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24/ El Caldero de la Bruja [Anna Rhogio] - La novela WEB de magia y hechicería para niños

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46 / Ya con Mortry, es tanto lo que tienen que decir y preguntar que no saben por dónde comenzar:
-¿Cuándo podremos repetirlo?
-¿Cómo sabremos qué cosa trajimos?
-¡Fue prodigioso!
-¿Volveremos con el mensajero?
-Calma -contesta Mortry. -Pueden volver cuando lo deseen y necesiten más consejos sobre el bien y no sólo ir allí, sino a nuevos sitios y nuevos aprendizajes. En cuanto a lo que se les dio, irán descubriéndolo poco a poco. Recuerden que lo esencial es que puedan aplicarlo y aprovecharlo.
-¡¡¡MORTRY!!! ¡¡¡VEO COLORES ALREDEDOR DE TU CABEZA!!! -exclama Nahala.
-Esa es el aura: poder verla es uno de los regalos. Todos la tenemos: los animales, las plantas y las piedras. Es energía pura y más adelante sabrán para qué les servirá poder mirarla; me atrevo a asegurarles que también se comunicarán con el pensamiento y adivinarán el futuro.
-Ya nos comunicamos cuando caímos en la nada. ¿Sabré entonces cuándo vendrán los guerreros?
-No, Nahala. La clarividencia es una facultad que se desarrolla con la práctica. Dejarás eso al Heraldo de la Bruma.
-Siento que lo detesto.
-Hija -reprueba Salma. -Eso no es lo que nos dijo el anciano del otro lado de la puerta.
-¡Lo sé, madre! Pero no es fácil amar a un enemigo...
-¡Mmmm! Nunca se sabe, jovencita -vaticina Mortry.
-¡Señor Blatt! ¡Mussi! ¡Terminen con sus payasadas! -intenta disimular ante su familia porque desoyó los consejos del anciano.
-No te abrumes, muchacha -la consuela el mago. -Recuerda: poco a poco.
-Dime entonces por qué, si del mundo espiritual no se puede traer nada, esta vez volvimos con los cirios.
-Es porque hoy estuvieron en una dimensión real, fuera de nuestro tiempo.
-Los enigmas me superarán.
-Ya aprenderás. No seas impaciente.
-Sí, Mortry.

47 / Desde que tenía uso de razón, la hechicera recordaba recibir lo que denominaba “Las Flores del Futuro”, porque tenían tenues aromas y las atesoraba como lo mejor, en su mente y en su corazón.
Estaba segura que eran bellísimos mensajes del porvenir que venían por derroteros que aun desconocía.
Ese conjunto de visiones extrañas le mostraba un país de clima caluroso y un mar lapislázuli.
Edificios que no se atrevía a vislumbrar ni en sus más disparatadas fantasías, la colmaban de asombro.
Escuchaba frases, risas, llantos.
Rumores confusos en idiomas ignorados.
Tal vez podría haber otras existencias, más allá.
Se veía niña, joven y vieja, con otras ropas y en otros tiempos.
Entonces se quedaba pensativa largas horas, tratando de descubrir el significado de estas cosas.
Solamente las comprendió en parte cuando miró desde la altura la ciudad del mañana.
Su veneración por la Madre Luna la hacía preferir unas sencillas rimas que aleteaban en su intimidad, pronunciadas por una dulce voz que también llegaba desde el mañana. Los versos se presentaban de improviso, repetidamente, y ahora que podía escribirlos deseaba que fuera Laal el que los dijera para ella en otro momento, en otra vida:

Quiero caminar contigo,
en el cielo de la luna,
una noche por la rambla.
En el cielo de la luna,
que se esfuma en las veredas
y que riela en el agua.
Andar a la luna luna,
descalzos sobre la arena,
chapoteándola en la espuma.
¡Ay de mi luna lucera!
¡Ay de mi lucera luna!
¡Quién pudiera! ¡Quién pudiera!


De modo que no importaba lo que habría de sobrevenir y la atemorizaba.
Porque el nexo que la unía al señor de las cucharas era inmortal, perdurable.
Indisoluble.
Así se sucederían las eras y ellos estarían juntos, renaciendo en cada alborada secular.

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