Hugo Giovanetti Viola
13 LA APUESTA / LUX
Isabelino Pena trataba de disimular los bostezos frente al póker con apuestas muy fuertes que entretenía a los seudomarineros cuando apareció un viejísimo camión lleno de sindicalistas y Marcos murmuró:
-Mierda. Hoy termina mal.
Enseguida distingo a Lázaro, que dirige la descarga de las damajuanas y los costillares en el único parrillero disponible: dan la impresión de ser un comité central uniformado con camisetas y pañuelos-sombreros anudados sobre rostros pinchudos que solemnizan el picnic como si estuvieran acampando en la Sierra Maestra.
-Bueno -recogió una cantidad de fichas y le aceptó un habano a Tito Perotti el hombre de ojos rojos: -Los que terminaron mal fueron ustedes, tigres de la Malasia. Pero a vos te podría desplumar con otra clase de apuesta, Blue Eyes. Me imagino que ya leyeron Una tumba sin nombre.
Entonces veo por primera vez al Jorge Malabia de la novela, porque la frivolidad hastiada del muchacho-hombre flaco y rubio se transforma en una incandescencia que me hace pensar erizadamente en Rimbaud.
-No dormimos -carcajeó Tito: -Yo salí bien jodido, pero si el medicucho se sacó las ganas de armar misterio en lugar de cuzquearse con solitarios empaquetados me importa un carajo.
-Perdón -se levanta para llamar a otra rubia recién llegada de la playita la Miss Calienta Hombres de Villa Petrus: -Yo los dejo discutir tranquilos.
-Lo que yo pienso es que el notabilísimo Díaz Grey no tendría que haber publicado esa fábula resuelta con agua y jabón -empezó a patinarle de golpe la lengua a Jorge, que se sirvió más whisky puro.
-Pero yo te podría desplumar apostándote que no enterraste al chivo -me contrabandea una guiñada color víscera Marcos: -Esa es la verdadera mentira de la novela. En la tumba del chivo no hay nada.
-Bueno, entonces estás más mamado que yo.
-No. Te conozco, pibe. Y Díaz Grey no descarta que cualquier excavación en tu jardín podría resultar inútil.
-Claro: porque el Hugo tiene razón y Lux es Jerónimo resucitado -terminó atorándose de la risa el gordo casi idéntico a su hermana: -Mirá: ahí viene mi ahijada con el ungido.
Una chalana verde se espeja en el Arroyo de las Palomas y Ana María Malabia y el descaderado nos saludan resplandeciendo y atracan entre un aplauso general que hace salir corriendo a Tito y a la hermana para recoger el moisés.
-Tu futura mujer podrá vivir imitando a la Brigitte Bardot pero tiene más fe que vos, Blue Eyes -babeó el habano apagado el grandote: -Lo que vos enterraste fue la fe y no un cabrón.
-Cómo sabés que no te puedo romper la cara, bestia sucia. Infeliz.
-Bienvenido a la adultez, Jorgito. Y mirá que me podés mandar pegar un tiro en lugar de cascarme. Sería un favor hermoso.
Y de golpe explota la risa-hipo-tos de Angélica Inés Petrus y recién me doy cuenta que el sub-comisario está almorzando con ella: la gigantesca mariposa amarilla sigue sobrevolándola y Josefina parece advertirle militarmente al homúnculo que mirar hacia el malecón significaría perder toda esperanza de ser violado por la walkiria.
-Ecce chivus -se entusiasmó Marcos Bergner cuando el cabrito se escapó del moisés y agarró a topetazos algodonosos el vestido-campana de la infanta. -Te portaste muy bien en el entierro de la Rita, pibe. Sobre todo por llevar a Jerónimo. Lástima que allí mismo te hayas quedado sin nafta.
Los sindicalistas saludan a la Malabia con un cinismo paternal y Nikita levanta el puño y todo, pero yo embuto el termo y el mate al lado del revólver y murmuro frente a la Más Dimensión que reverbera en Lux:
-Padre nuestro que estás.
-Está para cagarse en la gente -ladró el hombre-muchacho.
-Mirá que en cualquier momento te hago sangrar la trompa igual que en el Berna, neura malcriado -gargajea Superman Bergner.
-¿No se callan un poco? -se dio vuelta colgándose la matera el detective.
Y escucho sentenciar a los ojos del ungido:
-Te falta el último orgasmo para perder el miedo. No alcanza con tu fe. Lo que necesitás es saber festejar la entrada en tu cadáver.
14 LA FOTO / LA MARIPOSA
Isabelino Pena se acercó a Lux y a Ana María Malabia con paso procesional y Tito le pidió que les sacara una foto a los cuatro. Y recién al contemplarlos desde la ventanita de la Kodak se me ocurre pensar cómo hará doña Glyde para mantener impoluto el vestido que la infanta arrastra cada mañana hasta la estación.
-La chalana se llama Cristo Obrero -gritó el padrino ya obeso de whisky acomodándose la golilla estilo Tony Curtis que usaba sobre el chaquetón con botones dorados: -El nombre se lo puso el Hugo.
-Yo me pienso casar con una de estas cofias -se le transfigura la frivolidad a la hermana de Tito mientras Ana María curva el labio turgente y parece pestañear hacia algo no terreno.
El detective esperó que Lux se lamiera una pata y cliqueó entusiasmado:
-Ta. Un poema.
-Pa que canten los ombúes -se arrima el muchacho de tranco idéntico al de una marioneta muy enredada y le pone sal en el hocico al chivo, aunque enseguida se desorbita y chilla señalando los parrilleros: -Allá vienen los cosos a carnearlo con los cajoncitos.
-Son el Juancho Castillo y el choma del farmacéutico, que trabajan para el semanario bolche -informó Tito, menos agresivo que condescendiente: -El mandamiento principal de Barthé y el Kruschev de la convención unitaria es Manosearás al prójimo como a tu propia pija.
-Y vos sos más ordinario que ellos -le tapa demasiado tarde los oídos a la infanta la madrina botticelliana.
-Pero no me hago el santo -carcajeó el gordo: -Ni firmo pactos con los nazis y los yanquis y los chinos y mando a morir gente en las barricadas para refregarle mártires a los milicos.
Juancho Castillo rezuma una viscosidad menos feminoide que el famoso mancebo de Barthé, pero en los lentes y los bucles entrecanos rebrilla una voracidad de cafiolo que me eriza hasta la náusea.
-Apártate del vellocino popular, Satanás -sacó relampagueantemente el revólver de la matera Isabelino Pena y paralizó a los fotógrafos de El socialista: -No sueñen con robarles el aura a los humildes porque a mí el Señor me dio poquísima paciencia para aguantar maricas lorquianos. Vade retro, carajo.
Y primero se ríen pero después empiezan a chorrear una mugre biliosa y Lázaro aúlla desde el parrillero:
-Paz, compañeros. Paz.
Los dos guardias personales del sub-comisario Rufianeli demoraron en llegar resbalando sobre el pasto arenoso y hasta se chocaron entre ellos, pero el viejo subió el revólver hacia el cielo y apretó el gatillo seis veces explicando:
-Ni una bala, muchachos.
La primera vez que hice este truco en Punta Gorda terminé knock-out, y ahora pienso que estrenar el celdario de máxima seguridad con una buena siesta no me caería tan mal: Juancho y el mancebo del farmacéutico recuperan el color y nos flashean mientras los ursos achinados me arrodillan a patadas y me esposan.
-Cuidado con la Kodak que no es mía -juntó aire como un nadador el detective: -Y acuérdense que ni los levitas del Templo de Jerusalén pudieron con Isabelino Pena, esbirros burros.
Y entonces la tarde de oro se vacía de murmuraciones y Ana María Malabia se me acerca sonriendo:
-Acordate de mi estampita, uruguayo.
Después llega el Rufián frotándose las manos y Lázaro hace recular a gritos a los fotógrafos de El socialista:
-Vengan a comer en paz, compañeros. La clase obrera no responde a las provocaciones orquestadas por la rosca.
-No había necesidad de pasar tanta vergüenza, señor privé -se acomodó la corbata y el quepis el sub-comisario: -¿O ni siquiera le importa la sensibilidad de las Dulcineas sanmarianas?
Y de golpe lo tapa una sombra muy perfumada y Angélica Inés Petrus se levanta el vestido para mostrar el pubis sin ropa interior y grita igual que un tero:
-¿No le quieren sacar un retrato a la loca de papito?
Y la gran mariposa amarilla se le posó en la orfandad del vellón.
15 LOS PIES Y LAS PEZUÑAS / EL PULPÓN
Isabelino Pena vio estacionar a Díaz Grey bajo un islote de ceibos mientras el sub-comisario y Josefina se llevaban a Angélica Inés hasta el sulky y uno de los policías murmuraba:
-Qué invierno que me pasaría adentro de esa pepa, viejo.
El médico termina acomodando a la walkiria en el Fregate y la ex-sirvienta no se deja ayudar a subir al pescante y nos taladra a todos con un rencor carbonizado que me duele más que los patadones. Después Rufianeli volvió frotándose las manitos como si hiciera frío y ordenó:
-Pueden soltarlo. Y mire que a Díaz Grey no le acepto nada más que un pedido de gracia, payaso. Así que no espere a que haya crímenes para irse. En Santa María preferimos suicidarnos.
Entonces descubro que Marcos Bergner me está esperando colmilludamente y cuando me invita a comer pulpón siento tanta voracidad que corro a besarle los pies y las pezuñas a Ana María y a Lux.
-Los cosos se cagaron igual que gallo capón -se acercó a venerar al detective el muchacho de mejillas floralizadas por hoyos de maniquí.
-Ahí llegó mamá, uruguayo -se recoge el vestido la criatura y ahora es la mole de doña Glyde la que se bambolea en la jardinera que se incrusta en la sombra bermellón: -Si querés venir a pasear en la chalana avisame.
Isabelino Pena la ayudó a depositar al chivo en el moisés que olía a jazmín y amoníaco y le acarició el jopo al Hugo:
-Mirá que los que corren derecho al cielo son los que dan los saltos más torcidos, botija. Palabra de baqueano.
Y el chivo alza la barba impolutamente infantil y me recuerda:
-No me tienes que dar porque te quiera / porque aunque lo que espero no esperare / lo mismo que te quiero te quisiera.Jorge Malabia se abrazaba a la hermana de Tito nada más que para no caerse y de golpe desafinó:
-Voy en curda no lo niego / que será muy vergonzoso / pero llevo más en curda / a mi pobre corazón.
-Pedí el tinto que se mandaba llevar Larsen a la casa celeste -se le llenan de viscosidad perversa las comisuras al gordo. -Cola del diablo, cosecha del 50.
-A mí pedime una Coca-Cola, nomás.
-¿Ni siquiera va a brindar con nosotros?
-En mi última vida me divorcié para siempre de las tetas de mi madre. Fue el 18 de Nisán del año 30 en Jerusalén.
Nadie sintió curiosidad por descifrar la fecha que dejó caer el viejo como si les mostrara la única baraja capaz de vencer al caos, pero Blue Eyes sacó Una tumba sin nombre del bolsillo y leyó un subrayado con lucidez barrosa:
-Su objeto de amor. La corriente es una sola, y no podemos saber cuál y cuánto es el amor que va hacia él y cuál y cuánto es el poder que extraemos de él. Acá Díaz Grey me hace decir esta verdad más grande que toda la mierda junta, y aunque nunca lo haya dicho lo comparto y lo suscribo.
-No alcanza -se ensaña Marcos desenvainando su ejemplar de la novela mientras nos sirven el pulpón: -Porque dos páginas después decís: Empecé a sentir o saber que todos, todos nosotros, usted, yo y los demás, éramos responsables de aquello, del casamiento de ella con el chivo, de la pareja que maniobraba con torpeza entre las columnas de gente que salían de la estación. Todos nosotros, culpables; y, ya sin razonar, sin que la evidencia me viniera del razonamiento o pudiera ser alterada por él: culpables, todos los habitantes del mundo, por haber nacido y ser contemporáneos de aquella monstruosidad, aquella tristeza. Entonces odié a todo el mundo, a todos nosotros. Y estoy seguro que esto también lo suscribís, pibe.
-Che: ¿por qué no se dejan de joder con la historieta? -probó el cabernet Tito Perotti.
-¿Y además qué les puede molestar que Anita esté casada con Lux? -le relampaguea una insondabilidad de vitral a la rubia tarada.
-Permiso: voy a comer esta maravilla a lo José Gervasio Artigas -verticalizó su porción con el tenedor el detective, la tajeó desde abajo y la mordió y al terminar de cortar el bocado la carne que cayó en el plato le salpicó sangrientamente la camisa.
Esto quiere decir que el diablo ya metió la cola en serio y los crímenes empiezan mañana mismo, Monsieur le Rufián -pienso mientras mastico.
16 EL VESTIDO / ENTENDERSE Y DESPEDIRSE
Isabelino Pena esperó que los obreros se fueran en el camión aullando La internacional y le explicó a la hermana de Tito Perotti:
-La mujer de la novela se prostituyó para darle de comer a Jerónimo, el cabrón que terminó llevando Jorge al cementerio.
-Sí, Rita: la sirvienta de los Malabia -recupera una indiferencia blindada la B.B. de Villa Petrus: -La conocí hace siglos. Lo que no entiendo es cómo puede importarles tanto ese libro, aunque a mi pobre ahijada también le hayan metido en la cabeza mendigar con un chivito. Y nadie podrá decir que Lux no es un peluche divino. Allá viene Díaz Grey.
El doctor los saludó alzando el bastón y se sentó a tomar café frente a la primera gradación del crepúsculo que anaranjaba el velerío y las circunvalaciones de las gaviotas pescando en el arroyo.
-Yo me voy a dormir una siesta, señores -pone un billete abajo del cenicero Marcos Bergner después de una sobremesa completamente muda: -¿Cómo pensás volver al centro, Bogart?
-Me parece que Díaz Grey me está esperando. Gracias.
Los hombres disfrazados de capitanes y la muchacha semidesnuda también volvieron a su yate, y el detective se acercó al doctor tratando de sonreír:
-Una tarde complicada.
-¿Sabe que me preocupa Linacero? Podríamos ir a verlo un rato. Tengo Mahler en la valija.
-Él prefiere a Tchaicovski.
-No. Sería peligrosísimo. Ya se empezaron a armar líos con mi crónica y estoy seguro que mi defecto fue el mismo que el de Tchaicovski: no trasmití mi paz. O los demás la odian.
-Eso nos pasa a todos. Remember Nazaret: lo quiso matar la familia antes que los fariseos.
-¿Usted escribe?
-Thrillers. Mis aventuras.
Y cuando aceleramos por el camino que bordea la fábrica y torcemos hacia la plaza el Renault derrapa y casi vuelca para no aplastar a una sombra arrodillada entre la polvareda lila que termina por ser el Hugo: tenemos que destrenzarle las manos y arrastrarlo a la cuneta pero sigue llorando con estertores y chillidos de perro hasta que desembucha:
-Hoy malicié que se lo quieren comer asado al Lux. Y yo prefiero morder la palangre antes que ver a Anita sin pajarío.
-¿Quién te lastimó, mijo? -usó el pañuelo del traje para limpiarle una oreja amorcillada Díaz Grey.
-Doña Glyde no quiere que me coma los jazmines de la Virgen y me cose a fustazos. Pero eso no da frío.
El doctor y el detective llevaron al ex-quintero de Jorge Malabia hasta el fondo de la obra y escucharon eructar a doña Glyde en el cuchitril que olía a puchero rancio:
-La chalana también se vende y al chivo hay que cebarlo con caña, lo mismo. Pero a los comunistas yo los conozco peor que a Perón: si te quieren sacar el jugo que no sueñen con abotonarse en la cola de tu entierro.
Y entonces veo la cuerda de la ropa donde cuelga el vestido de comunión azulado por el ágata y siento como si llovieran estrellas y el dolor nos lavara.
-¿Es verdad que Marcos Bergner quiere apostar a que Jerónimo no está enterrado en el jardín de los Malabia? -rompió la mudez mutua el hombre de mechón albino cuando estacionó frente al edificio Montserrat.
-Es verdad.
-¿Y usted qué piensa?
-Ya se lo dije hoy. Que lo que había en los ojos del cabrón no se puede enterrar. Lo demás es literatura. Pura.
-Perdone que me divierta sin malignidad: ¿pero piensa escribir su thriller sanmariano a partir de mi crónica y cree que alguien se pueda tomar el trabajo de entenderlo?
-Lo único que me importa es entender mi vida, colega. Y despedirme en paz. El maestro Linacero sabe de lo que hablo.
-Lástima que Linacero crea en Rimbaud y en Tchaicovski.
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