miércoles

18/ El Caldero de la Bruja [Anna Rhogio] - La novela WEB de magia y hechicería para niños

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37 / Y ese “algo” la mantiene desvelada noches enteras.
Examina la lista de Gnesen, el maese de los metales.
Es una lámina finísima en la que se puede escribir.
No sabe cómo.
¿Que es una especie de tinta?
Lo es.
¿Con qué está aplicada?
¡Vaya uno a saber!
No tiene permiso para ir a cada rato al país de los gnomos para saber cosas y, ¡sería tan bueno poder escribir!
Ella y Salma están cansadas de retener en la memoria las fórmulas y las recetas.
La tradición oral quedaría registrada no sólo en las mentes y dejaría de ser hablada.
No desaparecería el encanto de una rueda en torno al fuego y alguien que narrara una leyenda, porque hay abuelos y abuelas que gustan de ser escuchados.
Los niños aprenderían a leer y conocerían la historia desde que los hombres altos habían colonizado esas costas.
Poder llevar a cabo todo esto, es otra de sus metas.
PORQUE NO PUEDE NI QUIERE seguir dejando cosas inconclusas en su camino.
Bastante tiene con no haber resuelto lo del caldero; lo ha intentado con diferentes materiales sin éxito.
Como primero es lo primero, decide completar los caracteres y recurre a la sapiencia de su madre, su padre y Laal.
Reúne a los aldeanos y les pide sus opiniones.
Aportan buenas ideas, corrigiendo y simplificando los trazos.
Transcurre bastante tiempo y puede decirse que lo han logrado.
Pero la pregunta de Laal -¿qué harás cuando no haya nieve?- sigue palpitando adentro de sus oídos.
Se esmeran en no olvidar el alfabeto.
Los pequeños lo aprenden con errores tan graciosos al escribir lo que no quieren, que ríen junto a los duendes, haciendo del invierno una fiesta.
El Señor Blatt cree que es una diversión más y salta en medio del blando pizarrón y escarba con las patas borrando los garabatos.
Esto provoca nuevas carcajadas, vueltas carnero y una que otra bola de nieve golpea leve en el hocico del lobo.
Esa área blanca tenía como decorado, apenas ayer, el verde de las hojas, el marrón de los troncos y los grises y negros de sus vestidos.
Ahora la adornan incontables colores.
Resaltan de modo sobresaliente donde se repliegan las sombras y donde estalla la luz, sobre el escenario inmaculado.
-¡Tonta! ¡Tonta! -despierta Nahala con una exclamación que asusta a sus padres. -¿Cómo no lo pensé antes? ¡Las tintas que usamos con las fibras! Pero... ¿dónde aplicarlas y con qué?
Un abanico de incógnitas se abre ante ella.
Ensaya como con la olla y fracasa.
Carece de una superficie para practicar las letras.
Para que nadie las olvide, inventa un juego: cuando van a patinar al arroyo, hace que todos las dibujen con los zuecos en la pizarra del hielo.
Las huellas zafiro se imprimen en sus memorias.
Después de la fiesta lunar, va con Salma a un escondido rincón de la floresta para hacer el rito anual en el que invocan y honran a los poderes de la naturaleza.
A los genios, duendes, ninfas, elfos y a los cuatro elementos: Fuego, Agua, Tierra, Aire.
La pira está preparada desde la mañana y al encenderla las llamaradas se elevan pintando de escarlata el reino de lo invisible.
Al convocarlas, las divinidades menores se presentan y bailan con las hechiceras alrededor de la fogata, orando con ellas:

¡Oh, Fuego! ¡Ilumínanos! ¡Danos tu sabiduría eterna!
¡Oh, Agua! ¡Límpianos! ¡Haznos puros de corazón!
¡Oh, Tierra! ¡Recibe nuestras plegarias en tu seno!
¡Oh, Aire! ¡Lleva por el mundo nuestros deseos de paz!


El humo de las hierbas embalsama el éter.
Mussi esparce sus fulgores en la claridad de la luna, que en esta noche singular se ve increíblemente grande.
Los duendes hacen música con tamborcillos, flautines y acordeones.
Un delicado son de caracolas anuncia la llegada de las hadas, hermanas de los cuatro vientos: Norte, Sur, Este, Oeste.
La multitud les abre camino.
Son altas y esbeltas.
Sus cabellos recuerdan el brillo del sol.
Tienen alas de seda y ropas de gasa bordadas con hilos de oro. Detienen sus acompasados pasos y cada una renueva las virtudes de Salma y Nahala.
-Niña -dice la del viento Norte: -Un gnomo te traerá algunas respuestas, pero no lo esperes todo de nosotros; busca las soluciones porque te sobra inteligencia.
-Salma -dice la del viento Sur: -Consulta con los magos mayores la próxima vez; es preciso que tú, Larne, Nahala y Laal, traspasen las puertas selladas.
-Nahala -continúa la del viento Oeste: -Toma esta cajita de plata, llévala contigo y ábrela sólo cuando estés cercada por el fuego y no antes. No la pierdas.
Y el hada del viento Oeste pone sus manos en las cabezas de ambas, extendiendo la esplendidez de un crepúsculo rosado.
-Pueden irse. Volveremos a encontrarnos donde quiera que sea, después que suceda lo que tiene que suceder. Sean con ustedes los poderes del bien y de la luz.
Y así, tan pronto como aparecieron, desaparecen.
El portento se diluye como el humo de las últimas brasas.
-Extrañas palabras, madre... ¿Qué es esto de la cajita de plata?
-¿Y qué es aquello de las puertas selladas?
-Esperemos los hechos que nos revelarán los misterios.
-Sí, hija mía. Es hora de regresar a casa.
Amanece.
El deshielo de primavera apresura el andar del río y del arroyo.
Las corrientes que bajan por las laderas de las montañas, arrastran témpanos navegantes.
Se deshacen lentos estrellándose contra las rocas de las márgenes en miles de trozos cristalinos.
Es la época de arar y llevar de pastoreo a los animales.
Los telares enmudecen.
Las labores del campo acaparan todas las manos.
Nahala recibe una visita inesperada.
Una madrugada, oye que rozan la puerta.
Al abrirla ve a Gnesen, el maese de los metales, que no vino solo.
Un unicornio lo acompaña.
El gnomo silencia con una seña su grito de asombro.
Entonces, se retiran al bosque para poder hablar.
-¿Cómo pudiste llegar hasta acá, Kuyuk?
-¡Pregúntamelo a mí, hechicera!
-¡Pero Druss y yo destruimos el puente! -de inmediato, recuerda las palabras del juglar sobre otros atajos.
-Tenemos un pasadizo secreto y subterráneo por el que nos comunicamos. Le pedí a Kuyuk que me trajera porque iba a demorar demasiado con estas mis piernas tan cortas. Estos paseos hay que hacerlos rápidamente sin que nadie nos vea.
-Pero... ¿Los unicornios están seguros? ¿Alguien podría descubrirlos?
-¡De ninguna manera! ¡Te digo para tu tranquilidad que es imposible!
-¡Qué alegría volver a verlos! ¿A qué vinieron?
-A traerte lo que tanto te desvela. Mira.
Le da una bolsa llena de hojas desconocidas.
Tersas.
Al tocarlas, no precisa preguntarle nada.
-¡Gnesen! ¡Mi amado amigo! ¡Sirven para escribir!
-Esto es papel y es difícil hacerlo. Kuyuk y yo vendremos a traértelo por la noche. Toma esto también.
-¡Son plumas!
-Sí; tienen las puntas cortadas de manera especial. Se mojan en la tinta y se puede escribir y hasta dibujar al que se le antoja.
-¡Ustedes son tan laboriosos! ¿Cómo agradecerles este regalo?
-Regresa a nuestro pueblo con más zuequitos... Han nacido muchos pequeñines últimamente...
La carcajada de Nahala se eleva y se confunde con el Ruido de la Noche, ese otro dios misterioso al que ora cuando no puede dormir.
-¡Kuyuk, vámonos! -Gnesen lo monta con un ágil salto.
-¡Tengan cuidado! ¡Por favor, que nadie los vea!
-¡Así será! ¡Y tú, ponte a escribir en cuanto amanezca y enseña a los demás! ¡Adiós!
El galope de los cascos se aleja.
Ella se queda mirándolos hasta que no puede distinguirlos. Piensa en el hada del viento Norte que le había anunciado la visita y luego corre a meterse en la cama.
La primavera tiene una muy baja temperatura todavía.

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