-¿Así que la conductora number one te confesó que le gustaría sacarse una foto con un zapato clavado en el culo como el personaje cascarria de Bukowski? -carcajeó grotescamente Mariana Ventura: -Claro, el éxito del Laboratorio es muy fuerte para ella. Y todavía se la tiene que chupar al patrón rezando el Nadanuestra. Pero mató a Leonardo.
-Hoy me quedé dormida mientras cuidaba a Naná y soñé que Leonardo nos hacía llover una piñata de estrellas y gritábamos No fim tudo dá certo -le aceptó el porro Juana a Shirley: -Yo creo que era la frase que le gustaba más en el mundo.
-Ese dicho yo lo escuché por primera vez en San Lorenzo cuando aprendí el candomblé de Yemanjá -le explicó la ex-prostituta negra y rapada a la tallerista multimedia: -Es lo que dijo Juan el Zebedeo después que vio la tumba vacía de Jesús.
-Y en español no tiene mucha gracia: Al final todo es verdad. Y no está en el Evangelio, tampoco. Es un logion folklórico. ¿Qué te pasa, pitufa? ¿Te pegó mal el porro?
-No: me pegó precioso -pareció contemplar una altura remota con los pechos arqueadísimos Shirley: -Me acordé de un cumpleaños donde hice de piñata. Y me despedazaron.
La negra torció una mirada de susto hacia Juana y acarició el pescadito rojo que tenía tatuado en la nuca la chiquilina:
-¿Por qué no te tirás a sestear un rato?
-Está todo bien, en serio. Pero me había olvidado del Giocondo. Era un pibe de mi clase que se agarró un cáncer en la pierna y el último cumpleaños lo festejó en silla de ruedas y aquello parecía un velorio. Entonces me fui corriendo a casa y arranqué una cortina y volví vestida nada más que con eso y eché a las gurisas y me subí a la higuera y les dije a los guachos que iba a hacer de piñata.
-¿Y cuántos años tenías?
-Ya tenía doce o trece y me le sentaba a escondidas a mi padrastro, aunque todavía no se me había ocurrido cojer con nadie más. Y les empecé a mostrar los pies y les pedía que saltaran a tironearme la cortina y mientras iba quedando desnuda al Giocondo se le pusieron los ojos como el dos de oro. Era igual que si estuviera pensando No fim tudo dá certo.
Juana se agarró la cara y la negra manoteó el porro y le volvió a acariciar el tatuaje a Shirley:
-¿Y después?
-Todo mal. Porque no me dejaron ni acercarme a la silla de ruedas y terminaron arrastrándome al baldío de las quemas. Volví a casa chorreando leche y mi madre me reventó a cinturonazos y nunca más fui a un cumpleaños y los guachos empezaron a cagarme a pedradas porque no me dejaba con cualquiera. Pero el día que enterramos al Giocondo soñé que era una piñata con forma de mariposa.
-Tenés huevos, pitufa.
-Y el muerto se reía igualito que la Gioconda.
-Hoy me quedé dormida mientras cuidaba a Naná y soñé que Leonardo nos hacía llover una piñata de estrellas y gritábamos No fim tudo dá certo -le aceptó el porro Juana a Shirley: -Yo creo que era la frase que le gustaba más en el mundo.
-Ese dicho yo lo escuché por primera vez en San Lorenzo cuando aprendí el candomblé de Yemanjá -le explicó la ex-prostituta negra y rapada a la tallerista multimedia: -Es lo que dijo Juan el Zebedeo después que vio la tumba vacía de Jesús.
-Y en español no tiene mucha gracia: Al final todo es verdad. Y no está en el Evangelio, tampoco. Es un logion folklórico. ¿Qué te pasa, pitufa? ¿Te pegó mal el porro?
-No: me pegó precioso -pareció contemplar una altura remota con los pechos arqueadísimos Shirley: -Me acordé de un cumpleaños donde hice de piñata. Y me despedazaron.
La negra torció una mirada de susto hacia Juana y acarició el pescadito rojo que tenía tatuado en la nuca la chiquilina:
-¿Por qué no te tirás a sestear un rato?
-Está todo bien, en serio. Pero me había olvidado del Giocondo. Era un pibe de mi clase que se agarró un cáncer en la pierna y el último cumpleaños lo festejó en silla de ruedas y aquello parecía un velorio. Entonces me fui corriendo a casa y arranqué una cortina y volví vestida nada más que con eso y eché a las gurisas y me subí a la higuera y les dije a los guachos que iba a hacer de piñata.
-¿Y cuántos años tenías?
-Ya tenía doce o trece y me le sentaba a escondidas a mi padrastro, aunque todavía no se me había ocurrido cojer con nadie más. Y les empecé a mostrar los pies y les pedía que saltaran a tironearme la cortina y mientras iba quedando desnuda al Giocondo se le pusieron los ojos como el dos de oro. Era igual que si estuviera pensando No fim tudo dá certo.
Juana se agarró la cara y la negra manoteó el porro y le volvió a acariciar el tatuaje a Shirley:
-¿Y después?
-Todo mal. Porque no me dejaron ni acercarme a la silla de ruedas y terminaron arrastrándome al baldío de las quemas. Volví a casa chorreando leche y mi madre me reventó a cinturonazos y nunca más fui a un cumpleaños y los guachos empezaron a cagarme a pedradas porque no me dejaba con cualquiera. Pero el día que enterramos al Giocondo soñé que era una piñata con forma de mariposa.
-Tenés huevos, pitufa.
-Y el muerto se reía igualito que la Gioconda.
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