lunes

Zarpes desde Catalunya - 3 [Luis Silva Shultze]

Les escribo desde una distancia de ciento noventa y ocho años luz de la Tierra. Salvo algunos detalles magníficos que tuve la suerte de presenciar, y que en otra crónica se los contaré, el viaje hasta aquí fue terriblemente monótono porque no hay nada más aburrido que viajar por el espacio. Sin motivo de fuerza mayor como me ha pasado a mí, les recomiendo que no vengan. Apenas llegué, enfoqué mi potente telescopio hacia toda la cuenca del Río de la Plata, pero tendré que tener mucha paciencia, tanta como aquella cantidad de años mencionados, para poder verlos a ustedes, algo que ocurrirá cuando aquí arribe la luz que está saliendo ahora desde allí. Sin embargo, lo que alcanzo a percibir con la que está llegando en estos momentos, me produce un cúmulo de emociones extraordinarias, que les paso a transmitir, porque salvo los que nacieron antes de 1811 y aun viven, todos los demás se lo han perdido.
Estoy gozando como un loco cuando mi mirada sobrevuela Montevideo. Veo las murallas rodeando la bahía, con sus dos portones, San Pedro y San Juan, y dentro de ella la puerta de la Ciudadela (por la que quizás ustedes han pasado hace media hora) y que separa el área militar del sector civil. Más allá, el marrón del río ancho como mar, los verdes de las arboledas, el blanco de la playas infinitas. También aparece el Cerro esperando que lo venga a acompañar la llama de la Teja. Pero lo verdaderamente grande está en las afueras. Veo una columna de hormiguitas que van desde el Cerrito hacia el otro lado del río de los pájaros pintados a la altura de Salto. Son miles y miles. No las puedo distinguir bien, pero se puede apreciar que algunas van tapadas sólo con harapos, otras con trajes militares, otras casi desnudas como los indios, otras son negras como las esclavas, otras, seguramente mejor vestidas, van dentro de los carruajes y carretas, otras hasta llevan trajes eclesiásticos, en fin, todas las hormiguitas, cualquiera sean sus tareas. El que va delante de todo no puede ser otro que Artigas. Sentado en su caballo y con su sombrero redondo, erguido y con solemne y conmovedora dignidad, a veces se da vuelta para darle un vistazo a los suyos o para recibir un mate de Andresito. Por los costados, vienen a engrosar la fila multicolor otras hormiguitas que dejan un punto rojo detrás: seguramente las llamas de la casa en donde vivían y querían seguir viviendo. Todo me recuerda la vista aérea del 27 de noviembre de 1983: hormiguitas juntas moviéndose como una sola para defender lo suyo.
Hay que ver todo lo que tardan en cruzar con mucho sacrificio esas líneas azules que serpentean entre los verdes montes, cuyos nombres tintinean dulcemente por las llanuras circulares del espacio: Quebracho, Chapicuy, Daymán, Queguay…
Como ustedes saben o tendrían que saberlo, la luz en su carrera vertiginosa sólo permite los azules de frente y los rojos detrás, por lo que mi emoción aumenta aún más, porque todo lo veo con el prisma de la bandera artiguista y la de Otorgués.
¿Adonde van esas hormiguitas y por qué? Salvo cuando la marcha se detiene, y yo ya no puedo ver nada porque me tapa el humo de los asados, y sólo me llegan algunos acordes de guitarras criollas, el resto de la marcha es silencio, mucho silencio, por lo que la tristeza debe ser infinita. No van con la alegría que despierta la ilusión de alguna tierra prometida más allá. Van con la pesadumbre de la pérdida de la tierra que se ha tenido que dejar por la traición de otras hormiguitas que están quietas en Buenos Aires y Montevideo, pero es seguro que van con la alegría interior de caminar por donde tienen que caminar.
Desde los ciento noventa y ocho años luz de altura, veo claramente las hormiguitas que se mueven y las que no. Les tendríamos que poner un nombre al grupo móvil, como a todo recién nacido, porque claramente se han diferenciado para siempre y con identidad propia, entonces, del resto que se ha quedado. ¿Y si les llamamos orientales a esas hormiguitas? Es la primera vez que un telescopio capta y llena su lente con todo un pueblo movilizado luchando con su ejército dentro, para luego volver a seguir peleando y poder pasar hoy libremente por debajo de la Puerta de la Ciudadela.


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