sábado

LA HEROICIDAD URUGUAYA diálogo con Demian Díaz Torres [Cuarta entrega]


CINCO: ENEMIGOS NUNCA FALTAN

El viaje siempre empieza por ser interno. De lo contrario no es viaje. Los arquetipos hay que encontrarlos adentro, lo que no habla de un espacio limitado sino de vivencias surgidas desde lo profundo y el consecuente riesgo que esto implica, porque el héroe necesita desafiar tanto a los patrones convencionales como a las imágenes dominantes en su mente. Fijate el riesgo que tomó Colón, por ejemplo. Hacía falta mucho héroe para tirarse a explorar lo que los demás suponían que era un abismo.

O el caso de Galileo.

También. Desafiar las verdades estatuidas dogmáticamente requiere mucho héroe. Quiere decir entonces que el viaje empieza por el llamado, por el salir de casa en busca de lo desconocido y el inevitable enfrentamientos con los aspectos asustadores: la sombra (todo aquello que estaba todavía escondido en uno mismo) y los grandes arquetipos constelados en forma negativa (tan bien representados en los cuentos de hadas como el dragón, el ogro, la bestia o la bruja mala) que impiden el desarrollo del proceso de individuación. Esos serían los aspectos asustadores que surgen a nivel interior, digamos. Y a nivel general externo tampoco faltan enemigos, por supuesto, para obstaculizar lo que uno quiere hacer. Ahí encontramos parámetros generalmente obsoletos que ya están constelados con firmeza en la sociedad y que también deben vencerse.

Y a estas dificultades se agrega el tironeo con el llamado mundo materno que debemos abandonar.

El mundo materno se constela como una dificultad por el propio apego del hijo o por las trabas que se le pueden poner a su liberación. Ese es el dragón (que devora, traga y aprisiona) propiamente dicho.

Jung dice que el apego del hijo genera una ansiedad que genera miedo a morir simbólicamente para el mundo materno, sacrificarse y empezar a vivir más allá.

Claro. Porque lo que se juega en cierto momento ya es la totalidad del hombre.

¿El actual recrudecimiento del alcohol y la droga en las barras adolescentes se inscribe dentro de esa ansiedad autodestructiva?

Ese es un tema complicado. Porque también puede suceder que, al igual que en la iniciación sexual, el joven o el conjunto de jóvenes estén tratando de practicar un rito de pasaje. Y los problemas aparecen porque, al contrario que en las tribus que hoy consideramos peyorativamente primitivas, no están sabiamente dirigidos por la sociedad. Y entonces suele perderse el control de la situación y se cae muy a menudo en el bienestar del inconsciente colectivo que es, en definitiva, el regazo de la madre. Y lo que se consigue es el efecto opuesto al que se buscaba.

El propio rito iniciático se transforma en dragón devorador del héroe. Y la liberación se sigue postergando.

Pero no olvidemos que hay otros ritos de pasaje más importantes o definitorios: concretar una vocación, conseguir un trabajo, casarse. Si el héroe lleva adelante todo eso con responsabilidad y permanece en el rol del adulto, ya está del otro lado.

Pero para consolidarse psíquicamente como adulto debe diferenciar y remodelar la sexualidad opuesta que lleva en su interior.

Eso habría que desarrollarlo en un capítulo aparte.

Tribu

El verano pasado la barra de la cuadra se agarró la costumbre de acampar frente al liceo donde alguno de ellos estaba dando examen. Esperaban el resultado tomando mate y jugando a la baraja en la esquina durante horas.
-Pero carajo, che -perdí la paciencia un día: -Sería mucho mejor que invirtieran ese tiempo estudiando para los exámenes que tiene cada uno.
-Dejá vivir -me contestó mi hijo, con desprecio de cacique.

SEIS: LAS VIEJAS TIENEN RAZÓN

La primera figura importante dentro del desarrollo del niño es la madre, naturalmente. Durante un largo período el niño intenta diferenciarse y discriminarse de la madre para poder empezar a forjar su identidad propia. En una segunda etapa entra el padre, que en general aporta el logos (el conocimiento, la discriminación, la ley) y ese también es un paso imprescindible para la maduración. Pero luego, con la entrada a la adultez surge una tercera instancia que es el otro: el adolescente necesita ineludiblemente concebir al otro que vale tanto como uno. Eso está homologado y definido en la psicología junguiana como la aparición del ánima en el varón y el ánimus en la mujer. Vale decir: la contrafigura sexual interna, la femineidad interior que completa al varón y la masculinidad interior que completa a la mujer. Y lo más fascinante y a la vez perturbador es que esa ánima y ese ánimus empiezan a verse proyectados en modelos de carne y hueso.

Eso es lo que pasa en los fulminantes metejones liceales, cuando las viejas nos dicen: Vos en realidad estás enamorado del amor y no de esa chiquilina.

Las viejas sabias y los viejos sabios casi siempre tienen razón. Porque lo que se ama es el aspecto meramente exterior de alguien que representa o simboliza nuestro otro. En El adolescente de Dostoievski eso está muy bien pintado: cuando aparece ella desaparece todo lo demás.

Es como un espejismo.

Es un espejismo.

Y si la atracción resulta recíproca, como en Romeo y Julieta, lo más probable es que se desemboque en un amor imposible o con mínimas chances de supervivencia.

Bueno, básicamente es imposible porque se da entre dos desconocidos. El problema es que eso después se repite reiteradamente (aunque por lo general no con tanta turbulencia) en etapas posteriores de la vida. Y es el bien llamado enganche entre dos personas del sexo opuesto.

Onetti escribió que el único amor verdadero es el que siente Julieta en el balcón y que el que se construye duraderamente no es -salvo alguna extraordinaria excepción como la de los viejitos yuyeros en Dejemos hablar al viento- más que el hábito de convivir con el infierno del otro.

Yo he leído poco a Onetti, porque los grandes escritores especializados en describir derrotas no me atraen demasiado. Lo cierto es que si el proceso de individuación prospera lo suficientemente, cada ser humano reconoce su ánima o su ánimus como una figura contrasexual interior, y entonces se completa el sí-mismo. Tal vez esas excepciones extraordinarias de las que habla Onetti sean los casos en que los integrantes de la pareja perseveran amándose hasta que se consuman los dos procesos de individuación y pueden compenetrarse fructíferamente.

El retorno al paraíso.

En cierta forma. Aunque no dependemos de la pareja para retornar al paraíso. Cada uno en sí mismo es capaz de encontrar el tesoro. Y no se piense que el rol de nuestro otro es regalarnos una entrada al paraíso. El otro es imprescindible para poder trabajar en nuestra individuación, en nuestra completud. Sin el otro no hacemos nada.

Lo cierto es que hay mucha gente que se pasa la vida buscando su ánima o su ánimus proyectado en seres de carne y hueso. Como si se pudiera poseer el tesoro al poseer la criatura.

Sí. Lamentablemente. Y eso suele producirse porque el ánima y el ánimus son parcialmente moldeados por los arquetipos del padre y de la madre, pero deben evolucionar hasta ser figuras autónomas del inconsciente. Si no logramos que adquieran una dinámica propia, quedaremos enganchados a la mujer-madre devoradora y al hombre-padre paralizador.

Y eso después resulta fatal en la crisis de la mitad de la vida, porque tanto el hombre como la mujer que no construyeron el equivalente simbólico interior de ese primer modelo se hunden en una especie de soledad desespiritualizada verdaderamente apocalíptica. Ese sí es el infierno tan temido.

No quememos etapas, por favor.

Está bien. Pero ya que andamos hurgando en el terreno novelístico, sería bueno analizar qué es lo que le pasa al personaje de La tregua, por ejemplo, cuando muere la muchacha.

Eso se explica con dos palabras: se des-anima. Porque lo que él encuentra en Avellaneda es vida, renovación: ella lo reconecta con las fuerzas vitales de su propia alma. Lo re-anima, como suele decirse habitualmente.

Y cuando falta ella el ciclo queda frustro y Santomé no es capaz de religarse solo.

No es capaz. Y por lo tanto se transforma en un viejo deprimido. Y esto nos da pie para analizar un problema super importante. El ser humano necesita vivir una vida simbólica. Nuestro trabajo simbólico es el que conecta el polo exterior material y práctico con el polo interior anímico, metafísico, etc. Y entonces la existencia cobra altura y significado: nos sentimos religados, no somos una pieza suelta que rueda por el mundo. En el caso de La tregua, la pérdida de Avellaneda (donde Santomé proyectaba su ánima) lo desliga de su ser interior y él vuelve a quedar vacío, sin elaborar su vida simbólica. Y estas carencias no se solucionan con facilidad ni simplicidad. En nuestro país hay tanta gente deprimida porque nos falta una verdadera cultura religiosa. Y muchas veces no alcanza con proponerse ir a misa o hacerse umbandista (o entrar en una secta de esas que ahora proliferan) para recuperar nuestro polo metafísico. Por algo también estamos asistiendo a un interés masivo en la psicología, que es otro modo de explorar al hombre por dentro. Lo que evidentemente necesitamos es llenar un vacío.

¿Se podría afirmar que la mayoría de los uruguayos se deprimen en la segunda mitad de la vida?

¿Otra vez con las estadísticas? Yo creo que lo mejor sería seguir analizando los pasos del héroe sin saltarnos etapas.

Ella

Soñé que una muchacha de facciones antiguas iba a venir a visitarme y yo me ponía nervioso porque estaban mi mujer y mis hijos en casa. Pero ella sobrevoló de golpe la piesera de la cama, me besó la mitad de la boca y desapareció. Yo me quedé observando un profundísimo celeste lunar que era la divinidad misma.




(continúa el próximo sábado)

(LEER primera parte - click aquí)

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