(TERCERA ENTREGA)
LA PRIMERA PATA: LA ARMONÍA EMOCIONALElvira: Pienso que todos estaremos de acuerdo en que la armonía emocional pasa por ser, con mucho, el principal soporte de la relación de pareja. Tanto que suele creerse que constituye no sólo uno de los soportes necesarios, sino el soporte suficiente para constituir una relación duradera y feliz. Casi todo lo que en materia de amor nos ofrece la literatura, el cine, la radio, la televisión (esta última hasta el empalagamiento con sus interminables teleteatros) se refiere casi exclusivamente a este nivel emocional, donde priman la exuberancia de los sentimientos, las pasiones incontroladas e incontrolables. Y, como su natural correlato, un sentido estrechamente posesivo de las relaciones, condimentado con atenazantes complejos de celos (que, paradojalmente, al mismo tiempo enturbian y validan las pasiones desatadas), por desconfianzas recurrentes, alternadas con explosivas efusiones afectivas, por dudas mortificantes, por peleas continuas y continuas reconciliaciones.
Arnaldo: Si, Elvira. Podríamos decir que este juego de claroscuros sentimentales que tú describes y sus cíclicas alternancias constituyen el muy discutible encanto de lo que cabe considerar como la engañosa concepción romántica del amor matrimonial. Pero que, por otra parte y lamentablemente, hay que reconocer que es la concepción más extendida, más apreciada y más decisivamente actuante en el ánimo de quienes se relacionan amorosamente.
Arnaldo: Si, Elvira. Podríamos decir que este juego de claroscuros sentimentales que tú describes y sus cíclicas alternancias constituyen el muy discutible encanto de lo que cabe considerar como la engañosa concepción romántica del amor matrimonial. Pero que, por otra parte y lamentablemente, hay que reconocer que es la concepción más extendida, más apreciada y más decisivamente actuante en el ánimo de quienes se relacionan amorosamente.
LA SEGUNDA PATA DE LA MESA DEL AMOR: LA ARMONÍA SEXUAL
Elvira: A propósito de la armonía sexual, yo te diría que se tiende a creer que un buen acuerdo sexual tiene que ser la natural consecuencia de la armonía emocional. Si dos seres se quieren, se gustan, disfrutan estando juntos, besándose y acariciándose, habría que dar por sentado que no tendría porque haber inconvenientes cuando ingresen en la vida matrimonial o en la convivencia de pareja.
Pues bien: lo que yo quería anotar es que esta presunción no resulta confirmada ni por los hechos ni por los estudios de la vida sexual de la pareja.
Arnaldo: Tú aludes a los estudios al respecto. Es bueno consignar, en ese sentido, que las investigaciones sexológicas en EE.UU. (que es donde más se han realizado) han demostrado que, para una sociedad que como la norteamericana que aparece como muy liberada erótica y sexualmente, los resultados son por demás inquietantes. Masters y Johnson calculan que por lo menos el 50% de los divorcios que se producen en EE.UU. son el resultado de dificultades de la pareja en su vida sexual. Estos cálculos son confirmados por la Organización Mundial de la Salud para todo el mundo occidental. Nosotros, que hemos recorrido prácticamente toda América del Sur y América Central hemos podido recabar información que demostraría que, para los medios metropolitanos, el porcentaje podría ser aún más elevado.
Elvira: Lo que parece más importante es no conformarnos con los datos cuantitativos, sino procurar descubrir su significado. Porque, ¿a qué se puede deber el hecho de que, en la medida en que la pareja se vuelve más democrática, se vuelva también más conflictiva?
Creo que aquí se impone que adelantemos nuestra opinión: para nosotros, la explicación principal, aparte de que puedan identificarse otros muchos factores causales que la refuercen, está constituida por la gravitación cultural y educativa de la llamada “doble norma”.
Es decir: el que subsistan concepciones educativas y culturales que postulan como deseables, como normales y naturales y como éticamente correctas pautas de comportamiento sexual completamente contrapuestas para hombres y para mujeres tiene que desembocar, y de hecho desemboca, en la contradicción y el conflicto cuando, como es forzoso, unos y otras tengan que hacer juntos el amor.
Arnaldo: Se me ocurre que, al respecto, convendría recordar lo que comentaba la famosa educadora sexual norteamericana Mary Calderone cuando observaba que debería enseñarse a manejar el sexo a los jóvenes como se les enseñaba a manejar el automóvil: es decir, haciendo un uso inteligente y oportuno del acelerador y del freno.
Porque, ¿qué es lo que sucede en materia de preparación para la vida sexual? Lo que sucede es que una educación irracionalmente puritana y represiva, en nombre del “doble código” moral para hombres y para mujeres, les enseña a los primeros sólo a acelerar y a las segundas sólo a frenar.
Elvira: Con el resultado esperable: los varones viven sumando accidentes “por exceso de velocidad” y las mujeres, por el contrario, viven atascadas sin lograr siquiera que su motor arranque: han inhibido hasta tal punto su sensibilidad y su capacidad de respuesta sexual, que no logran, por más que se lo propongan, pasar el pie del pedal del freno al pedal del acelerador y siguen pisando compulsivamente el freno cuando ya no se trata de salvaguardar una virginidad en peligro, sino de compartir plenamente el amor con su compañero y disfrutar su propia sexualidad.
Arnaldo: Sí, es realmente así, como tú pintorescamente lo describes. A lo que habría que agregar que, además, como ni los varones ni las mujeres reciben la más mínima orientación sexual (fuera de la orientación contradictoria a que nos referíamos) ni tienen la oportunidad de informarse seriamente al respecto, las dificultades son interpretadas en términos de los mismos prejuicios y tabúes que arrastran desde la niñez, de modo tal que el conflicto se consolida al agregarse al hecho disfuncional la interpretación disfuncional del hecho.
Elvira: Yo haría, a esta altura, una aclaración que considero necesaria para precisar el sentido de lo que estamos comentando: frecuentemente se opone, a este planteamiento, el argumento de que las generaciones pasadas también vivieron instaladas en la doble norma moral y que, sin embargo, sus matrimonios no resultaban ni tan conflictivos ni tan inestables como los actuales. El hecho es cierto, pero la explicación no resulta demasiado difícil: las expectativas de nuestras madres y abuelas no eran las mismas que las de las mujeres de hoy. Las mujeres de entonces, no lo olvidemos, ni fumaban, ni conducían automóviles, ni disputaban lugares de trabajo con los varones. Vivían felices (o no tanto) en la jaula dorada de su matrimonio tradicional mientras sus maridos volaban libremente a campo abierto. En ese entonces, las mujeres aceptaban la alternativa excluyente de tener que elegir entre ser “la Virgen” o ser “la Vampiresa” y se jugaban su destino femenino a cara o cruz. Hoy las cosas se complican: la mujer moderna tiene que ser Virgen y Vampiresa al mismo tiempo. Se la programa a nivel familiar y educativo para que sea la virgen inocente, ignorante y pudorosa, abierta a un destino de honesta esposa y madre de sus hijos. Pero, simultáneamente, se la está programando a través de una cultura de masas altamente erotizada, para que se defina como mujer sensual, para que exalte los atributos más “sexy” de su personalidad y para que cultive la seducción como rasgo femenino por excelencia.
Víctima de esta doble programación contradictoria, no nos puede extrañar que la mujer de hoy viva como un desafío excesivamente difícil alcanzar una satisfactoria armonía sexual en el también contradictorio marco del matrimonio actual.
Arnaldo: Yo aprovecharía lo que estás diciendo para agregar una segunda aclaración que permita definir mejor nuestra posición ante esta problemática: a pesar de nuestro interés profesional en el tema del sexo, no somos de los que tienden a exagerar el papel del mismo en la vida de la gente y en la vida compartida de los matrimonios. Como lo iremos viendo en el curso de esta conversación, entendemos que el sexo no lo es todo y ni siquiera es lo más importante en el logro de una vida de pareja feliz. Pero, y este “pero” es decisivo, el sexo no es tan importante “si marcha bien”. La vida en pareja es mucho más que sexo compartido. O sea: si el buen sexo no lo arregla todo, el mal sexo, a la larga, lo echa todo a perder.
(continúa próximo miercoles)
2 comentarios:
Como le dije anticipadamente por email vengo a secuestrarlo un ratito, también lo digo publicamente ;)
Ah ! y no me equivoqué cuando le dije que estaría zambullido entre los escritos de Gomensoro.
Y la tercer pata, la armonía existencial? mercredi prochain?
ROCH: jaja. Voy para su casita entonces.
Si, el próximo miercoles, la armonía existencial...como si fuera poco, verdad?
Un abrazo.
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