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EDUARDO DARNAUCHANS: LA IMPENSADA LUMINOSIDAD DE LA TRISTEZA (III) [reportajes recuperados]


(tramo final de la entrevista realizada por Diego Presa para la revista Fundación en 1995. Para LEER primera parte click aquí)



Yo pienso que muchas veces la tristeza es considerada como un estado o una sensación completamente negativa, y se la trata de eliminar en favor de una alegría superficial. En general se desconoce la posible luminosidad de la tristeza.

Inaugurar un estado de felicidad universal como el que quería André Gide es una especie de gran tontería (Vallejo escribe sobre esto en un libro poco leído de apuntes teóricos, desde su punto de vista dialéctico). Ese estado no dejaría lugar a toda la gama de sensaciones, sentimientos y percepciones humanas que incluyen la tristeza, la angustia, la alegría y también la felicidad. La vida se compone de todas esas cosas porque si no, no sería vida. A veces cuando cerramos el vocabulario y decimos que lo que importa es el progreso, la vanguardia, nos estamos olvidando de la nostalgia, que no es ningún pecado. Un poeta comunista notorio como fue Raúl González Tuñón, escribió una Oda a la Nostalgia que termina diciendo: es aquello que no afeará el presente. No sería comprensible el mundo sin esos componentes, porque resaltan a los otros. Si yo te pongo todo blanco acá en la mesa, es posible que tú no te des cuenta que es blanco. No estoy hablando en este caso de términos de bien y de mal. El mal nunca puede triunfar porque es un error, un olvido del bien. Si el creador no hubiese querido que el demonio existiera, éste no existiría. El demonio no puede crear nada, sólo puede deformar. Desde el punto de vista cristiano lo que es es bueno, pero puede ser corrompido.

El asunto de la serpiente…

Claro, pero eso fue aparentemente necesario, no del todo malo. Los valores que se manejan en el Génesis como malos, no son los mismos que se manejan ahora. El pecado no es el sexo, ni el conocimiento en sí mismo. El pecado es el ensoberbecimiento de la sabiduría, la soberbia es el pecado, porque ahí se suplanta a Dios. Pero vamos a dejar de hablar del bien y del mal porque esto se va a transformar en una discusión teológica.

Yo sé que las cosas que nos influyen en lo que hacemos son infinitas. ¿Pero qué artistas han marcado tu música y tu forma de cantar?

Como cualquier niño de mi época mis primeras andanzas musicales fueron con el folklore argentino. No con el tango, mentiría si dijera eso.

¿Yupanqui?

No, porque decir eso sería aceptar que Yupanqui señoreaba. Y eso no era verdad. A mí los que me gustaban eran Los cantores de Salavina. Ellos trabajaban más bien con la chacarera, que es un ritmo que siempre me gustó mucho. Y después me marcó más Eduardo Falú que Yupanqui. Yupanqui me gustaba pero no todo el tiempo. Lo que pasa es que fue un hombre de una milonga sureña de reflexión profunda, y yo como era un niño no podía comprenderlo. Yo no pretendo negarlo, pero así fueron las cosas. Y después vinieron los Beatles y a partir de ellos todo el universo inglés.

¿Y Dylan?

Fue el gran descubrimiento, fue tremendo. Allí había una densidad increíble, que yo casi no entendía (sólo de a poco iba descifrando las letras). Lo primero que tuve de Dylan fue un disco llamado Poeta o Profeta editado acá por CBS y que reunía los big hits hasta mediados de los sesenta. Pero antes ya lo escuchaba por las radios argentinas que llegaban a Tacuarembó. Siempre digo que quise imitar a Dylan y como no pude me salió mi estilo. También quiero decir una vez más, a ver si alguien se entera de una vez, que una influencia severa en mí fue la de Luis Alberto Spinetta, más exactamente los dos discos de Almendra. Yo era más lírico, había escuchado música antigua y tenía un engolamiento que se parecía en algo a la música isabelina. Pero en definitiva el maestro Spinetta fue una influencia severísima de la que poco a poco pude zafar. Me considero un hombre que no está anclado en los sesenta pero que se proyecta desde allí.

Contame un poco cómo era tu relación con aquel Grupo de Tacuarembó que fiuncionaba alrededor del poeta Washington Benavídez.

Básicamente, nosotros éramos discípulos de Benavídez en el liceo. El Bocha era un maestro genuino, con un don de magnetismo y convencimiento, sin el más mínimo sesgo de interés personal. Nos ayudó a ver la cultura como una cosa viva, desde un punto de vista nada sacralizador (en la peor acepción de la palabra). Es así como uno puede vincular, por ejemplo, Las noches blancas de San Petersburgo de Dostoievsky con La Pietà de Miguel Ángel y I am a rock de Simon & Garfunkel sin ningún poema y sin ningún tipo de teoría extraña. Solamente en base a una veta que se llama sensibilidad. Las tres obras de tan diferentes autores, de tan diferentes lugares geográficos y de tan diferentes épocas, se plantean el tema de la soledad y del abandono. Y se lo plantean a nivel del arte, no desde la teología, la filosofía o la ciencia.

A veces esos niveles de abordaje de la realidad se mezclan. ¿El arte no toma elementos de los otros niveles?

Salvo si uno se dedica a la religión, o a la política, o a la filosofía, y quiere hacer arte, uno necesariamente debe ser ecléctico. Pero yo no quiero por ejemplo sermonear al prójimo, no quiero decirle lo que está bien o mal, yo sólo quiero acompañar su oreja, y a veces me han dicho que lo he logrado.

¿Y cómo se puede articular el comunismo con el catolicismo?

Preguntale a Pier Paolo Pasolini. Él estaba en abierta contravención con ambos pero quería pertenecer a los dos. En mí hay algo en el fondo que me hace seguirlos. ¿Y por qué voy a separarlos? Aunque sea desde mi modesto rincón de observador de la vida. Yo no he sido un militante del catolicismo ni del comunismo: yo soy un militante de la sensibilidad y creo que a ambos reinos les interesa.



(Ir a primer tramo)

2 comentarios:

Alicia Gonzalez dijo...

Es bien interesante lo que promueve el artículo. Un pensar como una cierta tristeza da lugar a sensaciones y evocaciones poco transitadas desde otros estados. Darnauchans un grande! Gracias por compartirlo.

Carla Gastal dijo...

gracias por compartir sensaciones bajo la cruz del sur, que pertenecen a la gente y sus vidas paralelas.

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