-Mirá qué atardecer -sonrió Naná mientras Mariana Ventura le acomodaba las almohadas para que se calzara la máscara de oxígeno: -Me hizo acordar a lo más lindo que escribió Leonardo: Un segundo de puro amor te vuelve todo amor.
-Y dicen que ese verso lo soñó en una siesta -se contorsionó Shirley para enfocar la gigantesca luna rosada que acababa de irrumpir en el ventanal.
-Sí. Le pasó lo mismo que a Paul con Yesterday.
-¿Y vos sabías que Cátulo Castillo decía que la letra de Mensaje se la dictó Discepolín durmiendo y nunca quiso firmarla él? -se pañueleó el escote y el cráneo rapado la ex-prostituta color borra de café recién hecho: -Vamos a apagar el acondicionador a ver si la tardecita nos refresca de veras. ¿Te ponés el oxígeno o no te lo ponés?
-Esperá un poco. Te juro que jamás había visto una luna de ese color.
-Es el mismo color de las garzas que se paran en el Marco de los Reyes a vigilar a los santos.
-¿Eso es una leyenda?
-No hay ninguna verdad del alma que no termine hecha una leyenda, corazón. ¿Vos cómo te enterás de quiénes son los orixás? Y además esto yo lo vi, porque la garza apareció enseguida que Leonardo se mudó a casa.
-Qué divino.
-Yo creo en todo -se arrancó el bikini arqueando su aduraznada perfección adolescente Shirley, que estaba tirada en la alfombra: -¿Quién te regaló este abanico?
-Mi ex-marido trucho -le sonrió a la ventana el travesti dueño del quilombo: -¿No sabías que a los veinte años yo me casé de blanco y todo? Duró un mes.
-Claro -se apoyó un cigarrillo en la oreja la negra. -Yo una vez vi la foto colgada en tu despacho, al lado del Cristo que pintó Leonardo cuando era chiquito.
-Sí: cuando me sentía muy muerta la desempolvaba unos días. Pero desde que empezó a funcionar el Laboratorio de Artes y el pub nací de nuevo. Nunca podré entender por qué tuve esa suerte.
-La suerte no existe, nena. ¿No escuchaste lo que se pasa diciendo Zen? Que todo es arquitectura divina.
-Y pensar que hay tanta gente que no quiere creer.
-Ponete un rato el oxígeno -se colgó el Nevada apagado Mariana en la trompa sin maquillar. -Si no después te agarra la tos. Y hoy pasaste precioso.
-Vos naciste enfermera.
Y enseguida de enmascararse con el pico de plástico Naná se acarició la cabeza pelada como un huevo y murmuró:
-¿Vos sabés que recién después de la metástasis y la segunda quimioterapia empecé a sentir que ahora tenía una peluca invisible y era de puro amor? Y me di cuenta que la mayoría de la gente no sabe lo que hace. Y nos perdoné a todos.
Entonces Shirley se sentó a refrescarse desnuda en la ventana y fue como si el rosado cósmico la vistiera de garza.
-Y dicen que ese verso lo soñó en una siesta -se contorsionó Shirley para enfocar la gigantesca luna rosada que acababa de irrumpir en el ventanal.
-Sí. Le pasó lo mismo que a Paul con Yesterday.
-¿Y vos sabías que Cátulo Castillo decía que la letra de Mensaje se la dictó Discepolín durmiendo y nunca quiso firmarla él? -se pañueleó el escote y el cráneo rapado la ex-prostituta color borra de café recién hecho: -Vamos a apagar el acondicionador a ver si la tardecita nos refresca de veras. ¿Te ponés el oxígeno o no te lo ponés?
-Esperá un poco. Te juro que jamás había visto una luna de ese color.
-Es el mismo color de las garzas que se paran en el Marco de los Reyes a vigilar a los santos.
-¿Eso es una leyenda?
-No hay ninguna verdad del alma que no termine hecha una leyenda, corazón. ¿Vos cómo te enterás de quiénes son los orixás? Y además esto yo lo vi, porque la garza apareció enseguida que Leonardo se mudó a casa.
-Qué divino.
-Yo creo en todo -se arrancó el bikini arqueando su aduraznada perfección adolescente Shirley, que estaba tirada en la alfombra: -¿Quién te regaló este abanico?
-Mi ex-marido trucho -le sonrió a la ventana el travesti dueño del quilombo: -¿No sabías que a los veinte años yo me casé de blanco y todo? Duró un mes.
-Claro -se apoyó un cigarrillo en la oreja la negra. -Yo una vez vi la foto colgada en tu despacho, al lado del Cristo que pintó Leonardo cuando era chiquito.
-Sí: cuando me sentía muy muerta la desempolvaba unos días. Pero desde que empezó a funcionar el Laboratorio de Artes y el pub nací de nuevo. Nunca podré entender por qué tuve esa suerte.
-La suerte no existe, nena. ¿No escuchaste lo que se pasa diciendo Zen? Que todo es arquitectura divina.
-Y pensar que hay tanta gente que no quiere creer.
-Ponete un rato el oxígeno -se colgó el Nevada apagado Mariana en la trompa sin maquillar. -Si no después te agarra la tos. Y hoy pasaste precioso.
-Vos naciste enfermera.
Y enseguida de enmascararse con el pico de plástico Naná se acarició la cabeza pelada como un huevo y murmuró:
-¿Vos sabés que recién después de la metástasis y la segunda quimioterapia empecé a sentir que ahora tenía una peluca invisible y era de puro amor? Y me di cuenta que la mayoría de la gente no sabe lo que hace. Y nos perdoné a todos.
Entonces Shirley se sentó a refrescarse desnuda en la ventana y fue como si el rosado cósmico la vistiera de garza.
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