UNO: LA BRASA PORFIADA
Después que el hijo mayor de Artigas visitó a su padre en el Paraguay declaró para El Constitucional:
Artigas conserva a su lado a un anciano Lenzina que le acompaña desde su emigración y con quien comparte el pan de la hospitalidad como hermano.
Y Ana Ribeiro, citando las memorias de otro visitante, Ramón de Cáceres, cuenta que un día el ya anciano Protector le pidió una brasa al moreno para encender un cigarro y que el otro le contestó que no había porque la lluvia había apagado el fuego. Artigas insistió en que sí lo había y, efectivamente, sin poder explicarse cómo, allí había una pequeña punta encendida bajo el agua que caía…
El 23 de mayo de 1950, cuando ya estaban integrados hasta las series de las selecciones que competirían en Maracaná, la Junta Dirigente de nuestro fútbol mandó este asombroso comunicado a la prensa:
Tenemos la esperanza que hoy se resuelva todo lo referente al Campeonato Mundial. El Uruguay debe ser el único país del mundo que a pocas semanas de la iniciación del Campeonato no tiene plantel, qué es lo que va a hacer, quién será el técnico ni posee criterio formado de un esquema de trabajo. Creemos que hoy se solucionará todo. Plantel, concentración, técnico, método de trabajo, colaboradores, viático a los jugadores, seguros, ayudante del director técnico, preparador físico y kinesiólogos. Lo menos que puede hacer la Junta Dirigente esta tarde es procurar que los clubes se pongan de acuerdo en lo fundamental para encarar con seriedad el trabajo.
El comunicado, sin embargo, era relativamente tranquilizador si tenemos en cuenta que el indispensable Negro Jefe -que arrastraba y desparramaba problemas desde que asumió el liderazgo sindical en la huelga del 48- no estaba ni siquiera citado.
Obdulio, explica Franklin Morales, según la información oficial, padecía un desgarro, pero en realidad aún no le habían cumplido ni le gustaba cómo se hacían las cosas, por lo que de regreso de los partidos por la Río Branco volvió a desaparecer. La campaña anunciada por El País fue dejada silenciosamente de lado ante su pedido; entendió no eran cosas que debieran ventilarse. Pero el problema preocupaba seriamente.
Recién el domingo anterior a los siete días previstos para la preparación total de la selección se jugó un amistoso con la dirección confirmada de Juan López y el plantel completo, aunque Gambetta todavía seguía lesionado.
El Negro Jefe, ya reintegrado, demoró años en reproducir el diálogo que tuvo con el Presidente de la AUF, César Batlle Pacheco, el día de la reconciliación:
-¿Usted conoce puchero de fama? Yo no, don César, ni al almacenero le voy a poder pagar con mi foto en los diarios.
-No te preocupés, vos sabés que yo te lo voy a arreglar, conmigo podés contar.
-No tengo dudas, don César, ¿pero sabe qué pasa? Los días se van y estoy intranquilo así que si no se arregla eso antes, mire que yo no voy al Mundial, prefiero ponerme a “yugar” desde ahora, don César, eso se acaba y me quedo con una mano atrás y una adelante. ¡Si habré visto penurias cuando se deja de jugar! ¿Quiere que le cuente cómo es la cosa?
-¿Viste? Ya estás nombrado en el Casino y pedí que fueras al Parque Hotel para que te quede más cerca. Siempre vivís por la Estación Pocitos, ¿no? Cuando vengas de Brasil empezás. Decime, me dijiste en broma que no ibas, ¿verdad?
El jueves Obdulio le hizo una última y solitaria visita de despedida al referente que más admiraba de la ya casi extinguida imponencia de la tribu: el Gallego Lorenzo Fernández, su modelo de centrojás desde la infancia. Y el Campeón Olímpico, Mundial, Sudamericano y Uruguayo que no creía en los técnicos lo encaró hasta el erizamiento, como siempre:
-¿Cómo ves la cosa?
-Bien, la veo bien, vamos a dar guerra y volver con la copa, como hicieron ustedes.
-Acordate. A Bolivia la golean ¿y después?
-Habrá que ver, pero sabés que me gustaría jugar con los bayanos.
-¿Te gustaría? Ojo que la hacen de trapo, ¡ojo! Y no es de ahora, ¡lo que galguié corriéndolos en mi vida!
-Pero si ya les ganamos un partido en San Pablo, no hace mucho. Podemos volver a ganarles si les jugamos sin miedo, vos sabés que hay algunos de ellos que son de cambiar de color…
Y esta vez Artigas no hubiera tenido que convencer a nadie de que brasas quedaban.
DOS: EL JUGLAR
La memoria colectiva es ahistórica, define en términos generales Mircea Eliade: Esta afirmación no implica establecer un “origen popular” del folclore ni defender la teoría de la “creación colectiva” respecto a la poesía épica. Murko, Chadwik y otros sabios han puesto en evidencia el papel de la personalidad creadora, del “artista”, en la invención y el desarrollo de la poesía épica. Sólo queremos decir que (…) el recuerdo de los personajes históricos y de los personajes auténticos es modificado al cabo de dos o tres siglos, a fin de que pueda entrar en el molde de la mentalidad arcaica, que no puede aceptar lo individual y sólo conserva lo ejemplar. Esa reducción de los acontecimientos a las categorías y de los individuos a los arquetipos, realizada por la conciencia de las capas populares europeas casi hasta nuestros días, se efectúa de conformidad con la ontología arcaica.
Pero enseguida parece referirse a ese grado de excepción confirmatoria de la existencia de ciertas epopeyas o milagrosos saltos evolutivos redondeados in situ del tipo de los que el mundo llama y seguirá llamando Maracaná, por ejemplo:
A veces ocurre, raramente, que se tiene la ocasión de presenciar en vivo la transformación de un acontecimiento en mito.
El Negro Jefe no había pasado de tercero de escuela y fue canillita, lustrador de zapatos, repartidor y hurgador, junto con cuatro de sus hermanos que el padre dirigía sin bajarse del carro. Y nunca se supo bien por qué se firmaba con el apellido de la madre, Varela, y no con el primero: Muiños.
Son cosas de la vida, comentó alguna vez que alguien le tocó el tema.
En 1970, después que Uruguay eliminó a la Unión Soviética en el Mundial de México, Hohberg lo definió charlando en un hotel con unas pinceladas tangueras dignas de José González Castillo:
Los domingos Obdulio se levantaba temprano en Los Aromos, aprontaba el mate, se sentaba a la sombra de algún árbol y así permanecía horas, a veces hasta el almuerzo. Solo y silbando, tenía una rara habilidad para variar tonos y vibraciones. Se levantó con los pajaritos, comentaban en voz baja en el plantel, pero respetaban su hábito y nadie se acercaba a menos que él llamara a alguien para charlar.
Y Franklin Morales aporta un hondísimo retrato adolescente del futuro Capitán de Todos cuando cuenta que una tarde de 1936 un inmigrante húngaro -que terminaría por ser su suegro- percibió el misterio casi animal, la rebeldía y soledad de un joven negro, quien, de pie delante suyo, daba vuelta entre sus grandes manos una gorra harta de soles. El muchacho, a quien jamás había visto -alto, de hombros angostos, mirar fijo entre altivo y simpático y ampuloso lenguaje gestual, de alpargatas bigotudas y una ajada camperita marrón de presumible tercera mano-, le pidió una changa nada pretenciosa: peón de albañil. Midió sus largos brazos nervudos y manos buenas para meter pala en la mezcla o arena y bolear ladrillos y terminó de convencerse. Le comentó, al pasar, que jugaba por el Pascual Somma (…) y el Deportivo Juventud en la Asociación, cuadro de blusa roja de la beligerante Extra, donde valían tanto la maña como la fuerza. “Ahí no hay caso, se juega de guapo; ni en la Extra ni en la Jacinto Vera perdonan. Yo me entrevero en esas grescas y ahí uno conoce a los demás. Aunque le parezca mentira, el fútbol es una cuestión mental, don” sentenció.
Y el 23 de junio de 1950 el Negro Jefe, a pedido de Dalton Rosas Riolfo, reunió en privado al plantel en el aeropuerto y encaró el tema de las malas relaciones que tenían los muchachos con Matías González, que no había respetado la huelga del 48.
Hablar no era su fuerte; por él decían las voces definitivas de los hechos, logra esculpirlo en hierro ahora Franklin Morales: Más bien corto en lenguajes precisos, apelaba a un expresionismo (…) de abrir desmesuradamente los ojos o inclinarse en reverencias versallescas… Poseía un patriotismo de fervores, movido por unciones nacionalistas sobre las que no admitía comparaciones. Nada era igual a Artigas, ni al suelo, ni al cielo, la fruta, el agua, el viento o la bandera del Uruguay. Palabras o palabras menos diría: Acá estamos juntos para ganar la Copa del Mundo (…) así que les pido a todos que le den la mano a Matías, que tuvo sus errores como tenemos todos, pero nadie de nosotros somos Dios para juzgar a nadie.
Y se dieron la mano.
El Capitán de Todos era casi analfabeto, aunque se sabía de memoria a Gardel -con quien aparece colado en una foto siendo canillita- y su esposa doña Cata, la húngara de mirada celeste, trató durante años de hacerle leer y escribir por lo menos las letras de los tangos pero no hubo manera.
Después que el hijo mayor de Artigas visitó a su padre en el Paraguay declaró para El Constitucional:
Artigas conserva a su lado a un anciano Lenzina que le acompaña desde su emigración y con quien comparte el pan de la hospitalidad como hermano.
Y Ana Ribeiro, citando las memorias de otro visitante, Ramón de Cáceres, cuenta que un día el ya anciano Protector le pidió una brasa al moreno para encender un cigarro y que el otro le contestó que no había porque la lluvia había apagado el fuego. Artigas insistió en que sí lo había y, efectivamente, sin poder explicarse cómo, allí había una pequeña punta encendida bajo el agua que caía…
El 23 de mayo de 1950, cuando ya estaban integrados hasta las series de las selecciones que competirían en Maracaná, la Junta Dirigente de nuestro fútbol mandó este asombroso comunicado a la prensa:
Tenemos la esperanza que hoy se resuelva todo lo referente al Campeonato Mundial. El Uruguay debe ser el único país del mundo que a pocas semanas de la iniciación del Campeonato no tiene plantel, qué es lo que va a hacer, quién será el técnico ni posee criterio formado de un esquema de trabajo. Creemos que hoy se solucionará todo. Plantel, concentración, técnico, método de trabajo, colaboradores, viático a los jugadores, seguros, ayudante del director técnico, preparador físico y kinesiólogos. Lo menos que puede hacer la Junta Dirigente esta tarde es procurar que los clubes se pongan de acuerdo en lo fundamental para encarar con seriedad el trabajo.
El comunicado, sin embargo, era relativamente tranquilizador si tenemos en cuenta que el indispensable Negro Jefe -que arrastraba y desparramaba problemas desde que asumió el liderazgo sindical en la huelga del 48- no estaba ni siquiera citado.
Obdulio, explica Franklin Morales, según la información oficial, padecía un desgarro, pero en realidad aún no le habían cumplido ni le gustaba cómo se hacían las cosas, por lo que de regreso de los partidos por la Río Branco volvió a desaparecer. La campaña anunciada por El País fue dejada silenciosamente de lado ante su pedido; entendió no eran cosas que debieran ventilarse. Pero el problema preocupaba seriamente.
Recién el domingo anterior a los siete días previstos para la preparación total de la selección se jugó un amistoso con la dirección confirmada de Juan López y el plantel completo, aunque Gambetta todavía seguía lesionado.
El Negro Jefe, ya reintegrado, demoró años en reproducir el diálogo que tuvo con el Presidente de la AUF, César Batlle Pacheco, el día de la reconciliación:
-¿Usted conoce puchero de fama? Yo no, don César, ni al almacenero le voy a poder pagar con mi foto en los diarios.
-No te preocupés, vos sabés que yo te lo voy a arreglar, conmigo podés contar.
-No tengo dudas, don César, ¿pero sabe qué pasa? Los días se van y estoy intranquilo así que si no se arregla eso antes, mire que yo no voy al Mundial, prefiero ponerme a “yugar” desde ahora, don César, eso se acaba y me quedo con una mano atrás y una adelante. ¡Si habré visto penurias cuando se deja de jugar! ¿Quiere que le cuente cómo es la cosa?
-¿Viste? Ya estás nombrado en el Casino y pedí que fueras al Parque Hotel para que te quede más cerca. Siempre vivís por la Estación Pocitos, ¿no? Cuando vengas de Brasil empezás. Decime, me dijiste en broma que no ibas, ¿verdad?
El jueves Obdulio le hizo una última y solitaria visita de despedida al referente que más admiraba de la ya casi extinguida imponencia de la tribu: el Gallego Lorenzo Fernández, su modelo de centrojás desde la infancia. Y el Campeón Olímpico, Mundial, Sudamericano y Uruguayo que no creía en los técnicos lo encaró hasta el erizamiento, como siempre:
-¿Cómo ves la cosa?
-Bien, la veo bien, vamos a dar guerra y volver con la copa, como hicieron ustedes.
-Acordate. A Bolivia la golean ¿y después?
-Habrá que ver, pero sabés que me gustaría jugar con los bayanos.
-¿Te gustaría? Ojo que la hacen de trapo, ¡ojo! Y no es de ahora, ¡lo que galguié corriéndolos en mi vida!
-Pero si ya les ganamos un partido en San Pablo, no hace mucho. Podemos volver a ganarles si les jugamos sin miedo, vos sabés que hay algunos de ellos que son de cambiar de color…
Y esta vez Artigas no hubiera tenido que convencer a nadie de que brasas quedaban.
DOS: EL JUGLAR
La memoria colectiva es ahistórica, define en términos generales Mircea Eliade: Esta afirmación no implica establecer un “origen popular” del folclore ni defender la teoría de la “creación colectiva” respecto a la poesía épica. Murko, Chadwik y otros sabios han puesto en evidencia el papel de la personalidad creadora, del “artista”, en la invención y el desarrollo de la poesía épica. Sólo queremos decir que (…) el recuerdo de los personajes históricos y de los personajes auténticos es modificado al cabo de dos o tres siglos, a fin de que pueda entrar en el molde de la mentalidad arcaica, que no puede aceptar lo individual y sólo conserva lo ejemplar. Esa reducción de los acontecimientos a las categorías y de los individuos a los arquetipos, realizada por la conciencia de las capas populares europeas casi hasta nuestros días, se efectúa de conformidad con la ontología arcaica.
Pero enseguida parece referirse a ese grado de excepción confirmatoria de la existencia de ciertas epopeyas o milagrosos saltos evolutivos redondeados in situ del tipo de los que el mundo llama y seguirá llamando Maracaná, por ejemplo:
A veces ocurre, raramente, que se tiene la ocasión de presenciar en vivo la transformación de un acontecimiento en mito.
El Negro Jefe no había pasado de tercero de escuela y fue canillita, lustrador de zapatos, repartidor y hurgador, junto con cuatro de sus hermanos que el padre dirigía sin bajarse del carro. Y nunca se supo bien por qué se firmaba con el apellido de la madre, Varela, y no con el primero: Muiños.
Son cosas de la vida, comentó alguna vez que alguien le tocó el tema.
En 1970, después que Uruguay eliminó a la Unión Soviética en el Mundial de México, Hohberg lo definió charlando en un hotel con unas pinceladas tangueras dignas de José González Castillo:
Los domingos Obdulio se levantaba temprano en Los Aromos, aprontaba el mate, se sentaba a la sombra de algún árbol y así permanecía horas, a veces hasta el almuerzo. Solo y silbando, tenía una rara habilidad para variar tonos y vibraciones. Se levantó con los pajaritos, comentaban en voz baja en el plantel, pero respetaban su hábito y nadie se acercaba a menos que él llamara a alguien para charlar.
Y Franklin Morales aporta un hondísimo retrato adolescente del futuro Capitán de Todos cuando cuenta que una tarde de 1936 un inmigrante húngaro -que terminaría por ser su suegro- percibió el misterio casi animal, la rebeldía y soledad de un joven negro, quien, de pie delante suyo, daba vuelta entre sus grandes manos una gorra harta de soles. El muchacho, a quien jamás había visto -alto, de hombros angostos, mirar fijo entre altivo y simpático y ampuloso lenguaje gestual, de alpargatas bigotudas y una ajada camperita marrón de presumible tercera mano-, le pidió una changa nada pretenciosa: peón de albañil. Midió sus largos brazos nervudos y manos buenas para meter pala en la mezcla o arena y bolear ladrillos y terminó de convencerse. Le comentó, al pasar, que jugaba por el Pascual Somma (…) y el Deportivo Juventud en la Asociación, cuadro de blusa roja de la beligerante Extra, donde valían tanto la maña como la fuerza. “Ahí no hay caso, se juega de guapo; ni en la Extra ni en la Jacinto Vera perdonan. Yo me entrevero en esas grescas y ahí uno conoce a los demás. Aunque le parezca mentira, el fútbol es una cuestión mental, don” sentenció.
Y el 23 de junio de 1950 el Negro Jefe, a pedido de Dalton Rosas Riolfo, reunió en privado al plantel en el aeropuerto y encaró el tema de las malas relaciones que tenían los muchachos con Matías González, que no había respetado la huelga del 48.
Hablar no era su fuerte; por él decían las voces definitivas de los hechos, logra esculpirlo en hierro ahora Franklin Morales: Más bien corto en lenguajes precisos, apelaba a un expresionismo (…) de abrir desmesuradamente los ojos o inclinarse en reverencias versallescas… Poseía un patriotismo de fervores, movido por unciones nacionalistas sobre las que no admitía comparaciones. Nada era igual a Artigas, ni al suelo, ni al cielo, la fruta, el agua, el viento o la bandera del Uruguay. Palabras o palabras menos diría: Acá estamos juntos para ganar la Copa del Mundo (…) así que les pido a todos que le den la mano a Matías, que tuvo sus errores como tenemos todos, pero nadie de nosotros somos Dios para juzgar a nadie.
Y se dieron la mano.
El Capitán de Todos era casi analfabeto, aunque se sabía de memoria a Gardel -con quien aparece colado en una foto siendo canillita- y su esposa doña Cata, la húngara de mirada celeste, trató durante años de hacerle leer y escribir por lo menos las letras de los tangos pero no hubo manera.
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