para Andrea Moreira
El Laboratorio de Artes y el pub funcionaban en el subsuelo del quilombo, y mientras Shirley bajaba con el termo y el mate Zen gritó señalando la computadora:
-Tu clip llegó a 15.000 entradas en cuatro meses, pitufa.
La chiquilina apenas sonrió y se sentó en la cama de la responsable de los talleres multimedia, que recién empezaba a sacarse el camisón.
-Qué te pasa. No me digas que te volvieron a llover las pedradas -se le encresparon el sutien y la cabeza de aura griega a Juana.
-Tuve un sueño espantoso -se acarició la cáscara de una herida frontal la actriz-pintora-prostituta: -Y lo peor es que no puedo acordarme de todo. Sé que al principio me empezaban a salir corazoncitos por un pezón y se agrandaban como pompas, pero había que plantarlos. Para que florecieran.
-¿Y qué es lo que te parece espantoso?
-No saber quién soy.
Zen y Juana se miraron.
-Ah, y ahora me acuerdo que yo tenía un fondo tipo jardín -demoró en agregar Shirley, enmascarándose el perfil de frescura liceal con el oro de la media melena estirada a dos manos desde la nuca: -Y plantaba los corazones allí. Pero se pudrían todos.
-¿Vos sabés que nunca te había visto ese pescadito en el cuello? -manoteó y prendió un Nevada con una rapidez inusual el hombre de cabeza afeitada y profundidad muy dulce: -Porque según Onetti, ustedes no tienen pescuezo.
-Me lo tatuó mi segundo padrastro a los once años. Un ex-golero del Atenas que murió el otro día. Yo estaba enamoradísima porque se parecía a Jesús y me le empecé a sentar cuando mi madre venía a Maldonado. Pobre loco: lo embrujé.
-Yo ya se lo había visto -le puso un dedo en el mini-tatuaje Juana a la muchacha y le empezó a acariciar circularmente la espalda. -Y además es rojo, como el pescadito del poema de El pozo.
-¿Vos sabés que hoy me siento peor que el tipo de El pozo? Mirá: hay días que hacer la performance en el pub y ocuparme allá arriba me da el mismo asco.
-Pero acá abajo hacés theatrum sacrum y no desnudismo barato -fingió enojarse Zen. -En este momento están mirando tus bodas con Dios en todos los continentes. Y ya sabés que hay gente que viene a Punta del Este nada más que para verte.
-Pero mi alma es muy puta.
-¿Y eso qué viene a ser?
-Que hay días que lo único que me importa es gozar. Con cualquier cosa. Y cuando cuido a Naná siento que la que tiene el tumor salado soy yo.
-Eso es hipocondría, pitufa.
-Ta: ahora me acordé del final del sueño. El fondo tenía un solo cantero y una noche venía el padre Fidel a avisarme que no siguiera plantando los corazones porque allí habían enterrado a una chiquilina de mi escuela.
Juana y Zen se miraron.
-Tu clip llegó a 15.000 entradas en cuatro meses, pitufa.
La chiquilina apenas sonrió y se sentó en la cama de la responsable de los talleres multimedia, que recién empezaba a sacarse el camisón.
-Qué te pasa. No me digas que te volvieron a llover las pedradas -se le encresparon el sutien y la cabeza de aura griega a Juana.
-Tuve un sueño espantoso -se acarició la cáscara de una herida frontal la actriz-pintora-prostituta: -Y lo peor es que no puedo acordarme de todo. Sé que al principio me empezaban a salir corazoncitos por un pezón y se agrandaban como pompas, pero había que plantarlos. Para que florecieran.
-¿Y qué es lo que te parece espantoso?
-No saber quién soy.
Zen y Juana se miraron.
-Ah, y ahora me acuerdo que yo tenía un fondo tipo jardín -demoró en agregar Shirley, enmascarándose el perfil de frescura liceal con el oro de la media melena estirada a dos manos desde la nuca: -Y plantaba los corazones allí. Pero se pudrían todos.
-¿Vos sabés que nunca te había visto ese pescadito en el cuello? -manoteó y prendió un Nevada con una rapidez inusual el hombre de cabeza afeitada y profundidad muy dulce: -Porque según Onetti, ustedes no tienen pescuezo.
-Me lo tatuó mi segundo padrastro a los once años. Un ex-golero del Atenas que murió el otro día. Yo estaba enamoradísima porque se parecía a Jesús y me le empecé a sentar cuando mi madre venía a Maldonado. Pobre loco: lo embrujé.
-Yo ya se lo había visto -le puso un dedo en el mini-tatuaje Juana a la muchacha y le empezó a acariciar circularmente la espalda. -Y además es rojo, como el pescadito del poema de El pozo.
-¿Vos sabés que hoy me siento peor que el tipo de El pozo? Mirá: hay días que hacer la performance en el pub y ocuparme allá arriba me da el mismo asco.
-Pero acá abajo hacés theatrum sacrum y no desnudismo barato -fingió enojarse Zen. -En este momento están mirando tus bodas con Dios en todos los continentes. Y ya sabés que hay gente que viene a Punta del Este nada más que para verte.
-Pero mi alma es muy puta.
-¿Y eso qué viene a ser?
-Que hay días que lo único que me importa es gozar. Con cualquier cosa. Y cuando cuido a Naná siento que la que tiene el tumor salado soy yo.
-Eso es hipocondría, pitufa.
-Ta: ahora me acordé del final del sueño. El fondo tenía un solo cantero y una noche venía el padre Fidel a avisarme que no siguiera plantando los corazones porque allí habían enterrado a una chiquilina de mi escuela.
Juana y Zen se miraron.
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