EL ASCENSOR LLEGA HASTA LA AZOTEA
Una noche de agosto de 2005 volvimos tan entusiasmados del centro con Álvaro Moure Clouzet, que no nos dimos cuenta que cada una o dos cuadras se derrumbaba un árbol y el ventarrón hacía que el auto amenazara con destartalarse como un ascensor viejo.
Estábamos terminando de programar el lanzamiento definitivo de nuestro Laboratorio multimedia y lo único que veíamos era el estrellerío que nos espera pacientemente por encima de cualquier tsunami global o provincial.
Y, para hablarlo en Boccanera, confiábamos en el misterio.
Últimamente ha irrumpido en la TV uruguaya un interesante programa cultural que libreta y protagoniza el juglar filosófico Sandino Núñez: Prohibido pensar. Y este lucidísimo desenmascarador de las trampas paralizadoras del establishment intenta carnavalizar su speech re-apareciendo en ascensores que silencian al primer hablante con la eficacia del complejo disfrazándose de conciencia, un viejo esquema de la psicología analítica, aunque aquí el Sandino desdoblado apenas cumpla un rol de ayudante de cátedra machacador sin prospección dialéctica.
Porque los Sandinos clones se preocupan compulsivamente -como los niños de Radiguet que vivían trepándose a las sillas para parecer adultos- nada más que en detectar la caída de los árboles que pueden destrozarnos el pequeño milagro (sic) del avance liberado de nuestro cochecito, pero terminan por hacernos creer que no existen ascensores que nos transporten hasta la azotea de los símbolos que sosiegan la espesura de la verdad absoluta, para hablarlo en Bajtin.
Vale decir: padecen de la misma claustrofobia masoquista del sistema que nos prohibe pensar, pero por sobre todo condenan con un ninguneo despótico a los que creen “estúpidamente” en la purificación que se respira en las alturas superadoras de la neurosis. Porque le tienen más miedo al cielo que a su propia rutina trenfantasmática.
En el programa aparecen citados, además, algunos íconos de la modernidad que llegan a dialogar conmovedoramente con le jongleur terrible y apuntalan la aspiración de fundar un reseco mesianismo consolador del derrumbe utopista que les hizo vivir una viudez feminoide a tantos perseguidores profesionales del poder.
No sería raro ver emerger, algún día, a Spinoza -el inventor del Dios que existe nada más que en cuatros letras que por lo menos le sobredoraron la infelicidad a Borges- o al tigrecito Althusser recordándole a Sandino: Tranquilo, maestro. La visión del paraíso nunca fue más que una fantasía ideológica porreada por el deseo. Y una nueva democracia liberadora que defienda los cambios conducentes a un preclaro reordenamiento de los cielorrasos es la única solución para nuestros gobiernos.
Claro que si nos damos el lujo de apoyarnos en San Juan de la Cruz lo menos que podemos hacerlo decir es: Nunca deje derramar su corazón, aunque sea por un credo.
Una noche de agosto de 2005 volvimos tan entusiasmados del centro con Álvaro Moure Clouzet, que no nos dimos cuenta que cada una o dos cuadras se derrumbaba un árbol y el ventarrón hacía que el auto amenazara con destartalarse como un ascensor viejo.
Estábamos terminando de programar el lanzamiento definitivo de nuestro Laboratorio multimedia y lo único que veíamos era el estrellerío que nos espera pacientemente por encima de cualquier tsunami global o provincial.
Y, para hablarlo en Boccanera, confiábamos en el misterio.
Últimamente ha irrumpido en la TV uruguaya un interesante programa cultural que libreta y protagoniza el juglar filosófico Sandino Núñez: Prohibido pensar. Y este lucidísimo desenmascarador de las trampas paralizadoras del establishment intenta carnavalizar su speech re-apareciendo en ascensores que silencian al primer hablante con la eficacia del complejo disfrazándose de conciencia, un viejo esquema de la psicología analítica, aunque aquí el Sandino desdoblado apenas cumpla un rol de ayudante de cátedra machacador sin prospección dialéctica.
Porque los Sandinos clones se preocupan compulsivamente -como los niños de Radiguet que vivían trepándose a las sillas para parecer adultos- nada más que en detectar la caída de los árboles que pueden destrozarnos el pequeño milagro (sic) del avance liberado de nuestro cochecito, pero terminan por hacernos creer que no existen ascensores que nos transporten hasta la azotea de los símbolos que sosiegan la espesura de la verdad absoluta, para hablarlo en Bajtin.
Vale decir: padecen de la misma claustrofobia masoquista del sistema que nos prohibe pensar, pero por sobre todo condenan con un ninguneo despótico a los que creen “estúpidamente” en la purificación que se respira en las alturas superadoras de la neurosis. Porque le tienen más miedo al cielo que a su propia rutina trenfantasmática.
En el programa aparecen citados, además, algunos íconos de la modernidad que llegan a dialogar conmovedoramente con le jongleur terrible y apuntalan la aspiración de fundar un reseco mesianismo consolador del derrumbe utopista que les hizo vivir una viudez feminoide a tantos perseguidores profesionales del poder.
No sería raro ver emerger, algún día, a Spinoza -el inventor del Dios que existe nada más que en cuatros letras que por lo menos le sobredoraron la infelicidad a Borges- o al tigrecito Althusser recordándole a Sandino: Tranquilo, maestro. La visión del paraíso nunca fue más que una fantasía ideológica porreada por el deseo. Y una nueva democracia liberadora que defienda los cambios conducentes a un preclaro reordenamiento de los cielorrasos es la única solución para nuestros gobiernos.
Claro que si nos damos el lujo de apoyarnos en San Juan de la Cruz lo menos que podemos hacerlo decir es: Nunca deje derramar su corazón, aunque sea por un credo.
H.G.V
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