lunes

EL LLAMADO DE CADA DIA


(cuento inédito escrito “a cuatro manos” por Jorge Dotta y Enrique J. Vidal)

Pedro entraba al parque todas las tardes por la misma puerta. Al dar los primeros pasos dudaba un poco, mirando en todas direcciones, como si no estuviera seguro de que no iba a cambiar de recorrido; como si acaso un día pudiera hacer otra cosa. Pero no, siempre volvía sobre sus pasos del día anterior, daba las mismas vueltas y reencontraba su propio cansancio a la misma altura.
Se sentaba en uno de los bancos más viejos y decadentes donde se sentía momentáneamente en paz. No pensaba en nada; observaba a su alrededor hasta que la primer pareja lo inquietaba y le devolvía su antiguo descontento. Entonces la escrutaba con ojos envidiosos, procurando escuchar con avidez las palabras claves de sus conversaciones. Quería apoderarse de sus secretos con toda su desbordante soledad pero era en vano, ni siquiera era capaz de volver a no pensar en nada ni en nadie, mientras seguía viendo pasar y pasar a la gente que no lo veía. Hasta que se acordaba de Inés.
Entonces su rostro se superponía a los esfuerzos acumulados hasta ese momento, y se incorporaba y seguía caminando sin poder liberarse de la imagen del rostro que invariablemente lo arrastraría hasta el mismo lugar: el árbol situado frente al viejo prostíbulo.
Allí, casi aferrado a la complicidad del álamo amable, Pedro, con los ojos bien cerrados para no ver lo nunca visto dejaba que su espíritu se escurriera y se metiera entre las sábanas sudorosas, que escuchara las risas vulgares y los dolores fuertes; las conversaciones triviales y las peleas indecentes de las mujeres del prostíbulo.
A veces, algunas tardes, la llegada de un hombre hacía que su corazón latiera más fuerte al presentir la proximidad de la comunión de la carne que le era tan familiar y tan ajena.
Esas veces, las de la consumación, Pedro esperaba anhelante la siempre rápida salida y su mirar agudo escudriñaba el rostro del desconocido buscando una marca, una diferencia con aquel que poco antes había traspuesto la misma puerta.
Tan sólo el álamo amigo podía advertir la crispación de la mano sobre la corteza y luego el afloje lento de los dedos de Pedro, que volvería otra vez mañana, y el día siguiente, y así todos los días, hasta que ya cerca del atardecer -casi inadvertidamente- se reencaminara con ese paso que tienen los hombres que nunca han estado en el lugar de donde vienen.
Recorría las mismas cuadras y, poco a poco, la pesadez del andar se iba aligerando y parecía no ser la de los días repetidos; los hombros se erguían y la cabeza tensa reposaba levemente al presentir la cercanía de las voces de los niños que lo llamarían como siempre: “¡Padre Pedro!, ¡Padre Pedro!, la Hermana Inés lo espera para la misa”.

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Jorge Dotta y Enrique J. Vidal, junto con Carlos Orlando, son coautores de la antología Cuentos de Diplomáticos (Ed. Graffiti, Montevideo diciembre de 1994), que obtuviera uno de “Los Premios de Punta” en el verano de 1995. Enrique J. Vidal falleció en 2005, cuando preparaba el cuentario aún inédito Sábanas de amor ajadas.

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