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9/ El Caldero de la bruja [Anna Rogghio] - La novela WEB de magia y hechicería para niños.

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27 / EL OTOÑO se adivina en el aire.
Como todos los seres del bosque, los hombres que aprendieron de los animales, se aprovisionan de lo que faltará en invierno.
La actividad es febril en la campiña.
Siegan el forraje.
Cosechan en los sembrados.
Almacenan nueces, avellanas, almendras, castañas.
Al mirar la pradera desde lejos, la imaginan como un océano de miel.
Acaramelado.
Y a medida que pasan las semanas, se torna rojo, marrón y ámbar.
Los árboles se desvisten.
Las hojas caídas adornan las trochas como tapetes mullidos que protestan cuando los pisan.
Las montañas que rodean la hondura ya tienen las laderas nevadas y de mañana baja la neblina que se enreda en las ramas como un velo.
Insinúa extrañas formas y desaparece en jirones cuando la besa el sol.
Nahala se pregunta cuándo.
Cuándo y de dónde vendrá el Heraldo de la Bruma.
Aun no ha amanecido y ya está levantada.
Echa en el fogón las hierbas que producen el humo necesario para la magia de hoy.
Lo expande con las dos manos por la habitación, mientras ora entre dientes:

Con tres hojitas de almendro.
Con tres hojitas de tilo.
Con tres ramitas de muérdago.
Con tres tronquitos de incienso.
Te conmino.
Te conjuro.
Te exorcizo.
Si has a de venir, que vengas.
Y te has de marchar, marchando.
Con esta hebra de hilo de atar, te estaré atando.
Mis nudos son poderosos.
Soltar, te estaré soltando.
Volando, te irás volando.
El mal estaré borrando...

Alguien golpea en el postigo y la interrumpe.
-¡Rayos! ¿Quién es a esta hora?
-Soy Vlassa, Nahala; déjame entrar, necesito ocultarme.
-¿Quién te amenaza? -pregunta abriendo la puerta con ademán protector.
El humo le puso los ojos colorados.
La hace toser y llorar.
Vlassa no puede evitar reírse, tratando de no hacer ruido.
-¿Estás perturbando mi trabajo -tose- y te burlas, Vlassa?
-¿Todavía no amaneció y ya estás de mal humor, Nahala? -entra y se despoja de la pañoleta negra con que cubre su cabeza.
Está vestida de oscuro:
-Así le será difícil verme; podré disimularme entre los troncos. Y cuando me descubra será demasiado tarde y no habrá retorno.
-¿Adónde vas? ¿De quién hablas?
Se quita la pesada mochila que lleva en la espalda:
-De ese carnero indiferente, insolente.
-¿Cuál carnero? ¿No tienes pastura y lo llevarás a la dehesa? Quedan pocos días para apacentar a las ovejas. Puedo darte alimento para las pobrecitas; tenemos de sobra para el invierno.
-¿Qué ovejas? ¡Si vengo a regalarte las mías!
-PERO... ¿QUÉ COSA?
-¡Shhhh! Despertarás a toda la aldea si continúas gritando.
-Comencemos de nuevo, ¿quieres? No te comprendo...
-Verás... es que... decidí marcharme con Druss...
-¡¡¡ESTÁS DEMENTE, MUCHACHA!!!
-¡Shhhh! ¡Que me voy con Druss!
-¡Pero él no desea atarse a nadie! -Nahala quiere impedir esa locura y pone trabas. -¡No quiere echar raíces en ninguna parte! ¡Estoy más que harta de oírselo decir! Quiere ser libre de... porque...
Vlassa la interrumpe:
-¡Pero yo lo amo!
-¿¿¿QUÉ???
-Deja de repetir ¿Qué? ¿Qué? ¿Qué? Vine a tu casa porque desde acá se ve bien la de Laal y podré espiarlo... Sabré cuando parta... No se le ocurrirá venir a despedirse, supongo...
Nahala expresa su nerviosismo y su desconcierto, refregándose las manos:
-N... n... n... ¡Rayos! No, nos despedimos ayer y dejó un saludo cariñoso para ti... Te extrañaré... No quiero que te vayas... -llora, se desarma.
-Te prometo que volveremos. Yo sabré domar a ese carnero cerril.
Nahala recuerda al Heraldo de la Bruma.
Al menos su amiga no vivirá esas penurias.
-¡Tomaste una decisión importante! Haces bien en seguir tus sentimientos... Lo que te manda el corazón...
Afuera se escuchan pisadas.
Vlassa entorna el postigo para vichar.
-¡Adiós, Laal!
-Adiós, trovador!
Druss se aleja.
Las jóvenes se miran.
Les queda poco para estar juntas.
Apenas un segundo para el último abrazo.
Druss camina ligero.
Vlassa teme perder su huella.
Toma la mochila y se envuelve en la pañoleta.
Su grácil figura se fuga en la cerrazón, entre los troncos oscuros de los pinos.
El sol ya se filtra en el vaho blancuzco e irradia sus rayos divergentes como los radios de una rueda.
Nahala se queda absorta.
Parada en el centro de la estancia, piensa que acaso soñó.
Reacciona.
Dispara a la cabaña de Laal y entra como un tornado.
Él está aprontando sus elementos de trabajo para comenzar. La mira seriamente con un reproche mudo porque detesta que ella irrumpa así en su hogar.
Nahala lo recuerda y frena sus ímpetus.
Sus cabellos oscuros, rizadísimos, hacen una aureola alrededor de su cabeza y la vehemencia de su espíritu le colorea la cara de carmín.
-Mi amiga... mi hermana se ha ido... -solloza.
-Lo sé. No te aflijas. Regresarán -la consuela el señor de las cucharas.

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