miércoles

14/ El Caldero de la Bruja [Anna Rhogio] - La novela WEB de magia y hechicería para niños

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32 / Nahala decidió que por el momento dejará a un lado lo del caldero; esperará a Vlassa y a Druss por si le traen la solución.
Sin embargo, hay algo en su interior que está rebullendo por aflorar y queda detenido en otro plano de sus pensamientos.
Cuando los gnomos se reunían en el salón de la pira, sus mujercitas se sentaban en corro a conversar con sus voces como trinos, pero no permanecían ociosas.
Tejían unas delicadísimas puntillas con una sola flecha; esta tenía un gancho en la punta con el que se podía formar lazadas y el resultado era un delicado adorno.
Pero hechos con lana y bien grandes, serían abrigados mantones, chales y bufandas.
“Ese no es el tipo de tela que busco. ¡Rayos! ¡No puedo encontrar esa idea perdida!”.
“¡Eres tonta!” Mussi le habla con la mente: “¡Cuando llegó Druss, tú estabas mirando a una araña que hacía su tela!”.
-¡Mussi! ¡Mi hada buena! ¡No siempre, pero en ocasiones me ayudas!
-¿Qué dices, hija mía?
-Mussi acaba de encontrar algo que había perdido; es una nueva manera de tejer.
Están en los morteros preparando las hierbas que les dieron los gnomos.
Nahala abandona el trabajo y corre a lo del señor de las cucharas.
Recuerda sus enojos y entra con parsimonia.
-Laal, por favor, quiero que me prepares una flecha que tenga un gancho en la punta parecido a un anzuelo; después... te diré... bueno, verás... es que quiero hacer un... un... ¡Rayos!
-¡No te entiendo una sola palabra, muchacha!
-No importa; hazme una flecha como la que te pedí.
Al poco rato, está lista.
-Gracias... mira... también para mí... no existe nadie sino tú... Pero antes de unir nuestras vidas, dejaremos que pase lo que ha de venir. No puedo comenzar nada teniendo la constante preocupación de no saber de dónde ni cuándo vendrá el mal.
-¿No hay posibilidad de que los magos mayores se hayan equivocado?
-Ninguna.
Entra en su casa pesarosa y Salma la mira con seriedad:
-Sabes que no debemos interrumpir esta labor; las hierbas son delicadas y pierden con facilidad sus propiedades.
-Perdona, madre. Continuemos. Lo que voy a ensayar, puede esperar.
Y cuando lo hace, los resultados son buenos y lo muestra a las señoras de la aldea.
Está y no conforme.
Le falta eso que busca y no encuentra.
Lo que le enseñó la araña.
Aquella que tejía a pleno sol.
-¿Cómo poder imitar esa maravilla? Hilos colgantes... hilos que los entrecruzan... ¿sostenidos por...? ¡Rayos!
Sin poseer el arte de la escritura y el dibujo, es dificilísimo diseñar en la mente un telar y traducirlo en palabras.
Conversa mucho con Laal y le cuenta estas inquietudes. Él también cavila y sus pensamientos andan adelante y hacia atrás.
A los pocos días es él que entra en el hogar de Salma como un ciclón:
-¡Levántate, muchacha! ¡Tengo la solución!
Nahala despierta aturdida pensando que llegó el momento:
-¡Por tozuda y cabeza dura no alerté a la gente y ahora tenemos poco tiempo! ¡Avisen a todos! ¡Den la voz de alarma! ¡Toquen la campana!
-¡No, no! ¡Serénate!
Ella continúa dando órdenes como un general que reúne a su ejército en pie de guerra.
-¡Cálmate! ¡No es lo que piensas! ¡Vine a decirte que resolví lo que te quita el sueño!
Aliviada como si despertara de una pesadilla, se envuelve en un chal.
Laal la guía adonde hay una delgada capa de nieve y dibuja con una rama un rudimentario telar y dos lanzaderas.
Le explica cómo cree que ha de funcionar, sabiendo que faltan muchos detalles para que sea perfecto.
-¡Rayos! ¡Eres un genio! ¡Hazlo pronto, por favor! ¡Con tus maderas fragantes, con tus manos de sabio artesano! ¡Hazlo! ¡Hazlo!
-Lo haré y tú le pondrás la chispa de tu magia para que funcione; no entiendo nada de tejidos...
-Eres un sol... ¡Te amo!!!
Lo abraza, lo zarandea, lo besa y, muerta de vergüenza, dispara a esconderse en su cabaña.
Con la boca abierta por el asombro, Laal piensa qué otra máquina podría inventar con la que poder conquistar el corazón de esa indomable, adorable mujer.
Elmo y Nepo se aproximan.
-¡Enhorabuena, amigo! -saluda Nepo. -¡Ya casi es tuya!
-¡No desesperes! ¡Tú podrás! -termina Elmo.
-¿Cómo es que puedo verlos?
-¡Ah! ¡Son los ojos del amor, caballero! -bromean a coro.
Los enanitos ríen.
Le hacen graciosas reverencias.
Morisquetas.
Se van cantando y bailando, tocando sus acordeones.
Pero Laal no se entera.
Continúa allí, hincado ante el dibujo del rústico telar, hasta que los copos que comienzan a caer lo borran lentamente.
El frío lo saca de sus ensueños.
También huye a su casa.

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