un ensayo inédito de Arnaldo Gomensoro
“Condicionamiento” versus “determinismo causal”
Acá nos parece necesario hacer una aclaración fundamental: tendría que quedar totalmente claro que, tanto en la crítica que hacemos como en el enfoque que proponemos, ni negamos ni minimizamos en absoluto el peso de los factores causales. Nosotros no creemos, ni remotamente, que las cosas que nos pasan “pasen porque sí”. Como lo cantan Los Olimareños, “si el maíz crece desparejo, alguna razón habrá”.
Acá nos parece necesario hacer una aclaración fundamental: tendría que quedar totalmente claro que, tanto en la crítica que hacemos como en el enfoque que proponemos, ni negamos ni minimizamos en absoluto el peso de los factores causales. Nosotros no creemos, ni remotamente, que las cosas que nos pasan “pasen porque sí”. Como lo cantan Los Olimareños, “si el maíz crece desparejo, alguna razón habrá”.
Nuestra idea al respecto es clara: la explicación causal de lo que nos está pasando es necesaria, es imprescindible, pero no es suficiente. Dicho de otro modo: la explicación causal ayuda, pero no alcanza. Y no alcanza porque no basta con pretender hacer comprensible el hecho en sí, en cuanto hecho, sino que lo que importa es hacer comprensible el significado, siempre único e irrepetible, de lo que nos está pasando.
Además, cuando después de largo bucear en los vericuetos de nuestra historia personal, creemos haber descubierto, por fin, la causa de nuestros males, nos enfrentamos, recién entonces, a la pregunta que realmente importa: ¿y ahora qué?
Esto nos enfrenta a dos presunciones muy extendidas entre psicoterapeutas y psiquiatras y que nuestra experiencia nos ha mostrado como falsas y falseadoras.
Una es la presunción de que, una vez descubierta y concientizada la posible causa, los trastornos se resuelven casi automáticamente.
La segunda es que, descubiertas las presuntas causas inconscientes que provocarían los síntomas, el terapeuta dispondría ya de los elementos necesarios y suficientes para organizar “el tratamiento” que permitiría “curar” al presunto enfermo.
Hagamos al respecto algunas reflexiones: nosotros también consideramos que “la toma de conciencia” constituye un momento decisivo en cualquier intento de lograr cambios significativos. Pero la experiencia nos dice, en forma terminante, que con la concientización no alcanza. Como, además, las causas que explicarían los trastornos están todas ellas en el pasado y como ese pasado aparece como inmodificable, muy frecuentemente la mera concientización más que ayudar complica pues, para muchos pacientes demasiado pasivos (demasiado “quietos”), actúa como una invitación a la resignación fatalista.
Es decir: la sola toma de conciencia no alcanza porque la toma de conciencia sólo resulta fecunda si posibilita y promueve un decidido cambio de actitudes. A su vez, las actitudes no cambian si no se ponen en cuestión las viejas ideas y las viejas valoraciones que la mayor parte de los hombres y de las mujeres tenemos profundamente incrustados por el influjo alienante de una educación prejuiciosa y represiva.
Y es por eso que nosotros venimos insistiendo en que se debería centrar la “orientación” (no, pues, la “terapia”) de las personas con trastornos psicológicos o existenciales sobre todo en “las actitudes”, por la simple razón de que estas últimas son subsidiarias de las primeras.
Es interesante poner en relación la vigencia muy extendida, en psiquiatría y en psicoterapia, de este paradigma teórico, doctrinario, de determinismo causal absoluto con las observaciones que hacíamos al principio de este ensayo sobre la diferencia entre seres quietos y seres inquietos. Allí caracterizábamos a los seres quietos como “seres empujados de atrás, empujados por el pasado”, mientras que los seres inquietos aparecían como seres “atraídos desde adelante, atraídos por el futuro”.
La pregunta que se impone a esta altura del análisis es ¿qué papel juegan, en la mayoría de los encuadres psiquiátricos y psicoterapéuticos, las atracciones desde el futuro: las aspiraciones, los valores, los fines, los objetivos, las metas?
Porque la afiliación, sistemática y dogmática, al determinismo causal absoluto no puede menos que convertir a terapeutas y psiquiatras en auspiciado-es y promotores del “quietismo”, que ya padecen sus pacientes como parte de su patología, y que, de esta manera, aparece no sólo como no combatido, sino como decididamente reforzado por la quietud de los profesionales.
Es bueno destacar como aquí también la “deformación” profesionalista y la seducción de una tecnología standardizada para el manejo de los pacientes se instala en los terapeutas volviendo su actuación cada vez más despersonalizada y burocratizada. Y es aquí que el diagnóstico resulta, como observaba Mounier, “desahuciante”, al precipitar tratamientos repetitivos, standardizados, donde el juego con las variadas especialidades farmacéuticas y los tanteos con sus dosis no se convierten, a falta de un encuadre personalizado, en factores decisivamente superadores de la posible patología.
Es a propósito de todo esto que solemos caracterizar esta tendencia al quietismo en los pacientes y al quietismo en los terapeutas como “complejo de la mujer de Lot”. Según la leyenda bíblica, cuando Dios decidió destruir a Sodoma, ciudad del pecado y la perversión, envió a dos ángeles a que ayudaran a huir, antes de incendiarla, a la familia de Lot, que eran los únicos virtuosos. Sólo le pusieron a los familiares de Lot una exigencia: que, al huir, no miraran hacia atrás, hacia la ciudad incendiada. La mujer de Lot, que era muy curiosa, no pudo con la tentación, y miró hacia atrás. Como castigo, fue convertida en estatua de sal.
Pues bien, a nosotros, en muchas oportunidades, los terapeutas y los pacientes, en una curiosa complicidad, se nos aparecen como largas procesiones de estatuas de sal en las que se han convertido a fuerza de pasarse largos años de tratamiento con el cuello retorcido de tanto mirar para atrás.
(continúa próximo miercoles)
2 comentarios:
Además, cuando después de largo bucear en los vericuetos de nuestra historia personal, creemos haber descubierto, por fin, la causa de nuestros males, nos enfrentamos, recién entonces, a la pregunta que realmente importa: ¿y ahora qué?
ROCH: Si...es verdad, y ni que le digo con el famoso ¿quien soy yo?, verdad?
Un abrazo grande.
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