martes

Zarpes desde Catalunya [Luis Silva Schultze]

¡Hágase Newton!

Es apasionante observar cómo a lo largo de la historia, la ciencia ha logrado crearse un camino propio y que hoy llegue a resultados tan espectaculares en todas sus ramas, pese a los escasos recursos presupuestarios con los que generalmente ha contado, y pese a las pésimas condiciones en las que vive una gran parte de la humanidad con los consiguientes altos índices de analfabetismo. Qué sería si todos los seres humanos pudieran ejercer su derecho al estudio, y si vivieran en una sociedad que los estimulara a ello. Hasta no hace mucho tiempo, se pensó que según avanzara la ciencia, la superstición iría perdiendo terreno frente a las explicaciones racionales de los fenómenos naturales. No sólo no ha sido así, sino que hoy, el fervor religioso va en aumento, y muchas veces toma un carácter violento expresado en fanatismos integristas que llevan a guerras salvajes, mientras que cada vez abundan más los salvadores que llegan cargados de baratijas sobrenaturales. No se trata de discutir si Dios existe o no existe, sino “el efecto de la obcecación de muchas personas convencidas de su participación minuciosa en los asuntos humanos, y de su propensión al parecer inveterada a proveer de legitimidad celestial a los mayores absurdos y las más cruentas salvajadas cometidas en su nombre” (Antonio Muñoz Molina). El periodista Luis Miguel Ariza se pregunta “si no existe dentro de nosotros una programación genética que nos impulsa a creer”. La ciencia, conformada con seres humanos, siempre ha sido y será sensible al efecto religioso, aunque evidentemente, lo deba dejar de lado para trabajar investigando. Y si no leamos a Einstein, nada más ni nada menos: “La más bella y profunda emoción que no es dado sentir es la sensación de lo místico. Ella es la que genera toda verdadera ciencia. El hombre que desconoce esa emoción, que es incapaz de maravillarse y sentir el encanto y el asombro, está prácticamente muerto. Saber que aquello que para nosotros es impenetrable realmente existe, que se manifiesta como la más alta sabiduría y la más radiante belleza, sobre la cual nuestras embotadas facultades sólo pueden comprender en sus formas más primitivas. Ese conocimiento, esa sensación, es la verdadera religión.” Y Newton, de quien Alexander Pope dijo que cuando la naturaleza y las leyes naturales yacían ocultas en la noche, dijo Dios: ¡Hágase Newton! y se hizo la luz, pasó la mitad de su vida de trabajo dedicado a la alquimia y a extravagantes objetivos religiosos, y aprendió hebreo para poder estudiar mejor los textos originales, convencido de que la planta del templo perdido del rey Salomón de Jerusalén ocultaba claves matemáticas sobre las fechas del segundo advenimiento de Cristo y del fin del mundo, llegando a la conclusión de que el Día del Juicio Final no sería antes del año 2060. Ciencia y religión, religión y ciencia, de esta no salimos.


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