sábado

TEILHARD DE CHARDIN RESPONDE A UN DESAFÍO CLAVE DE EINSTEIN


¿QUIÉN SE ATREVE A NEGAR LA EXISTENCIA DE LO QUE LLAMAMOS “ARQUITECTURA DIVINA” O "CAUSALIDADES MILAGROSAS” ?

(PRIMERA ENTREGA)


Es posible que el más estremecedor de los pensamientos que solía anotar Einstein y hoy día anda circulando cada vez más vertiginosamente por el mundo a través de Internet sea el que reza: Hay dos maneras de vivir una vida. La primera es pensar que nada es un milagro. La segunda es pensar que todo es un milagro. De lo que estoy seguro es de que Dios existe.

El paleontólogo y teólogo jesuita Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955) escribió en 1920 una NOTA SOBRE LOS MODOS DE ACCIÓN DE DIOS EN EL UNIVERSO que permaneció inédita hasta 1969 (cuando apareció compilada en el volumen LO QUE YO CREO) y constituye una verdadera respuesta al desafío einsteniano.

Teilhard también vivió obsesionado por resolver la falsa oposición -para hablarlo en Vaz Ferreira- que sigue dividiendo a la ciencia y a la religión, y sufrió una persecución y una censura camufladamente excomulgante por parte de Iglesia hasta 1962, pero nunca se dio por vencido.

“¿Cómo realizar en nosotros mismos la armonía entre nuestro quehacer terreno y nuestra vocación celeste?”, señala el exégeta teilhardiano N. M. Wildiers: “Este problema no es ciertamente nuevo en teología, pero nunca se lo ha experimentado con la misma agudeza que en nuestros días. Teilhard hizo de él punto de partida de su reflexión teológica, en un tiempo en que pocos de entre nosotros se habían dado cuenta de la urgencia del problema. Su experiencia de sabio y su sensibilidad excepcional para las corrientes espirituales de nuestra época le hicieron entrever hasta qué punto el hombre moderno se ha despertado a la clara
conciencia de su vocación y de sus responsabilidades terrenas. Con una lucidez sorprendente, previó que esta corriente habría de conducir de modo inevitable, no sólo a un ensanchamiento de la fosa entre la Iglesia y la cultura moderna, sino igualmente a una crisis en lo más vivo del mismo mundo creyente. Se trata, dice, de la ascensión irresistible en el cielo humano, por todos los caminos del pensamiento y de la acción, de un Dios evolutivo de lo Hacia Adelante, antagonista, a primera vista, del Dios trascendente de lo Hacia Arriba presentado por el cristianismo a nuestra adoración. Y añadía: Mientras la Iglesia no resuelva, mediante una cristología renovada (cuyos elementos se hallan todos a nuestro alcance) el conflicto entablado en la actualidad entre el Dios tradicional de la Revelación y el Dios muevo de la evolución, se irá acentuando el malestar, no sólo fuera, sino en lo más vivo del mundo creyente; y pari passu (paralelamente), irá disminuyendo la capacidad cristiana de seducción y de conversión. Lo que Teilhard preveía en este texto, y en otros numerosos pasajes de sus escritos, se encuentra claramente realizado en nuestros días y nos podríamos preguntar si, hoy, no estaríamos más cerca de su solución si sus advertencias hubiesen sido escuchadas oportunamente. Sea como sea, no cabe duda de que su diagnóstico era fundamentalmente exacto y que la crisis que hoy sufrimos consiste efectivamente en el conflicto entre una religión de trascendencia y un mundo secularizado, entre el Dios de lo Hacia Arriba y el Dios de lo hacia Adelante, entre una religión del cielo y una religión de la Tierra”.
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TEILHARD DE CHARDIN

NOTA SOBRE LOS MODOS DE LA ACCIÓN DE DIOS EN EL UNIVERSO (1)

Para concretar más las reflexiones que van a seguir, hagamos una comparación. Imaginemos una esfera, y, en el interior de esta esfera, un número muy grande de resortes apretados unos contra los otros. Hagamos además que estos resortes posean la facultad de ponerse en tensión o de distenderse a su arbitrio, espontáneamente. Un sistema como éste puede ser representación del Universo y de la multitud de las actividades que le componen, solidarias unas de otras.

Supongamos ahora que, en el modelo mecánico del Mundo así constituido, se trata de representar, mediante un artificio cualquiera, la influencia de la Causa primera. ¿Qué elemento habría que añadir, o qué modificación podría hacerse experimentar a las piezas contenidas en la esfera, para simbolizar la intervención de Dios en las causas segundas?

Una primera manera de hacer aparecer el factor “Dios” en nuestro sistema representativo del mundo consistiría en introducir, en el conjunto de los resortes vivientes contenidos en la esfera, un resorte más, mucho más central y poderoso que todos los otros, que haría plegarse a éstos a su voluntad. Sería el resorte-Dios, como habría el resorte-Pedro o Pablo, etc. Una causalidad dominante entre las otras causalidades (o sea, en resumidas cuentas, una potencia intercalada en la serie de las fuerzas experimentales), tal sería la influencia divina.

Evidentemente hay que reaccionar contra una manera tan rudimentaria (y sin embargo admitida con frecuencia, más o menos inconscientemente) de comprender la operación de Dios en el Universo.
El objeto de la presente Nota es insistir sobre el hecho de que las únicas maneras racionales de concebir la acción del Creador sobre su obra son aquellas que nos obligan a considerar como insensible (desde el punto de vista estrictamente experimental) la inserción de la energía divina en el seno de las cosas, propiedad que no deja de tener consecuencias importantes en relación con las dos cuestiones siguientes: ¿cómo podemos conocer a Dios? (I); ¿cuál es la verdadera extensión de su omnipotencia? (II).

I

a) Un primer modo, propiamente divino, para la causa primera, de alcanzar a las naturalezas inferiores, consiste en poder obrar sobre todo su conjunto simultáneamente. Volvamos a nuestra esfera de resortes, e imaginemos, exterior a ella, un ser capaz de ejercer, al mismo tiempo sobre toda la superficie del sistema, una presión tan sabia que llegase a producir infaliblemente, en un punto cualquiera del interior, la modificación que deseara. Supongamos en curso una modificación de este género. Para los resortes situados en el punto influenciado, el impulso exterior ( = creador) llegado a la vez de todos los lados parecerá o bien el resultado de una pura coincidencia, o bien el efecto de una fuerza misteriosa extendida por todo el conjunto de la esfera. La energía nueva, puesta en juego en el sistema, es imposible de localizar: tiene exactamente la figura de un azar o de una inmanencia (1). Así se nos manifiesta a nosotros (desde el punto de vista estrictamente experimental) la providencia sobre el Mundo. La mano de Dios no está aquí ni allí. Agita todo el conjunto de las causas sin dejarse descubrir en parte alguna: de manera que no hay nada más parecido, exteriormente, a la acción del primer Motor que la de un Alma del Mundo, nada más parecido a la sabiduría divina que el destino o la fortuna. Resultaría ocioso preguntarse si semejante disposición se nos acomoda o no: existe, he aquí el hecho.

b) Por más que cualquier acción individual sea solidaria del estado general y de las modificaciones globales del conjunto, el individuo representa un centro autónomo de operación. La acción divina no puede por tanto contentarse con rodear y modelar las naturalezas particulares por fuera. Para dominarlas plenamente, tiene que poder alcanzar su vida más secreta. De ahí, para la causa primera, además de la facultad de obrar sobre el Todo a la vez, el poder de hacerse sentir en el corazón de cada elemento del Mundo, individualmente. Considerábamos, hace poco, un ser tan exterior a las cosas que las envolvía a todas juntas con su influencia. Imaginemos ahora a este mismo ser vuelto tan interior a los resortes que preside, que puede, a su arbitrio, aumentar o relajar su tensión hasta el límite extremo de su elasticidad (actual o posible). Tendríamos, mediante esa ficción, una imagen bastante exacta de la operación particular de Dios, o sea, de la que rige el Mundo, ya no solamente como un conjunto, sino como una reunión de seres individualmente unificados. Esta vez la acción de la causa trascendente se halla perfectamente localizada. Se sitúa en un punto muy determinado del Universo. ¿Acaso vamos a lograr asirla?... No, ya que tampoco en este caso aparece la operación divina “en el mismo plano que lo demás”, como un elemento inmediatamente discernible. A fuerza de intimidad, se vuelve inasible. El resorte, movido “ab intra” por el ser animador de la esfera, puede imaginarse perfectamente que actúa solo (mientras que está siendo actuado) y los otros, sus vecinos, compartir su ilusión. Así es como sucede en el terreno de nuestra experiencia. Allí donde quien actúa es Dios, nos es siempre posible (si permanecemos en un cierto nivel) no percibir más que la actuación de la naturaleza.

Así, pues, tanto por exceso de extensión, como por exceso de profundidad, el punto de aplicación de la fuerza divina es, por esencia, extra-fenoménico. La causa primera no interfiere con los efectos: actúa sobre las naturalezas individuales y sobre el movimiento del conjunto. Dios, propiamente hablando, no hace nada: hace que se hagan las cosas. He aquí por qué, por donde él pasa, no se percibe rastro de fractura, ni de fisura. El tejido de los determinismos sigue virgen, la armonía de los desarrollos orgánicos se prolonga sin disonancias. Y sin embargo, el Dueño ha penetrado en su morada.

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(1) Para que la comparación sea menos imperfecta, habría que suponer, como fácilmente se comprende, que la esfera tuviera un radio infinito, y que la transmisión de la acción “exterior” se operara instantáneamente (ya que cada elemento se encontraría, en el mismo momento, influido en función de todos los demás).




(continúa próximo sabado)

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