A menudo odio mi sangre. Forma olas que se me revuelcan en la conciencia como amantes, envenenando de latidos la cordura. Taladra a un ritmo perfecto toda la maravilla de la luz. Amplifica ferozmente los zumbidos de la humanidad y ya no tolero la voz del compañero ni el ronco desorden del corazón. Es como un padre que no se cansa de machacar culpas y tiene la indecencia de no dejarme escribir.
¡Fobia al mundo! La impotencia es una cárcel hacinada de rabia. Y cruje cada vértebra borracha de dolor. Hasta el pelo se me vuelve agónico cuando se inflama la carne. Y golpeo la cabeza contra el mármol y la sombra porque no hay orgasmo que descomprima el gris de los pulmones ni píldora que apague los rugidos de la razón.
¡Fobia al mundo! La impotencia es una cárcel hacinada de rabia. Y cruje cada vértebra borracha de dolor. Hasta el pelo se me vuelve agónico cuando se inflama la carne. Y golpeo la cabeza contra el mármol y la sombra porque no hay orgasmo que descomprima el gris de los pulmones ni píldora que apague los rugidos de la razón.
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