja, de los problemas que, seguramente, la convivencia les va a seguir planteando.
Elvira: Yo seguiría con lo que pienso sería un segundo peaje a pagar. Me refiero a la decisión de terminar, de verdad y convencidamente, con las culpabilizaciones. Habrá, pues, que contrariar radicalmente lo que hemos estado creyendo hasta ahora: que la culpa de todo la tenía él o ella y que la única manera de abrir nuevas perspectivas era que esas culpas fueran reconocidas y asumidas. Por el contrario, tendremos que decretar una intransigente amnistía: a partir de ahora, nadie es culpable de nada. O sea: de lo único de que somos verdaderamente culpables es de haber estado culpabilizando al otro o a la otra de habernos estado culpabilizando a nosotros mismos.
Pienso que un tercer peaje consistiría en llegar a ser capaces de negarnos rotundamente en seguir empecinados en cambiar al otro o a la otra. Es decir, debemos ser capaces de aceptar, serenamente, que nadie cambia a nadie, sino que lo más que se puede hacer (y lo que resulta imprescindible que hagamos) es cambiarnos a nosotros mismos.
Con el resultado, aparentemente milagroso (y generalmente imprevisto) de que, al cambiar nosotros mismos, provocamos espontáneamente en el otro o en la otra los cambios que, inútilmente, nos habíamos empecinado en imponer. Todo en cumplimiento de aquella observación de Anthony de Mello cuando decía: Nada ha cambiado en la realidad, fuera de mi actitud. Pero, al cambiar mi actitud, todo ha cambiado. Y siguiendo ya ahora con el cuarto peaje, te diría que tendremos que aceptar (aunque nos cueste) que, a partir de ahora, nadie está obligado a nada. Si hemos de seguir juntos, si hemos de iniciar un nuevo tramo de la aventura de vivir en pareja, será porque así lo decidimos libre y responsablemente, no porque así lo impongan las obligaciones con los hijos, con los familiares o los amigos, con los bienes, con las promesas de un pasado que se ha vuelto obsoleto. De aquí en adelante estaremos juntos porque los dos queremos estarlo y sólo mientras queramos seguirlo estando.
Arnaldo: A propósito del quinto peaje, quiero citar dos reflexiones extraordinariamente sabias. La primera es de Nietzsche y dice: El que tiene un para qué soporta cualquier como. La otra es del genial pedagogo Antón Makarenko y dice: Es imposible vivir plenamente sin una perspectiva jubilosa por delante. O sea: si la convivencia en la pareja se nos ha vuelto insoportable es porque nos hemos quedado sin “para qué”, es porque nos hemos quedado “sin perspectivas jubilosas por delante”.
Habrá, pues, que aceptar el desafío de intentar emprender, casi temerariamente, la “invención” de un nuevo futuro. Habrá que negarse a seguir dejándose “empujar” desde atrás por un pasado que se ha agotado, y empezar, con renovados bríos, la aventura de dejarse “atraer” por un futuro hacia el que embarcarse entusiastamente.
Ahora conscientes, como no lo estuvimos antes, de que la felicidad no se nos ha de dar gratuitamente, sino que la tendremos que conquistar en el cultivo libre y solidario, día por día y hora por hora, del auténtico encuentro amoroso.
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LOS “BUENOS” DIVORCIOS
Elvira: Con el tema que vamos a abordar estaríamos cerrando el ciclo de esta conversación en que nos propusimos reflexionar en profundidad sobre las crisis matrimoniales y de pareja y sobre sus posibles soluciones. En algún pasaje anterior de esta conversación, afirmábamos que también la separación y el divorcio, cuando son serenos y respetuosos, podrían constituir una forma creativa de “colonizar el futuro”.
Te invito a desarrollar, a continuación, esta posibilidad que, para la mayoría de las parejas, aparece como tan esquiva.
Arnaldo: Creo que sería bueno empezar, como ya lo habíamos aludido antes, por cuestionar el supuesto tácito, universalmente aceptado, de que todo divorcio y toda separación tienen que ser evaluados como desgracias, como fracasos y como experiencias desastrosas en la vida de las parejas y de las familias. Y esto a pesar del indudable alivio que suelen sentir las parejas mal avenidas y su entorno familiar cuando, finalmente, logran terminar con una convivencia que se ha vuelto insoportable.
Elvira: Yo iniciaría ese cuestionamiento reclamando que se reconozca que resulta irracionalmente torpe el hecho de que la persona de la que en un determinado momento nos enamoramos, con la que nos hemos casado o con quien hemos decidido iniciar un proyecto de vida en común; con quien hemos tenido hijos y con quien los hemos educado; con quien hemos administrado bienes y economía compartida: con quien hemos disfrutado momentos de intensa alegría y también soportado dolorosos sufrimientos, se convierta, a partir de la decisión de separarse o de divorciarse, en el enemigo número uno, con quien es imposible mantener un diálogo sereno y respetuoso y a quien sólo cabe odiar empecinadamente.
Arnaldo: Sí, nosotros hemos llegado, después de mucho ahondar en el problema, a una conclusión terminante: es obvio que este tipo de reacciones, compartidas por la gran mayoría de las muy distintas personas que enfrentan situaciones de divorcio, no se puede explicar, simplistamente, por los posibles defectos de las personas implicadas, sino que tienen que responder, y de ahí su generalización, al modelo de vínculo o de matrimonio con el que la gente se ha identificado.
Elvira: Yo confirmaría decididamente lo que dices y enfatizaría que resulta evidente que lo que provoca las crisis matrimoniales y de pareja y el consiguiente resentimiento no es, como diría Giddens, “el tipo de persona” que son cada uno de los miembros de la pareja, sino “el tipo de relación” que habían entablado. En ese sentido, es una conclusión inevitable reconocer que, mientras “el compromiso matrimonial” y la promesa de “amor para siempre” sigan siendo los fundamentos explícitos o tácitos de la mayor parte de las uniones, acarrearán forzosamente el resentimiento y el rencor cuando, por algún motivo, las promesas resulten incumplidas. Si fuéramos mínimamente “realistas” tendríamos que reconocer que nadie debería prometer lo que no sabe, porque no puede saberlo, si estará en condiciones de cumplir. Y, por otra parte, la experiencia prueba hasta el cansancio que nadie puede obligarse a amar por decreto, sea éste “de facto”, sea legal o sea eclesiástico.
Arnaldo: Por contraposición, pero confirmando y reforzando lo que venimos sosteniendo, tendremos que aceptar que el sentido del divorcio cambia radicalmente cuando cambia radicalmente el sentido del matrimonio. Cuando la gente comprende y asume que sólo cabe permanecer juntos si ambos miembros de la pareja lo deciden libremente y lo siguen decidiendo día por día. Es decir: que el ejercicio de esa libertad debe ser continuo, actualizándose en lo que nosotros llamamos “el referéndum cotidiano”. Lo otro significa estar casados o estar juntos “por obligación”, porque nos sujeta compulsivamente “el yugo” conyugal, la co-dependencia enfermiza de tener que ser, como lo decía Nietzsche, “siempre dos”.
Elvira: Efectivamente. Es de una claridad que rompe los ojos que, cuando cambia el modelo de matrimonio o de pareja, cuando se supera el feudal modelo posesivo y represivo y se opta por el modelo libertario, solidario y democrático, el divorcio se acepta no como un fracaso, sino como “una experiencia” que cierra una etapa en que, lamentablemente, el vínculo se ha vuelto obsoleto.
Lo malo y lo destructivo de la mayor parte de los divorcios es que ambos miembros de la pareja, demasiados preocupados por “el que dirán”, sienten la necesidad de encontrarle al mismo “justificaciones” y que la justificación más simple y elemental sea culpabilizar al otro o a la otra de lo que se vive como un fracaso y no como una alternativa.
Arnaldo: Lo otro que resulta bien claro (naturalmente, para los que son capaces de reflexionar y se animan a hacerlo) es que, si hubiéramos compartido un modelo de matrimonio y de pareja “abierto” y “libertario”, hubiéramos dedicado más tiempo a cultivar la relación en lugar de pretender “asegurarla”, ilusoriamente, con cerraduras, rejas y alarmas. Y hubiéramos evitado olvidar que, con muros y con rejas o sin ellos, jardín que no se cultiva, se marchita.
Elvira: Ni que decir si a esa aberrante necesidad de dar explicaciones y de tener que encontrar justificaciones se incorporan los familiares y los conocidos, solidariamente empecinados en la tarea de descubrir y condenar a los culpables. Si esto se da, y frecuentemente se da, tenemos completado el cuadro de un “mal divorcio”, de un divorcio destructivo. Al que habrá que agregar, como pinceladas finales, los refuerzos del clima bélico cuando las negociaciones y los acuerdos inevitables (tenencias, visitas, pensiones, bienes) aterrizan en el bufete del abogado o en el despacho del juez.
Arnaldo: Creo que sería oportuno venir, ahora, a lo positivo. Hay que insistir en que “un buen divorcio” es posible (aunque parezca tan difícil). Pero que es posible siempre y cuando la reflexión serena sobre la crisis que hemos estado viviendo nos ayude a entender que, como lo decíamos antes, lo que ha fallado no es “el tipo de persona”, sino “el tipo de relación”. Que lo que se impone cuestionar, hacia el pasado pero también hacia el futuro, y lo que el divorcio de hecho está cuestionando, es el modelo de vínculo, es el significado último de la relación de pareja. Y, lo que es más importante, que sólo a partir de ese cuestionamiento, el divorcio puede constituirse en factor de cancelación efectiva de un pasado que no pudo ser y en el paso necesario que nos permita, como nos lo sugería Anthony Giddens, ponernos en condiciones de poder “colonizar, creativamente, un nuevo futuro”.
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5 comentarios:
Voy leyendo lo publicado y en esta nota hay algo que, por experiencia personal, ratifico. La separación o el divorcio, pactados, evitan el deterioro total del vínculo y es posible encontrar en aquél/la con quien nos era imposible convivir una nueva forma de relación,basada en el respetuo mutuo por las elecciones del otro. Alentarlas y compartir muy buenos momentos, descubriendo, aún en parejas de más de 34 años de matrimonio, es nuestro caso, aspectos nuevos, desconocidos y gratificantes en alguien a quien pretendíamos "conocer totalmente". Claro que para ésto hay que estar dispuesto a re-aprender y crecer en el conocimiento de una persona y revalorizarla sin prejuicios. Muy interesante el trabajo, compañeros,rescatar el AMOR(que ha tomado otra forma) es lo que me parece importante, se puede, si se sana el vínculo. Y, nos encontraremos con un otro/a que nos dará la pauta de que ésa elección que hicimos una vez, no estaba tan errada. Con cariño. Adry* Bs.As.Argentina
Lastima que el consejo llego tarde ... debería mailear la nota a Patagonia ;)
Tanto más para rescatar. Sobretodo de la primera parte del artículo.
..."si hubiéramos compartido un modelo de matrimonio y de pareja “abierto” y “libertario”, hubiéramos dedicado más tiempo a cultivar la relación en lugar de pretender “asegurarla”, ilusoriamente, con cerraduras, rejas y alarmas. Y hubiéramos evitado olvidar que, con muros y con rejas o sin ellos, jardín que no se cultiva, se marchita"...
ADRY: Precioso comentario, muchas gracias por escribir, y sobre todo, el saber que es posible contruir y reconstruir sobre todas las cosas.
Un abrazo.
ROCH: Querida Amiga, nunca llega tarde algo que suma constructivamente, verdad?.
Ya casi llevamos diez años del siglo XXI, y aún llevamos a cuestas viejos vicios que por lo visto, solo conducen a la confusión, dolor y soledad.
Es hora de (re)construirnos, y en eso estamos todos, con Amor y humildad, porque tambièn tenemos el derecho de Ser. Entre todos.
Un abrazo grande.
Zen, TARDE en cuanto a esa relación en particular que se marchitó hace más de un año atrás.
Tal vez por tanta cerradura que me fue impuesta.
El derecho de ser, más allá del par...
Otro abrazo aún más grande :)
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