para María Esther Gilio
El atlético y bigotudo informativista Uriel Murro emergió entre los Barra que se peleaban por manosear a Shirley en el corredor y ella lo hizo pasar acariciándole hádicamente la corbata. Después el hombre colgó el saco sport y se sentó en la cama y se apuró a confesar:
-Yo acá no pisé nunca, cosita. Pero el otro día te vi en la tele y me embrujaste.
-Y yo ponía el noticiero del mediodía cuando estaba en la escuela nada más que para verte.
-Me imagino que en el Laboratorio de Artes deben dar a Onetti.
-Claro. Acabo de leer El pozo, y me pareció un asco divino.
-Hoy salió una separata literaria que me volvió loco -señaló un semanario que estaba embutido en el bolsillo del saco el hombre cuarentón largo. -Capaz que la leíste.
-No. Yo en las horas libres que me quedan de los talleres y los ensayos me dedico nada más que a San Juan de la Cruz.
-Y de noche fingís gozar.
-Eso es un cuento chino. La mayoría de las muchachas tratan de no engancharse, pero yo preciso sexo.
-¿Y nunca te enamorás?
-Casi nunca -le empezó a chupar un dedo Shirley a Murro. -Y tampoco uso marido. Me caso todas las noches con Dios.
-Tengo que venir a ver tu show. Y aunque ustedes no se dejan besar en la boca, ahora voy a besarte.
-Por favor.
Entonces el hombre se aflojó la corbata y le sostuvo la nuca a la chiquilina para que las lenguas apenas se tocaran como almas de picaflores.
-Escuchá lo que le escribe Onetti a un amigo en 1941 cuando lo abandonó la segunda mujer -sacó el semanario del saco el informativista-galán y abrió la separata. -Tenerla a mi lado y verla ardiendo y en silencio, como una bestia enferma, de su amor por otro, ver su “cara de tierra y sus desesperados ojos” vueltos hacia el recuerdo y la esperanza de otro hombre.
-Pobrecito. Y se nota que a vos también acaban de dejarte.
-Sí. Ella es una pendeja y yo venía de deshacer mi primer matrimonio con dos hijos por cojinchear al pedo. Y cuando pude enamorarme otra vez Dios me pasó la cuenta. Pero ahora quiero hacer otra cosa contigo y sin que sepas qué es.
-Por mí matame, igual.
Murro sonrió en silencio y recogió a la muchacha para llevarla en brazos alrededor de la cama y después de acostarla entre los peluches murmuró:
-Gracias, mi amor. Esto lo aprendí de Onetti. Me voy. ¿Cuánto te debo?
-Ya pagaste bastante. Mirá que te vas comer una silbatina de los guachos por salir tan al toque.
-Pero acabo de salir del pozo para siempre.
-Yo acá no pisé nunca, cosita. Pero el otro día te vi en la tele y me embrujaste.
-Y yo ponía el noticiero del mediodía cuando estaba en la escuela nada más que para verte.
-Me imagino que en el Laboratorio de Artes deben dar a Onetti.
-Claro. Acabo de leer El pozo, y me pareció un asco divino.
-Hoy salió una separata literaria que me volvió loco -señaló un semanario que estaba embutido en el bolsillo del saco el hombre cuarentón largo. -Capaz que la leíste.
-No. Yo en las horas libres que me quedan de los talleres y los ensayos me dedico nada más que a San Juan de la Cruz.
-Y de noche fingís gozar.
-Eso es un cuento chino. La mayoría de las muchachas tratan de no engancharse, pero yo preciso sexo.
-¿Y nunca te enamorás?
-Casi nunca -le empezó a chupar un dedo Shirley a Murro. -Y tampoco uso marido. Me caso todas las noches con Dios.
-Tengo que venir a ver tu show. Y aunque ustedes no se dejan besar en la boca, ahora voy a besarte.
-Por favor.
Entonces el hombre se aflojó la corbata y le sostuvo la nuca a la chiquilina para que las lenguas apenas se tocaran como almas de picaflores.
-Escuchá lo que le escribe Onetti a un amigo en 1941 cuando lo abandonó la segunda mujer -sacó el semanario del saco el informativista-galán y abrió la separata. -Tenerla a mi lado y verla ardiendo y en silencio, como una bestia enferma, de su amor por otro, ver su “cara de tierra y sus desesperados ojos” vueltos hacia el recuerdo y la esperanza de otro hombre.
-Pobrecito. Y se nota que a vos también acaban de dejarte.
-Sí. Ella es una pendeja y yo venía de deshacer mi primer matrimonio con dos hijos por cojinchear al pedo. Y cuando pude enamorarme otra vez Dios me pasó la cuenta. Pero ahora quiero hacer otra cosa contigo y sin que sepas qué es.
-Por mí matame, igual.
Murro sonrió en silencio y recogió a la muchacha para llevarla en brazos alrededor de la cama y después de acostarla entre los peluches murmuró:
-Gracias, mi amor. Esto lo aprendí de Onetti. Me voy. ¿Cuánto te debo?
-Ya pagaste bastante. Mirá que te vas comer una silbatina de los guachos por salir tan al toque.
-Pero acabo de salir del pozo para siempre.
1 comentario:
hádicamente......(?)...será que quiso poner hádicamente?
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