jueves

Crónicas del Transporte - 7 [Robert Hirigoyen]

El hombre subió al ómnibus y mientras pagaba su boleto sin mirar al guarda, dirigía su vista al salón, buscando asientos libres.
Se sentó contra la ventanilla y enseguida miró para afuera, como hacía siempre.
El hombre quería acción. Siempre estaba a la espera que en la calle, en la vereda, en algún lado, en cualquier momento, pasara algo trascendente, importante, tal vez algo histórico, y él poder ser testigo directo del hecho, desde su asiento de ómnibus, a través de la ventanilla.
El ómnibus se empezó a llenar.
Subió una muchacha llorando, pagó el boleto y varias lágrimas cayeron sobre el billete con el que pagó el pasaje. El guarda agarró el billete con asco, pero por consideración a que venía llorando, no dijo nada. Se sentó al lado del hombre que miraba para afuera y enseguida empezó a hablar por celular.
-Ni siquiera me dejaron terminar de hablar, un alumno se paró y me gritó que me callara, que no tenía derecho a estar ahí -decía llorando cada vez más, desconsolada: -Y después eran todos a gritarme que era una mala docente, que no tenía ética profesional. ¿Con qué cara vuelvo a la clase? ¿Yo no soy una mala docente, no? Decime la verdad.
Quedó un asiento libre del otro lado del pasillo y la muchacha se cambió para seguir hablando sin que la oyeran, pero el hombre no había escuchado ni una sola palabra de lo que habló llorando.
El ómnibus se iba llenando de a poco. En una parada subió una parejita de adolescentes de no más de 16 ó 17 años cada uno y se sentaron atrás del hombre.
-¿Le vas a decir a tu madre? -preguntó el muchacho.
-Y en algún momento le voy a tener que decir. Aunque no le diga, la panza me va a crecer, y si se da cuenta ella y yo no le digo nada, va a ser peor.
-¿Y tu padre?
-Mi padre me mata.
-¿Y qué vas a hacer?
-Qué voy a hacer no. Qué vamos a hacer. Tenemos que conseguir plata, qué otra cosa.
-¿Plata? ¿Para qué?
A esa altura el ómnibus iba bastante lleno. En otra parada subió una anciana que se paró frente al guarda para sacar la plata que tenía envuelta en un pañuelo. Mientras lo desenrollaba, un hombre que estaba detrás suyo, cubriendo su mano con un buzo le abrió la cartera y le sacó la billetera. Después dijo algo como que se había equivocado de línea y se bajó en la misma parada que había subido.
La viejita se sentó al lado del hombre, guardó el pañuelo y sacó una libretita en la que tenía apuntados los regalos que quería comprarles a los nietos. Entre la jubilación y el préstamo que había hecho, podría comprarle un regalo a cada uno.
Con la libretita en la mano, cerró los ojos para descansar. Estaba feliz.
-Permiso -le dijo el hombre y se bajó, otra vez sin ver nada importante a través de la ventanilla.
1.4.09


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