domingo

JOSÉ GURVICH Y EL RETORNO AL PURO Y LIMPIO JUEGO DE LA VIDA


H.G.V.
(reportajes remodelados)

TERCERA ENTREGA

El último tramo de la entrevista publicada por Hechos en 1967 estaba titulado, premonitoriamente, LO DIFÍCIL.

Y Gurvich señala luego la difícil empresa de la reeducación: “En algunos casos ya es tarde; la persona ya se cristalizó; no tiene salida”.

Hace la afirmación con sentimiento profundo, con cierto acento triste, porque identifica la pintura con la vida: visitó casi toda Europa e Israel. “En todas partes uno se siente de visita, y sobre todo solo. Quizá en Israel haya sido donde me sentí más como en Uruguay. Claro que cuando uno se sienta frente al caballete el lugar desaparece. ¿Cuál es la razón de que me sintiera así en Israel? ¿Fue el país? ¿Fue una experiencia plena en el trabajo? Creo que esto último. Me ha pasado estando en París (cerca de los museos, en la posibilidad del contacto con los maestros), que he sentido un deseo impostergable de irme. Y eso porque no estaba pintando, porque no estaba viviendo”.

Y subraya, de inmediato, en otro plano: “¿Por qué los uruguayos se quejan a veces? Porque no están bien ellos”.

Gurvich había dicho en otro pasaje de sus respuestas: “Sí, estuve un año en Israel. Pintaba para el kibbutz. Ellos, en cambio, me mantenían. Después fui con mi mujer y el hijo. Medio día trabajaba, el resto pintaba. Allá me conocen mucho. Hice una gira exponiendo en los distintos kibbutz. Hasta había quienes me tomaban las manos, y me preguntaban sobre mi pintura, cómo, por qué pintaba, y hasta se interesaban por mi persona. Allá hay una nación que lucha, que construye, que está viva”.

Pero la segunda estadía en Israel se hizo mucho más difícil. La última vez que fuimos con mi padre a la casa del cerro donde uno debía entrar literalmente gateando al nuevo taller con entrada de horno charlamos sobre Las puertas de la percepción de Aldous Huxley y José me recomendó:

-Hay que meterse con Las puertas del infierno, también.

Nunca conseguí el libro, pero creo que igual le hice caso y me rajé a vivir solo en París (y la mayoría del tiempo la pasé en uno de los hoteles cucarachescos de la misma calle donde Rimbaud y el Cholo y Violeta Parra perdieron casi todas las patas arrastrándose como podían hacia la completud del ser), y allí encontré un infierno seguramente más digno de la Jerusalén crucial que el que alucinó Huxley.

Y José volvió a un Israel que ya no era el prometido.

…la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises -había escrito Federico en Nueva York en 1930: …y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.

Los Gurvich ya no encontraron un pedazo de paz donde sentarse, para hablarlo en Vallejo, y entre las opciones posibles eligieron emigrar a Nueva York, donde vivían Augusto Torres, Horacio Torres y Julio Uruguay Alpuy.

Y el mismo pintor que tuvo que dejar de vender los cuadros en el 67 para no desprenderse de sus obras más importantes terminó, en poco tiempo, aceptando un laburo paralelo como cuando tenía quince años.

Y ya no pudo seguir respirando con su habitual gozo blindado un paisaje que García Lorca definió así:

La aurora llega y nadie la recibe en su boca / porque allí no hay mañana ni esperanza posible. / A veces las monedas en enjambres furiosos / taladran y devoran abandonados niños. / Los primeros que salen comprenden con sus huesos / que no habrá paraísos ni amores deshojados; / saben que van al cieno de números y leyes / a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

Hemos leído algún catálogo donde su esposa cuenta que José llegó a sugerirle que la obra que importaba ya estaba hecha, y a los 47 años, cuando ya se anunciaba una próxima exposición neoyorquina, y entre los desesperados esfuerzos de los amigos para que se cuidara y consultara a los médicos con regularidad, el corazón de Gurvich viajó a integrarse con el flamear flamígero de la mayor de sus obras: El hombre astral.

Y fue recién en la década del 90, cuando Totó y Martín, el hijo, concretaron la realización de una extraordinaria retrospectiva en el Museo de Artes Visuales, que pudimos reencontrarnos con la espiral mágica de su obra.

El retrato que le hizo a mi padre en 1953 nunca dejó de brillar en casa, y hoy podemos visitar su precioso museo propio en la Plaza Matriz, porque la belleza vence.

Esta letra de canción se la compuse mentalmente a José mientras volvíamos del Parque Rodó con mi esposa en un 104 la tarde del reencuentro, y se llama Carta de Gurvich a los caracoles:

Los viejos caracoles / lloran calles de plata / en la prisión del mundo / y mueren aplastados. / Los tristes caracoles / abren calles astrales / en el kibbutz del hambre / y mueren devorados.
Pero esta tarde digo: / no habrá caparazón rota que no resuene / como el primer violín que nos ató al espacio.
Los dulces caracoles / abren zanjas de luz / en el dolor del cerro / y andan acorralados. / Los grandes caracoles / gritan rojos de amor / en la mansión del asco / y mueren arrumbados.
Pero esta tarde digo: / no habrá caparazón rota que no resuene / como el primer violín que nos ató al espacio. / Y aquel primer vellón. Y el primer bermellón. / No habrá caparazón.


No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+