los predestinados
te beso aún en la polucionada estación de los recuerdos
ese cementerio de magnolias gigantes y cabellos al viento
donde todavía te agarro de la mano para que la luz nazca del otoño
otras veces camino entre la carne fosilizada de los viejos amantes
siguiendo tu aroma original a sándalo o tus pisadas tatuadas en la arena
nunca te espero -¿para qué?- hoy somos sólo eso
recuerdos petrificados en la argamasa azul de la memoria
en aquel tiempo
todavía pensábamos que era amor nuestra comunión tercera
junto al verde cavilar de los cirios donde la luz incendiaba las violetas
y comulgábamos celestes con la muerte que venía a apretarse de mi mano
el corazón lamía su toque primero de alegría
latiendo en la belleza convulsiva de un tiempo que cantaba
pero siempre se nos vencía la hora en descompuestos monocordes
y el sonar de una flauta desafinada
nos dejaba en la herida grisácea del estómago un vértigo frontal
al borde de la mañana nos tocábamos el sexo con triste lejanía
mientras comíamos el pan frugal de los predestinados
pero las tazas de café no respondían nunca por su nombre
nada engañaba la consistencia de la muerte
yo me agarraba ciega de su negro trajinar para que me vendiese
el último boleto en el único tren que se alejaba
pisoteando luciérnagas de sueño
atravesando el río de la noche
rumbo al país total de la felicidad
te beso aún en la polucionada estación de los recuerdos
ese cementerio de magnolias gigantes y cabellos al viento
donde todavía te agarro de la mano para que la luz nazca del otoño
otras veces camino entre la carne fosilizada de los viejos amantes
siguiendo tu aroma original a sándalo o tus pisadas tatuadas en la arena
nunca te espero -¿para qué?- hoy somos sólo eso
recuerdos petrificados en la argamasa azul de la memoria
en aquel tiempo
todavía pensábamos que era amor nuestra comunión tercera
junto al verde cavilar de los cirios donde la luz incendiaba las violetas
y comulgábamos celestes con la muerte que venía a apretarse de mi mano
el corazón lamía su toque primero de alegría
latiendo en la belleza convulsiva de un tiempo que cantaba
pero siempre se nos vencía la hora en descompuestos monocordes
y el sonar de una flauta desafinada
nos dejaba en la herida grisácea del estómago un vértigo frontal
al borde de la mañana nos tocábamos el sexo con triste lejanía
mientras comíamos el pan frugal de los predestinados
pero las tazas de café no respondían nunca por su nombre
nada engañaba la consistencia de la muerte
yo me agarraba ciega de su negro trajinar para que me vendiese
el último boleto en el único tren que se alejaba
pisoteando luciérnagas de sueño
atravesando el río de la noche
rumbo al país total de la felicidad
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