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INGRID TEMPEL: LA POESÍA EN EL FONDO DEL MUNDO [entrevista exclusiva desde Paris]

Ingrid Tempel (Montevideo, Uruguay), construyó casi la totalidad de su obra en el extranjero. Después del golpe de Estado de 1973 vivió en Buenos Aires y Caracas, hasta radicarse definitivamente en París en 1983. Allí trabaja como periodista en el Servicio en castellano para América Latina y España de la Agencia France-Presse y es corresponsal del Suplemento Cultural del diario el El País de Uruguay.
Ha publicado cinco poemarios: Marea baja (Edic. de la Banda Oriental, Montevideo, 1985), Sonrisa al fondo del agua (Edic. Trilce, Montevideo, 1990), Rituels et labyrinthes / Rituales y laberintos, bilingüe francés-castellano con traducción de Pierre de Place (Editions La Porte, París, 2003), Exorcismos (Edit. Artefato, Montevideo, 2005) y Persiguiendo mariposas carnívoras (Edit. Estuario, Montevideo, 2005). Sus poemas también integran las antologías Palabras de mujer (Linajes Editores, México, 2000), Lejos del origen / Loin de l’origine, bilingüe francés-castellano (Editions La Porte, París, 2006) y El País Latinoamericano, Antología de escritores latinoamericanos en París (Ediciones Indigo, Paris, 2006).
Algunos de sus cuentos fueron publicados en el Uruguay y la Argentina por el diario El País, Cuadernos de Marcha y Página / 12. En 2007, la revista francesa Vericuetos incluyó su artículo Omar Prego y la novela del desexilio uruguayo en la compilación Los nuestros en París.

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Me gustaría que hablaras de la especial impronta nutriente que dejó Idea Vilariño en tu precocísima y casi salvaje formación cultural.

Los poemas de Idea Vilariño, y sobre todo sus poemas de amor, escritos luego de su ruptura con Juan Carlos Onetti, me marcaron para siempre por su sobriedad, su pasión y su intensidad trágica. Su sabiduría en el uso de un lenguaje poderoso a pesar de su economía, su total honestidad al revelar sus sentimientos, así como esa musicalidad que tienen todos sus poemas, la convirtieron en una artista capaz de expresar el dolor de una ruptura en unos pocos versos equivalentes a una novela de cientos de páginas. A pesar de que cometí el error de prestar sus Poemas de amor, que nunca me devolvieron, el recuerdo de aquellos versos que dicen “Un pájaro me canta / y yo le canto / me gorjea al oído / y le gorjeo / me hiere y yo le sangro (…)” (El amor), me siguió en tres emigraciones (Montevideo, Buenos Aires, Caracas, París). Esta metáfora del amor, del sexo, de la seducción acompañada por la incomunicación, es una expresión magistral de esa relación siempre incompleta y frustrante de una pareja a la cual Ingmar Bergman dedicó tantas películas.
Tuve el privilegio de tener a Idea Vilariño como profesora de Literatura en bachillerato, en el IAVA. Con ella estudié Shakespeare. Todavía recuerdo su entusiasmo, su dedicación, su interés en compartir con nosotros su amor por esas obras que ella había estudiado y traducido. Idea Vilariño era una de esas profesoras que iluminaban la vida de sus estudiantes con su sabiduría y su capacidad de estimularlos a iniciar la gran aventura del conocimiento. A pesar de que lamentablemente las editoriales uruguayas no tienen una red de distribución internacional, tengo amigos escritores latinoamericanos que la conocen y la admiran desde hace mucho tiempo.

Tus primeros poemas aparecieron publicados en 1970 en la revista juvenil Universo, que acabábamos de co-fundar junto a Hugo Bervejillo, Tarik Carson y Daniel Bentancourt. Onetti quedó maravillado con aquellos textos y prácticamente me comisionó para pedirte que lo visitaras en el mítico apartamento de Gonzalo Ramírez. ¿Qué paso en aquel encuentro? O mejor: ¿qué te pasó?

Fui a verlo con miedo, porque Onetti era ya un monstruo sagrado y yo era muy joven, tímida e introvertida. Hace casi 40 años y seguramente he olvidado muchos detalles, pero recuerdo que en la puerta del apartamento había un cartel que decía algo así como “No estoy. No jodan.” Me atreví sin embargo a golpear la puerta hasta que abrió. Me parece que lo desperté. Creo que en esa época Onetti era director de bibliotecas municipales y tomaba pastillas para dormir, y luego otras pastillas para estar despierto y seguir escribiendo. Levantó la tapa de una mesa bajita que tenía adelante. Estaba llena de cajas de cigarrillos de diversas marcas. Mientras hablaba y fumaba, su esposa Dolly le rascaba la espalda. Ese día comparó mi poesía con la de Delmira Agustini. Gran honor. Aproximadamente dos décadas más tarde, cuando Banda Oriental publicó mi primer libro de poemas, Marea baja, Omar Prego, con el cual yo trabajaba en la Agencia France-Presse en París, me dio su dirección y le envié el librito a Madrid con una carta que comenzaba diciendo algo así como “veinte años después”. Onetti me respondió con una carta fechada Madrid, 10 de enero de 1986, que acabo de encontrar en mi archivo, en la cual dice: “Querida Ingrid: Recibí su carta en la que me recuerda nuestra entrevista que ahora se llama ‘Veinte años después’. Si en aquel tiempo sus versos me hicieron recordar a Delmira Agustini, debe haber sido por la pasión que expresaban. Acabo de leer sus versos que tienen el pequeño y poco común defecto de ser muy inteligentes. Hoy su poesía me hace pensar en Idea Vilariño.” Pido perdón por la inmodestia, pero el recuerdo de esta carta de Onetti me ayudó a seguir escribiendo durante muchos años, a pesar de los rechazos de editores y agentes literarios, robando horas al sueño y a la vida social. Debo confesar que después de haberlo leído y releído con pasión durante años, tuve que alejarme de sus libros cuando comencé a escribir cuentos y novelas, porque su influencia es demasiado fuerte. Onetti es el creador de la novela urbana en Uruguay, y según algunos críticos literarios franceses, El pozo es un libro precursor del existencialismo. Su relectura ahora, a la luz de varias décadas de leer a importantes novelistas y cuentistas de diversos países, confirma mi convicción de que Juan Carlos Onetti es uno de los grandes escritores del siglo XX y los uruguayos debemos estar orgullosos de él.

Ya en la década del 70 la vida te fue llevando a afrontar ciudades-selvas como Buenos Aires, Caracas y París, donde obviamente el espiralamiento y la explosión de tu magma poético tuvo que haber sufrido sacudones decisivos. ¿Cómo se fue decantando tu autodefensa lírica? ¿Cuándo apareció el impulso narrativo?

Debo recordarte que los primeros años de cada emigración son una lucha constante para resolver los problemas de la supervivencia, sobre todo cuando se tiene una familia. En Buenos Aires, donde viví desde fines de 1973 hasta fines de 1975, descubrí la poesía de Juan Gelman, que me deslumbró, y continué escribiendo poemas. En esa época tenía poquísimo dinero, y para comprar los libros de Gelman me privaba del almuerzo. En Caracas comencé a escribir una novela en 1980 ó 1981, que terminé en París, donde me radiqué en 1983. Esa novela, cuyo título era Los mareados, nunca fue publicada. En París escribí cuentos y otras dos novelas aún inéditas. Varios de mis cuentos fueron publicados en Cuadernos de Marcha, gracias a mi querida amiga María Angélica Petit, y otros en Página/12 de Buenos Aires, el Suplemento Cultural del diario El País de Uruguay -por lo cual debo agradecer a Homero Alsina Thevenet, quien siempre tuvo fe en mí-, y otras publicaciones. Desde principios de la década del 80 he alternado poesía y prosa.

Después de leer la extensa novela todavía inédita que trabajaste durante años, tuve la sensación de estar frente a una escritora con las facciones interiores completamente vueltas a tallar en París. ¿Podrías hablar de la tonalidad y la progresión específica de ese remake?

Creo que no me corresponde a mí hacer un análisis literario profundo de mi obra. Sólo sé que he tenido períodos durante los cuales estaba tan obsesionada con la novela que estaba escribiendo que no pensaba en otra cosa durante todo el día. Estaba poseída por el tema, veía a los personajes a mi alrededor, y el mundo exterior ya no existía más. París, que no sólo tiene una poderosa industria editorial que traduce a los mejores escritores del mundo entero, sino bibliotecas municipales que prestan libros a los lectores voraces como yo, me permitió descubrir a numerosos escritores que no conocía antes. Esos escritores contemporáneos -norteamericanos, japoneses, italianos, sudafricanos, indios, griegos, rusos, británicos- enriquecieron mi visión de la literatura. A esas nuevas lecturas se agregaron viajes durante los cuales mi existencia fue dinamitada por una historia, una cultura y unos paisajes que no tenían nada que ver con las imágenes que nos muestra el cine, y que ahora forman parte de mi mundo imaginario.


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