25 / -DRUSS, QUIERO mostrarte mi secreto; ni padre ni madre lo saben. Serás el único, por ahora, en conocerlo.
-¿De qué se trata, Nahala?
-Te llevaré a una planicie por una senda que sólo yo sé transitar, donde viven mis amados hermanos de nieve, al amparo de un bosque. Trae alimentos; la excursión durará dos días. Dormiremos allá.
Salen sigilosamente al amanecer.
La gramilla se ha empapado con el rocío nocturno.
Cuando sale el Padre Sol, sus rayos sesgados la enjoyan con millares de topacios bermejos.
Centenares de mariposas blancas vuelan alrededor de los caminantes y los duendes los siguen porque saben adónde van.
La melodía de sus acordeones los escolta y Druss la oye, pero no ve a quienes la ejecutan; Nahala le cuenta quiénes son.
-¿Sabes? Tenemos que encontrar la manera de que nadie más pueda ir después de nosotros a ese paraje. Peligrarían sus vidas cuando llegue... quiero decir...
Se interrumpe.
Recuerda que convino con su madre en no hablar del futuro.
Un precipicio los detiene.
-Dime ahora cómo vamos a pasar.
-Más adelante, hay una pasarela tendida sobre el abismo que no es otra cosa que una serie de senderos unidos con bejucos. Sígueme.
Avanzan lentamente por el puente que se balancea y al mirar abajo, no hay nada más que un hilo de agua que transcurre sereno y un pedregal.
Blatt decide que no lo cruzará.
Se queda sentado moviendo la cola y aullando lastimero.
-No te preocupes; puede arreglarse solo.
Llegan a una hondonada y Druss ve a los animales de leyenda, pero no confía en que sean de verdad.
Están en el valle de los unicornios.
26 / Él no podría describir la belleza del entorno aunque se lo propusiera.
Los unicornios pastan y la luz intensa refulge en sus lomos y sus crines de plata.
Las plantas y las flores parecen esmaltadas con colores vivísimos por las manos de un artista.
Y más allá, el mar añil.
-Yo... los he visto... pintados en escudos... y bordados en tapices... al preguntar, me decían que eran poderosos símbolos mágicos que protegían a los señores castellanos... y además, daban idea de la fuerza de sus guerreros y... yo... yo... -tartamudea y se queda sin palabras.
Los animales se aproximan con mansedumbre.
Sus ojos grandes expresan el amor que le tienen a Nahala; la empujan con sus morros sonrosados, buscando caricias. Relinchan.
El resto de la manada trota por el prado levantando una polvareda fina y a los pocos instantes los rodean.
La hechicera les habla en un idioma que Druss ignora.
Pasan el día en ese paraíso perdido.
De noche se complacen con la compañía de las constelaciones y la calidez de una fogata.
-No quiero ni pensar que mañana será la última vez que podré verlos; ellos lo saben y están tan tristes como yo.
-Nunca digas la última vez, amiga; muchas puertas podrán abrirse para que consigas regresar.
-No. Hallé la forma de que nadie, jamás, venga a perturbarlos. Mañana, después de pasar por el puente, lo destruiremos.
-Estoy seguro de que cuando pase el tiempo de la aflicción, encontrarás otro atajo; te lo digo yo que he andado por muchos.
-¿Qué sabes del tiempo de la tribulación?
-Nada y respeto tus silencios, pero sé prestar atención a un rumor, a un suspiro, a una lágrima...
-Gracias.
Al otro día se despiden de los hermosísimos unicornios.
Nahala no cesa de llorar durante la vuelta a casa.
-¿De qué se trata, Nahala?
-Te llevaré a una planicie por una senda que sólo yo sé transitar, donde viven mis amados hermanos de nieve, al amparo de un bosque. Trae alimentos; la excursión durará dos días. Dormiremos allá.
Salen sigilosamente al amanecer.
La gramilla se ha empapado con el rocío nocturno.
Cuando sale el Padre Sol, sus rayos sesgados la enjoyan con millares de topacios bermejos.
Centenares de mariposas blancas vuelan alrededor de los caminantes y los duendes los siguen porque saben adónde van.
La melodía de sus acordeones los escolta y Druss la oye, pero no ve a quienes la ejecutan; Nahala le cuenta quiénes son.
-¿Sabes? Tenemos que encontrar la manera de que nadie más pueda ir después de nosotros a ese paraje. Peligrarían sus vidas cuando llegue... quiero decir...
Se interrumpe.
Recuerda que convino con su madre en no hablar del futuro.
Un precipicio los detiene.
-Dime ahora cómo vamos a pasar.
-Más adelante, hay una pasarela tendida sobre el abismo que no es otra cosa que una serie de senderos unidos con bejucos. Sígueme.
Avanzan lentamente por el puente que se balancea y al mirar abajo, no hay nada más que un hilo de agua que transcurre sereno y un pedregal.
Blatt decide que no lo cruzará.
Se queda sentado moviendo la cola y aullando lastimero.
-No te preocupes; puede arreglarse solo.
Llegan a una hondonada y Druss ve a los animales de leyenda, pero no confía en que sean de verdad.
Están en el valle de los unicornios.
26 / Él no podría describir la belleza del entorno aunque se lo propusiera.
Los unicornios pastan y la luz intensa refulge en sus lomos y sus crines de plata.
Las plantas y las flores parecen esmaltadas con colores vivísimos por las manos de un artista.
Y más allá, el mar añil.
-Yo... los he visto... pintados en escudos... y bordados en tapices... al preguntar, me decían que eran poderosos símbolos mágicos que protegían a los señores castellanos... y además, daban idea de la fuerza de sus guerreros y... yo... yo... -tartamudea y se queda sin palabras.
Los animales se aproximan con mansedumbre.
Sus ojos grandes expresan el amor que le tienen a Nahala; la empujan con sus morros sonrosados, buscando caricias. Relinchan.
El resto de la manada trota por el prado levantando una polvareda fina y a los pocos instantes los rodean.
La hechicera les habla en un idioma que Druss ignora.
Pasan el día en ese paraíso perdido.
De noche se complacen con la compañía de las constelaciones y la calidez de una fogata.
-No quiero ni pensar que mañana será la última vez que podré verlos; ellos lo saben y están tan tristes como yo.
-Nunca digas la última vez, amiga; muchas puertas podrán abrirse para que consigas regresar.
-No. Hallé la forma de que nadie, jamás, venga a perturbarlos. Mañana, después de pasar por el puente, lo destruiremos.
-Estoy seguro de que cuando pase el tiempo de la aflicción, encontrarás otro atajo; te lo digo yo que he andado por muchos.
-¿Qué sabes del tiempo de la tribulación?
-Nada y respeto tus silencios, pero sé prestar atención a un rumor, a un suspiro, a una lágrima...
-Gracias.
Al otro día se despiden de los hermosísimos unicornios.
Nahala no cesa de llorar durante la vuelta a casa.
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