Cuando en mi viaje espacial pasé por Plutón, el asombro por aquel mundo fantástico me hizo preguntarme cómo sería una poesía nacida en unas condiciones totalmente diferentes a las que diariamente nos rodean (por ejemplo, aquí es imposible tomar mate). ¿Por qué no crear entonces en este hermoso lugar una colonia literaria de vacaciones, y que vengan todos los poetas junto con todos aquellos que les gustaría serlo y hacer una experiencia?
Tendríamos que salir inmediatamente, o bien esperar hasta el siglo 23, y así aprovechar la máxima cercanía de Plutón al Sol, e instalar entonces nuestra toldería poética. Gracias a estas favorables circunstancias, vamos a estar entonces a una temperatura de 210 grados bajo cero. Pero no se fíen, porque de tardecita refresca y podemos irnos a los 240. Y en un soneto romántico escrito en esas condiciones, seguramente, la llama del amor plutoniano, en lugar de ir in crescendo, se irá apagando poco a poco cuando llegado el momento los amantes calientes no se animen a desnudarse con tanto frío. Por ello, en nuestro cálido rinconcito podríamos pedir: “Una poesía con un cubito de hielo, por favor”.
¿Pero que pasará con los poemas a la luna? Para los antiguos romanos, Plutón era el Dios de la Muerte, y cuando enterraban a sus muertos que se iban para las profundidades terrestres, le ponían una moneda en el bolsillo para que el viejo Caronte tuviera la amabilidad de cruzarlos con su bote en el río donde termina la vida (uno estaba muerto pero seguía pagando). Caronte, una de las tres lunas de Plutón, es casi la mitad de éste, y va apareciendo azul que te quiero azul en el firmamento profundamente negro, 17 veces más grande que nosotros vemos nuestra luna, porque sólo está a 19.000 kilómetros (la nuestra a 360.000 y se va alejando cuatro centímetros por año). Lo de aparecer es un decir (aquí la poesía pierde), porque aunque va cambiando de fases, ella siempre está quieta en el cielo debido a que Plutón y Caronte están amarrados por un eje invisible (aquí la poesía gana) que los hace girar en una trayectoria casi circular, dándose siempre la misma cara, como caminarían de la mano un enamorado tras el otro, pero aterrados por el vacío de sus vidas siderales. No olvidemos que además rotan sobre sí mismos (Plutón es el único que lo hace de derecha a izquierda, y un día, que tiene una luz similar a una noche de luna llena terrestre, dura casi una semana) y a su vez se trasladan alrededor del Sol tardando 248 años. Cuando en 1978 se descubrió que una parte de la masa de Plutón era realmente la luna Caronte, aquél quedó tan petiso y literario, que perdió el diploma de planeta (cinco veces más chico que la Tierra).
Para entusiasmarlos aún más a venir (si pueden parar un taxi luz, son sólo 7 horas), quiero resaltar que es probable que la poesía se emborrache de belleza, si tenemos en cuenta que mientras los otros planetas orbitan más o menos en el mismo plano, Plutón lo hace con un ángulo de 17 grados, casi acostado, por lo que nuestros artistas escribirán sus odas desde el asiento de atrás de una moto que corre a una velocidad sideral a punto de volcar. Y para los que aún están indecisos, algo muy importante en todo el universo: no olviden que en Plutón, por tener una gravedad mucho menor que la nuestra, una poetisa de cien kilos solo pesará cuatro.
Tendríamos que salir inmediatamente, o bien esperar hasta el siglo 23, y así aprovechar la máxima cercanía de Plutón al Sol, e instalar entonces nuestra toldería poética. Gracias a estas favorables circunstancias, vamos a estar entonces a una temperatura de 210 grados bajo cero. Pero no se fíen, porque de tardecita refresca y podemos irnos a los 240. Y en un soneto romántico escrito en esas condiciones, seguramente, la llama del amor plutoniano, en lugar de ir in crescendo, se irá apagando poco a poco cuando llegado el momento los amantes calientes no se animen a desnudarse con tanto frío. Por ello, en nuestro cálido rinconcito podríamos pedir: “Una poesía con un cubito de hielo, por favor”.
¿Pero que pasará con los poemas a la luna? Para los antiguos romanos, Plutón era el Dios de la Muerte, y cuando enterraban a sus muertos que se iban para las profundidades terrestres, le ponían una moneda en el bolsillo para que el viejo Caronte tuviera la amabilidad de cruzarlos con su bote en el río donde termina la vida (uno estaba muerto pero seguía pagando). Caronte, una de las tres lunas de Plutón, es casi la mitad de éste, y va apareciendo azul que te quiero azul en el firmamento profundamente negro, 17 veces más grande que nosotros vemos nuestra luna, porque sólo está a 19.000 kilómetros (la nuestra a 360.000 y se va alejando cuatro centímetros por año). Lo de aparecer es un decir (aquí la poesía pierde), porque aunque va cambiando de fases, ella siempre está quieta en el cielo debido a que Plutón y Caronte están amarrados por un eje invisible (aquí la poesía gana) que los hace girar en una trayectoria casi circular, dándose siempre la misma cara, como caminarían de la mano un enamorado tras el otro, pero aterrados por el vacío de sus vidas siderales. No olvidemos que además rotan sobre sí mismos (Plutón es el único que lo hace de derecha a izquierda, y un día, que tiene una luz similar a una noche de luna llena terrestre, dura casi una semana) y a su vez se trasladan alrededor del Sol tardando 248 años. Cuando en 1978 se descubrió que una parte de la masa de Plutón era realmente la luna Caronte, aquél quedó tan petiso y literario, que perdió el diploma de planeta (cinco veces más chico que la Tierra).
Para entusiasmarlos aún más a venir (si pueden parar un taxi luz, son sólo 7 horas), quiero resaltar que es probable que la poesía se emborrache de belleza, si tenemos en cuenta que mientras los otros planetas orbitan más o menos en el mismo plano, Plutón lo hace con un ángulo de 17 grados, casi acostado, por lo que nuestros artistas escribirán sus odas desde el asiento de atrás de una moto que corre a una velocidad sideral a punto de volcar. Y para los que aún están indecisos, algo muy importante en todo el universo: no olviden que en Plutón, por tener una gravedad mucho menor que la nuestra, una poetisa de cien kilos solo pesará cuatro.
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